'?Ay, esto es tan duro!'
Primera entrada, a la c¨¢rcel de mujeres: todas las guardias y oficiales de seguridad, gordas de una manera odiosa, las barrigas rebosantes sobre el pantal¨®n de camuflaje, los cachetes y las papadas enormes, los ojos como ranuras, y luego la raya negra como pata de cuervo que se pintan encima de una franja de sombra azul iridiscente.
Estoy temblando tanto de rabia y susto para cuando termino de pasar las diferentes barreras de seguridad -aun cuando me han tratado como VIP- que no logro hacerle las caravanas de costumbre al director de la c¨¢rcel, y tengo que hacerme la distra¨ªda hasta que llegamos por fin a su oficina, donde logro sonre¨ªr? El calor, la mugre, la pobreza de las familias que esperan su turno de entrar a la visita bajo el sol aplastante, la memoria muscular, por decirlo de alguna manera, que guardan los altos muros de tantos y tantos motines y golpizas y maltratos. Luego los torniquetes de control, el manoseo en busca de armas (no me desnudaron, ?gracias al Se?or!), la enorme puerta de seguridad (pierdan toda esperanza), el primer patio y los vigilantes de camuflaje y con pasamonta?as negro, apuntando descuidadamente con sus ametralladoras aqu¨ª y all¨¢, la conciencia de todo lo que son capaces de hacer, de todo lo que han hecho, la desorganizaci¨®n y sordidez de este lugar, que es garant¨ªa de violencia e injusticia imprevisible y sistem¨¢tica.
El miedo que tienen las tres presas con las que me entrevisto de que hablar conmigo sea una trampa (?).
Yo: ?Qu¨¦ sientes cuando asaltas?
Presa: Siento miedo, pero a la vez me siento bien, no s¨¦ c¨®mo explicarle.
Yo: ?Con qu¨¦ asaltabas?
Presa: Con pistola.
Yo: ?Cu¨¢nto tiempo llevas aqu¨ª?
Presa: Yo tengo tres ca¨ªdas ya (a la c¨¢rcel). Yo por eso no quer¨ªa hablar al principio. (?)
Segunda entrada, al reclusorio de hombres: ?Ay, esto es tan duro! Una vez m¨¢s a la c¨¢rcel, una vez m¨¢s los guardias gordos con sus pasamonta?as y sus ametralladoras, el calor, la sordidez. Pero el director me sorprende: me est¨¢ esperando en la puerta con dos escoltas armados con pistolitas, me dice que lo siga. (?) Deja atr¨¢s a los escoltas de ametralladora y marcha directo a la zona del presidio y yo con ¨¦l, por un pasadizo de alambre de p¨²as, y un corredor al aire libre (), y por fin al patio principal ().
Estoy demasiado nerviosa como para fijarme bien en los detalles, pero hay enormes hangares de techo de l¨¢mina (?el calor!) rodeados de pasto, y algunos ¨¢rboles de sombra ancha encerrados en arriates de cemento que hacen las veces de banca. () Los presos deambulan por este espacio vestidos con camisetas, shorts, lo que tengan. Son como tres mil, y ahora el director y sus dos escoltas con sus pistolitas. Qu¨¦ huevos, francamente. Tal como le he pedido, manda buscar a un asesino y a un secuestrador -con quienes me presento con formalidad y toda la cortes¨ªa de la que soy capaz- y se retira, dejando en la entrada a uno de los escoltas. Una nube de presos se forma alrededor de mis entrevistados y yo, vigilante e inquieta pero no amenazante (). Aparecen una banca destartalada, una silla y una mesa con tres patas. Alguien improvisa la cuarta. Eventualmente alguien m¨¢s aparecer¨¢ con un viejo garraf¨®n de pl¨¢stico lleno de agua fresca, y me ofrecer¨¢ un vaso con una delicadeza ceremoniosa y conmovedora. Unos minutos despu¨¦s estamos en pleno di¨¢logo sobre la vida y la muerte, que son los ¨²nicos temas verdaderamente interesantes para gente en sus circunstancias.
Al despedirme: "Muchas gracias", dice el secuestrador. Todo el mundo quiere darme la mano, decir muchas gracias. Por supuesto, no he hecho nada digno de agradecimiento. Es el alivio que han sentido de ser, durante un rato por lo menos, visibles.
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