La hora del triunfo
Es m¨¢s que probable que no nos hayamos percatado, pero con ocasi¨®n del pasado Mundial de f¨²tbol, a lo que hemos asistido es a un curso intensivo de cultura cl¨¢sica. Antes, durante y sobre todo despu¨¦s de que el ¨¢rbitro brit¨¢nico Howard Webb pitara el final del partido entre Holanda y Espa?a presenciamos la actualizaci¨®n de una serie de s¨ªmbolos que hunden sus ra¨ªces en la antig¨¹edad griega y latina y que de una manera u otra a¨²n siguen vivos.
Dec¨ªa Borges -quien, por cierto, detestaba el f¨²tbol- que eran cuatro las historias dignas de ser contadas. La primera de ellas, en alusi¨®n a la Il¨ªada, es la de una ciudad que ha de ser tomada o, m¨¢s conmovedor a¨²n, "la de los hombres que defienden una ciudad cuyo destino ya conocen, una ciudad que ya est¨¢ en llamas". No deja de ser un manido lugar com¨²n la visi¨®n de un partido de f¨²tbol como la escenificaci¨®n de un enfrentamiento b¨¦lico sobre un terreno de juego, pero no es tampoco menos cierto que cuando sobre el gran verde del Soccer City Stadium de Johanesburgo Arjen Robben revent¨® los candados de la defensa espa?ola y se qued¨® en un mano a mano con Casillas, unos cuantos millones de espa?oles sentimos que los de naranja eran los griegos, y nosotros, los troyanos. Fue una visi¨®n fugaz y que probablemente nunca existi¨®, pero durante un instante el tiempo se par¨® y vimos arder, envuelta en llamas, la red de nuestra porter¨ªa, y por un momento tambi¨¦n flaque¨® nuestra fe en los oraculares presagios de victoria de un pulpo.
En ese pa¨ªs de la memoria que es el mito conviven el lejano gol de Zarra y el de Iniesta
Pepe Reina salud¨® al grito de ?Espartanos!, y la multitud solt¨® un aullido guerrero
Al d¨ªa siguiente, una cr¨®nica aparecida en las p¨¢ginas de este diario narrar¨ªa con acentos ¨¦picos ese instante crucial: "La jugada que marc¨® la Copa del Mundo lleg¨® en el arranque del segundo tiempo. Sneijder meti¨® el bal¨®n por la cabeza de un alfiler. El pase se col¨® entre los centrales espa?oles que tiraban la l¨ªnea y Robben se qued¨® completamente solo con 30 metros por delante para pensar c¨®mo ejecutar su gol. Casillas esper¨® un instante para que se acercara y le sali¨® hasta el borde del ¨¢rea para cerrarle el ¨¢ngulo de tiro. Hecho esto, amag¨® con que se tiraba a la izquierda con fuerza y finalmente se dej¨® caer. Fue una d¨¦cima de valor. Una d¨¦cima de paciencia. Robben, a un par de metros, fusil¨® a la izquierda creyendo que hab¨ªa ganado. Pero el tiro peg¨® en el pie derecho del portero, que con el empeine, apenas un roce, lo mand¨® a c¨®rner. Fue la parada del Mundial. Para ganarlo, antes hab¨ªa que derrotar a Casillas".
No cabe duda, el f¨²tbol es una gran narraci¨®n que solo cabe cantar con acentos ¨¦picos, y que en ocasiones, perpetuadas en las palabras de los grandes locutores y cronistas deportivos, adquiere dimensiones cuasi m¨ªticas. Y algo de vagamente hom¨¦rico hay en los ep¨ªtetos que acompa?an los nombres de los jugadores, desde el feroz Tibur¨®n Puyol, hasta el elegante Fara¨®n de Camas, pasando por el Guaje Villa, el Ni?o Torres o Sweet Iniesta. Nada, en todo caso, como los t¨¦rminos, ya en desuso, de cancerbero (en su consabida referencia al perro de tres cabezas Cerbero, que en la mitolog¨ªa griega, guardaba las puertas del infierno) o ariete para recrear la met¨¢fora de una ciudad en estado de sitio.
Lo cierto es que si entendemos la mitolog¨ªa como la narraci¨®n de un conjunto de haza?as memorables llevadas a cabo por personajes de cualidades extraordinarias en momentos y lugares prestigiosos y evocadores, no podremos negar que el f¨²tbol es un universo generador de mitos. En el imaginario de los aficionados resuenan los ecos de los triunfos m¨¢s gloriosos y de los m¨¢s rotundos fracasos m¨¢s all¨¢ de lo que ellos mismos han vivido, y desde luego no le hace falta haber visto jugar en vivo a Di Stefano, Pel¨¦, Cruyff, Maradona y Zidane para reconocer su jerarqu¨ªa absoluta dentro del Olimpo del f¨²tbol. Es ah¨ª, en esa especie de pa¨ªs de la memoria que es el mito -un pa¨ªs construido a fogonazos de im¨¢genes en color y en blanco y negro-, donde ahora conviven el lejano gol de Zarra y el de Iniesta.
La historia es bien sabida: corr¨ªa el minuto 116 del partido cuando Iniesta recibe un pase de Cesc desde la corona del ¨¢rea y de un disparo cruzado toma, por fin, la ciudad asediada y conquista para siempre la gloria del triunfo. Ah¨ª fue cuando nos dimos cuenta de que los griegos eran los que vest¨ªan una camiseta azul con vocaci¨®n de roja y de lo que es golpear un bal¨®n con toda el alma.
Ni siquiera el pitido final, con el Mundial ya ganado y la alegr¨ªa desatada, fue suficiente para sentir a la selecci¨®n investida de un aura de campeona. Nadie, que se sepa, abandon¨® su puesto ante la pantalla hasta ver al capit¨¢n alzar el trofeo en el mismo lugar de la victoria. Se trata de un hermoso ritual que, de una u otra manera, hunde sus ra¨ªces en la antig¨¹edad griega; no en vano, la propia palabra tropaion, de la que deriva trofeo, hace alusi¨®n al lugar en el que un ej¨¦rcito hab¨ªa obligado a batirse en retirada (trope significa vuelta) al enemigo. En ese preciso punto, los vencedores erig¨ªan un t¨²mulo con piedras o con las armas de los vencidos, o, en su defecto, dejaban colgada de una estaca la armadura del adversario. Como es l¨®gico, nadie esperaba ver al capit¨¢n levantando un muro ni clavando una estaca, sino alzando un trofeo de oro de 18 quilates, 36,8?cent¨ªmetros de altura y 5 kilos: la Copa del Mundo.
Una copa, como premio de una competici¨®n deportiva, aparece repetidamente mencionada en un testimonio literario tan temprano como la Il¨ªada. All¨ª, el h¨¦roe Aquiles celebra unos juegos funerales en honor a su amado Patroclo, y entre el variado elenco de premios que ofrece a los contendientes aparecen tr¨ªpodes y calderos, sin duda una versi¨®n m¨¢s utilitaria y menos estilizada que los modernos trofeos. Llama especialmente la atenci¨®n la referencia expresa a un tr¨ªpode "de grandes orejas", que es casualmente el calificativo por el que los aficionados al f¨²tbol reconocer¨ªan sin dificultad a la prestigiosa Copa de Europa. Si tomamos en cuenta que el resto de premios que ofrec¨ªa Aquiles eran por lo general mulas y cabezas de ganado, la que ha prevalecido ha sido sin duda la opci¨®n m¨¢s glamurosa.
Para captar el valor simb¨®lico y po¨¦tico que encierra un trofeo podemos acudir a uno de los pasajes m¨¢s conmovedores de la literatura occidental. En la An¨¢basis, Jenofonte nos narra el episodio hist¨®rico en el que un ej¨¦rcito de 10.000 mercenarios griegos, con sus generales muertos a traici¨®n, emprendieron la retirada a trav¨¦s de territorios desconocidos en busca del regreso a su hogar. Cuando tras m¨²ltiples peligros divisaron desde lo alto de un monte el mar que les habr¨ªa de devolver a su patria, los curtidos profesionales de la guerra no pudieron evitar proferir un grito de eco inmortal ("?El mar, el mar!"). Acto seguido, Jenofonte relata lo siguiente: "De improviso, no se sabe por orden de qui¨¦n, los soldados empezaron a amontonar piedras hasta formar un enorme t¨²mulo sobre el que colocaron una pila de pieles de buey sin curtir, de bastones y de escudos de mimbre que hab¨ªan tomado como bot¨ªn". No cabe duda de que el alzamiento del trofeo es el s¨ªmbolo de toda lucha, guiada por la esperanza y culminada con la conquista, y algo de esa emoci¨®n indescriptible debieron de sentir los 23 jugadores de La Roja al levantar una copa que simboliza el mundo.
Hay, sin embargo, una representaci¨®n de la victoria que se ha instalado m¨¢s profundamente que ninguna otra en el imaginario popular moderno: la del desfile triunfal de las legiones romanas. Lo que ocurri¨® al d¨ªa siguiente de la gran final, muchos lo vimos, y de alguna manera todos estuvimos presentes. Cerca de un mill¨®n de personas esperaban a la selecci¨®n en Madrid dispuestas a homenajear a sus h¨¦roes y completar el largo viaje de la victoria con una suerte de marcha triunfal. Envuelto en una marea roja, el autocar de los campeones recorri¨® el coraz¨®n de la ciudad. Pasaron por lugares tan emblem¨¢ticos como la Gran V¨ªa y las fuentes de Cibeles y Neptuno, referentes de aficiones rivales unidas esta vez en la victoria. La selecci¨®n solo pod¨ªa avanzar lentamente entre pancartas y banderas ondeantes, los v¨ªtores de la gente y el clamor de las vuvuzelas, y durante varias horas asistimos a un tipo de misterioso ritual que en otros tiempos sirvi¨® para celebrar el fin de una contienda.
En realidad es muy poco lo que se sabe acerca de la g¨¦nesis del triunfo romano y del sentido profundo de los s¨ªmbolos que se desplegaban en ¨¦l, como el hecho de que el general victorioso llevara una t¨²nica de color p¨²rpura y el rostro pintado de rojo. Ni siquiera el t¨¦rmino triunfo, tan presente en las distintas lenguas modernas, tiene un origen claro, ya que deriva del misterioso grito de io triumpe! que las tropas, acaso sin saber m¨¢s que nosotros sobre su oscuro significado, profer¨ªan en su recorrido a trav¨¦s de la urbe. En todo caso, hay estudiosos que han puesto el t¨¦rmino en relaci¨®n con la palabra griega thriambos, el nombre de una procesi¨®n en la que se honraba a Baco, dios del vino, a quien se le sol¨ªa representar acompa?ado de un interminable (y orgi¨¢stico) cortejo festivo.
En esencia, la ceremonia del triunfo era una forma de representar y volver a poner en acto la victoria. Por este motivo, el general vencedor, tras acreditar que hab¨ªa comandado en persona la contienda y que sus hombres hab¨ªan dado muerte al menos a cinco mil enemigos, ten¨ªa derecho a exhibir su logro por las calles de Roma, desde el Campo de Marte hasta el templo de J¨²piter, en el monte Capitolino. En el curso de aquel trayecto tomaba lugar una de las escenas que m¨¢s poderosamente ha impregnado nuestro imaginario en relaci¨®n con la idea de victoria: en un determinado momento del recorrido, el general y sus legiones atravesaban un "arco del triunfo", aunque seg¨²n las fuentes latinas se trataba m¨¢s bien de una porta triumphalis cuya ubicaci¨®n exacta todav¨ªa hoy se desconoce. Ya se tratara de una puerta o de un arco, el gesto encerraba en sus or¨ªgenes un simbolismo que a d¨ªa de hoy a¨²n no ha sido descifrado. Una de las teor¨ªas m¨¢s atractivas y po¨¦ticas concede a esta construcci¨®n la primitiva funci¨®n m¨¢gica de purificar a las tropas por la sangre humana derramada. Aunque quiz¨¢ en esta, como en otras cosas, lo hermoso es no entender todo del todo.
Sea como fuere, en el desfile de la selecci¨®n, el poder simb¨®lico del arco se hizo presente al menos en dos ocasiones: primero cuando a su llegada al aeropuerto el cuerpo de bomberos formaron un arco de agua para que los h¨¦roes llegados del cielo pasaran por debajo. En segundo lugar, cuando los jugadores dieron inicio a su recorrido triunfal sobre un autob¨²s descapotable al amparo del Arco de la Victoria. En ese momento, bajo esta construcci¨®n se proyect¨®, encarnado en un grupo de j¨®venes, el triunfo del talento, la uni¨®n y la disciplina. Por fin, acababan de conquistar el derecho de portar una estrella sobre el escudo, un s¨ªmbolo m¨¢s de su nueva posici¨®n y su prestigio en el nuevo orden futbol¨ªstico: "El poder de La Roja conquista el mundo" era el lema que se pod¨ªa leer sobre el autob¨²s que transportaba a los vencedores.
Merece la pena insistir en el vigor de la met¨¢fora b¨¦lica, pero tambi¨¦n es necesario hacer algunas acotaciones. Al igual que nosotros nos recreamos viendo una y otra vez por televisi¨®n los goles de Villa, el cabezazo de Puyol y el definitivo tanto de Iniesta, los romanos ten¨ªan ocasi¨®n de contemplar en el desfile las maquetas de las ciudades asediadas y las pinturas de las batallas vencidas. Pero existe una diferencia fundamental: que la victoria se produzca sobre el terreno de juego y no en un campo de batalla no deja de ser un triunfo en s¨ª mismo.
El triunfo romano, sin embargo, conllevaba en su celebraci¨®n el reverso tenebroso de la humillaci¨®n del vencido. En los desfiles se mostraban los despojos y riquezas de los ej¨¦rcitos derrotados, as¨ª como a los prisioneros capturados, que eran conducidos en cadenas por las calles de Roma con la cabeza rapada. De hecho, el poeta latino Horacio nos refiere la noticia de que la reina Cleopatra se habr¨ªa suicidado con el proverbial ¨¢spid para evitar ser conducida en triunfo por el futuro emperador Augusto. Por el mismo motivo, el rey Mitr¨ªdates, famoso en la literatura -de Plutarco a Borges, pasando por Alejandro Dumas- por tomar peque?as dosis de veneno para inmunizarse, habr¨ªa tenido que pedir a su hombre de confianza que lo pasara a cuchillo, ya que el veneno con el que trataba de suicidarse no le hac¨ªa efecto. Dejando al margen estas an¨¦cdotas, m¨¢s o menos cre¨ªbles, es justo decir que en Roma tambi¨¦n se alzaron voces de una sensibilidad opuesta, como la de S¨¦neca, quien proclamaba que la magnanimidad con el vencido era una "victoria en la victoria". No cabe duda de que ¨¦sta es una m¨¢xima que cada uno de nuestros jugadores tiene bien interiorizada: Premio Fair Play de la Fifa.
Otro de los signos bajo los que hemos visto moverse a los hombres de Del Bosque y al seleccionador mismo es el de la ausencia absoluta de soberbia, factor que tal vez tenga mucho que ver con uno de los aspectos m¨¢s conocidos de la ceremonia del triunfo, como qued¨® magn¨ªficamente retratado en la c¨¦lebre pel¨ªcula Quo vadis? En ella podemos observar c¨®mo un esclavo, situado detr¨¢s del general en su carro, le susurra repetidamente unas intrigantes palabras: "Mira hacia atr¨¢s. Recuerda que eres hombre". De acuerdo con los estudiosos, estas palabras rituales ten¨ªan como finalidad rebajar la soberbia del general triunfante o bien alejar de ¨¦l la envidia de los dioses.
Por otro lado, exist¨ªa un aspecto en la procesi¨®n triunfal en el que las tropas cobraban un especial protagonismo: se trata de la serie de c¨¢nticos de car¨¢cter obsceno y burl¨®n que los soldados dirig¨ªan a su general. A estos efectos, el chismoso historiador Suetonio nos cuenta c¨®mo los soldados de Julio C¨¦sar entonaban a su caudillo este dulce canto: "?Atenci¨®n, romanos, vigilad a vuestras esposas, ya est¨¢ en casa el calvo corneador! ?Todo el dinero que aqu¨ª le prestasteis, en las Galias se lo foll¨®!". Muy probablemente, el objetivo original de estos c¨¢nticos fuese tambi¨¦n el de neutralizar la envidia de los dioses y proteger a su caudillo del mal de ojo; en todo caso, no?es en absoluto descartable que alguno encontrara m¨¢s que satisfactoria esta forma de proteger a su jefe (los educados chicos de La?Roja se hab¨ªan limitado a mantear discretamente a Del Bosque). En todo caso, deb¨ªa de tratarse de un instante de especial complicidad entre las tropas y el pueblo que les aclamaba.
Hasta un cierto punto, cualquiera de los 23 jugadores de La Roja habr¨ªa pasado desapercibido mezclado entre los millares de personas que les aclamaban como h¨¦roes. "Somos gente de la calle, gente normal", hab¨ªa dicho Casillas, y eso es precisamente lo que, tras su gran haza?a, los convierte en excepcionales. En un momento dado de la celebraci¨®n tom¨® la palabra el mejor maestro de ceremonias; Pepe Reina salud¨® a sus compa?eros al grito de "?Espartanos!" de la pel¨ªcula 300 de Zack Snyder, y entonces sus compa?eros y la multitud le respondieron con un aullido guerrero. A partir de este momento qued¨® sellada la comuni¨®n entre los campeones y sus admiradores y comenz¨® el show.
Pero hay una parte crucial de la ceremonia de la que apenas ha quedado constancia: ?qu¨¦ pasaba -se pregunta Mary Beard en su excepcional El triunfo romano (Cr¨ªtica, 2009)- con los vendedores de comida y refrescos? ?Qu¨¦ hay de los espectadores que sufr¨ªan los golpes de calor, o de los que apenas pod¨ªan disfrutar en la lejan¨ªa de las maravillas que los dem¨¢s aplaud¨ªan? ?Constitu¨ªan estas celebraciones tan buena oportunidad para el amor como sugiere el poeta Ovidio en su Arte de amar?
En definitiva, ?qu¨¦ pasa con nosotros? ?Cu¨¢l es en realidad el papel de todos aquellos que en la calle o desde casa celebramos el triunfo con los campeones? Sin duda, se trata de un tipo de acontecimiento que genera miles de experiencias, miles de narrativas personales que, todas sumadas, acabar¨¢n al cabo del tiempo instal¨¢ndose en ese pa¨ªs de la memoria del que habl¨¢bamos al principio. No es improbable que el papel de la afici¨®n sea el de custodiar y alimentar para siempre el fuego sagrado de los mitos.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.