Las vacaciones y la muerte
No es lo mismo el espacio que el lugar. Los m¨¦dicos y los psic¨®logos explican el triste s¨ªndrome posvacacional en t¨¦rminos personales o individuales, pero tras estas causas hay mucho m¨¢s.
No es lo mismo la experiencia, m¨¢s o menos indeterminada, de un espacio donde se desarrollar¨¢n las vacaciones pagadas que el rigor que impone el lugar laboral.
En t¨¦rminos culturales, el lugar impone un lenguaje reglado mientras el espacio se abre con gozo a la polivalencia, el poliglotismo y la poligamia tambi¨¦n. El fundamento gratificador de las vacaciones reside ante todo en que el sujeto deja de estar sujeto a las medidas de un ¨¢mbito y elige mediante los viajes, las sorpresas, la improvisaci¨®n o la aventura de un medio desconocido propicio, acaso, al encuentro con otro inesperado yo. Lo peor del lugar com¨²n es su fijeza, siendo, dentro de ¨¦l, su lugar supremo la tumba cuya l¨¢pida nos ata a una estrecha parcela que nos define, definitivamente, a trav¨¦s del epitafio.
Un talante precavido, civilizadamente burgu¨¦s, les induce a protegerse con la grabaci¨®n
El lenguaje se une al cuerpo como el cuerpo, convertido en pergamino, se presta a la escritura. Dejar de morir, impedir la grabaci¨®n de la muerte, es la gran oferta de las vacaciones puesto que en ellas el cuerpo transe¨²nte, disfrazado y huidizo elude la grabaci¨®n en cualquier lugar con domicilio. Unos y otros turistas acuden con tanto frenes¨ª a la ayuda del v¨ªdeo, a la grabaci¨®n de sus instantes aqu¨ª y all¨¢, atemorizados por la idea de que, sin lugar determinado, sin muerte razonablemente calculada, podr¨ªan en cualquier momento desaparecer.
No sienten un temor efectivo ni tampoco se les ocurre que con ese viaje concreto desaparecer¨¢n pero un instinto poderoso, un talante precavido, civilizadamente burgu¨¦s, les induce a protegerse con la grabaci¨®n. ?Af¨¢n exhibicionista? ?Deseo de mostrar a los amigos su presencia en un paraje? Sin duda cunde la vulgaridad, pero tambi¨¦n el deseo primordial de amarrarse en esa temible transici¨®n que va desde el lugar (de procedencia) al lugar (in-procedente) donde se hallen.
El v¨ªdeo da vida. Otorga un lugar, siendo el lugar el sitio donde a¨²n volvemos, mientras el espacio puro, el espacio "a secas", es la situaci¨®n en la que la existencia se secciona con la muerte, la previsi¨®n con el accidente, el programa (de la excursi¨®n) con el excurso de la grama (la inscripci¨®n).
Es decir: siendo viajeros no somos ya ciudadanos ciertos. No siendo ciudadanos con censo no poseemos derechos fijos y esenciales. No poseyendo derechos esenciales no podemos creernos efectivamente protegidos ante de cualquier efecto.
La vida y la muerte bailan juntas pero en el viaje mucho m¨¢s. Todo viaje conlleva un salir del lugar (seguro) hacia el espacio (incierto). Supone el salto del asiento hacia la pista abierta y la atracci¨®n por un mundo sin control o una navegaci¨®n que necesariamente nos abisma.
Ese, abismo, de otro lado es, en una u otra proporci¨®n, la dosis de adrenalina de la que se componen las vacaciones y gracias a cuya demanda las agencias de viajes obtienen un beneficio.
La calidad o excitaci¨®n del viaje, el tr¨¢nsito desde el "lugar" hacia el "espacio", disminuye o aumenta con la excepcionalidad del destino pero, en cualquier trayecto, la adrenalina que segrega el paso del lugar hacia el espacio resulta decisiva para el placer. Otras drogas se definen como "viajes". Pero, al rev¨¦s, muchos viajes son drogas.
Los s¨ªndromes posvacacionales son, a primera vista, un fen¨®meno tan vulgar y pacato como el que representa el paso del ocio a la actividad y del dolce far niente a la aspereza del despertador. Pero hay, en su fondo, algo m¨¢s: la radical privaci¨®n cultural del "espacio" y la imposici¨®n del "lugar". O lo que ser¨ªa lo mismo, el paso del mundo sin efectos, la infancia irresponsable al mundo de las responsabilidades efectivas, la aceptaci¨®n brusca, lugare?a y humanamente insoportable del acotado recinto donde habr¨¢ que morir.
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