De derrota en derrota...
Cada vez que Catalu?a ha avanzado en su autogobierno ha sido como fruto del di¨¢logo, la negociaci¨®n y finalmente el pacto. Fue as¨ª en 1914, cuando el Gobierno de Eduardo Dato accedi¨® a la fusi¨®n de las diputaciones, bajo el nombre de Mancomunidad de Catalu?a. As¨ª sucedi¨® en 1931, cuando Francesc Maci¨¤ proclam¨® primero la Rep¨²blica Catalana dentro de la Espa?a federal y negoci¨® luego el Estatuto de Autonom¨ªa de 1932. Volvi¨® a suceder en 1977, cuando el presidente en el exilio Josep Tarradellas acord¨® con Su¨¢rez la restauraci¨®n provisional de la Generalitat. Y sucedi¨® de nuevo en 1979, cuando se aprob¨® el estatuto llamado de Sau.
Hasta ayer mismo, los retrocesos o limitaciones, en cambio, se han producido por la fuerza de las armas y de la coacci¨®n. En dos ocasiones, en 1714 y en 1939, fruto de sendas guerras civiles en las que los catalanes, su territorio y sus instituciones se encontraron en el bando perdedor. En una ocasi¨®n, en 1923, por un golpe de Estado incruento, perpetrado desde la jefatura del Estado. En otra, resultado de una insurrecci¨®n fracasada contra el Gobierno espa?ol legalmente constituido, en la que el Gobierno catal¨¢n encabez¨® el bando de los rebeldes. Solo en la actual las pretensiones de ampliaci¨®n del autogobierno se han encontrado con las limitaciones marcadas por el m¨¢s alto tribunal de un Estado de derecho constituido en democracia parlamentaria.
Al independentismo de sentimientos le puede suceder ahora un independentismo de la raz¨®n e incluso de la necesidad
La fiesta nacional catalana, el d¨ªa 11 de septiembre, conmemora la primera de esta serie de derrotas, algo que muchos han reprochado o utilizado ir¨®nicamente con relaci¨®n al esp¨ªritu catalanista. Pero tiene tambi¨¦n otra lectura, quiz¨¢s vigente en la actual circunstancia: de las piedras hacen panes; de las derrotas, victorias. Si es posible enumerar las victorias negociadas y las derrotas armadas es porque de todas ellas surgi¨® siempre, una y otra vez, la voluntad de autogobierno catalana. Esta vez, afortunadamente sin armas ya de por medio e incluso con la ambig¨¹edad de las numerosas e incluso diametralmente opuestas interpretaciones de la sentencia, la situaci¨®n es radicalmente distinta. En primer lugar, porque el ampl¨ªsimo grado de autonom¨ªa ya conseguido y en pleno ejercicio no quedar¨¢ mermado ni un ¨¢pice, y en segundo lugar, porque la sentencia tiene el efecto de terminar con la ambig¨¹edad que hab¨ªa presidido el pacto, el texto y el desarrollo constitucional y estatutario entre 1977 y 1979.
Este efecto clarificador no ser¨¢ el punto final ni el cierre del Estado de las autonom¨ªas. Los l¨ªmites que ha marcado el Tribunal Constitucional respecto a la capacidad constitucional -cuesti¨®n controvertida en los dos sentidos, de los que creen que caben m¨¢s cosas y de los que consideran que ya no caben las que hay dentro- no van a convertirse en el techo del autogobierno catal¨¢n, al contrario. Lo dicen claramente las encuestas de opini¨®n y los programas de los partidos. El resultado de la sentencia ser¨¢ la lista de la compra: ese 5% del Estatuto declarado inconstitucional se convertir¨¢ en la reivindicaci¨®n m¨ªnima de todas las fuerzas pol¨ªticas, a excepci¨®n del PP y de Ciutadans. Zapatero ya lo ha concedido antes de sentarse con Montilla a analizar la sentencia. Tambi¨¦n lo conceden el silencio y los esfuerzos de contenci¨®n de Rajoy, que quiere sacar votos en Catalu?a y sobre todo gobernar en Madrid aunque sea con CiU.
Tan evidentes son los efectos clarificadores que permitir¨¢n una mejor organizaci¨®n de las reivindicaciones catalanistas. Despu¨¦s de exigir el 5% inconstitucional del actual Estatuto queda todav¨ªa margen para reavivar el Estatuto que fue pactado en La Moncloa entre Artur Mas y Zapatero. CiU tiene ahora la oportunidad de recuperar todo lo que entreg¨® a Zapatero en aquella reuni¨®n, a la vista ahora del grado de cumplimiento de los compromisos entonces adquiridos por el presidente del Gobierno. Y Esquerra Republicana y todo el independentismo tienen la oportunidad de resucitar el texto entero aprobado por el Parlament, antes de que pasara por los sucesivos cepillos de unos y otros.
El presidente Montilla declar¨® ayer que su ¨²nico plan B es que se cumpla el plan A, es decir, la aplicaci¨®n por una v¨ªa u otra del Estatuto en su cien por cien. Pero eso no va a evitar que, aunque solo sea como cautela, quienes desconf¨ªan del plan A o incluso quienes quieren asegurarse de que se cumplir¨¢, empezar¨¢n a preparar el plan B. Hasta ahora conoc¨ªamos un independentismo de sentimientos, ahora empezar¨¢ el independentismo de la raz¨®n e incluso de la necesidad.
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