Cuando el poder pierde autoridad
Singular verano pol¨ªtico: los dos dirigentes de los dos partidos que re¨²nen el 92% de los diputados han visto hasta tal punto deteriorada la confianza depositada en ellos que un alt¨ªsimo porcentaje de sus respectivos votantes considera que no deben presentarse como candidatos al gobierno en las pr¨®ximas elecciones. Para ser exactos: PSOE y PP representan en el Congreso cerca del 83% de votantes; pero los se?ores Zapatero y Rajoy inspiran poca o ninguna confianza al 77% y al 84%, respectivamente, de los electores. Se puede decir al rev¨¦s: s¨®lo el 22% de encuestados muestra bastante o mucha confianza en Zapatero; s¨®lo el 15% muestra el mismo sentimiento hacia Rajoy. Se mire por donde se mire, un desastre de confianza. L¨®gicamente, hasta el 76% de la ciudadan¨ªa quiere a los dos l¨ªderes fuera de su vista.
Es posible que la erosi¨®n de confianza en el presidente del Gobierno y en el candidato a sucederle tengan causas diferentes. En el primer caso, la frivolidad en el recitado del estribillo "todo va bien, se?ora marquesa" desemboc¨® de manera abrupta en la muda desolaci¨®n ante la vista del palacio incendiado e increment¨® considerablemente la ya muy extendida opini¨®n de que "va improvisando sobre la marcha": lo cree nada menos que el 78% de los ciudadanos y el 68% de sus propios electores. En el segundo, la indolencia para limpiar de una vez los pestilentes establos de la Comunidad Valenciana, de la Generalitat a las diputaciones pasando por los ayuntamientos, arrastra una inevitable desconfianza en su capacidad de liderazgo. En ambos casos, los l¨ªderes de los dos grandes partidos extienden la sensaci¨®n de que no controlan los acontecimientos sino que van a rastras, o huyen despavoridos, de ellos.
Pero si las causas son diferentes, los efectos son similares: la p¨¦rdida de autoridad se ha traducido en lo que Ortega llamar¨ªa rebeli¨®n de las provincias: Zapatero, como secretario general del partido federal no controla decisiones clave de los partidos federados. Ocurri¨® en Catalu?a, volvi¨® a pasar en Euskadi, y ahora toca turno a Madrid. El secretario federal, al comportarse como un antiguo maestro de escuela que leyera en voz alta a la clase las calificaciones de los alumnos -Pepito, bueno; Manolito, muy bueno; Josefina, buen¨ªsima- ha perdido tanta autoridad que hasta el ministro del Interior, qui¨¦n lo dir¨ªa, ha desplegado toda su proverbial astucia disparando un tiro que puede salirle por la culata: el ¨²nico activo del candidato Tom¨¢s G¨®mez es haber dicho no a Zapatero. ??nico activo? No, un capitalazo, eso es lo que representa decir no a Zapatero en las actuales circunstancias. Quiz¨¢ por eso, el mismo ministro, que merece, con raz¨®n, la m¨¢s alta valoraci¨®n de los ciudadanos, y que adem¨¢s de astucia posee larga experiencia org¨¢nica, se ha sentido obligado, qui¨¦n lo dir¨ªa, a desempolvar el irrebatible argumento con que los viejos aparatchikis cerraban la boca al militante d¨ªscolo en las c¨¦lulas del gran partido de la clase obrera: pero, compa?ero, ?no te das cuenta de que esto hace el juego a la derecha?
Lo de la Generalitat de Valencia en su relaci¨®n con la ejecutiva del PP ha entrado en el terreno del esperpento y necesitar¨ªa de un Valle-Incl¨¢n y otra corte de los milagros para dar cabal cuenta del vodevil. Que el presidente del PP no sea capaz de imponer, no ya el mutis, ni siquiera una cura de silencio al presidente de una Comunidad en la que la corrupci¨®n ha campado por sus respetos, desviando a bolsillos privados considerables sumas de dinero p¨²blico, dice todo acerca de su previsible capacidad para enfrentarse a situaciones de crisis. Ya es mucho que el individuo en cuesti¨®n se aferre al puesto hasta que los jueces dictaminen, confirmando as¨ª que los grandes caciques nunca mueren, sea cual fuere el grado de corrupci¨®n en que hayan incurrido. Pero que encima de quedarse, se mofe de la direcci¨®n del partido alardeando de que de all¨ª no lo echa nadie es m¨¢s de lo que su presidente puede aguantar sin que su autoridad se resienta y resquebraje.
Cunde, pues, en la ciudadan¨ªa el des¨¢nimo. Bien est¨¢ que los l¨ªderes no sean mandones, pero que carezcan de autoridad es una desgracia. Si no s¨®lo uno, sino los dos, el que est¨¢ al frente del Gobierno y el que pretende sustituirlo, adolecen de la misma carencia, la desgracia es total. Y eso, si las encuestas no enga?an, es lo que va pensando la mayor¨ªa del personal: que todo esto es una aut¨¦ntica desgracia.
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