Cuando las mujeres 'okupan' el museo
La antigua Cartuja de Sevilla aloja hoy exclusivamente obras de mujeres. Es estimulante. No s¨®lo porque altera la ¨ªndole patriarcal del antiguo monasterio, sino porque fortalece la nueva identidad del lugar como centro de arte contempor¨¢neo, un arte que debe mucho a mujeres artistas. No parece casual que en los a?os sesenta del pasado siglo, cuando se producen transformaciones de alcance en la idea y la pr¨¢ctica del arte, se den tambi¨¦n en ambas dimensiones intervenciones de la mujer tan decisivas que el estereotipo de musa, caro a¨²n a los surrealistas, queda significativamente abolido.
La primera muestra que encuentra el espectador es la de Candida H?fer (Colina, 1944). Es casi un presagio. H?fer abre espacios: si sus exactas perspectivas remansan el tiempo, en la serie dedicada a On Kawara, logra que las obras del japon¨¦s pongan un punto de caducidad en los firmes entornos del quehacer cotidiano. Los proyectos sobre los turcos que viven en Alemania consiguen otra vibraci¨®n: espacios p¨²blicos y fr¨ªas viviendas reciben con la figura humana una r¨¢faga de vida individual, sugiriendo, sin ret¨®rica alguna, la tensi¨®n entre lo p¨²blico y lo privado.
El estereotipo de musa, caro a¨²n a los surrealistas, queda significativamente abolido
H?fer llega a alterar los mismos espacios del museo: sus obras excavan suavemente la pared de algunas salas (Schauspielhaus, Hannover) o dilatan la profundidad de los pasillos (Casino Lisboa II). Esta apertura de espacios augura la que se?ala Nosotras, la exposici¨®n que re¨²ne obras de la colecci¨®n s¨®lo debidas a mujeres artistas. No indica que el museo se haya abierto a las mujeres, en realidad son ellas las que lo han ocupado. Son obras adquiridas por su calidad y no por criterio alguno de paridad. Los espacios que abre Nosotras no brotan de la actitud del museo sino de las mismas propuestas de la muestra.
Un caso claro es el de Valie Export. P¨¢nico genital o Touch Cinema son acciones que combaten el fetichismo del var¨®n con eficacia pero tambi¨¦n con humor, en contraste con el patetismo de accionistas como Hermann Nitsch, siempre al filo de la grandilocuencia. Algo parecido cabe decir de las iniciales fotos de Nan Golding: su fascinaci¨®n por las drag queens de Boston se?ala una profundidad a la que aun eran insensibles discursos masculinos de la ¨¦poca.
Otro apartado de inter¨¦s es el relativo al cuerpo, sea en afinidad con la naturaleza (como la Silueta de la cubana Ana Mendieta), en contraste con los r¨ªgidos espacios urbanos (de nuevo Valie Export) o como burlona alternativa a los gestos heroicos de los monumentos p¨²blicos: Ann-Sofi Sid¨¦n los pone en evidencia al querer incorporarse a ellos en actitud de orinar.
El cuerpo est¨¢ adem¨¢s sujeto a las convenciones de una sociedad en la que la mujer tiene que parecer hermosa y agradable. A ello contesta Pilar Albarrac¨ªn con una de sus mejores obras, Lunares: los va formando, rojos sobre el blanco vestido de flamenca, mediante sucesivas autolaceraciones. Nuria Carrasco va en parecida direcci¨®n con Encuentros: tiras de silicona, en realidad mordazas, en las que hay talladas obligadas sonrisas.
El v¨ªdeo Semi¨®tica de la cocina de Martha Rosler, ya un cl¨¢sico, comparte espacio con la iron¨ªa de ?ngeles Agrela, que fabrica fundas de tela para diversos utensilios dom¨¦sticos. Carmela Garc¨ªa y Ana Laura Al¨¢ez indagan desde diversos puntos de vista en la identidad femenina, mientras la joven que duda lanzarse desde el trampol¨ªn, filmada por Johanna Billing, alude m¨¢s en general a los j¨®venes de una generaci¨®n (la suya) que han de optar entre un individualismo, que puede ser posesivo, y un colectivismo enajenador.
Esas son algunas de las obras expuestas en el ala que alberg¨® las celdas de los frailes. Las completan las preguntas de La Esfinge de Dora Garc¨ªa y las fotos a¨¦reas de Zoe Leonard que con sus contrastes de luz alude a los que hay entre ciudad y naturaleza. Pero la muestra sigue, se desliza hasta ocupar la iglesia, capillas y patios. Una recoleta habitaci¨®n enfrenta la exacta geometr¨ªa de Elena Asins a la abstracci¨®n gestual de Ruth Mor¨¢n. Un cuadro de Soledad Sevilla (el cuarto dorado de la Alhambra) se mide con los azulejos renacentistas de la capilla de la Magdalena, las esculturas en fibra vegetal de Pepa Rubio (El jard¨ªn de la novia) animan la de San Bruno y en la de Aanta Ana, al breve espacio abierto por una escultura interior de Cristina Iglesias (Habitaci¨®n vegetal III) se opone un cuadro de Salom¨¦ del Campo, un buen paisaje trabajado exclusivamente en superficie, y el humor de Rebecca Horn (The Drunken Deer). En la antigua iglesia, adquieren finalmente particular relieve las fotos de ritos ancestrales de Cristina Garc¨ªa Rodero.
Pero quiz¨¢ esta fase la determinen sobre todo dos obras: la elegante b¨®veda de la sacrist¨ªa se levanta sobre la celda, met¨¢lica y poligonal, que recoge el Arco de la histeria de la recientemente fallecida Louise Bourgeois: la obra adquiere as¨ª una extra?a condici¨®n de an¨®nimo y solitario ritual. En un recinto del patio del prior, silenciosos bronces de Carmen Laff¨®n: las espuertas de uvas, bajo el artesonado y ante un potente muro modelado por la artista, subrayan con vigor la paradoja entre el fruto que se ofrece y el interior que se cela, imagen de la reservada fertilidad de la tierra que habla adem¨¢s de comportamientos ajenos al calculado pragmatismo, propio del var¨®n.
El proceso que plantea el centro andaluz no termina aqu¨ª. Culmina en el antiguo refectorio de los monjes con una obra de producci¨®n propia, A/O, El caso C¨¦spedes. Helena Cabello y Ana Carceller reflexionan sobre Elena/o C¨¦spedes, la esclava mulata que en el siglo XVI adopt¨® la identidad de var¨®n, fue soldado, ejerci¨® como cirujano (profesiones vetadas a las mujeres) y se cas¨® con una muchacha con la que vivi¨® hasta que lo detiene y procesa la jurisdicci¨®n secular primero y despu¨¦s por la Inquisici¨®n. Se salv¨® de la muerte aunque no de la pena del l¨¢tigo. Despu¨¦s sus huellas se pierden.
El v¨ªdeo, con ecos de la filmograf¨ªa del Blow up de Antonioni, cuenta la historia de ?lex, un fot¨®grafo que busca en los jardines de la propia Cartuja escenarios para filmar aquella historia y que poco a poco se identifica con el personaje. Un cuidado juego de espejos (reflejos en las fuentes e inversiones en los espacios) sugiere que el joven enfrenta an¨¢loga opci¨®n: la identidad sexual no es un dato natural sino un rol socialmente impuesto del que es posible salir.
Entre las obras de H?fer y la propuesta de Cabello/Carceller (sin olvidar las potentes fotos de la exposici¨®n Estudios sociales, de la fot¨®grafa afroamericana Carrie Mae Weems en el mismo centro de arte), Nosotras establece m¨²ltiples itinerarios posibles. Es este un tiempo de restricciones presupuestarias. Esperemos que no se hagan de modo autom¨¢tico sino con criterios claros, de modo que no ahoguen iniciativas como esta que muestran la madurez del Centro Andaluz de Arte Contempor¨¢neo.
Nosotras (obras de la colecci¨®n) hasta el 26 de septiembre. Candida H?fer: Projects: Done. Hasta el 3 de octubre. Cabello/Carceller: A/O, el caso C¨¦spedes. Hasta el 30 de septiembre. Carrie Mae Weems. Estudios sociales. Hasta el 19 de septiembre. Todas estas exposiciones est¨¢n en el Centro Andaluz de Arte Contempor¨¢neo. Am¨¦rico Vespuccio, s/n. Isla de la Cartuja. Sevilla.
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