Ni vencer ni convencer
Zapatero no consigue credibilidad econ¨®mica y Rajoy se encastilla en la cr¨ªtica sin propuestas
La primera jornada del debate sobre el estado de la naci¨®n dej¨® patente la urgente necesidad de un impulso pol¨ªtico frente a los dos principales problemas que quedaron simplemente enunciados, la crisis econ¨®mica y los efectos de la sentencia sobre el Estatuto de Catalu?a. Y lo dej¨® patente porque el presidente del Gobierno no gan¨® un debate en el que, sin embargo, tampoco se impuso Mariano Rajoy, cada cual aferrado a una idea ¨²nica y reiterativa, adem¨¢s de acertada en ambos casos. No le falt¨® raz¨®n al l¨ªder de la oposici¨®n cuando acus¨® a Zapatero de estar gobernando contra el programa por el que fue elegido. Como tampoco el presidente del Gobierno estuvo equivocado cuando reproch¨® a Rajoy que no desvelara sus propuestas. La yuxtaposici¨®n de ambos discursos, que nunca llegaron a encontrarse, impidi¨® identificar las diferencias entre lo que aplica el Gobierno y lo que propone la oposici¨®n.
El balance de la situaci¨®n econ¨®mica dibujado por Zapatero se ajust¨® a lo que se esperaba, no tanto por su inveterada tendencia al optimismo, como por el hecho de que, en esta ocasi¨®n, no dispon¨ªa de margen para hacer nada distinto. El presidente lleg¨® al debate con la tarea todav¨ªa pendiente de acompa?ar el dr¨¢stico giro en materia econ¨®mica con un gesto pol¨ªtico a la altura, a fin de clausurar la etapa de negaci¨®n de la crisis y de restaurar su deteriorada credibilidad. Este fue el flanco en el que se instal¨® Rajoy, limit¨¢ndose a se?alar, hasta casi el regodeo, las contradicciones entre lo que Zapatero afirm¨® hasta mayo y lo que ha venido sosteniendo desde entonces. Ni el presidente anunci¨® nuevas medidas, renunciando a los golpes de efecto, ni Rajoy fue m¨¢s all¨¢ de decir que las iniciativas en marcha coinciden con las que ¨¦l ven¨ªa reclamando.
Y, sin embargo, el debate de ayer hubiera sido el marco id¨®neo para evaluar la estrategia econ¨®mica finalmente adoptada por el Gobierno -recorte del gasto p¨²blico, reforma del mercado laboral y saneamiento del sistema financiero-, como tambi¨¦n para fijar pol¨ªticas esenciales de reforma, tales como las pensiones. El presidente reconoci¨® que es mejor reformar hoy que lamentarlo ma?ana; pues bien, el sistema de pensiones necesita de un cambio meditado, pero indudable, de las condiciones de c¨¢lculo y jubilaci¨®n. Si esas invocaciones reformistas aparecieron -como, por cierto, la reconducci¨®n de la pol¨ªtica energ¨¦tica- fue de pasada, como lances de esgrima. Zapatero anunci¨® un recorte de 11.000 millones en el gasto de las autonom¨ªas y otros 20.000 en el de la Administraci¨®n central en 2011. La envergadura de las cifras exigir¨ªa ampliar cuanto antes los frentes a los que se dirige la acci¨®n del Gobierno, para evitar improvisaciones y garantizar un reparto equitativo del esfuerzo.
Los efectos de la sentencia sobre el Estatuto sirvieron a Rajoy y a Zapatero de nueva oportunidad para cruzar reproches. Ambos se mostraron, sin embargo, impl¨ªcitamente de acuerdo en que el fallo del Constitucional ha cerrado al asunto. Fue Duran i Lleida quien advirti¨® de que la situaci¨®n es exactamente la contraria, aludiendo al posible desplazamiento de la pol¨ªtica catalana hacia el independentismo. Zapatero insisti¨® en mostrarse satisfecho con la sentencia, a expensas de algunos eventuales retoques legislativos. Y aunque Rajoy no tuvo ocasi¨®n de pronunciarse, todo hace suponer que tambi¨¦n en este punto conf¨ªa en que la eventual victoria del Partido Popular en unas elecciones anticipadas opere como un b¨¢lsamo. No solo resulta dudoso, sino que, adem¨¢s, su insistente petici¨®n de disolver las C¨¢maras hizo caso omiso de la mec¨¢nica parlamentaria. En su mano tiene presentar una moci¨®n de censura. En cualquier caso, la continuidad de un Ejecutivo depende de las mayor¨ªas que re¨²na para gobernar, no de las presiones en el vac¨ªo del l¨ªder de la oposici¨®n.
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