De toros e identidades
Abolir las corridas ni es prueba de catalanidad ni supone el triunfo de un nacionalismo sobre otro
No habr¨¢ corridas de toros en Catalu?a. Pero conviene no llevarse a enga?o acerca de lo que en t¨¦rminos reales supone la abolici¨®n: salvo en la plaza Monumental de Barcelona, tampoco las hab¨ªa desde hace a?os. De hecho, era una fiesta condenada a su desaparici¨®n por la decreciente afici¨®n a la misma. Si la iniciativa legislativa popular ha prosperado es porque se hac¨ªa eco de una demanda ciudadana que, adem¨¢s, ha contado con una mayor¨ªa en el Parlamento catal¨¢n despu¨¦s de seguir los procedimientos exigidos por el ordenamiento jur¨ªdico e incorporar las conclusiones de un amplio debate canalizado institucionalmente. Si los recursos legales que han anunciado los grupos contrarios a la prohibici¨®n no prosperan, el compromiso con el Estado de derecho exige respetar la decisi¨®n del Parlamento aut¨®nomo. Lo mismo que deber¨ªa suceder en caso contrario entre los partidarios de la abolici¨®n.
Que las corridas de toros remitan a lo que algunos sectores pol¨ªticos y de opini¨®n consideran parte de la idiosincrasia nacional espa?ola, ya sea para defenderla o para combatirla, no obliga a enjuiciar su prohibici¨®n en t¨¦rminos nacionalistas. Ser¨ªa tanto como plegarse a explicar la decisi¨®n del Parlamento en t¨¦rminos de victoria de unos nacionalistas sobre otros, todos ellos de acuerdo en un ¨²nico punto: en que las corridas son, en efecto, una fiesta nacional. Muchos de los ciudadanos que han apoyado su abolici¨®n en Catalu?a lo han hecho, sin embargo, por razones que nada tienen que ver con sentimientos identitarios, sino con su rechazo a lo que consideran un culto b¨¢rbaro al maltrato de los animales. De la misma forma que otros muchos que se han sentido ajenos al debate, y a los que resulta indiferente que se proh¨ªban o no las corridas, est¨¢n resueltamente en contra de que se consideren como una fiesta nacional. Ser¨¢, en todo caso, una tradici¨®n, que ni es sagrada ni puede convertirse en prueba obligatoria de la espa?olidad de los ciudadanos.
En perfecta simetr¨ªa identitaria de distinto signo se han situado el PP y ERC. El anuncio de Mariano Rajoy de que su partido intentar¨¢ una declaraci¨®n de la lidia como patrimonio cultural, lo que dificultar¨ªa su prohibici¨®n en otras comunidades aut¨®nomas, es una nueva estrategia electoralista que busca a?adir tensi¨®n a las relaciones entre el Estado central y las autonom¨ªas en un momento particularmente inoportuno. ERC, por su parte, ha esgrimido su rechazo al maltrato animal en una d¨¦bil argumentaci¨®n que desenmascara su estrategia, toda vez que no han incluido en la prohibici¨®n el correbous, una tradici¨®n taurina del sur de Catalu?a que rivaliza en crueldad con las cl¨¢sicas corridas.
Reivindicar una aproximaci¨®n a la decisi¨®n del Parlamento en los t¨¦rminos que establece el Estado de derecho, y no en los de las entelequias identitarias, no significa cerrar los ojos a los intentos de instrumentalizarla por parte de los partidos que se reclaman abiertamente de un credo nacionalista o de los que lo hacen de manera encubierta. Son estos partidos los que se enfrentan a una contradicci¨®n, no los que se limitan a exigir el cumplimiento de las leyes y a respetar las decisiones que se adopten dentro de ellas. Combatir la silueta del toro sustituy¨¦ndola por la de un burro era hasta ahora una gracieta. Si la abolici¨®n de las corridas de toros se interpreta como un medio para convertir la gracieta en prueba obligatoria de la catalanidad de los ciudadanos, todo lo que los catalanes habr¨¢n ganado en simbolismo lo habr¨¢n perdido en libertad. Porque de lo que se trata es de que los ciudadanos puedan sentirse catalanes, espa?oles o ambas cosas a la vez con independencia de lo que piensen de las corridas o de su abolici¨®n. De la silueta de un toro o de la de un burro.
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