La insobornable verdad
La Transici¨®n no es un pacto del olvido sino un pacto hecho desde el recuerdo de las dos Espa?as. El 14 de abril no precis¨® otra fecha del pasado para asentar su legitimidad. Tampoco lo precisa la democracia de 1977
La verdad resulta, a veces, pu?etera, pero es siempre insobornable, y reaparece, una y otra vez, entre el oleaje levantado por los mitos, las leyendas y las f¨¢bulas. Con esta convicci¨®n me animo a terciar en la pol¨¦mica que ha suscitado el l¨²cido art¨ªculo de Joaqu¨ªn Leguina, y al que, entre otros, ha respondido ese excelente escritor que es Javier Cercas, reiterando una tesis que defiende desde hace tiempo. No voy a referirme al indiscutible derecho que tenemos todos a enterrar a nuestros muertos, ni al deber, que ha de terminar de cumplirse ¨ªntegramente, de honrar y reparar jur¨ªdicamente a los perseguidos injustamente por la dictadura, ni a la mal llamada Ley de Memoria Hist¨®rica, que tantos atacan y defienden sin haber le¨ªdo.
Se cumpli¨® por fin el testamento de Aza?a, pues se hizo la paz, hubo piedad y se perdon¨®
Pero los j¨®venes prefieren identificarse como "nietos de la guerra" que como "hijos de la Transici¨®n"
La raz¨®n por la que el debate abierto sobre nuestro reciente pasado suscita tanta pasi¨®n radica en lo que el propio Cercas define como "lo peligroso de este asunto". Con sus palabras, "no estamos hablando del pasado sino de la relaci¨®n del presente con el pasado, es decir, del fundamento hist¨®rico de nuestro sistema democr¨¢tico".
Partiendo de una idealizaci¨®n rom¨¢ntica de lo que fue la Segunda Rep¨²blica, se pretende deslegitimar la Transici¨®n y articular un relato para enlazar el fundamento de nuestro actual sistema pol¨ªtico con la Rep¨²blica asaltada por la sublevaci¨®n militar de 1936. La conclusi¨®n del argumento se apunta indisimuladamente: se le debe exigir a la derecha (y tambi¨¦n parece ahora que a una parte de la izquierda) que lo acepte, y si, como resulta probable, no lo hace, que quede confinada, identificada con el franquismo, "en el ominoso rinc¨®n que le corresponde" (Cercas). No es dif¨ªcil imaginar las consecuencias que tendr¨ªa este arrinconamiento para nuestra convivencia pol¨ªtica.
Sorprende ver qui¨¦nes son los que preconizan este planteamiento. No son los ¨²ltimos supervivientes de la generaci¨®n que padeci¨® la tragedia de 1936, porque, como escribi¨® Javier Pradera, fue "la generaci¨®n m¨¢s comprometida con la pol¨ªtica de reconciliaci¨®n nacional impulsora de la Transici¨®n a la democracia". Tampoco la generaci¨®n de los hijos de quienes participaron en la guerra, a la que pertenecemos quienes desde nuestra comprometida oposici¨®n a la dictadura logramos en la Transici¨®n que por fin venciera la democracia, ciertamente con el concurso indispensable de otros que ten¨ªan un origen pol¨ªtico distinto. Los que pretenden asentar el fundamento de nuestro sistema democr¨¢tico en 1936 pertenecen, en general, a la generaci¨®n de nuestros hijos, que significativamente prefieren identificarse como "nietos de la guerra" que como "hijos de la Transici¨®n". No se pudieron oponer a la dictadura por razones de edad, y en alg¨²n caso parece como si quisieran ahora lancear al r¨¦gimen muerto para adquirir unos m¨¦ritos que nadie puede pedirles. Quienes crean en una historia generacional, podr¨ªan sostener que este impulso de b¨²squeda de la legitimidad de 1936 terminar¨¢ con la siguiente generaci¨®n, y que ser¨¢n, por tanto, los "nietos de la Transici¨®n" quienes reivindiquen la plena legitimidad hist¨®rica de 1978; mientras, solo cabr¨ªa esperar que los "hijos de la Transici¨®n" no acaben freudianamente con la obra de sus padres para lograr su propia justificaci¨®n generacional. Aunque pueda haber algo de cierto en esto, es evidente que la realidad no puede interpretarse en una clave tan simple. De ah¨ª que convenga defender no solo lo que se hizo en 1978 sino, sobre todo, lo que tenemos, porque sabemos lo que ha costado, cu¨¢l es la realidad hist¨®rica que subyace en ese id¨ªlico pasado republicano y, lo que es m¨¢s trascendente, lo que nos esperar¨ªa de prosperar la tesis deslegitimadora de la Transici¨®n.
Aza?a, que tiene una indiscutible autoridad para juzgar la Espa?a de 1936, escribi¨®: "?C¨®mo se odiaban antes de la guerra los dos bandos espa?oles, c¨®mo estar¨¢n los ¨¢nimos despu¨¦s de los horrores padecidos! Mientras vivan las actuales generaciones no podr¨¢n restaurarse las condiciones m¨ªnimas de convivencia social pac¨ªfica. El odio ha engendrado la venganza, que ha suscitado nuevos odios, y as¨ª hasta el exterminio. Todo el pueblo espa?ol est¨¢ enfermo, y sus curadores actuales no saben otra receta que fusilarlo". Nuestra generaci¨®n sinti¨® desde su nacimiento, como tan certeramente apunt¨® Machado, que aquellas dos Espa?as helaban nuestros corazones, y se propuso lograr una Espa?a distinta en la que todos pudi¨¦ramos convivir en paz y libertad. De ah¨ª la Transici¨®n, que no es, como se pretende, un pacto del olvido, sino un pacto hecho desde el recuerdo de aquella realidad. El 14 de abril, que naci¨® tan esperanzadoramente, no precis¨® otra fecha del pasado para asentar su legitimidad. Tampoco lo precisa la democracia surgida de las Cortes Constituyentes de 1977, en un acto de pleno ejercicio de la soberan¨ªa popular.
Mu?oz Molina hizo una reflexi¨®n complementaria de lo anterior: "Ni una sola de las libertades que afirmaba la Constituci¨®n de 1931 est¨¢ ausente de la de 1978, del mismo modo que las valerosas iniciativas de justicia social, educaci¨®n e igualdad de aquel r¨¦gimen, por la enorme diferencia de los tiempos hist¨®ricos, no pueden compararse con los progresos del Estado de bienestar que disfrutamos ahora", y a?ad¨ªa: "Defender la instrucci¨®n p¨²blica y no la ignorancia, el respeto a la ley..., el acuerdo c¨ªvico y el pluralismo democr¨¢tico por encima de los lazos de la sangre o la tribu..., estos son mis ideales republicanos: espero que se me permita no incluir entre ellos la insensata voluntad de expulsar al adversario de la comunidad democr¨¢tica. Ni el viejo y renovado h¨¢bito de repetir consignas en vez de manejar razones. La lealtad sentimental no deber¨ªa cegarnos, precisamente porque entre los valores republicanos m¨¢s altos est¨¢ la primac¨ªa de la racionalidad sobre el delirio rom¨¢ntico".
Cuando Javier Cercas se refiere al asalto que en 1936 sufri¨® la legalidad republicana, no cita que tambi¨¦n en 1934 la legalidad republicana fue quebrantada, aunque ciertamente las consecuencias fueran incomparables. Como fue quebrantada la convivencia republicana cuando algunos polic¨ªas descontrolados asesinaron al l¨ªder de la oposici¨®n mon¨¢rquica sin que el Gobierno lo condenara, y cuando ese mismo Gobierno renunci¨® al monopolio de la violencia leg¨ªtima, que corresponde al Estado de derecho, al distribuir las armas con las que se asesinaron a decenas de miles de ciudadanos. Al recordar estos hechos, que no se nos argumente con los horrores del franquismo a quienes siempre lo hemos condenado y combatido, pues la cuesti¨®n es otra: no se trata de dilucidar si unos fueron peores que otros, que lo fueron, sino si las ra¨ªces de nuestro sistema democr¨¢tico se encuentran en la Espa?a de 1936, en la que el odio conduc¨ªa al exterminio, o en la Espa?a de la Transici¨®n, que lleva m¨¢s de 30 a?os conviviendo en paz y libertad. Y esta insobornable verdad, que bien percibe la inmensa mayor¨ªa de los espa?oles, deber¨ªa llevarnos a responder, definitivamente, con firmeza, que la legitimidad de nuestra democracia se arraiga y se fundamenta hist¨®ricamente en las Cortes Constituyentes que aprobaron la Constituci¨®n de 1978.
Cabe preguntarse, adem¨¢s, ante un presente tan adverso y encrespado, tan necesitado de nuevos consensos para afrontar la magnitud de algunos de los problemas que tenemos planteados en Espa?a, qu¨¦ sentido tiene este viaje pol¨ªtico a un pasado que a¨²n divide emocionalmente a los espa?oles. Hace falta m¨¢s sabidur¨ªa y coraje pol¨ªticos para negociar y pactar que para intentar aniquilar, aunque solo sea pol¨ªticamente, al adversario. Esa fue la clave de la grandeza, tan excepcional en nuestra historia contempor¨¢nea, de la Transici¨®n, de aquel momento fundacional de nuestro actual sistema democr¨¢tico. Entonces, desde la superioridad moral de la libertad, se cumpli¨® por fin el testamento de Aza?a, pues se hizo la paz, hubo piedad y se perdon¨®.
Gregorio Mara?¨®n y Bertr¨¢n de Lis es acad¨¦mico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
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