Corpus
Sea uno creyente o agn¨®stico, hay que aceptar como un rito esot¨¦rico que, al granar el trigo al final de la primavera, se celebre una procesi¨®n muy solemne para exhibir al p¨²blico por las calles un fragmento de pan dentro de una custodia labrada con orfebrer¨ªa de oro, de un valor incalculable. Sin abandonar el esp¨ªritu pagano se puede entender que las jerarqu¨ªas eclesi¨¢sticas y civiles, como los antiguos griegos y romanos, presidan esa parada en homenaje al s¨ªmbolo del pan nuestro de cada d¨ªa, que va a proporcionar calor¨ªas a ricos y pobres durante el a?o. Cada cultura, cada religi¨®n se sustenta en un alimento sustancial y en una droga espec¨ªfica. Lo nuestro es el pan y el vino, es decir, los hidratos de carbono y el alcohol. El cereal y la vid constituyeron en su tiempo la primera fuente de energ¨ªa de la civilizaci¨®n grecolatina, que luego fue sacramentada por el cristianismo. Por eso fueron dedicados esos frutos a deidades propicias. La diosa Ceres se representaba coronada con espigas de trigo y el dios Baco ten¨ªa la cabeza trenzada con p¨¢mpanos y racimos de uva. Los cristianos sustituyeron el culto de Ceres por la fiesta del Corpus, en la que el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo. Sea como sea, los hidratos de carbono, ¨²nico sustento del cerebro humano, merecen toda nuestra adoraci¨®n, pero no hasta el punto que el Ej¨¦rcito espa?ol toque el himno nacional y les presente armas a la salida de la catedral de Toledo. Los creyentes hacen muy bien en arrodillarse al paso de la custodia con la Sagrada Hostia. Sea el Dios verdadero o el pan de todos lo que contiene el ostensorio, lo l¨®gico es que no vaya acompa?ado de sables ni de bayonetas si despu¨¦s tiene uno que met¨¦rselo en la boca. Lo moderno es que ese d¨ªa los cadetes les presenten armas a sus novias y se vayan luego con ellas a tomarse una raci¨®n de calamares. Pasado el Corpus llega la siega. Nadie discute que el pan sea dios, bien de trigo o de centeno. En las comunidades cristianas de base se consagra y se comulga bajo cualquiera de las m¨²ltiples formas con que se expende en las panader¨ªas. Por mi parte adoro la antigua hogaza candeal con el tri¨¢ngulo divino trazado sobre su corteza crujiente, que emite esquirlas doradas al partirlo con el cuchillo usado con amor y nunca como un arma.
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