Lanzarote al pie de los volcanes
A Jos¨¦ Saramago lo llev¨® a Lanzarote, en febrero de 1993, El Evangelio seg¨²n Jesucristo. Pero quiz¨¢s fuera m¨¢s preciso decir que fue su test¨ªculo adicional el que lo empuj¨® a las islas a bordo de su balsa de piedra y de conciencia. As¨ª era y as¨ª seguir¨¢ siendo en sus libros y en las innumerables palabras que resuenan en quienes le escucharon o leyeron mientras soportaban con irritaci¨®n el desvar¨ªo y las injusticias del poder y la sinraz¨®n del mundo: un escritor tit¨¢nico, una conciencia irritada y compasiva, propia de quien naci¨® con un test¨ªculo a?adido. Lo escribi¨® el propio Saramago el 11 de noviembre de 1971, en una carta que dirigi¨® a su amigo Nataniel Costa, con motivo de su dif¨ªcil salida de la editorial Estudios Cor, donde hab¨ªa trabajado durante m¨¢s de diez a?os dando vida a los libros de los dem¨¢s y escribiendo cartas inteligentes a sus colegas escritores: "Desgraciadamente para ellos, nac¨ª con un test¨ªculo suplementario y me fui". Parec¨ªa una declaraci¨®n de principios. Y lo fue.
A Canarias le trajo esa conciencia irritada que tan bien le han venido al mundo y al ser humano
A la vida, pero tambi¨¦n a Lanzarote, lo trajo ese test¨ªculo de m¨¢s que tan bien le ha venido al mundo y a la dignidad del ser humano por la que Jos¨¦ tanto breg¨®, a su manera: acariciando la palabra que m¨¢s le gustaba, la que cre¨ªa m¨¢s necesaria, la palabra No. ?Por qu¨¦ la palabra No? Porque la insumisi¨®n, en su voz, era el instrumento de la indignaci¨®n necesaria para salir al paso del poder injusto y arbitrario que desordena los d¨ªas y arrincona a tantos y tantos en las esquinas y los cercos de la exclusi¨®n. Porque al poder hay que decirle que no para vigilarlo y limitar su tendencia a extralimitarse, advert¨ªa. Y as¨ª, le dijo No a Cavaco Silva y a su subsecretario de Cultura, o sea, a quienes le censuraron El Evangelio, elegido para representar a Portugal al Premio Literario Europeo.
Lleg¨® a la isla de la mano de Pilar del R¨ªo, su alter ego, Pilar, la casa de su respiraci¨®n, Pilar, su pilar, su amparo, y, de cara al Atl¨¢ntico, al pie de un pu?ado de volcanes, se asent¨® para explorar un nuevo ciclo de su obra literaria, tras cerrar la etapa de di¨¢logo con la Historia, un momento brillante de la literatura portuguesa, abierto con Levantado del suelo, en 1980, y concluido con Historia del cerco de Lisboa o, si se prefiere, con la refutaci¨®n del mito en el propio El Evangelio seg¨²n Jesucristo. Saramago acudi¨® a la Historia movido por una "imperiosa necesidad de aprehenderla" y de mostrar que era "parcial y parcelada", lo que, en su sistema, quer¨ªa decir que no respetaba la verdad de los hombres y de las mujeres desaparecidas. No encontr¨® otra manera de ingerirla que metiendo de cabeza en ella la novela, el realismo de su escritura inc¨®moda, oral, barroca, helicoidal, empe?ada en girar el punto de vista, en ver de otro modo, en desestimar el discurso oficial, llevando las vidas no tenidas en cuenta, los m¨¢rgenes del olvido. Y vio Mafra de otra manera, desde abajo y desde la voluntad de libertad, desde una Passarola y una Blimunda en carne viva que hicieron palidecer el gran relato de los reyes y de la clerec¨ªa, acercando las piedras del exceso divino a la herida hermosa de los peones y los huidos. O le dijo su admirado Pessoa, en las carnes del Ricardo Reis cuyas odas le fascinaron en la adolescencia, que no pod¨ªa ser sabio quien se contentaba con el espect¨¢culo del mundo de entreguerras. De paso, cuando ya nadie lo esperaba del escritor maduro, Ricardo Reis y Blimunda tambi¨¦n removieron los cimientos de la literatura portuguesa, desencajando el panorama nacional, avisando al mundo.
Y as¨ª lleg¨® a Lanzarote, con su militancia comunista -comunista libertario, se sent¨ªa al final de sus d¨ªas, heterodoxo y matizado, siempre- y con la Historia que quiso arrastrar al provecho del presente bajo el brazo, para escribir Ensayo sobre la ceguera, entre volcanes que ascend¨ªa con una indecible sensaci¨®n de victoria, los alisios revolvi¨¦ndole las guedejas, renovando el paso del caminante ligero que siempre fue, dejando sus huellas en cenizas y orillas. A partir de entonces, en Lanzarote, viajando sin cesar por el mundo, esperando el Nobel que vino al Sur del gran transib¨¦rico portugu¨¦s, comenz¨® a explorar la desviada condici¨®n del ser humano contempor¨¢neo, en novelas que sus lectores recibieron como codazos en el est¨®mago de la conciencia. Entre alisios y cenizas, coronando cumbres erosionadas por la edad y el malestar que aquel ni?o nacido en Azinhaga, a orillas del Almonda de sus memorias infinitas, hecho hombre de fuertes valores, acumulaba cada d¨ªa de una ¨¦poca dolorosa. Dolorosa por la indiferencia que detestaba y combati¨® con el desasosiego. Dolorosa por las renuncias ¨¦ticas. Dolorosa por su maquinaria de desigualdades y de silencios. Dolorosa porque el gobierno de sus d¨ªas lo ve¨ªa ¨¦l en manos de un capitalismo autoritario que convert¨ªa la democracia en un sistema formal y subsidiario, gravemente deteriorado por la acci¨®n de un poder no elegido que era y es realmente el que toma las decisiones de fondo.
Por eso, desde Lanzarote, sal¨ªa Jos¨¦, con su test¨ªculo adicional, envuelto en palabras vigorosas, palabras como espadas o como labios o como llamas, aldabonazos, y, viajero del mundo, conciencia cr¨ªtica reconocida, amparo de otros desasosiegos, expresaba su malestar con respecto al desprecio sistem¨¢tico de los derechos humanos.
En Lanzarote, adonde lleg¨®, seg¨²n sus palabras "cuando m¨¢s necesitaba un lugar as¨ª", nunca olvid¨® Portugal y, en la isla, sinti¨® la necesidad de escuchar su lengua mientras escrib¨ªa, la lengua m¨¢s bonita del mundo, como dijo cuando presentamos en Lisboa la exposici¨®n que la Fundaci¨®n Cesar Manrique le dedic¨®, La consistencia de los sue?os. Desde aqu¨ª, ejerci¨® la ciudadan¨ªa local y universal, su implicaci¨®n en el latido del mundo, su intervenci¨®n civil. Lo mismo censuraba el caciquismo y la corrupci¨®n insular que defend¨ªa la necesidad de decencia p¨²blica o la cultura de los limites urban¨ªsticos y medioambientales o se mostraba disgustado con la incapacidad de la izquierda, anquilosada, vac¨ªa de ideas para renovar sus estrategas y m¨¦todos a la hora de pensar nuestro tiempo. Desde Lanzarote, estuvo en Lisboa y estuvo en Am¨¦rica Latina y estuvo en Europa y dej¨® de viajar a Estados Unidos.
Sin Dios, como apunt¨®, su obra quedar¨ªa incompleta, en efecto, pero tambi¨¦n si la desproveemos de la musculatura central de su energ¨ªa moral, del coraje y la coherencia que no se desprendieron de sus pasos y que reforz¨® con un premio Nobel que le sirvi¨® "para ser m¨¢s yo". Esa complexi¨®n robusta y tierna que hoy lloramos la resumi¨® escuetamente en una norma de conducta que hoy suena como una llamada a la conciencia: "No os resign¨¦is, indign¨¦monos". ?Dif¨ªcil? ?Cosa de un test¨ªculo adicional? Habr¨ªa de ser luminoso.
Fernando G¨®mez Aguilera preside la Fundaci¨®n C¨¦sar Manrique
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.