Los usuarios estallan el segundo d¨ªa de paro total
Las empresas se resienten por la demora de sus empleados
Madrid amaneci¨® ayer antes de lo habitual. Tras la ca¨®tica experiencia de una jornada sin metro, miles de personas adelantaron sus despertadores para sortear el colapso. No funcion¨®. Ante la continuidad de la huelga del metro sin servicios m¨ªnimos miles de madrile?os sacaron sus coches y embotellaron las v¨ªas de la ciudad, alargando la hora punta desde las seis hasta casi las once de la ma?ana, los autobuses siguieron sin dar abasto y el desconcierto ciudadano del martes se tradujo en incomprensi¨®n y enfado ante el paro y la falta de servicios m¨ªnimos.
"?Ya est¨¢ bien. Esta huelga es injusta e insolidaria!", gru?¨ªa una se?ora en una inmensa cola formada ante la parada del 21 en la calle de Alberto Aguilera. Su enfado era compartido por otros muchos. Los autobuses, que el martes hab¨ªan transportado m¨¢s de dos millones de viajeros, arrastraban m¨¢s de media hora de retraso y, en el mejor de los casos, invitaban a apelotonarse en su interior sin ninguna garant¨ªa de llegar a tiempo a su destino.Adelantar las alarmas y la experiencia del d¨ªa anterior no bast¨® para que los madrile?os llegasen puntuales al trabajo. Ayer, bancos, oficinas y tiendas sufrieron la huelga con sus trabajadores desperdigados por la ciudad.
"Es la primera vez que llego tarde en 10 a?os", contaba Merche Madrid mientras colocaba el g¨¦nero en la perfumer¨ªa donde trabaja. "Y el jefe me ha dicho que tengo que recuperar la hora que he perdido". Si todos los jefes tuvieran que reprender a sus impuntuales empleados no tendr¨ªan por d¨®nde empezar.
Francisco, un obrero boliviano de 24 a?os, contaba que hab¨ªa llegado dos horas tarde a la obra. Su compatriota Eric, trabajador industrial, fue previsor, pero tambi¨¦n se retras¨® 15 minutos. Felipa, peruana, tuvo m¨¢s problemas y se demor¨® una hora.
Y ante la impotencia, el enfado. "?Estoy indignada!", clamaba Silvia H. en una fila interminable que esperaba el autob¨²s. "Es una verg¨¹enza que no haya servicios m¨ªnimos. ?Qu¨¦ les bajan el sueldo? A m¨ª tambi¨¦n y aqu¨ª estoy intentando llegar a trabajar", continuaba Mar¨ªa Teresa Hern¨¢ndez con unos zapatos planos en el bolso para patearse la ciudad.
El colapso de los autobuses, que el martes transportaron m¨¢s de dos millones de viajeros, se prolong¨® durante casi toda la jornada.
En un autob¨²s de la l¨ªnea Circular, una de las m¨¢s saturadas, se form¨® un corrillo en los asientos reservados para ancianos. Los ocupantes cambiaban, pero la conversaci¨®n era la misma: la huelga y la indignaci¨®n de los usuarios. "Habr¨ªa que hacer como en el 76", gru?¨ªa una anciana, "y sacar al Ej¨¦rcito a hacer los servicios m¨ªnimos". De pronto salta la noticia: han llegado a un acuerdo y el jueves habr¨¢ metro. La alegr¨ªa dura poco. Cada vez hay m¨¢s gente y el ambiente se vuelve irrespirable. Comienzan los empujones. Un hombre que no ha podido salir golpea con su bast¨®n la salida y grita "?Puerta, puerta!". Se abre la doble hoja y algunos de los que esperan aprovechan para entrar por la trasera arrasando con los pasajeros y con un cochecito de beb¨¦.
Aunque las hubo, se echaron en falta, adem¨¢s de bicicletas, peque?as muestras de civismo. Mientras se multiplicaban las colas ante las marquesinas con decenas de viajeros desesperados, cientos de veh¨ªculos particulares en los que solo viajaba el conductor pasaban sin inmutarse. Las excepciones quedaron para el anecdotario: "una chica en Goya se ha ofrecido esta ma?ana a llevar a quien quisiera a Arg¨¹elles. Ha llenado el coche", contaba el conductor de un autob¨²s.
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