Segundo Advenimiento
La poes¨ªa de W. B. Yeats (1865-1939) -editor de W. Blake, premio Nobel en 1923 y gran referencia de la poes¨ªa en ingl¨¦s de su tiempo, junto con T. S. Eliot- presenta dos caras diametralmente opuestas (y en eso recuerda mucho a J. R. Jim¨¦nez): la de su primera ¨¦poca, desde 1899 hasta 1914, y la de su segunda ¨¦poca, de 1914 a 1939, a?o de su muerte. Para la mayor¨ªa, Yeats es un poeta importante gracias a esta segunda ¨¦poca, en la que su poes¨ªa pierde en musicalidad y suavidad so?adora y gana en densidad, complejidad, intensidad y dureza. Para la traducci¨®n es m¨¢s agradecida -con diferencia- su primera poes¨ªa porque la suavidad so?adora se incorpora con m¨¢s facilidad a nuestra lengua. La segunda es mucho m¨¢s compleja y dif¨ªcil de traducir porque los esfuerzos conceptuales que hay en ella y el austero lirismo que los suaviza se secan en cuanto les falta el apoyo de la m¨¦trica y la rima, siempre constantes (Yeats nunca quiso saber nada del verso libre: le parec¨ªa una concesi¨®n a la facilidad y una traici¨®n a la tradici¨®n). De ah¨ª la sensaci¨®n que tiene este lector con frecuencia de aridez y falta de atractivo, como si la pura y dura prosa versificada nos acompa?ara. Los esfuerzos del traductor en este sentido han sido por completo loables, pero los resultados no siempre han acompa?ado. Momentos de plenitud y momentos de grisura, decisiones mejorables y dianas absolutas, palabras o expresiones inaceptables para m¨ª (mag¨ªn, gacha, por cima de), injustificadas si nos atenemos al original, o traducciones sencillamente mejorables, quiz¨¢s si el criterio se hubiera inclinado hacia la pura y dura literalidad, guiada por holgura de nuestra lengua, ya no sometida al cors¨¦ m¨¦trico ni a la atadura de la rima, o hacia la traici¨®n, si el resultado hubiera mejorado la literalidad, sin atentar por ello contra el sentido ¨²ltimo, salvaguardado y respetado. Ahora bien, es f¨¢cil decir esto, pero lo dif¨ªcil es afrontar el reto de nuestro traductor, y los resultados, aunque discutibles a veces, y mejorables otras, deben ser respetados y valorados como extremadamente honrados y laboriosos. Esta traducci¨®n es, en general, solvente, a menudo brillante, y otras m¨¢s ¨¢rida y seca. Pero ?qui¨¦n la hubiera mejorado dr¨¢sticamente?
Poes¨ªa reunida
W. B. Yeats
Traducci¨®n de Antonio Rivero Taravillo
Edici¨®n biling¨¹e
Pre-Textos. Valencia, 2010
824 p¨¢ginas. 42 euros
La escalera de caracol y otros poemas
W. B. Yeats
Traducci¨®n de Antonio Linares Familiar
Linteo. Ourense, 2010
206 p¨¢ginas. 15 euros
En cuanto a la edici¨®n en s¨ª, es la primera vez que se traduce ¨ªntegramente al espa?ol la poes¨ªa de Yeats. El criterio seguido por los editores se adapta al de las ediciones m¨¢s reconocidas en estos dos aspectos controvertidos: colocar Las errancias de Oisin al comienzo del volumen, en vez de en un ap¨¦ndice al final (como sol¨ªa hacerse antes de la edici¨®n de A. N. Jeffares (Londres, 1989) y a¨²n lo siguen haciendo otros, como R. J. Finneran (Nueva York, 1989), y dividir los ¨²ltimos poemas en dos vol¨²menes distintos, como, al parecer, era la voluntad del propio Yeats: Nuevas poes¨ªas y ?ltimas poes¨ªas (durante mucho tiempo, sin embargo, esta parte ¨²ltima de la poes¨ªa de Yeats se editaba como Last Poems, sin m¨¢s). A eso hay que a?adir la elegancia del volumen, de una exquisitez en cierto modo incompatible con los tiempos que corren y, por eso mismo, a¨²n m¨¢s valiosa.
Digamos ahora unas palabras sobre la poes¨ªa en s¨ª de Yeats. Sus primeros libros, desde Las errancias de Oisin (1889) hasta El Yelmo verde y otros poemas (1910), pasando por Encrucijadas (1889), La rosa (1893), El viento entre los juncos (1899) y En los siete bosques (1904), muestran a un poeta completamente sumergido en las corrientes literarias inglesas de su tiempo, marcadas por la influencia del prerrafaelismo -William Morris sobre todo-, y del simbolismo importado de Francia por su amigo Arthur Symons. Todo este mundo de evocaciones, enso?aciones y vagabundajes quim¨¦ricos dej¨® casi de existir a partir de su libro Responsabilidades (1914), en el que, bajo la influencia de quien fue su secretario por una temporada (1913-1916), Ezra Pound, depur¨® su lengua, la desnud¨® y la tens¨® sobremanera, con el fin de que pareciera intensa y verdadera adem¨¢s de m¨¢s impersonal (m¨¢scaras donde ocultarse). Es la ¨¦poca de libros como Los cisnes salvajes de Coole (1919), Michael Robartes y la bailarina (1921), La torre (1928), La escalera de caracol y otros poemas (1933), Nuevas poes¨ªas (1938) y ?ltimas poes¨ªas (1939). En ellos la memoria despleg¨® toda su fuerza en sensacionales poemas elegiacos como En memoria de Eva Gore-Booth y Con Markiewicz, En memoria del comandante Robert Gregory o el magistral Regreso al museo municipal, uno de los mejores poemas sobre la amistad que he le¨ªdo en mi vida, si no el mejor: "Si quer¨¦is juzgarme, no juzgu¨¦is solamente / este libro o aquel, venid a este lugar sagrado /donde cuelgan los retratos de mis amigos, y contempladlos".
Para Yeats la poes¨ªa denuncia y, al mismo tiempo, formula aspiraciones insaciables e ideales, como ese anhelo de la Unidad del Ser en medio de los fragores de un apocalipsis que parece estar a punto de llegar, tal como revela su escalofriante poema El segundo advenimiento: "Todo se desmorona; el centro cede; / la anarqu¨ªa se abate sobre el mundo, / se desata la marea ensangrentada, y por doquier / se anega el ritual de la inocencia...". Pero, adem¨¢s, la poes¨ªa plantea al poeta en el plano individual una dif¨ªcil y casi dram¨¢tica cuesti¨®n: o escoger la vida (una mansi¨®n celestial) o la obra, como declara su poema La elecci¨®n. Escogida la obra, al final sobreviene la corrosiva sensaci¨®n de descontento con su propia poes¨ªa, proclamada poco antes de morir: "Convoco a aquellos que me llaman hijo... / para que juzguen lo que he hecho... / Yo no puedo pero no estoy satisfecho".
Todo ello entretejido por la presencia obsesiva de esa vejez torturante que se adue?a como un espectro andrajoso de la vida del poeta y que deambula in¨²tilmente por los escenarios de una sexualidad intimidante y cruel, en esos c¨¦lebres poemas -Bizancio, Rumbo a Bizancio- en los que el placer acosa literalmente al viejo impotente que acaba refugi¨¢ndose en una s¨²plica: "Consumid mi coraz¨®n; enfermo / de deseo, y atado a un animal que muere, / desconoce lo que es; y haced que me una / al artificio de la eternidad".
M¨¢s all¨¢ de la vida y la muerte
Por Andr¨¦s Trapiello
Hay una raza de hombres que sienten, piensan y obran a lo grande. Se dir¨ªa que el mundo de los mortales les viene peque?o. El poeta William Butler Yeats fue uno de ellos. Cierto que las circunstancias favorecieron sus prop¨®sitos: all¨¢ donde puso su pie era tierra virgen, lo mismo se tratara de la patria o de la lengua. Asisti¨® al nacimiento de Irlanda como pa¨ªs independiente, y proporcion¨® a la lengua inglesa la formidable amplitud que trajo el simbolismo a la poes¨ªa. Y si su obra fascina, fascina tanto o m¨¢s su vida. Y no lo decimos por todos los dones que ¨¦sta llev¨® a su puerta, el conocer a Verlaine o a Miss Gregory, su senadur¨ªa o su Premio Nobel (que le disput¨® a otro gran poeta, Thomas Hardy), sino por haberle hecho comprender desde muy joven que "se puede refutar a Hegel pero no al Santo ni a la Canci¨®n de los Seis Peniques". Tal vez su fe en todos los "m¨¢s allases" la encontr¨¢ramos hoy un tanto ingenua, como su pretensi¨®n de convocar el fantasma de una flor a partir de sus cenizas, pero en ella reside esta verdad: la muerte debiera ser solo una forma diferente de llamar a la vida. Y de la misma manera que todo en esta est¨¢ lleno de s¨ªmbolos que nos hablan de otras cosas (digamos que el s¨ªmbolo es solo un atajo entre dos verdades, una de las cuales es siempre indemostrable), Yeats se propuso no dejar fuera de sus poemas ni de su teatro ni de sus ensayos ni de su Autobiograf¨ªa (fue un trabajador infatigable) nada de lo que vivi¨®: personas reales con su nombre propio, lugares reales con su toponimia exacta, experiencias reales e hist¨®ricas tienen un lugar en sus versos, y de la misma manera que sucede en una sesi¨®n de espiritismo en la que los presentes "contactan" con el esp¨ªritu convocado, sucede en su poes¨ªa con la poderosa sugesti¨®n de sus cadencias y de sus rimas, con la fatalidad con la que en espa?ol la palabra yedra se agarra fieramente a la palabra piedra.
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