?Qui¨¦n puso en marcha la centrifugadora?
No vamos a ponernos de acuerdo. Los historiadores deber¨¢n realizar su labor dentro de unos a?os. Ahora, en caliente, todav¨ªa es el tiempo del periodismo, que quiere decir recoger y filtrar lo mejor posible los datos e interpretaciones. Pero el t¨®pico ya est¨¢ escrito y consagrado. Recoj¨¢moslo: a veces responde a la verdad. Pero aportemos, si es posible, otros datos.
El t¨®pico es bien claro. Pasqual Maragall, que ganaba en votos pero no en esca?os, prometi¨® reformar el Estatuto de Catalu?a para dar satisfacci¨®n a los ¨²nicos que pod¨ªan darle el poder, los independentistas de Esquerra Republicana. Firm¨® con ellos el Pacto del Tinell, por el que se conjuraban contra el Partido Popular, y apoy¨® a Zapatero en su elecci¨®n por escasos nueve votos como secretario general del PSOE. En la campa?a electoral catalana Zapatero le devolvi¨® el ascensor con su promesa de apoyar el Estatuto que saliera del Parlamento de Catalu?a y luego ya lleg¨® la victoria inesperada y La Moncloa. La centrifugadora ya estaba en marcha.
El t¨®pico dice que fue Maragall, pero Aznar tambi¨¦n cuenta, y Montilla y Rajoy; y luego hay que contar con la mano invisible
Hay otra teor¨ªa con algo m¨¢s de profundidad temporal. Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar pudo gobernar en 1996 gracias al Pacto del Majestic con Converg¨¨ncia i Uni¨®. Los nacionalistas catalanes, ya empe?ados en ensanchar el autogobierno, pospusieron a instancias del PP toda idea de reforma estatutaria en aras de la moneda ¨²nica y de las ventajas que obtuvieron en impuestos y en traspasos de nuevas competencias, como la polic¨ªa de tr¨¢fico. Cuando Aznar venci¨® por mayor¨ªa absoluta en 2000, rompi¨® con Pujol y despleg¨® su programa oculto de restauraci¨®n nacionalista espa?ola que despert¨® la fiera dormida del independentismo catal¨¢n: Esquerra Republicana obtuvo en las elecciones catalanas de 2003 el mejor resultado de su historia, con 23 diputados y el 16,5% de los votos.
Ya tenemos, pues, a dos candidatos. Maragall, como dice el t¨®pico, y Aznar, como recomienda una visi¨®n con algo m¨¢s de perspectiva. Ambos tienen dos r¨¦plicas o avatares: Montilla y Rajoy, responsable el primero de toda la estrategia catalana frente al Tribunal Constitucional y su sentencia, y el segundo de las campa?as y el recurso del PP contra el Estatuto de Catalu?a. Aparecen en el escenario como moderadores de sus antecesores, pero a la hora de la verdad revelan id¨¦ntica dureza de posiciones.
Esas son las manos visibles de la historia. Si Aznar no hubiera roto con Pujol. Si Maragall no hubiera pactado con Carod. Si Rajoy no hubiera obedecido al aznarismo. Si Montilla no hubiera mantenido el tripartito. Tambi¨¦n hay manos invisibles, de explicaci¨®n m¨¢s dif¨ªcil. Sin rostro, las culpas dejan de tener inter¨¦s y calor humano. Pero cabe buscar en el contexto internacional algunas pistas para saber qu¨¦ ha sucedido en esta ¨²ltima d¨¦cada para que la pol¨ªtica espa?ola se polarizara en un choque de trenes nacionalistas, con sus banderas, sentimientos, mutuas imprecaciones a veces llenas de pasiones impresentables y agravios sim¨¦tricos hasta llegar incluso a campa?as y boicoteos econ¨®micos.
Estos 10 a?os son la d¨¦cada perdida de Europa. La Uni¨®n Europea se ha ampliado hasta 27 miembros, consiguiendo al fin la unificaci¨®n del continente anta?o dividido con la Guerra Fr¨ªa; pero sin avanzar en la uni¨®n pol¨ªtica, m¨¢s bien al contrario. Fracas¨® el proyecto de Constituci¨®n Europea, rechazado por Francia y Holanda en sendas consultas populares. El Tratado de Lisboa, que deb¨ªa recoger sus aspectos m¨¢s imprescindibles, fue tambi¨¦n rechazado por los ciudadanos irlandeses y sufri¨® la dilaci¨®n en su ratificaci¨®n de Polonia y Chequia. La pol¨ªtica divisiva neoc¨®n de George Bush, auxiliado por Blair y Aznar, produjo tambi¨¦n sus efectos. Se rompieron las solidaridades y equilibrios intraeuropeos. Cada uno fue por su lado, en una abierta renacionalizaci¨®n de las pol¨ªticas europeas. Los tres grandes, Alemania, Francia y Reino Unido, quisieron recuperar protagonismo ante el desvanecimiento de las promesas europeas. Y se difumin¨® el sue?o de que los viejos estados naci¨®n iban a acomodarse a la unidad de Europa y a un mundo posnacional.
?Alguien pod¨ªa pensar que las viejas naciones de la pen¨ªnsula ib¨¦rica iban a permanecer inertes ante esta reciente evoluci¨®n de nuestro mundo? Lo m¨¢s grave es que, al final, en esta fuerza centr¨ªfuga hay una trampa: Europa se hace m¨¢s peque?a y menos protagonista, y as¨ª sucede y va a suceder todav¨ªa m¨¢s con todos sus componentes, grandes y peque?os, con Estado o sin ¨¦l.
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