El c¨®mico
La comedia ha salvado -a lo largo de la historia- m¨¢s vidas que la propia medicina. Exageraci¨®n, pensar¨¢n algunos. Lo cierto es que con todas las peque?as muertes que sufrimos cada d¨ªa (podemos llamarlas celos, disgustos, traiciones... el h¨¢bito no hace al monje), la risa acaba convirti¨¦ndose en una particular forma de resurrecci¨®n. No les hablar¨¦ aqu¨ª de las saludables consecuencias de una buena carcajada, eso ya est¨¢ muy visto aunque sea un t¨®pico impepinable (como casi todos los t¨®picos que circulan por ah¨ª). Lo que s¨ª hay que decir es que -aunque no lo admitamos p¨²blicamente- los c¨®micos ocupan un rol muy importante en nuestro d¨ªa a d¨ªa. Ellos son los instrumentos que activan nuestra capacidad de utilizar los pulmones para algo m¨¢s que para emitir suspiros o resoplar.
Sin embargo, los c¨®micos acostumbran a ser -casi inevitablemente- gente taciturna, t¨ªmida, que no gustan de empezar el d¨ªa con una curva en los labios. Quiz¨¢s porque de la misma forma que el actor porno acaba aborreciendo el sexo, el c¨®mico acaba considerando la risa un automatismo, un acto mec¨¢nico que va a producirse sea cual sea su estado de ¨¢nimo. No importa que el tipo tenga una depresi¨®n ni el tama?o de esta, cuando llega el momento su obligaci¨®n es hacernos re¨ªr. Ya se sabe, es muy distinto hacer algo porque nos corroe el deseo de hacerlo que hacerlo porque no tenemos m¨¢s remedio, simplemente porque es nuestro trabajo.
El ejemplo m¨¢s flagrante de la eterna levedad del c¨®mico es John Belushi (tambi¨¦n podr¨ªamos mencionar a Lenny Bruce o Andy Kaufman) que se hizo famoso por sus impresionantes actuaciones en el Saturday night live y que despu¨¦s se clav¨® en el imaginario cin¨¦filo con pel¨ªculas como Granujas a todo ritmo o Desmadre a la americana. Detr¨¢s de su oronda silueta y su descomunal capacidad para el cachondeo y la mofa se escond¨ªa sin embargo un tipo atormentado que consum¨ªa seis gramos de coca¨ªna y tres botellas de vodka al d¨ªa y que viv¨ªa cada minuto como si un meteorito estuviera a punto de impactar sobre la Tierra y el tiempo se le escurriera entre las manos. Basta con leer la biograf¨ªa del guitarra de The Police Andy Summers -¨ªntimo amigo suyo- o el excelente libro del periodista Bob Woodward (el del Watergate) sobre el actor para descubrir la bestia que se escond¨ªa en las tripas de Belushi.
Obviamente la sonrisa del monstruo se apag¨® y el c¨®mico fue encontrado muerto el 5 de marzo de 1982 en el Chateau Marmont de Los ?ngeles despu¨¦s de ingerir una letal combinaci¨®n de coca¨ªna y hero¨ªna. A la semana siguiente sus mejores amigos, nombres como Bill Murray o Dan Aykroyd, volv¨ªan al tajo. No importaba el dolor ni la culpa, lo ¨²nico que importaba es que sigui¨¦ramos ri¨¦ndonos. Su muerte fue una lecci¨®n de vida que todos deber¨ªamos aplicarnos a modo de mantra nihilista: al final da igual lo que nos suceda porque -cr¨¦anlo o no- la vida sigue. Piensen en ello cuando lleguen las pr¨®ximas elecciones.

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