Sobrevivir a la enfermedad
La corrupci¨®n end¨¦mica, la malaria y la desnutrici¨®n son las grandes plagas de la Rep¨²blica Centroafricana, agravadas por la crisis econ¨®mica
En el barrac¨®n de pediatr¨ªa del hospital de Batangafo, en la Rep¨²blica Centroafricana (RCA), se respira el horror. Qussi, 29 a?os, vive con la esperanza de que sus dos gemelas de un a?o, Pamila y Nguera, sobrevivan a la fiebre alta y las diarreas provocadas por la malaria, por la que llevan ingresadas cuatro d¨ªas. Todav¨ªa recuerda c¨®mo hace dos a?os murieron en ese mismo hospital y por la misma enfermedad otros dos de sus hijos, tambi¨¦n gemelos de cinco meses, que llegaron demasiado tarde. Antes hab¨ªa acudido a lo que llaman "medicina tradicional" y el tratamiento del curandero retras¨® varios d¨ªas el ingreso en el centro m¨¦dico. A 600 kil¨®metros al sur, en la ciudad de Boda, medio centenar de ni?os intentan sobrevivir a la desnutrici¨®n en otro hospital, que, como el anterior, es atendido por M¨¦dicos Sin Fronteras (MSF). La crisis de los pa¨ªses ricos ha reducido a m¨ªnimos la actividad en las minas de oro y diamantes, y los habitantes de la zona no tienen qu¨¦ comer. Las v¨ªctimas son siempre los ni?os. Al norte del pa¨ªs, cerca de la frontera con Chad, centenares de familias montan sus chamizos en un improvisado campo de desplazados, preparados para pasar la temporada de lluvias. Han tenido que abandonar sus poblados ante la advertencia del Ej¨¦rcito regular de que van a "barrer" la zona en busca de rebeldes que llevan a?os ejerciendo su ley.
El barrac¨®n de pediatr¨ªa est¨¢ lleno a rebosar. Hay 61 ni?os ingresados. Est¨¢n como desmayados en brazos de sus madres
En ?frica mueren un mill¨®n de personas de malaria al a?o; la mayor¨ªa, ni?os de menos de cinco a?os
"No s¨¦ c¨®mo son los diamantes. Nunca he visto ninguno. La mayor¨ªa solo excavamos la tierra sin parar"
"La RCA lleva a?os yendo para atr¨¢s", explican dos religiosos italianos. "La corrupci¨®n llega a todos los niveles"
"Es la primera vez que estamos en un campo de desplazados", explica Suzanne. "En 2008 huimos al campo"
Estas son im¨¢genes habituales en la Rep¨²blica Centroafricana. Un pa¨ªs olvidado en el ?frica profunda, rodeado por otros Estados tristemente conocidos por sus continuos conflictos: Chad, al norte; Sud¨¢n, al este; Camer¨²n, al oeste, y Congo y la Rep¨²blica del Congo, al sur. Con 4,3 millones de habitantes, la mitad de ellos menores de 18 a?os, la RCA vive marcada por la violencia contra las personas, por los continuos desplazamientos de poblados enteros huyendo de las facciones rebeldes que act¨²an en el pa¨ªs, por la ausencia de un sistema sanitario y educativo decente, por la corrupci¨®n generalizada en todos los estamentos de la sociedad, por las epidemias de malaria y tripanosomiasis, por la desnutrici¨®n... Un aut¨¦ntico agujero negro que no aparece en los peri¨®dicos y cuyo personaje m¨¢s conocido fue el tristemente c¨¦lebre emperador Bokassa, que gobern¨® el pa¨ªs entre 1966 y 1979 y dej¨® un legado de corrupci¨®n y violencia que se ha consolidado en las d¨¦cadas siguientes mediante golpes de Estado sucesivos que encumbraban a militares en busca de fortuna. De la ¨¦poca de colonizaci¨®n francesa solo queda el idioma, algunos edificios que se caen a pedazos y los intereses de empresas galas que exportan madera, uranio y metales preciosos.
La llegada a Bangui, capital de la RCA, es un augurio de lo que depara el pa¨ªs. A las dos de la madrugada, el diminuto aeropuerto se parece a una estaci¨®n de autobuses abandonada. Es in¨²til intentar hacer cola ante el funcionario con uniforme militar de camuflaje que recoge los pasaportes, porque el centenar de viajeros se abalanzan para entregar primero el documento. Mientras tanto, las maletas se amontonan al final de una cinta que avanza al ritmo africano, cansino, y que las deja caer sobre el suelo de cemento.
Bangui "la Coquette", reza un cartel a la entrada de la ciudad. As¨ª la bautizaron los franceses. Apenas se puede leer, porque las pocas farolas que funcionan lo hacen con unas bombillas de baj¨ªsima intensidad. Los 400.000 habitantes de la ciudad duermen a esas horas, y en las calles solo se oye el ruido de los generadores de fuel que dan energ¨ªa a las viviendas, porque la ¨²nica central el¨¦ctrica no da servicio todo el d¨ªa. Ese uno de los nuevos sonidos de las capitales de los pa¨ªses pobres.
A mediod¨ªa, el aeropuerto est¨¢ completamente vac¨ªo. Un par de soldados atiende al grupo que quiere viajar hacia el norte. Recuperados los pasaportes, hay que andar por la pista hacia una avioneta bimotor que comparten M¨¦dicos Sin Fronteras y Cruz Roja Internacional. Los lunes y los jueves hacen viajes de ida y vuelta al norte del pa¨ªs, en donde diversas organizaciones internacionales intentan ayudar a luchar contra las enfermedades tropicales y las que causan los hombres con sus armas.
LUCHA CONTRA LA MALARIA
Dicen que Batangafo es una ciudad y, de hecho, all¨ª viven cerca de 28.000 personas, m¨¢s de la mitad menores de 18 a?os. Pero m¨¢s parece un enorme descampado, sin electricidad, sin agua corriente y sin nada parecido a calles, en donde se suceden infinidad de chozas de adobe con techo de paja y cientos de ni?os medio desnudos que saludan con una enorme sonrisa blanca. El llamado aeropuerto es como una carretera comarcal espa?ola de pocos centenares de metros; lo suficiente para que aterrice la avioneta.
Las ¨²nicas casas que no son de adobe son el ayuntamiento, la subprefectura, las sedes de algunas ONG y, por supuesto, el hospital. Un conjunto de barracones construidos en los a?os treinta que se fueron echando a perder por la falta de medios de la sanidad de la RCA, cuya gesti¨®n fue asumida en 2006 por la secci¨®n espa?ola de M¨¦dicos Sin Fronteras.
El barrac¨®n de pediatr¨ªa est¨¢ lleno a rebosar. Y eso que todav¨ªa estamos a finales de abril y no ha llegado la temporada de lluvias, que trae centenares de casos de malaria. Hoy hay 61 ni?os ingresados, de entre pocos meses y tres o cuatro a?os. Est¨¢n como desmayados en brazos de sus madres, con los ojos entornados y una leve queja que sale sin fuerzas de su boca. Los llantos suenan con sordina, como si nadie los fuera a escuchar.
Qussi Dorkas tiene 29 a?os. Est¨¢ sentada en una de las camas con mosquiteras api?adas en el barrac¨®n, con un peque?o beb¨¦ en sus brazos. A su lado est¨¢ Justine, su hija de cuatro a?os, con otro beb¨¦ en brazos. Son Pamila y Nguera, dos gemelas que van a cumplir un a?o y que fueron atacadas, probablemente la misma noche, por mosquitos anofeles. Tienen malaria y llevan cuatro d¨ªas ingresadas con una fiebre muy alta y diarreas. No pueden ni llorar; est¨¢n demasiado d¨¦biles. La v¨ªa por la que reciben el goteo sobresale de sus brazos esquel¨¦ticos.
"Soy de Batangafo y mi marido me abandon¨® hace unos meses", explica Qussi. "Mis ni?as enfermaron hace unos d¨ªas y esta vez vine directa al hospital. No quiero que me pase como hace unos a?os, en que murieron de malaria otros dos gemelos de cinco meses por llegar tarde. Ahora me quedan otros hijos de 11, 6, 4 y 3 a?os, adem¨¢s de mis gemelas enfermas. Justine ha venido conmigo porque yo no puedo cuidar a las dos".
La hermana se ha hecho mayor de repente. Atiende a su hermanita como si fuera una mu?eca, aunque parece aterrorizada por lo que pueda pasar. Cuando se queja, la cambia con su madre para que esta le d¨¦ el pecho y calme sus leves quejidos. "Vivimos al d¨ªa", explica Qussi, "y mis otros hijos se han quedado trabajando en el campo para sobrevivir. No s¨¦ lo que pasar¨¢ ma?ana. Lo ¨²nico que me importa es que mis hijas no mueran".
Otras 60 madres ocupan sus camas o pasean entre ellas con sus beb¨¦s en brazos, algunos enchufados al pecho y con la mirada perdida, esperando que pasen las horas.
Etiene Lengue, enfermero de 32 a?os, natural de la RCA, es el responsable de pediatr¨ªa desde hace dos a?os. Lleva todo el d¨ªa atendiendo a los beb¨¦s con malaria y est¨¢ cansado. Sabe que en pocas semanas llegar¨¢n las lluvias, y con ellas, centenares de ni?os con malaria cada d¨ªa. "El a?o pasado", explica, "llegamos a tener hasta 600 ni?os hospitalizados a la vez. Tuvimos que montar tiendas de campa?a para atenderles. Mayo, junio y julio son los peores meses, aunque hemos conseguido reducir el nivel de mortalidad por debajo del 5%. Al principio mor¨ªan muchos ni?os, porque antes los llevaban a los curanderos. Perd¨ªan un tiempo important¨ªsimo, llegaban medio muertos y duraban menos de cinco horas. Ahora es distinto. Las madres han aprendido que sus beb¨¦s se curan aqu¨ª con medicinas".
Para eso, los agentes de salud de MSF tienen que recorrer Batangafo y los poblados cercanos recordando que el hospital es gratuito y que atienden a todo el que va.
El hospital es como un poblado, aunque con construcciones mejores. Las familias esperan acampadas en los jardines, sentadas sobre esteras. La sala de consultas de pediatr¨ªa es la m¨¢s concurrida. Varias decenas de madres con sus ni?os en brazos esperan a que los enfermeros les hagan el paracheck, un leve pinchazo en el dedo que permita analizar la sangre de los ni?os y saber, en cuesti¨®n de segundos, si tiene malaria.
Hacen entre 80 y 90 pruebas al d¨ªa y m¨¢s de la mitad salen positivas. Si no tienen fiebre alta ni diarreas, vuelven a su vivienda con sus pastillas de Coartem y paracetamol. Si est¨¢n m¨¢s graves, se quedan internados en pediatr¨ªa. "Estamos atendiendo a unos 150 ni?os, y esto no ha hecho m¨¢s que empezar", dice Etiene, el enfermero.
La visita contin¨²a a otro barrac¨®n con casos m¨¢s graves. Hay dos ni?os que los m¨¦dicos piensan que no sobrevivir¨¢n. Louis tiene dos a?os y lleva una semana ingresado. Lleg¨® con malaria y tuberculosis, y al poco tiempo la enfermedad le afect¨® al ri?¨®n. No tiene cura. Aunque le llevar¨¢n a Bangui, no hay m¨¢quinas de di¨¢lisis. Lo ¨²nico que pueden hacer es darle un poco de cari?o. Lo mismo le sucede a Michel, otro ni?o de 15 a?os, que est¨¢ en los huesos por los efectos de la diabetes. Una enfermedad poco frecuente en ?frica, pero que no se puede tratar por falta de insulina. Los diab¨¦ticos est¨¢n condenados en la RCA.
Mar¨ªa Teresa Servera Orga, 51 a?os, lleg¨® en enero a Batangafo, contratada como m¨¦dico por MSF. Es de Zaragoza y todos la llaman Pitita. Aprovecha los periodos de excedencia que le brinda la medicina p¨²blica espa?ola para enrolarse con diversas ONG por todo el mundo. Estar¨¢ seis meses en la RCA y, a pesar de la dureza de su trabajo, conserva el sentido del humor. Lleva 24 horas de guardia y la dureza del d¨ªa se nota en sus ojos. Acaba de pasar consulta a los dos ni?os que probablemente vea morir antes de volver a Zaragoza, pero se consuela diciendo que ahora sobreviven cerca del 99% de los peque?os que llegan a tiempo al hospital. En ?frica mueren un mill¨®n de personas de malaria al a?o; la mayor¨ªa, ni?os de menos de cinco a?os. La cifra ha ca¨ªdo a la mitad en lo que va de siglo XXI, aunque hay m¨¢s de 300 millones de personas infectadas.
"Aqu¨ª tratamos enfermedades olvidadas contra las que no hay vacunas, pero s¨ª tratamientos", explica con cierto optimismo. "Las ONG hacen un trabajo extraordinario y yo estoy muy contenta de poder devolver algo de lo que tengo. Estoy aqu¨ª por una necesidad vital y no siento que haya renunciado a nada. Es como un gusanillo... como las misiones".
EN BUSCA DE ENFERMOS
El equipo de MSF ha aprendido en estos cuatro a?os que no se puede esperar a que lleguen los enfermos al hospital. Hay que ir a buscarlos. Adem¨¢s de la malaria, esa zona de la RCA est¨¢ infectada de tripanosomiasis. La tristemente c¨¦lebre enfermedad del sue?o, que transmite la mosca tse-tse. Frente al mosquito anofeles, que pica al anochecer, esta mosca ataca a plena luz del d¨ªa, junto a los r¨ªos. Y aqu¨ª hay muchos r¨ªos.
Por eso, desde hace unos meses, el equipo del hospital organiza acciones de an¨¢lisis ambulante por los poblados de la zona. Lo llaman "depistache" y buscan enfermos de malaria y tripanosomiasis.
El convoy sale a las siete de la ma?ana desde Batangafo rumbo al norte. Tres todoterrenos cargados de enfermeros y material m¨¦dico. La llamada carretera es un camino de laterita, esa tierra de color naranja que hace surcos por toda ?frica, llena de baches, charcos y algunos puentes de tablones para cruzar los riachuelos. Cada cinco o seis kil¨®metros se atraviesa un poblado con 10, 20 o 30 chozas de adobe con tejado de paja, desde donde grupos de ni?os saludan con las manos y a voces mientras persiguen a los veh¨ªculos hasta que no pueden m¨¢s. El paso del convoy es un acontecimiento.
Los poblados son todos similares y todos ellos est¨¢n repletos de ni?os y ni?as medio desnudos, sentados en la tierra junto a perros, cerdos, cabras o gallinas. El suelo est¨¢ lleno de desechos de mango, que olisquean los cerdos. Son los ¨²ltimos de la temporada y cada vez cuesta m¨¢s llegar al fruto de los gigantescos ¨¢rboles de mango.
Tras dos horas de tortuoso viaje, el convoy llega al poblado de Kamasso Bolo, el m¨¢s grande del camino, con unas 50 chozas y 350 habitantes. Hombres, mujeres y, sobre todo, muchos ni?os observan curiosos c¨®mo se descargan los veh¨ªculos y se van montando dos grupos de consultas improvisadas en el poblado. Los d¨ªas anteriores, los agentes de salud de MSF hab¨ªan visitado el poblado y convencido al jefe de que era necesario analizar la sangre de sus 350 habitantes para comprobar si estaban enfermos.
El enfermero jefe del convoy se mueve en bicicleta y pide con un viejo meg¨¢fono que se pongan en fila frente a las dos mesas de tijera instaladas en el centro del poblado.
Primero hay que registrar, uno a uno, a los 350 habitantes. Luego, un peque?o pinchazo en la yema del dedo para extraer una gota de sangre y ponerla en una centrifugadora, de 10 en 10 muestras, durante cinco minutos. Si se forma una arenilla en la muestra, es sospechoso y hay que extraer m¨¢s sangre, esta vez del brazo con una jeringuilla, y mirarla al microscopio.
A las 12.00, todo el poblado ha pasado la primera prueba. De los 350, 65 han dado positivo en la muestra y son conducidos a la iglesia evangelista del poblado. Una construcci¨®n de unos 50 metros cuadrados, con paredes de adobe, tejado de palos y paja, un peque?o atril de barro y 20 bancos de troncos. All¨ª esperan al segundo an¨¢lisis, y los que dan positivo, al tercero: una punci¨®n lumbar para comprobar el grado de la infecci¨®n.
Sentado en la primera bancada, Kotanginsa, de 42 a?os, espera con dos de sus hijas, de 13 y 10, que han dado positivo, a que les hagan el segundo an¨¢lisis. La m¨¢s peque?a llora desconsolada, con unos lagrimones que mojan toda su cara. Michel se hab¨ªa puesto el primero de la fila, con su mujer y sus 12 hijos. Se tem¨ªa lo peor, porque estas dos ni?as llevaban d¨ªas sin ganas de comer y hab¨ªan perdido peso. Ahora est¨¢ abatido y abraza a sus hijas, aunque conf¨ªa en que se curar¨¢n.
Al final del d¨ªa ha habido 34 positivos. Un 10% del poblado; una aut¨¦ntica epidemia. Entre ellos, la hija peque?a de Michel, que ser¨¢ trasladada al d¨ªa siguiente al hospital de Batangafo para iniciar el tratamiento. Lo normal es que casi todos se curen. El tratamiento de la Tripanosomiasis Humana Africana (THA), a base de Eflornitina, tiene un alto grado de ¨¦xito. El problema no lo tienen ellos, sino los cientos o miles de afectados por la enfermedad del sue?o que no son detectados en la zona y que ser¨¢n tratados por la medicina tradicional. Esos est¨¢n condenados.
Al d¨ªa siguiente, los 34 pacientes de Kamasso Bolo, y un acompa?ante por cada uno, est¨¢n en el barrac¨®n de THA del hospital de Batangafo. All¨ª estar¨¢n 15 d¨ªas.
En el barrac¨®n de pediatr¨ªa no se ve a Qussi y a sus tres hijas. "?D¨®nde est¨¢n?". "No s¨¦, vamos a consultar los informes". Despu¨¦s de unos minutos que se hacen largu¨ªsimos llega la respuesta: "Est¨¢n bien. Han recibido el alta esta ma?ana y se han ido a su casa". "?Las tienen localizadas?". "Podemos intentarlo".
Qussi vive junto al barrio musulm¨¢n de Batangafo. Las dos gemelas est¨¢n desnudas, sentadas en el suelo, vigiladas por uno de sus hermanos. Parece que est¨¢n mejor, aunque tampoco se mueven mucho y todav¨ªa tienen diarrea. La choza no tiene tejado. Se derrumb¨® mientras estaban en el hospital y unos primos de Qussi est¨¢n construyendo uno nuevo con troncos y paja. La casa es de 5 - 3 metros, dividida por un murete de barro que separa una zona que hace las veces de cocina. En el suelo hay una esterilla y unos manojos de hojas atadas que han recogido del campo y utilizar¨¢n en el mercado para cambiarlas por comida.
Las gemelas han sobrevivido a la malaria, pero su futuro no es muy prometedor. Qussi las viste como puede, coge a las dos en brazos y las da el pecho por turnos, mientras explica que da gracias "al buen dios por haberlas salvado".
DESPLAZADOS POR LA VIOLENCIA
Al norte de Batangafo, a dos horas en coche por una carretera de laterita, se encuentra el pueblo de Kabo, el ¨²ltimo al que se puede llegar sin riesgo. A partir de ah¨ª, y hasta la frontera con Chad, el Ej¨¦rcito regular y los rebeldes mantienen enfrentamientos continuos por el control de la zona. Decenas de poblados han tenido que ser abandonados por el aviso del Ej¨¦rcito (FACA) de que iban a "barrer" la zona en busca de rebeldes.
Seg¨²n el ¨²ltimo informe de la Oficina del Representante Especial del Secretariado General para ni?os y conflictos armados, hay varios grupos rebeldes que controlan distintas zonas en la Rep¨²blica Centroafricana. Y todos ellos secuestran y reclutan ni?os en sus ej¨¦rcitos.
En la zona de Kabo, el grupo m¨¢s activo durante muchos a?os era el Ej¨¦rcito Popular para el Restablecimiento de la Rep¨²blica y la Democracia (APRD). Ahora est¨¢ en proceso de desarme y han liberado a m¨¢s de 100 ni?os que hab¨ªan sido secuestrados durante a?os. Parecen inofensivos cuando paran a los todoterrenos de las ONG, miran en el interior y les dan paso levantando una rudimentaria barrera de madera. Lo mismo sucede con la Uni¨®n de Fuerzas Democr¨¢ticas para la Integraci¨®n (UFDR), que pr¨¢cticamente han desaparecido.
Los que s¨ª est¨¢n en activo son el FPR, un grupo de chadianos que act¨²an como bandoleros y viven de robar a los embararas y a los veh¨ªculos que circulan por la zona; y sobre todo, las Fuerzas Democr¨¢ticas Populares Centroafricanas (FDPC). Es contra estos ¨²ltimos contra lo que han dirigido su ofensiva las FACA. El 25 de marzo pasado, los guerrilleros del FDPC secuestraron a un grupo de negociadores de Naciones Unidas para su desarme. A los pocos d¨ªas ejecutaron a uno de los secuestrados y se dispar¨® el conflicto.
Las FACA reunieron en abril a los jefes de las tribus de la zona, desde Kabo hasta la frontera con Chad, y les anunciaron una ofensiva en toda regla. Al que se quedara le considerar¨ªan c¨®mplice del FDPC. En pocas semanas, la mayor¨ªa de los poblados han quedado vac¨ªos. Entre 5.000 y 10.000 personas han dejado sus casas y han huido a donde han podido.
Se repite la historia. En 2008, durante los m¨¢s duros enfrentamientos entre el Ej¨¦rcito regular y las fuerzas rebeldes, cerca de 12.000 personas tuvieron que abandonar sus poblados y vivieron meses en campamentos de desplazados. Muchos de ellos nunca pudieron volver a sus casas.
En abril, la Prefectura de Kabo, el alcalde y los jefes de tribu decidieron que hab¨ªa que volver a montar un campo de desplazados. Pidieron ayuda a M¨¦dicos Sin Fronteras y a Unicef, y en pocos d¨ªas se pusieron en marcha ambas ONG, empezando a organizar el campo en un enorme descampado de 70.000 metros cuadrados (una extensi¨®n similar a siete campos de f¨²tbol) a las afueras de la ciudad, de unos 16.000 habitantes.
La llegada al campo de desplazados, a medio montar, levanta una gran curiosidad. El makoundi (jefe) del poblado de Bokayanga, a 14 kil¨®metros al norte de Kabo, explica que lleg¨® hace una semana con sus cerca de mil habitantes, pero que tuvieron que salir pr¨¢cticamente con lo puesto. "El Ej¨¦rcito nos dijo que nos fu¨¦ramos de un d¨ªa para otro y tuvimos que dejar nuestros animales. El poblado ha quedado vac¨ªo y no sabemos cu¨¢ndo podremos volver. Aunque llev¨¢bamos meses teniendo que huir al campo un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n por los enfrentamientos entre Ej¨¦rcito y rebeldes".
Agustine Dienba tiene 64 a?os y 12 hijos. Su marido es agricultor y se ha quedado cerca del poblado donde viv¨ªan recogiendo mandioca para poder subsistir. Vendr¨¢ pronto. Agustine lleg¨® el 17 de abril, despu¨¦s de dos d¨ªas de viaje andando con sus hijos. Ahora est¨¢n montando su chabola con palos. "Nos esperan meses muy duros", explica la mujer, "ya sabemos lo que es esto, porque ya estuvimos aqu¨ª en 2008 durante m¨¢s de un a?o". Se deja fotografiar con su familia y enseguida vuelven al trabajo. Hay que montar la chabola pronto, porque en pocos d¨ªas empezar¨¢ a llover, "y aqu¨ª cuando llueve lo hace de verdad".
Agustine y su familia han recibido dos kits de MSF para instalarse en el campo de desplazados. Cada uno de ellos tiene una lona grande para fabricar el tejado de la tienda, 2 mantas, 2 mosquiteras, 10 metros de cuerda, una esterilla, una barra de jab¨®n, 4 platos, 4 vasos, 4 tenedores, 4 cucharas, un cuchillo, una olla, una jarra, un bid¨®n para 20 litros de agua y un saco. Eso es todo lo que tienen. Aunque conf¨ªan en que Naciones Unidas ayude en alg¨²n momento repartiendo alimentos.
El enorme descampado se va llenando poco a poco de familias que empiezan a construir sus viviendas. MSF ha repartido 600 kits de supervivencia y calculan que all¨ª se instalar¨¢n cerca de 2.500 personas. ?Cu¨¢nto tiempo? Nadie lo sabe.
Suzanne Kosina, 48 a?os, atiende a sus cuatro hijos mientras su marido trabaja en la preparaci¨®n de la choza. Han encendido un fuego para hacer una sopa con lo que puedan encontrar. Se instalaron en el campamento hace dos d¨ªas y han dormido en la esterilla, rezando para que no lloviera porque hasta esta ma?ana no han puesto la lona que hace las veces de tejado. "Es la primera vez que estamos en un campo de desplazados", explica Suzanne. "En 2008 decidimos huir al campo y esperar escondidos a que pasaran los enfrentamientos. Pero esta vez hemos preferido venir aqu¨ª. No he podido traer casi nada, porque el Ej¨¦rcito nos ech¨® de nuestras casas cuando los rebeldes instalaron un puesto de vigilancia en nuestro poblado. Pasamos mucho miedo mientras nos ¨ªbamos, o¨ªmos tiros y salimos corriendo".
Como otras familias, la de Suzanne no sabe cu¨¢nto tendr¨¢n que pasar fuera de su poblado. "Llev¨¢bamos meses conviviendo con los rebeldes sin tener problemas. Nos ped¨ªan cosas, pero no eran violentos", explica. "Pero ahora ha vuelto a empezar la guerra y nadie sabe lo que durar¨¢".
El d¨ªa avanza y no paran de llegar m¨¢s familias. Los ni?os cuidan de los beb¨¦s mientras el padre y los mayores empiezan a montar la nueva vivienda con palos y ramas y la madre enciende el fuego.
En una esquina del campo de desplazados se amontonan mujeres y ni?os alrededor de un pozo de agua. La recogida del agua siempre ha sido cosa de mujeres en ?frica, aunque, desde que llegaron los bidones de agua, los ni?os pueden ayudar en esas tareas, porque pesan menos que los viejos c¨¢ntaros de barro. El pozo parece que est¨¢ bastante lleno y mujeres y ni?os se afanan en sacar el agua con una larga cuerda mientras empieza a anochecer.
Con la oscuridad empiezan a encenderse hogueras. Decenas de fuegos para cocinar lo poco que tienen. La mayor¨ªa se alimenta de mandioca, un tub¨¦rculo parecido a la yuca, pero que contiene cianuro, por lo que exige un tratamiento antes de cocinarlo para no envenenarse. Primero hay que lavar el tub¨¦rculo durante varios d¨ªas en el r¨ªo para que salga el cianuro; luego se pela y se deja secar en el suelo, antes de molerlo y convertirlo en harina. Esa harina de mandioca frita en bu?uelos es para muchos el ¨²nico alimento.
Poco a poco se van apagando las hogueras y los desplazados intentan dormir entre un calor sofocante. En pocas semanas empezar¨¢ la temporada de lluvias y estos ¨²ltimos d¨ªas son muy calurosos.
LOS DIAMANTES NO DAN DE COMER
El sur de la RCA hab¨ªa sido siempre una zona rica, dentro de un orden. Con fronteras con Camer¨²n y Congo, esa regi¨®n es rica en oro y diamantes, adem¨¢s de exportar madera a sus pa¨ªses vecinos. Boda, la ciudad m¨¢s grande de la zona, con 25.000 habitantes y a 200 kil¨®metros al sur de la capital, Bangui, era una especie de reducto en medio de la pobreza. Era una ciudad pr¨®spera que ten¨ªa hasta luz el¨¦ctrica.
Sin embargo, la crisis de los pa¨ªses ricos cay¨® como una losa sobre esta ciudad y sobre sus ciudadanos. En los a?os boyantes, miles de personas hab¨ªan dejado sus huertos o sus escuelas para trabajar en la mina y les hab¨ªa ido muy bien. Ganaban lo suficiente como para vivir bien, cambiar el tejado de paja de su casa por otro de zinc, comprar una moto y olvidarse de su granja o de sus estudios.
Cuando Estados Unidos y Europa entraron en recesi¨®n, el mercado de diamantes se vino abajo de un d¨ªa para otro. No solo cayeron los precios a m¨¢s de la mitad, sino que se fren¨® la demanda. La mayor¨ªa de las minas cerr¨® y las que se mantienen abiertas trabajan a medio gas.
En Boda, nadie quiere hablar de las minas. Saben que los diamantes construyeron y desarrollaron la ciudad, y que ahora no dan para comer. Cientos de j¨®venes que dejaron de estudiar deambulan ahora por las calles buscando trabajo, mientras familias enteras sufren las consecuencias del fin de la gallina de los huevos de oro.
La gendarmer¨ªa de las minas es un peque?o edificio de ladrillo y tejado de zinc en una calle c¨¦ntrica de Boda. Hay que esperar casi una hora a que llegue el comandante, a pesar de tener cita concertada. Estamos en ?frica. ?l tiene que autorizar la visita a una de las pocas minas abiertas a las afueras de la ciudad.
De entrada, todo parece muy dif¨ªcil; imposible. Deb¨ªamos de haber solicitado un permiso en Bangui y eso puede tardar tres o cuatro d¨ªas. "Lo dice la ley y no podemos eludirla", dice antes de empezar un largo silencio. "?Algo se podr¨¢ hacer?". Esa pregunta, con la cartera en la mano, endulzada con "me imagino que se podr¨¢ solucionar con alguna tasa...", suele dar resultados en los pa¨ªses en los que la corrupci¨®n forma parte de la vida cotidiana.
Por supuesto, algo se pudo hacer. Y en menos de una hora, un funcionario de la gendarmer¨ªa de las minas llamado Emmanuel, vestido con ch¨¢ndal y un Kal¨¢shnikov al hombro, hac¨ªa de gu¨ªa y guardi¨¢n al todoterreno que avanzaba hacia las minas de Bena Bele, situadas a 15 kil¨®metros de Boda.
Las minas son a cielo abierto y tienen un aspecto de enorme charco de agua y barro en donde 200 obreros se mueven como hormigas, moviendo la tierra a paladas de un charco a otro. En lo alto, una especie de tenderete con una esterilla en el suelo, en la que se sientan tres musulmanes que dan ¨®rdenes a los vigilantes. Tahir Charif dice ser el due?o de la mina, o el responsable, no queda muy claro. Lo que s¨ª queda claro es que all¨ª es el que toma las decisiones.
"Aqu¨ª trabajan unas trescientas personas todas las semanas", explica Tahir. "Llegan los domingos por la noche, duermen en el campamento y empiezan a trabajar el lunes a las seis de la ma?ana. Hacen turnos para que haya siempre 200 personas excavando. Est¨¢n hasta el s¨¢bado, en que vuelven a Boda. La semana siguiente viene un grupo diferente, porque esta es de las pocas minas que siguen abiertas".
El trabajo es duro. Muy duro. El enorme agujero de barro est¨¢ a unos cincuenta metros del cauce del r¨ªo, por lo que el agua sale del suelo a cada paletada. De eso se trata. Hay que ir acotando peque?as parcelas de agua, a unos cinco metros de profundidad, en donde cribar las piedras y buscar los diminutos diamantes.
Samuel no debe tener m¨¢s de 15 o 16 a?os, aunque asegura tener 18. Acaba de subir del agujero y va a descansar un poco. Viste solamente un traje de ba?o moderno y ce?ido y entrega la pala al que le sustituir¨¢ en el hoyo. "El trabajo es muy duro", dice, "pero es un trabajo y pagan. Solo puedo venir una semana al mes como mucho y me sac¨® 1.000 francos de la RCA al d¨ªa (unos 10 euros a la semana). Con eso ayudo en casa, porque tengo siete hermanos y mi padre ya no encuentra trabajo en las minas".
"?C¨®mo son los diamantes?".
"No lo s¨¦. Yo nunca he visto ninguno. La mayor¨ªa de nosotros solo excavamos la tierra sin parar. Luego llegan otros, los de confianza, que trabajar¨¢n en la zona acotada en busca de los diamantes. Nosotros solo excavamos, descansamos un poco y volvemos a la pala. Si paramos, nos echan. Aun as¨ª, tenemos que estar contentos porque sacamos unos miles de francos cada vez que nos contratan".
Tahir sigue dando instrucciones a jefes, jefecillos y vigilantes, que se ocupan de que todo funcione seg¨²n lo previsto. "Hoy no sacaremos diamantes", explica. "Estamos acotando tres o cuatro zonas para ma?ana empezar la criba. Solemos obtener unos 200 diamantes a la semana. Cuanto m¨¢s grandes sean, m¨¢s dinero sacaremos. Pero como los precios han bajado un 60% desde 2007, ya no contratamos a tanta gente".
Adem¨¢s de las minas grandes, antes hab¨ªa peque?as explotaciones en algunos de los r¨ªos de la zona. La gente buscaba oro y diamantes para venderlos a los grandes propietarios. Pero ya no hay mercado. Y la ciudad de Boda ha ido empobreci¨¦ndose poco a poco, hasta ser un pueblo m¨¢s de los muchos que luchan por sobrevivir en la RCA.
2.500 NI?OS DESNUTRIDOS
Con la pobreza llega la desnutrici¨®n a los ni?os. Es la eterna historia de ?frica. Hace menos de un a?o, la secci¨®n espa?ola de M¨¦dicos Sin Fronteras recibi¨® la alerta del Ministerio de Sanidad de la RCA. Durante una campa?a de vacunaci¨®n hab¨ªan detectado m¨²ltiples casos de desnutrici¨®n aguda infantil. La cosa parec¨ªa ser¨ªa. Y lo era. Por eso, en agosto de 2009, MSF mont¨® un centro hospitalario en Boda y 10 peque?os centros en los poblados cercanos. Lo que se planteaba como una acci¨®n temporal de tres meses tiene visos de permanecer en el tiempo, porque hay m¨¢s de 2.500 ni?os atendidos por desnutrici¨®n aguda en la zona.
El centro de desnutrici¨®n de Boda est¨¢ en el centro de la ciudad. Grandes tiendas de campa?a de lona conforman unas instalaciones que nacieron como provisionales, pero que llevan camino de convertirse en indefinidas, junto a los barracones del viejo hospital. Hoy hay unos cincuenta ni?os tratados por desnutrici¨®n. Cada tienda cobija a 10 ni?os en colchonetas de pl¨¢stico con mosquiteras que cuelgan del techo.
Solange no sabe cu¨¢ntos a?os tiene. No m¨¢s de 10. Tiene en brazos un beb¨¦ de ocho meses, su hermano, que lleva 33 d¨ªas ingresado. Su madre muri¨® hace tres meses, no sabe de qu¨¦, y ella, que es la hija mayor, se ha tenido que hacer cargo de su hermanito, mientras su padre permanece en el poblado, a cuatro horas de Boda, trabajando el campo y cuidando a los otros tres hermanos.
Ella lo lleva con naturalidad. Hace lo que ve hacer a las otras madres. Lava al beb¨¦, lo mece, lo lleva a la consulta del m¨¦dico y le da las medicinas. Lo que no puede es calmarlo, como las otras madres, d¨¢ndole el pecho. Pero le da el biber¨®n, que viene a ser lo mismo.
Hoy Solange est¨¢ contenta. Acaban de pesar a su hermanito y la b¨¢scula ha marcado 4,3 kilos. Cuando llegue a 4,5 podr¨¢ volver a casa. Lleg¨® con un peso de 3,8 kilos y durante tres semanas no gan¨® pr¨¢cticamente nada. Pero ahora lleva 10 d¨ªas ganando peso y, aunque sus brazos sigan siendo esquel¨¦ticos, su metabolismo est¨¢ respondiendo a la leche terap¨¦utica.
"Se salvar¨¢", dice Baidoje Roskand, 33 a?os, m¨¦dico responsable del centro. "Aunque lleg¨® con un grado de desnutrici¨®n, lo trajeron a tiempo, y aunque le ha costado recuperarse, ya ha pasado el peligro. Pronto le daremos el alta".
El doctor Roskand es de Bangui y dirige el centro de desnutrici¨®n desde que se abri¨® en agosto de 2009. Explica que la situaci¨®n ha mejorado, pero que no hay que bajar la guardia. "La desnutrici¨®n ha llegado de repente, a medida que la poblaci¨®n no ten¨ªa dinero y se ha limitado a comer mandioca", dice. "Adem¨¢s, muchos casos surgen despu¨¦s de una malaria, que les deja sin fuerzas. Lo que no sabemos es cu¨¢ntos ni?os mueren en el campo".
Tambi¨¦n est¨¢ en el l¨ªmite un min¨²sculo beb¨¦ de apenas tres meses en brazos de su joven madre, Zenabo, que con 19 a?os parece asustada. El ni?o no ganaba peso. Ella est¨¢ tambi¨¦n desnutrida y se aferra a su primer hijo, mientras su marido, vendedor ambulante, se ha quedado en el poblado. Los trajeron a Boda hace 10 d¨ªas. Y el beb¨¦ ha ganado un poco de peso, pero no suficiente.
Por lo menos, tiene a su madre a su lado. El doctor Roskand cuenta que hace una semana lleg¨® al centro una mujer con un beb¨¦ de pocos meses en un estado realmente cr¨ªtico. "Os lo dejo, porque tengo que ir a cuidar a mis otros tres hijos", dijo la madre. "Pero se va a morir", le dijeron. "Qu¨¦ le voy a hacer", contest¨® la madre, "tengo que salvar a los m¨¢s fuertes". El beb¨¦ muri¨®.
La desnutrici¨®n afecta a 55 millones de ni?os menores de cinco a?os en todo el mundo. Una enfermedad que acaba con la vida de nueve ni?os cada minuto.
EN MEDIO DE NINGUNA PARTE
"La fuerza divina y la brujer¨ªa est¨¢n muy unidos en ?frica. Likundu es la palabra que utilizan para explicar las cosas que suceden. Las enfermedades, incluso la muerte, se explican muchas veces por un maleficio de brujer¨ªa que le ha enviado alg¨²n enemigo. Es una creencia generalizada que explica lo inexplicable". Quien as¨ª habla es el padre Adelino, un misionero comboniano de origen italiano que lleva 35 de sus 67 a?os en la RCA.
A su juicio, la magia negra impide progresar a este pa¨ªs y a muchos de ?frica. "El likundu est¨¢ presente en todos los ¨¢mbitos de la sociedad", a?ade Adelino, "de forma que ninguna enfermedad se considera que ha partido de causas naturales, sino de alg¨²n maleficio. Aunque el likundu est¨¢ prohibido por la ley, todo el mundo acude a los brujos en busca de soluciones, aunque luego sean linchados por la turba cuando conviene. Es una tierra de enormes contrastes".
La iglesia de los misioneros combonianos se alza erguida a las afueras de Boda. Estos sacerdotes italianos llegaron a la RCA en los a?os setenta para quedarse. En la misi¨®n de Boda hay dos sacerdotes italianos, Adelino y Aurelio, 59 a?os, que conocen bien el pa¨ªs. "La RCA lleva a?os yendo para atr¨¢s", explican los dos quit¨¢ndose la palabra. "Hay una regresi¨®n en todos los ¨¢mbitos de la sociedad. El pueblo no ve ning¨²n futuro y nadie es capaz de proyectar un sue?o para el pa¨ªs y sus ciudadanos. Se conforman porque ahora viven en una paz relativa, aunque la violencia sigue presente en todo el pa¨ªs".
"Adem¨¢s, la corrupci¨®n ha llegado a todos los niveles. Aqu¨ª, en el sur, la poblaci¨®n viv¨ªa antes de la agricultura y subsist¨ªan de forma modesta, pero sin hambre. Cuando lleg¨® la fiebre de los diamantes, dejaron el campo y se pusieron a buscar piedras preciosas. Era un dinero f¨¢cil. Piensan que el diamante es una creaci¨®n del diablo y el dinero que obtienen lo gastan r¨¢pidamente. Cuando ha llegado la crisis, esta ciudad se ha vuelto pobre".
El intenso olor a la mandioca puesta al sol para secarse inunda las inmediaciones del mercado de Boda. Cuando se llega a los puestos del mercado, ese olor se mezcla con el del pescado o la carne llenos de moscas. Las mujeres aguardan sentadas en sus puestos, charlando, con ni?os en brazos, a que alguien se acerque a comprar o a cambiar productos para subsistir.
De vuelta a la calle principal, aparece un enorme edificio con un cartel envejecido: "Estaci¨®n el¨¦ctrica de Boda. Inaugurada el 30 de marzo de 1996 a las 11 horas". Una estaci¨®n de gas¨®leo que, por supuesto, no est¨¢ en funcionamiento por falta de combustible. Como el propio pa¨ªs. All¨ª no funciona casi nada y tampoco se espera que lo haga.
La vida transcurre cansinamente, sin objetivos ni esperanza. Hay que pasar el d¨ªa, la semana, el mes o el a?o... la temporada seca y la de lluvias, esperando sobrevivir a la violencia o las enfermedades. "La ¨²nica esperanza de futuro son los ni?os, que siguen mostrando su alegr¨ªa y sus ganas de vivir", dice el padre Aurelio. "Cada familia tiene cinco o m¨¢s hijos, y en alg¨²n momento ese nuevo ej¨¦rcito cambiar¨¢ el pa¨ªs".
50 a?os de golpes de Estado
La violencia forma parte de la historia de la Rep¨²blica Centroafricana. Un pa¨ªs que obtuvo su independencia de Francia hace 50 a?os y que unos meses antes asisti¨® at¨®nito a la muerte en un supuesto accidente de avioneta del padre fundador de la Rep¨²blica, el sacerdote Barth¨¦lemy Boganda. Franceses, belgas, alemanes y brit¨¢nicos compet¨ªan en el siglo XIX por esa franja del ?frica profunda, que terminar¨ªan reparti¨¦ndose. Los belgas se quedaron con el Congo, los alemanes con Camer¨²n y los franceses con RCA.
Desde su independencia, se han sucedido los golpes militares. David Dacko fue el primer presidente (1960) del pa¨ªs, pero fue derrocado cinco a?os despu¨¦s por su primo, Jean-Bedel Bokassa, que suspendi¨® la constituci¨®n y cambi¨® el nombre del pa¨ªs por Imperio Centroafricano e inici¨® una sangrienta dictadura militar, caracterizada por la represi¨®n y su enriquecimiento personal. En 1979, fue derrocado por un golpe de Estado apoyado por Francia, que repuso al ex presidente Dacko, hasta 1981 en que se produjo otro golpe del general Andr¨¦ Kolingba (1981), que se mantuvo en el poder hasta que, despu¨¦s de muchos intentos frustrados, en 1993 se celebraron unas elecciones democr¨¢ticas ganadas por Ange-F¨¦lix Patass¨¦. Se inicia entonces una etapa de duros enfrentamientos ¨¦tnicos e intentos de golpes de Estado, aunque Patass¨¦ consigue mantenerse en el poder y volver a ganar las elecciones en 1999.
En 2001 se produce un fallido golpe de Estado, reprimido por el presidente Patass¨¦, con ayuda de la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo y de Libia. Aparece entonces en escena otro general, Fran?ois Boziz¨¦, al que Patass¨¦ acusa de estar preparando un golpe y huye al Chad en 2002. Al poco tiempo, Boziz¨¦ volvi¨® a RCA con sus tropas y se alz¨® con el poder. En 2003, Boziz¨¦ convoc¨® elecciones y las gan¨®, sin que Patass¨¦ pudiera presentarse. El pa¨ªs tiene una nueva Constituci¨®n y Boziz¨¦ ha prometido elecciones antes de fin de a?o.
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