La puerta de servicio
Y 32 despu¨¦s de aprobada la Constituci¨®n, 31 a?os despu¨¦s de que el primer Estatuto obtuviera luz verde, la puerta de servicio es la ¨²nica v¨ªa que queda abierta para que se incremente el autogobierno en Catalu?a. El blindaje de las competencias, el gran buque insignia estatutario, ha desaparecido del texto cribado por el Constitucional. Cualquier reglamento ministerial podr¨¢ agujerear su d¨¦bil casco. Como sucedi¨® con la l¨ªnea Maginot, el blindaje se ha revelado un gran y costoso fracaso estrat¨¦gico. El alto tribunal ha rebajado el grosor estatutario y con su sentencia ha reducido a ley auton¨®mica un texto legitimado para tener calado constitucional.
En la Espa?a actual resulta imposible acometer una reforma en profundidad del edificio auton¨®mico sin que haya movimientos tect¨®nicos que hagan crujir la tierra y anuncien, cual trompetas del Apocalipsis, poco menos que el juicio final. El federalismo, el paso l¨®gico que deber¨ªa dar este pa¨ªs a casi 35 a?os de la transici¨®n, se antoja una suerte de quimera. Si la sentencia del Constitucional ya resulta una carga de profundidad contra el Estatuto, los votos particulares de algunos magistrados, (como la menci¨®n al Pentateuco de Rodr¨ªguez Zapata, y la impagable referencia al "vicio de inconstitucionalidad"), retrotrae a la noche m¨¢s negra, a aquella que dio alas a Jaime Gil de Biedma a escribir "de todas las historias de la Historia sin duda la m¨¢s triste es la de Espa?a, porque termina mal".
"De la sentencia del Constitucional se colige que Catalu?a est¨¢ condenada a la l¨®gica del trueque pujolista"
La sentencia ha acabado doctrinalmente dando la raz¨®n al pragmatismo pujolista, del poco a poco y el peix al cove. En el campo del progresismo espa?ol no hay un s¨®lido convencimiento federal. La ¨²nica manera de incrementar el autogobierno es por la puerta de servicio. Hubo 23 a?os de gobiernos nacionalistas en Catalu?a en los que no se acometi¨® ni por asomo una reforma estatutaria. Imperaba la l¨®gica del trueque: apoyo pol¨ªtico a cambio de nuevas competencias. Esa v¨ªa que el Estatuto sentenciado pretend¨ªa superar es justamente la ¨²nica que ha dejado abierta el Constitucional y que el presidente Rodr¨ªguez Zapatero se aprest¨® a mostrar en el debate sobre el estado de la naci¨®n (¨²nica). Los pactos de Pujol con Felipe Gonz¨¢lez y del Majestic con Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar han sido hitos en ese camino. Es l¨®gico: si es imposible establecer y objetivar unas reglas de intercambio, solo queda el, por otra parte l¨ªcito, mercadeo pol¨ªtico que tanto denostan insignes jacobinos.
Han sido echados por la borda tres a?os de elaboraci¨®n del Estatuto catal¨¢n, una aprobaci¨®n por el 88% del Parlamento catal¨¢n; una mayor¨ªa absoluta favorable de las Cortes Generales y el refrendo mayoritario de la ciudadan¨ªa de Catalu?a. Porque en Catalu?a se pronunci¨® sobre el Estatuto el 49% del censo, el 5% m¨¢s de los ciudadanos vascos que respaldaron la Constituci¨®n (44%) y el 13% m¨¢s de los andaluces que se acercaron a las urnas para refrendar su Estatuto en 2007 (36%). Ha habido un choque de legitimidades que ha acabado con la voluntad popular en la UVI. Catalu?a ha sido el gran buque rompehielos de la Espa?a auton¨®mica y se ha llevado la peor parte. De toda la aventura estatutaria y con el corolario del Constitucional se colige que la sentencia condena a la ciudadan¨ªa catalana a estar at¨¢vicamente ligada a un gobierno posibilista que siga la senda hist¨®rica de los a?os pasados de Converg¨¨ncia i Uni¨®. Tanto al PSOE como al PP les es ¨²til pensar que este es el estado natural de la ciudadan¨ªa perif¨¦rica, quiz¨¢ porque les conviene para sus operaciones de aritm¨¦tica parlamentaria.
Est¨¢ por ver cu¨¢l ser¨¢ la hoja de ruta de la nueva CiU, ahora sin Pujol, si como todo indica obtiene una holgada mayor¨ªa en las elecciones de oto?o. Habr¨¢ que ver si toma derroteros decididamente soberanistas o, por el contrario, se limita a conjugar un florido verbo nacionalista con ese pragmatismo pol¨ªtico que hist¨®ricamente ha manejado con maestr¨ªa. Es verdad que el lenguaje de Converg¨¨ncia tiene acentos que rayan en el independentismo, pero tambi¨¦n lo es que nunca hab¨ªa pasado por el purgatorio de la oposici¨®n.
A menos que un mantenimiento de la euforia independentista -tras la manifestaci¨®n del pasado d¨ªa 10 de julio- provoque un desplazamiento del centro de gravedad pol¨ªtica y obligue a los partidos a resituarse, la sociedad catalana y la espa?ola, en general, volver¨¢n irremediablemente al imperio del valor de cambio.
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