El 'At¨¦ amanh?' de Saramago
El mundo de las letras lamenta la muerte, a los 87 a?os, del premio Nobel portugu¨¦s - Sus restos ser¨¢n incinerados ma?ana en Lisboa, adonde viajar¨¢n desde Lanzarote
En las ¨²ltimas semanas Jos¨¦ Saramago hablaba apenas, pero re¨ªa, segu¨ªa riendo. Pilar del R¨ªo, su mujer, con la que convivi¨® m¨¢s de 20 a?os, le segu¨ªa preparando cenas y desayunos, y aunque ya parec¨ªa que la comida era de otro mundo o de otras necesidades, ¨¦l estaba en todos los ritos que esta andaluza preparaba para que ¨¦l siguiera anudado al hilo de la supervivencia.
Estaba y no estaba, pero re¨ªa. Ayer por la ma?ana amaneci¨® mejor, como si resurgiera, y departi¨® con Pilar, con el m¨¦dico, como si se despidiera una a una de la vida y de las personas que le acompa?aron hasta el final. A veces -ocurri¨® cuando estuvimos por ¨²ltima vez con ellos, hace una semana, en su casa de T¨ªas, Lanzarote- escuchaba solo m¨²sica; pero estos d¨ªas Saramago escuchaba en silencio y entre risas los programas de humor de la televisi¨®n.
Su car¨¢cter luso y quijotesco le aup¨® a la grupa de todas las causas civiles
Su mujer ley¨® ante el f¨¦retro unas l¨ªneas de 'El Evangelio seg¨²n Jesucristo'
Ten¨ªa el semblante sereno, como si viniera de una larga lucha; pero ya los m¨¦dicos hab¨ªan abandonado la esperanza de lo que ¨¦l mismo llam¨® su resurrecci¨®n, ocurrida a finales de 2007, cuando la Fundaci¨®n C¨¦sar Manrique organiz¨® una exposici¨®n magna sobre su vida y sobre sus sue?os. La construcci¨®n de los sue?os.
Gravemente enfermo, Saramago parec¨ªa despedirse ya de la vida. Pero en la primavera siguiente volvi¨® Jos¨¦ a retomar unos br¨ªos que no ven¨ªan solo de la sangre renovada, sino de la dedicaci¨®n eficaz de sus m¨¦dicos y, sin duda, ¨¦l lo dijo en este peri¨®dico, de la fuerza incre¨ªble de Pilar del R¨ªo. La fuerza con la que regres¨® a la vida le dio a¨²n para dos libros m¨¢s, El viaje del elefante y Ca¨ªn, una especie de cuento largo que convirti¨® en leyenda y un di¨¢logo raro sobre el extra?o caso del hombre malo al que ¨¦l quiso convertir en el bueno de la historia. En cierto modo, hasta en esa obra de la resurrecci¨®n Saramago fue como era: parad¨®jico, melanc¨®lico y sobrio, como un Quijote de Portugal que no se asombraba de nada porque ya vino del asombro.
Lanzarote le dio mucha felicidad, desde que Pilar lo llev¨® all¨ª por vez primera, en 1993, un a?o despu¨¦s de que muriera all¨ª un h¨¦roe cuya estela ¨¦l contribuy¨® a prolongar, C¨¦sar Manrique, otro Quijote, en este caso insular, que hab¨ªa abrazado causas que fueron siempre familiares para Saramago: el respeto a los hombres y a la tierra, la lucha contra la injusticia de los hombres contra los hombres. De manera intermitente, vivi¨® en Lanzarote (donde se cur¨® de un desenga?o, el que le produjo su pa¨ªs cuando le impidi¨® concursar a un premio internacional con su El evangelio seg¨²n Jesucristo) y sigui¨® viviendo en Lisboa, en cuya casa que am¨® tanto guardaba lo m¨¢s central de su coraz¨®n: el amor a los otros, y el amor a sus antepasados. Su abuelo, analfabeto, le ense?¨® a amar a los hombres y a la tierra, y a ¨¦l dedic¨®, en un discurso memorable, el Premio Nobel que su literatura mereci¨® en 1998.
Y en Lisboa -adonde llegar¨¢n hoy sus restos en un avi¨®n C-130 de la Fuerza A¨¦rea portuguesa- ser¨¢ incinerado ma?ana Jos¨¦ Saramago, cuyo car¨¢cter portugu¨¦s y quijotesco le aup¨® a la grupa de todas las causas civiles de su tiempo; comunista convencido, periodista contra la dictadura y a favor del cambio de los claveles en Portugal, fue en todos los pa¨ªses que visit¨® (desde M¨¦xico a Brasil, desde Espa?a a Israel o Palestina) un firme defensor de los derechos humanos, contra las guerras (la de Irak, en los ¨²ltimos a?os), contra el avasallamiento (de Israel sobre Palestina), a favor de personas (como Baltasar Garz¨®n) acosadas por defender lo que ¨¦l defendi¨®, la memoria civil de los perdedores.
Todo se lo tom¨® con esa filosof¨ªa espartana con la que se le ve¨ªa en los actos, en las presentaciones y en los m¨²ltiples aeropuertos que frecuent¨®,como si el honor o la gloria fueran pelusa en la chaqueta. Supo que hab¨ªa ganado el Nobel por una azafata de Francfort, cuando ya dejaba la Feria del Libro. Entonces se sinti¨® solo, "a mi alrededor no hab¨ªa nada, nadie, nada, nadie, nada", y empez¨® a caminar sin rumbo, hasta que se encontr¨® con su editora, Isabel de Polanco, a quien le dio la noticia. Ese abrazo de los dos, distintivo de la relaci¨®n que mantuvieron, adquiere ahora el aroma triste de la melancol¨ªa, porque los dos protagonistas de esa hermosa escena est¨¢n muertos.
Hace una semana, Pilar del R¨ªo nos dijo a Francisco Cuadrado, su editor en Santillana, y a este corresponsal, que su marido se hab¨ªa levantado una de esas ma?anas con ganas, otra vez, de escribir, de retomar el hilo de una de sus historias, en las que estaba enfrascado cuando la gravedad de su estado hizo que perdiera la voz pero no la risa. Pilar le aconsej¨® que esperara, y ella misma esperaba que el milagro de dos a?os antes amaneciera otra vez en el escenario discreto de la vida de Saramago, que volviera otra vez el autor de Las intermitencias de la muerte a ocupar el sitio preferido de la casa, la biblioteca de la Fundaci¨®n. Pero ya solo le animaban las bromas de Pilar, la persistencia de ella en continuar los h¨¢bitos cotidianos, el pan con aceite, las verduras, el bacalao portugu¨¦s, la vida viva que Saramago siempre quiso. La misma Pilar que ley¨® ayer, ante el f¨¦retro del escritor, un fragmento de su libro El evangelio seg¨²n Jesucristo.
Ya hab¨ªa poco que decir, tras tanto sue?o y tanta escritura. Le fuimos a ver donde esperaba las im¨¢genes de la tele y el sue?o que ya se interrump¨ªa poco. Le dijimos hasta ma?ana, y ¨¦l dijo, acarici¨¢ndonos con sus manos ya transparentes:
-At¨¦ a amanh¨¢.
Babelia
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