Lo que el independentismo le debe al PP
Le¨ªda la sentencia del Tribunal Constitucional (TC), resulta que el Congreso de los Diputados y el Senado aprobaron en su d¨ªa un Estatuto de Catalu?a de corte confederal. Parece mentira, pero a Francisco Caama?o, Alfredo P¨¦rez Rubalcaba y Alfonso Guerra se les pasaron por alto a la hora de negociar el proyecto nada menos que 41 goles confederales. Tiene gracia. Caama?o, Rubalcaba y Guerra, confederales.
El PP es minoritario en Catalu?a, el 17% de los votos cuando m¨¢s, y esta relativa debilidad ceg¨® al resto de los partidos catalanes, que suman el 80% del Parlament. Creyeron que bastaba con tener como aliados en las Cortes al PSOE, a Izquierda Unida y a los partidos vasquistas y galleguistas. Se equivocaron, ahora se ve con claridad. No bastaba. La relaci¨®n de fuerza pol¨ªtica real no es solo la parlamentaria. Ni de lejos. Incluye los poderes econ¨®micos, los judiciales, los sindicales, el universo de los medios de comunicaci¨®n. Incluye el control de un Tribunal Constitucional del que no deb¨ªa ignorarse que el PP lo hab¨ªa trufado de jueces ultraderechistas, como los que redactan alucinantes votos particulares con citas b¨ªblicas.
Se ha abierto una situaci¨®n nueva, inestable, en la que es la Constituci¨®n la que entra en crisis. Al menos en Catalu?a
Para sacar adelante un Estatuto de Catalu?a en 2005 hab¨ªa que contar con la derecha espa?ola. Las dificultades para ello proced¨ªan de que, a diferencia de cuando se negociaron la Constituci¨®n de 1978 y el Estatuto de 1979, la derecha espa?ola estaba unificada en un solo partido, y sigue est¨¢ndolo. La versi¨®n moderada y centrista que represent¨® en 1979 la UCD de Adolfo Su¨¢rez ha sido engullida por aquella Alianza Popular que reun¨ªa a la extrema derecha, el partido del nacionalismo espa?olista m¨¢s conservador, cuando no franquista. La que rechaz¨® el T¨ªtulo VIII de la Constituci¨®n. El acuerdo con el PP result¨®, pues, imposible en 2005, entre otras razones porque el PP no lo necesitaba ni lo quer¨ªa. Contaba con que el TC le dar¨ªa un d¨ªa u otro lo que quisiera, le convertir¨ªa en confederales a Caama?o, Rubalcaba, Guerra y, por supuesto, a Rodr¨ªguez Zapatero, y entonces le permitir¨ªa presentarse a s¨ª mismo como ¨²nico garante de la espa?olidad.
As¨ª fue como se lleg¨® a la sentencia del 28 de junio y la manifestaci¨®n del 10 de julio. El Tribunal Constitucional dijo no conocer otra naci¨®n que la Espa?a de matriz castellana, de la que con gran esfuerzo de generosidad concedi¨® que los catalanes pod¨ªan ser, si se empe?aban, una especie. Aunque, en realidad, la lectura del p¨¢rrafo m¨¢s bien parece sugerir que se tratar¨ªa de una subespecie o infraespecie.
Por decirlo en el lenguaje ahora plenamente constitucional y estatutario, el siguiente s¨¢bado por la tarde la especie decidi¨® personarse masivamente en la calle, anegar el centro de Barcelona, y entonces, por primera vez desde la muerte del dictador, se produjo algo que la entusiasta participaci¨®n de la Catalu?a progresista y catalanista en la Transici¨®n y en la construcci¨®n del sistema democr¨¢tico no hab¨ªa dado nunca. Una novedad hist¨®rica tom¨® cuerpo por vez primera en el paseo de Gr¨¤cia: centenares de miles de ciudadanos de Catalu?a se manifestaron aceptando, asumiendo, que el color dominante fuera no ya como tantas veces el de las senyeres cuatribarradas, sino el azul con la estrella independentista. Nunca hasta ese momento el autonomismo y el federalismo catal¨¢n se hab¨ªan situado como hicieron el s¨¢bado bajo la hegemon¨ªa, por lo menos crom¨¢tica, del independentismo. La deriva que esto vaya a tener es una inc¨®gnita, pero est¨¢ claro que el vector en expansi¨®n es el independentismo, ante el que se abren expectativas in¨¦ditas. Se las debe al PP.
La del s¨¢bado fue, en cualquier caso, una manifestaci¨®n de las m¨¢s grandes, las que marcan hitos y tendencias, aquellas que expresan y confirman grandes mayor¨ªas pol¨ªticas. Como la citada de 1977 y la que en 2003 expres¨® el rechazo a la aventura b¨¦lica de PP de Aznar en Irak, por ejemplo. Es la manifestaci¨®n que en Catalu?a se produce cuando el conjunto de la izquierda y CiU tocan a rebato conjuntamente. Lo que queda fuera son los marginales. El PP y sus amigos, mal que les pese. Los dem¨¢s est¨¢n todos.
La paradoja del caso es que probablemente la presidenta del TC tenga razones para pensar que ha salvado el T¨ªtulo VIII de la Constituci¨®n, cuya minimizaci¨®n era el verdadero objetivo de la embestida del PP contra nada menos que 127 art¨ªculos del Estatuto. Pero lo ha salvado a costa de Catalu?a, que quer¨ªa expandirlo. Se ha abierto as¨ª una situaci¨®n nueva, inestable, en la que es la Constituci¨®n la que entra en crisis. Al menos en Catalu?a.
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