La ciencia de resolver conflictos
La principal caracter¨ªstica de la tregua declarada por los etarras no es que sea unilateral; es que se trata de una tregua sin contenido, puesto que se comprometen a no hacer aquello que no han podido hacer durante meses. Es probable que la esperanzadora reacci¨®n de los partidos democr¨¢ticos tenga que ver con la intuici¨®n de que los terroristas pretenden presentar como concesi¨®n algo que, en el fondo, le ha venido impuesto por la pol¨ªtica antiterrorista. La presi¨®n policial y judicial ha mermado su capacidad de cometer atentados, por m¨¢s que la combinaci¨®n de un fan¨¢tico y una pistola siempre pueda provocar una tragedia. Y la ilegalizaci¨®n de Batasuna, por su parte, ha convertido en contradictorios los intereses de los de las pistolas y los de las buenas palabras, acentuando la par¨¢lisis tanto de unos como de otros. Si, como se dice, una de las causas m¨¢s determinantes de la tregua responde a este conflicto interno, es dif¨ªcil entender por qu¨¦ el Estado deber¨ªa dar pasos para ayudar a resolverlo. Sobre todo cuando cualquiera de sus posibles desenlaces le beneficia: si los terroristas mantienen la tregua, porque la mantienen, y si la rompen de nuevo, porque, seg¨²n el axioma admitido, saldr¨¢n a¨²n m¨¢s debilitados.
Entre las muchas simplezas a las que nos van acostumbrando estos tiempos de pol¨ªtica basura, hay una particularmente extravagante que es la de proclamar que existe una ciencia de resolver conflictos. Semejante buena nueva no pasar¨ªa de ser una variante de la charlataner¨ªa si, para desgracia de quienes los padecen, no estuviera contribuyendo a desenfocar el an¨¢lisis sobre los pasos a seguir en la lucha antiterrorista. A juzgar por las declaraciones de algunos gur¨²es de la ciencia de resolver conflictos, el punto en que se encuentra el terrorismo etarra exige ajustar su eventual final a alguno de los modelos te¨®ricos que, como los antiguos viajantes de comercio, llevan en el malet¨ªn. As¨ª, pues, aqu¨ª tenemos la v¨ªa sudafricana o, si se prefiere, la irlandesa, por no hablar de la ingente variedad de las latinoamericanas, todas ellas coronadas por el ¨¦xito y todas ellas formuladas como ecuaciones abstractas en las que basta introducir los datos de un caso concreto para obtener el resultado apetecido.
El desenfoque en el an¨¢lisis que est¨¢ propiciando la supuesta ciencia de resolver conflictos consiste en eso, en que antepone el valor de los modelos al de los datos, lo que es tanto como dejar la pol¨ªtica antiterrorista en manos de especulaciones elaboradas con regla y comp¨¢s, junto a unas gotitas de historia, en lugar de formularla a partir de la comprensi¨®n de realidades que son distintas y singulares.
En virtud de esas especulaciones, y no de la realidad que atraviesa el terrorismo etarra, parecer¨ªa que la prioridad pol¨ªtica del momento consiste en determinar las condiciones para que Batasuna regrese a la legalidad. Dif¨ªcilmente puede ser prioritario determinar algo que ya est¨¢ determinado, y que Batasuna conoce tan bien que, justo por eso, est¨¢ intentando que los terroristas se muevan en la direcci¨®n en que lo han hecho. Pero no es este el mayor desenfoque del an¨¢lisis que est¨¢ propiciando la supuesta ciencia de resolver conflictos. A fuerza de especular sobre el papel que podr¨ªa desempe?ar Batasuna, o la izquierda abertzale, en alguno de los modelos te¨®ricos que ofrece para el Pa¨ªs Vasco, se est¨¢ dando a entender que se trata de un ente colectivo, en el que si hay ciudadanos concretos es de un modo, por as¨ª decir, pirandelliano, gente varada en un escenario pol¨ªtico en el que no comparece su partido. Parecer¨ªa que, sin ¨¦l, no son ciudadanos, como tampoco ser¨ªan personajes los de Pirandello por el simple hecho de representar una farsa en la que fingen buscar a su autor.
El problema al que se enfrenta el Estado no es qu¨¦ hacer con Batasuna, o con la izquierda abertzale, para que ocupe su lugar en el gui¨®n prefabricado que propone la ciencia de resolver conflictos; el problema del Estado es c¨®mo impedir que los terroristas dispongan otra vez de un partido sin mermar, al mismo tiempo, los derechos de unos ciudadanos que se inclinaron por esa opci¨®n mientras fue legal, pero que no por ello pasaron a ser de su propiedad ni se encuentran, por tanto, pol¨ªticamente desamparados. Cuando los de las buenas palabras soliciten dentro de poco legalizar un partido no estar¨¢n erigi¨¦ndose en portavoces de un ente colectivo al que desean facilitar una representaci¨®n en las instituciones; por el contrario, estar¨¢n intentando capitanear de nuevo un proyecto pol¨ªtico que, hasta ahora al menos, necesitaba de la complicidad de los de las pistolas. Los gur¨²es de la ciencia para resolver conflictos deber¨ªan aterrizar de sus ecuaciones abstractas, y prestar m¨¢s atenci¨®n a los datos.
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