"?Oh, oh, oh!", o c¨®mo sorprender a Jap¨®n con sus propias armas
Frederic Amat y Cesc Gelabert atrapan al p¨²blico de Yamaga en el estreno de 'Ki'
"?Oh, oh, oh!", la ancianita japonesa estaba alucinada: ?Qu¨¦ era aquella pesadillesca criatura morada sin cabeza que se arrastraba hacia ella y le recordaba vagamente a los personajes de las viejas leyendas? La joven Michiru Oshima tambi¨¦n trag¨® saliva, y eso que ha compuesto la banda sonora de varios filmes de Godzilla. El propio alcalde, Kensei Nakashima, confesar¨ªa luego haberse sentido "muy impresionado" por todo lo que se vio ayer en el teatro Yachiyoza de Yamaga. Para las 400 personas que ocupaban el centenario recinto, incluido el sacerdote del principal templo sinto¨ªsta de la localidad, la experiencia fue, sin duda, de las que se recuerdan.
En el Jap¨®n profundo y volc¨¢nico, donde se alz¨® la ¨²ltima l¨ªnea defensiva de castillos frente a la amenaza de invasi¨®n de los chinos Tang y sus aliados coreanos en la ¨¦poca Yamato, hace 1.300 a?os, ha tenido lugar un extraordinario experimento art¨ªstico obra de dos creadores espa?oles. En el Yachiyoza de Yamaga, una peque?a poblaci¨®n de la prefectura sure?a de Kumamoto tipo La casa de t¨¦ de la luna de agosto, se ha estrenado, tras semanas de ensayos, Ki, un espect¨¢culo del pintor, escen¨®grafo y director Frederic Amat y del core¨®grafo y bailar¨ªn Cesc Gelabert que recrea "con respeto y subversi¨®n" aspectos de la cultura japonesa.
El espect¨¢culo se presentar¨¢ en Barcelona, del 2 al 5 de julio
En vez de alzarse el tel¨®n, cay¨® desde el telar una lluvia de zapatos
Amat y Gelabert, viejos amigos, han partido de su fascinaci¨®n por el Lejano Oriente y sus ritos y del teatro Noh y Kabuki para alumbrar una pieza ¨²nica, po¨¦tica y cargada de im¨¢genes impactantes. Ki, coproducci¨®n del festival Grec y el teatro Yachiyoza, se presenta en Barcelona del 2 al 5 de julio, en el Teatre Lliure. Un gran maestro de danza butoh maduro, Katsura Kan, y un joven, acrob¨¢tico y escultural bailar¨ªn de break dance y contempor¨¢nea, Tomohiko Tsujimoto, bailan junto al propio Gelabert en una mezcla de experiencias y tradiciones que es cosa de verse. Lo hacen con el apoyo en directo de una ins¨®lita orquesta de mujeres expertas en m¨²sica esc¨¦nica tradicional japonesa (flauta, tambores taiko, koto) e inmersos en el asombroso mundo pl¨¢stico que ha creado Amat inspir¨¢ndose en Jap¨®n.
En la bombonera del Yachiyoza, puro periodo Edo, todo de madera, con el techo festoneado de antiguos anuncios, farolillos rojos por doquier, cubas de sake en la puerta y el verde esp¨ªritu mascota del local, Chiyomatsu, merodeando por ah¨ª (vamos, que solo faltan Kurosawa y los 47 ronin), el p¨²blico observ¨® sorprendido c¨®mo en vez de alzarse el tel¨®n ca¨ªa desde el telar una lluvia de zapatos. Primero de los asombros ("?oh!") y risas y aplausos que puntear¨ªan la funci¨®n. En Ki (el primer toque de dos maderas picando con el que empieza un espect¨¢culo de kabuki, pero tambi¨¦n "energ¨ªa" y "¨¢rbol") no hay narratividad, no hay historia, y esto, seg¨²n expresaron al finalizar varios espectadores, les cuesta entenderlo a los japoneses.
Entre la m¨²sica y los cantos aparece de entrada cimbre¨¢ndose a lo break Tsujimoto, el gran triunfador de la velada a tenor de los aplausos, embutido en una apretada malla que le confiere un insoslayable -y celebrado- perfil de virilidad. Le cubre el rostro una desconcertante hoja de col. Hace su entrada despu¨¦s en el teatro una especie de gusano o molusco semidivino y reptante de ropajes morados cuyo ojo, que asoma por un cuello sin cabeza, resulta ser la calva de Gelabert. El tercero en aparecer es Katsura en tesitura de geisha masculina (en realidad un onnagata, el actor de kabuki que hace de mujer), con desconcertante peinado a lo Dama de Elche, quimono alusivo al sushi y arrastrando unas cubetas con trocitos de corcho, cristales de hielo y lo que parecen grandes pedazos de ternera de Kobe fresca y sanguinolenta. El maestro evoluciona con la desasosegante expresividad angustiada del butoh -curiosamente menos conocido en Jap¨®n que en Occidente- y se desnuda como si lo despellejaran; luego se estrella un huevo en la cabeza, lo que hizo partirse de risa a la audiencia ("el p¨²blico japon¨¦s me ha parecido maravillosamente inocente, pr¨ªstino, reaccionaba con gran sinceridad", destacar¨ªa Gelabert).
Los tres personajes bailan mientras en un biombo se dibujan caligraf¨ªas inventadas de Amat y se proyectan s¨ªmbolos que sugieren haikus abstractos; tambi¨¦n sombras chinescas. La sensaci¨®n es que se asiste a alguna enigm¨¢tica ceremonia ritual de tintes on¨ªricos. Gelabert, que en una secuencia preciosa traza en el aire kanjis, caracteres, con su cuerpo, manipula una gran figura de origami y luego se encasqueta una cabeza de pez. Tsujimoto, tras enredarse como un ar¨¢cnido en unos hilos que sugieren fideos, se desploma virtuosamente en la platea a lo kamikaze (grandes aplausos); Amat lo viste en la parte final con una indumentaria equina que es un homenaje a Fabi¨¤ Puigserver v¨ªa Lorca. Y los tres personajes acaban fundi¨¦ndose en un hipn¨®tico baile para salir luego en silenciosa procesi¨®n.
Ocho meses han pasado Gelabert y Amat inmersos en Ki, que dura una hora y 10 minutos, y est¨¢n agotados pero felices. Explican que la comunicaci¨®n con los artistas japoneses ha sido compleja -"toda una aventura"- por la barrera idiom¨¢tica y cultural, pero en ning¨²n caso ha habido Lost in translation, recalc¨® Amat. "Hay un lenguaje com¨²n siempre que es el de la creatividad y la poes¨ªa". La palabra clave de la experiencia para el pintor es "intercambio". Katsura a?adi¨® "respeto mutuo" y valor¨® la mezcla que han hecho Amat y Gelabert de iconos japoneses con sus propios sue?os, aunque apunt¨® que quiz¨¢ se han quedado cortos por un respeto excesivo y que pod¨ªan haber sido m¨¢s destroyers. El p¨²blico de Yamaga dif¨ªcilmente estar¨¢ de acuerdo.
Babelia
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