Cuando la atm¨®sfera tiembla
Jos¨¦ Saramago se vio con la muerte en la Navidad de 2007. Casi un a?o despu¨¦s, en Lisboa, me contaba ese encuentro con mucha serenidad, incluso con una cierta compasi¨®n por aquel personaje que hab¨ªa venido para llev¨¢rselo: "Que no me hablen de la muerte porque ya la conozco. De alguna forma ya la conozco". Y me explic¨® que la muerte se alimenta de palabras, les devora el tu¨¦tano, y el rastro que deja es un silencio mudo. La parte de su cuerpo que resisti¨® fue el lenguaje, que lo manten¨ªa vivo, en vilo, con una excitaci¨®n germinal: "Me o¨ªa a m¨ª mismo, y el humor con el que yo me comunicaba me sorprend¨ªa, me emocionaba".
As¨ª que el lenguaje, la boca ir¨®nica de la literatura, lo levant¨® del suelo. Y ese plus, ese tiempo "de m¨¢s", fue una conquista del humor de las palabras y un regalo para Jos¨¦, para quienes m¨¢s le quer¨ªan, y para nosotros. Algo hab¨ªa de par¨¢bola en lo sucedido. Samuel Beckett habl¨® de "la muerte de las palabras". Las palabras que ya no quieren decir. La obra de Saramago tiene desde el inicio la condici¨®n de rescate. ?l viaj¨® al n¨²cleo del silencio y se encontr¨® con las "voces bajas" de la historia que todav¨ªa ten¨ªan mucho por decir. Como dir¨ªa Vladimir, en Esperando a Godot: "Estar muertas no es bastante para ellas".
Me explic¨® que la muerte se alimenta de palabras, les devora el tu¨¦tano
No fue un escritor precoz. Tal vez porque dedic¨® tiempo a escuchar
Poco antes de aquel episodio hospitalario, hab¨ªa coincidido con Saramago en la inauguraci¨®n del Parque de la Memoria en Buenos Aires, a orillas del r¨ªo de la Plata. Al recordarle, es all¨ª donde lo veo. Su imagen m¨¢s punzante. Amenazaba tormenta, con esa conciencia que a veces tiene la naturaleza de los dramas humanos. ?l describi¨® muchas veces esa implicaci¨®n an¨ªmica del paisaje. As¨ª, en el relato Desquite: "En la distancia la atm¨®sfera temblaba".
En aquel memorial, cada nombre est¨¢ escrito en el lomo de un libro de piedra. Saramago le¨ªa con el tacto de los ojos, como en braille, los nombres de los desaparecidos, muchos de ellos arrojados desde aviones militares al r¨ªo. All¨ª estaba el hombre que hab¨ªa escrito Todos los nombres. Y aquella mirada noble expresaba la derrota de la humanidad. Dec¨ªa como en el verso de Novoneyra: "Todo lo que le ha pasado al ser humano me ha pasado a m¨ª".
En todo caso, ¨¦l estaba all¨ª, donde la atm¨®sfera temblaba.
Los buenos sentimientos no garantizan una buena literatura. Eso era algo que Saramago ten¨ªa claro. Pero tal vez ayudan en la ortograf¨ªa. Fue uno de los pocos triunfos que ¨¦l experiment¨® de ni?o. Lo cuenta con alegr¨ªa en Las peque?as memorias. El que una maestra ensalzara su buena letra, ese primer trato con la palabra escrita. Como es sabido, no fue un autor precoz. Tal vez porque dedic¨® mucho tiempo a escuchar. Conoc¨ªa sonidos que ya pocos distinguen. Hasta que tuvo "habitaci¨®n propia", vivi¨® en espacios muy peque?os, hacinados, donde no cab¨ªan los fantasmas, ni siquiera los navide?os. Pero ¨¦l o¨ªa por la noche a la costurera trabajar incansable detr¨¢s de las paredes. La costurera que se hab¨ªa quedado prisionera con su m¨¢quina por coser los domingos. Aquella m¨¢quina era la termita. Pero Jos¨¦ aprendi¨® a escuchar con la imaginaci¨®n. La m¨¢quina de coser y la termita eran tan reales la una como la otra. Las palabras eran hilos que se ovillaban en la memoria. Un d¨ªa tir¨® de un hilo suelto, lo liber¨® poco a poco, con la blandura caliente del lodo vivo, y descubri¨® que su cuerpo era un r¨ªo: "Nadan peces en mi sangre y oscilan entre dos aguas / como las llamadas imprecisas de la memoria".
"Las palabras sue?an que las nombramos", dice Carlos Oroza en un poema. Hab¨ªa muchos hilos sueltos, muchas palabras, muchas memorias proscritas esperando por Jos¨¦ Saramago. No es casual que su primera gran obra se titulase Levantado do ch?o (Alzado del suelo). Todo el saber acumulado, la esmerada ortograf¨ªa, el don de ver m¨¢s de las paredes, la escucha de la imaginaci¨®n, la memoria amasada con fermento, aquella melancol¨ªa que era sin¨®nimo de libertad y deseo, la diligencia period¨ªstica, todo se concit¨® para levantar las voces del suelo, para sostener en vilo el lenguaje. Y entonces el escritor, ni viejo ni joven, se apresur¨® a escribir como si oyese el mandato del surrealista Ren¨¦ Char en Com¨²n presencia: "Apres¨²rate a transmitir lo que te corresponde de maravilla, de rebeli¨®n, de generosidad".
Maravilla, rebeli¨®n, generosidad. Esas tres palabras ganan juntas y accionan toda la energ¨ªa del efecto Saramago. Es algo que se percibe nada m¨¢s abrir Memorial del convento. ?Qu¨¦ ocurre? La atm¨®sfera tiembla. Es ese tipo de obra que sabemos extraordinaria, pero que no sabemos c¨®mo se ha escrito. El poema de Ren¨¦ Char vuelve a pensar en Jos¨¦ Saramago: "Has sido creado para momentos poco comunes". El Memorial, una novela sin concesiones, lo hizo popular. En cada obra que sigui¨®, apostaba siempre la cabeza. En el pr¨®logo que escribi¨® para las memorias de Marcos Ana (Decidme c¨®mo es un ¨¢rbol), el luchador espa?ol encarcelado desde 1939 hasta 1961, Jos¨¦ Saramago habla de la necesidad de derrotar el cinismo, la indiferencia y la cobard¨ªa. Como persona, Saramago no fue ni c¨ªnico, ni indiferente ni cobarde. Hay una cita de La sagrada familia que le gustaba en especial, y que le permit¨ªa saborear en p¨²blico el nombre fastidioso de Karl Marx: "Si el hombre es formado por las circunstancias, entonces es necesario formar las circunstancias humanamente". Pero adem¨¢s, para el escritor, el no ser cobarde, el no serlo mientras escribe, es una exigencia. Y Jos¨¦ Saramago fue un escritor muy valiente. Algunas de sus novelas, que arrancan de alegor¨ªas, parec¨ªan empe?os imposibles. Pero al final siempre consigue que hable la boca de la literatura, de la humanidad.
En el mismo libro donde aparece ese trazo fulgurante de la atm¨®sfera que tiembla, Casi un objeto, hay otro relato situado en el contexto de una dictadura donde se rebelan los utensilios, las m¨¢quinas, las puertas, los buzones, los ascensores. Hay un paro de relojes. Una humor¨ªstica disidencia que relata la suspensi¨®n de las conciencias. Y en otro cuento, Centauro, vivimos angustiados la ¨²ltima carrera del hombre-caballo, la cr¨®nica hom¨¦rica de la interminable guerra entre deseo y muerte. En el Desquite, donde tiembla la atm¨®sfera, un joven aldeano se desnuda y atraviesa un r¨ªo para vivir su primer encuentro amoroso, despu¨¦s de asistir espantado a la castraci¨®n de un cerdo. La imaginaci¨®n no se desentiende de lo que llamamos realidad, pero la hace fermentar. Saramago consigue que la realidad se sorprenda de s¨ª misma.
Hay momentos en su obra en que marchan juntos vivos y muertos. En la historia, hay empe?os comunes. Como en Rulfo, tienen mucho que contarse. De repente, Saramago se olvida del lector y se dirige a una de las personas que m¨¢s quiso, a su abuela Josefa, la mujer de Jer¨®nimo: "T¨² estabas, abuela, sentada en la puerta de tu casa, abierta ante la noche estrellada e inmensa, ante el cielo del que nada sab¨ªas y por donde nunca viajar¨ªas, ante el silencio de los campos y de los ¨¢rboles encantados, y dijiste, con la serenidad de tus noventa a?os y el fuego de una adolescencia nunca perdida: 'El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir'. As¨ª mismo. Yo estaba all¨ª".
S¨ª. ?l estaba all¨ª, donde ten¨ªa que estar, cuando la atm¨®sfera temblaba.
Babelia
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