"La barbarie es fruto de la mediocridad"
Por si quedaban dudas, John Le Carr¨¦ adora una buena trama. Cita al periodista una injusta ma?ana invernal en Berna, en el lujoso Bellevue Palace, uno de esos hoteles que retienen cierta grandeur de otra ¨¦poca incluso aunque, como es el caso, albergue una bullanguera convenci¨®n de productores de gruy¨¨re. Podr¨ªa pasar perfectamente por el escenario de una de sus novelas si no fuera porque en efecto lo es. En el cl¨ªmax de Un traidor como los nuestros (Plaza y Jan¨¦s), su nuevo y estupendo libro, un voluminoso mafioso ruso, dos temibles ex-agentes del KGB y un esp¨ªa brit¨¢nico venido a menos se pelean en el vest¨ªbulo de este hotel. En una esquina, con blazer azul marino, Le Carr¨¦ lee esta ma?ana con despreocupaci¨®n en la columna de cotilleos del International Herald Tribune que en la adaptaci¨®n en proceso de su novela El topo (1974) Gary Oldman encarnar¨¢ a su m¨¢s c¨¦lebre criatura, el agente George Smiley. Y esta vez, la vida imita a la ficci¨®n: El s¨¢ndwich club del hotel es tan bueno como se asegura en el libro y desde las habitaciones se vislumbra el "r¨ªo Aar bajo la ventana y los picos del Oberland bern¨¦s a lo lejos, negros contra el cielo".
Estas entrevistas, asegura a sus casi 80 a?os, ser¨¢n las ¨²ltimas
"El truco para gobernar un gran pa¨ªs es convertirlo en v¨ªctima"
"La Rusia de Vlad¨ªmir Putin es un Estado criminal"
"Un escritor solo tiene un enigma y es su propia vida"
"En este mismo sal¨®n", recuerda el gran novelista brit¨¢nico de espionaje, "se celebraba los s¨¢bados por la tarde un baile cuando llegu¨¦ en 1949 a la somnolienta Berna escapando de Inglaterra para estudiar alem¨¢n. Pagabas tres francos y pod¨ªas escoger a una chica con la que bailar bajo la atenta mirada de su madre". David Cornwell no era por aquel entonces el John Le Carr¨¦ de su seud¨®nimo, ese autor que adoran millones de lectores de todo el mundo, ni tampoco hab¨ªa sido a¨²n reclutado en Oxford por el MI6, servicio de inteligencia brit¨¢nico, con una discreta palmadita en la espalda.
Han pasado m¨¢s de 60 a?os, pero el viejo esp¨ªa, que abandon¨® el servicio a principios los sesenta, seg¨²n confes¨® a finales de la d¨¦cada pasada, sigue embarcado en la misi¨®n de retratar con envidiable compromiso los problemas de nuestro tiempo desde el subsuelo del mundo del espionaje. En esta ocasi¨®n, el tema es el blanqueo internacional de dinero, el podrido Londres plut¨®crata y la impunidad en la que se mueven los oligarcas rusos. Hay esp¨ªas, por supuesto, que "trabajan para un pa¨ªs que no alcanza a pagar las facturas" y "en el que el Foreign Office no es m¨¢s ¨²til que un sue?o h¨²medo". Tambi¨¦n hay h¨¦roes inconfundiblemente Le Carr¨¦, como la pareja protagonista, Perry y Gail, aficionados el tenis como met¨¢fora de lo que puede y no puede ir bien en el mundo, dos tipos normales en una situaci¨®n completamente anormal.
Esta ronda de entrevistas, asegura el escritor desde la altura de sus casi 80 a?os, ser¨¢ la ¨²ltima. Si, como asegura uno de los personajes de Un traidor como los nuestros "los diplom¨¢ticos mienten por el bien de su pa¨ªs y los pol¨ªticos para salvar su pellejo"... ?Habr¨¢ que creer a un autor que construido su enorme reputaci¨®n a partir de tipos tan acostumbrados a vivir en la mentira que olvidan lo que es decir la verdad? "Ya soy una persona mayor", explica Le Carr¨¦ con la elegancia y la genuina amabilidad que adornan cada uno de sus gestos. "Bastante tengo con concentrarme en escribir. La conversaci¨®n es una forma de arte. Y los requerimientos promocionales se han hecho enormes".
P. ?Siente v¨¦rtigo al asomarse a los 80 a?os?
R. No especialmente, solo agradecimiento por todas las vidas que viv¨ª.
P. ?Tantas fueron?
R. He sido hu¨¦rfano, interno en el Gulag de la ense?anza brit¨¢nica, cristiano fallido, desgraciado, virgen durante demasiado tiempo, marido precoz, esp¨ªa ni?ato que buscaba su identidad en la pertenencia a las instituciones del servicio secreto, amante desesperado con aventuras continuas y bastante idiotas. Supongo que madur¨¦ demasiado tarde.
P. Esto podr¨ªa ser un ensayo para su anhelada autobiograf¨ªa.
R. Siempre que la empiezo, acabo escribiendo una novela y eso est¨¢ bien. Creo que deber¨ªa acometerla un buen bi¨®grafo, le dar¨¦ una lista de gente a la que no gusto y otra de gente que me quiere [Risas].
P. Sabemos por su propia confesi¨®n que fue esp¨ªa en su juventud y que su padre fue un estafador de altos vuelos... ?Le quedan secretos por desvelar?
R. No querr¨ªa sonar pomposo, pero un escritor solo tiene un enigma y es su propia vida. Mi padre era un criminal y crec¨ª con ello. Y s¨ª, estuve en el servicio secreto. Nunca revelar¨ªa nada de aquel tiempo, por eso supongo que no escribo mis memorias.
P. Por eso su gran enemigo fue Kim Philby, el doble agente brit¨¢nico al servicio de la URSS que le delat¨® a usted y a decenas de sus compa?eros...
R. No estrech¨¦ su mano en Mosc¨² cuando pude, en 1989. No quer¨ªa dignificarlo, como ¨¦l pretendi¨® tras el parapeto ideol¨®gico del comunismo. Cuando nos traicion¨®, el ya era consciente de lo que era capaz Stalin.
P. Y usted, como izquierdista en los sesenta, ?se crey¨® aquel cuento? Otros, como Kingsley Amis, se dieron cuenta tarde.
R. Lo descubr¨ª tarde, pero estaba claro. Era un r¨¦gimen terrible. No hab¨ªa excusas. Cuando fui a Alemania por primera vez a finales de los cuarenta aun ol¨ªa a muerte. No entend¨ªa c¨®mo hab¨ªan sido capaces. Luego, ya de mayor, me di cuenta de cada pa¨ªs tiene su barbarie. Y que la barbarie no es un atributo solo de los hombres poderosos. Es consecuencia de la mediocridad. Gente normal haciendo cosas horribles.
P. Hace a?o y medio declar¨® a este diario que cre¨ªa en que el mundo financiero estaba en v¨ªas de cambiar para siempre, de aprender de los errores, que era un momento hist¨®rico. Obviamente, se equivoc¨®.
R. Cierto. En nuestro pa¨ªs, los grandes bancos est¨¢n sujetados en un 60, en un 80% por los impuestos. Esa era la pol¨ªtica de Gordon Brown; imprimir dinero. Y los bancos son organismos que no benefician en absoluto a la sociedad.
P. Pareciera que los hombres una y otra vez confi¨¢ramos en el cambio de rumbo de las cosas solo para decepcionarnos de nuevo...
R. Siempre hay se?ales que te convencen de que esta vez ser¨¢ distinto. Volviendo al tema de los bancos, creo que son en gran parte responsables del blanqueo internacional de dinero. Si yo o usted se presenta en un banco de Londres con una maleta llena de billetes grandes, probablemente llamen directamente a la polic¨ªa. Ahora, s¨ª el se?or Orloff, prominente hombre de negocios de Mosc¨², lo hace... yo se lo pregunt¨¦ a dos grandes banqueros de Londres y los dos me contestaron lo mismo: si presenta ciertos credenciales y quinientos millones de libras, no somos polic¨ªas, si tiene apariencia legal, ser¨¢ legal. En Rusia no existe el dinero limpio. Me fascinan los mecanismos del blanqueo de dinero.
P. En el libro habla de los hoteles negros...
R. Ese es maravilloso, pero no lo he inventado yo. Lo vi en Panam¨¢ por primera vez. Era uno propiedad de [el narco] Pablo Escobar. All¨ª los llaman hoteles de la coca¨ªna. Son enormes, pero nunca nadie pernocta en ellos. Est¨¢n vac¨ªos. Si llama, le dir¨¢n que est¨¢n completos. Y cada semana sale un cami¨®n repleto de dinero supuestamente procedente del acomodo, del casino y de los restaurantes rumbo a un banco para lavarlo convenientemente.
P. De la lectura de su ¨²ltima novela se deduce que no cree que el dinero no huela, el non olet de la vieja expresi¨®n de los romanos.
R. Apesta a tr¨¢fico de drogas, de armas, asesinatos a sueldo, a opresi¨®n y a enorme corrupci¨®n. Y creo que los bancos son en gran parte responsables del blanqueo internacional de dinero. Mucho m¨¢s preocupante resulta el asunto en Rusia, donde no existe el dinero limpio.
P. Resulta ir¨®nico hablar de este tema en la capital de la confederaci¨®n helv¨¦tica... ?Exigir a un banquero suizo control sobre el blanqueo de dinero es como aspirar a que un relojero de este pa¨ªs pida explicaciones al tiempo?
R. No es un asunto exclusivamente suizo. En Gran Breta?a los bancos tambi¨¦n compiten por lavar m¨¢s blanco. Le contar¨¦ mi propia experiencia en blanqueo de dinero... Cuando Harold Wilson era primer ministro, pagaba 86% de tasas y si ganabas a¨²n m¨¢s que yo, podr¨ªas verte en la situaci¨®n surrealista de que ten¨ªas que pagar m¨¢s de lo que ingresabas. As¨ª que una reputada firma contable me aconsej¨® que constituyese una empresa en Suiza de la que recibir un sueldo. Me met¨ª en este mundo durante unos dos a?os, hasta que me pillaron. Desde entonces he sido puro y virginal. Nadie sabe ya cu¨¢ndo el dinero es negro, blanco o gris. La realidad es que cuanto antes entre el dinero negro en el c¨ªrculo del dinero leg¨ªtimo, mejor para el sistema, aunque proceda de las m¨¢s horrendas fuentes.
P. Nadie est¨¢ en condiciones de rechazar dinero ahora mismo, supongo.
R. Cierto. Los bancos necesitan dinero venga de donde venga. La Rochefoucauld dec¨ªa que la hipocres¨ªa es el peaje que el vicio le paga a la virtud. El propio sistema de los servicios secretos se basa en el dinero negro. Es el modo en el que recibes tu salario, es inevitable. Y si por esa raz¨®n en todos los pa¨ªses hay un cierto matrimonio entre el crimen y la inteligencia, en Rusia el matrimonio es completo. Rusia es un estado criminal.
P. Lo afirma rotundamente...
R. Lo es. Fueron de los zares blancos a los zares rojos y ahora est¨¢n bajo los zares grises. Es una naci¨®n sin ninguna experiencia democr¨¢tica. Sospechan de ella. Hay dos cosas que unen a los rusos; aman su pa¨ªs, siempre que pasan dos semanas fuera lo a?oran terriblemente, y les aterroriza el caos. En nombre del patriotismo puedes conseguir mucho si eres un pol¨ªtico. No digamos ya del miedo al caos. El truco para gobernar un gran pa¨ªs es convertirlo en v¨ªctima. Ya sea con ocasi¨®n de las Torres Gemelas o la amenaza chechena. Inventamos los enemigos que necesitamos.
P. En el libro asegura que se inventan ataques chechenos para justificar cr¨ªmenes de estado.
R. Estoy seguro de que sucede. Los rusos tienen una licencia para hacer lo que quieran con los chechenos. Primero Reagan y luego los Bush les dijeron: "Haceros cargo de esa gente. Es vuestro problema. Nosotros nos encargaremos del resto del mundo". Lo que era una guerra de independencia como las que ha habido en mi pa¨ªs o en el suyo, se ha convertido a los ojos occidentales una guerra contra el terror. Inventamos los enemigos que necesitamos. En el libro anterior, estaba presente el asunto del blanqueo de dinero y el asunto checheno, as¨ª que me qued¨¦ prendado con ello. Es una cosa que viene de 1991, cuando conoc¨ª a un tipo, uno de los hombres m¨¢s peligrosos de Rusia, un pez gordo, en un club a las dos de la ma?ana. Se llamaba Dima, como el personaje de la ¨²ltima novela, y yo iba acompa?ado de mi guardaespaldas, que era el campe¨®n nacional de lucha abjaso. Fue muy ilustrativo.
P. Un clich¨¦ sobre su obra dice que con el fin de la Guerra Fr¨ªa, se le acab¨® su tema literario. Da la sensaci¨®n de todo lo contrario.
R. Yo estaba cansado, ?cu¨¢nto puedes escribir sobre los problemas morales de enfrentarse al comunismo? Lo hice durante demasiado tiempo. Lo que nos dej¨® fue una era pos imperial apasionante...
P. Nada que se pudiese considerar, como en el desafortunado vaticinio de Fukuyama, el fin de la historia.
R. ?Claro que no! El prop¨®sito del capitalismo qued¨® desenmascarado. En una de las ¨²ltimas apariciones del bueno de [su c¨¦lebre personaje] George Smiley dec¨ªa: "Ya hemos vencido al comunismo; ahora nos toca lidiar con el capitalismo". Y en esas estamos. No creo que la globalizaci¨®n sea buena en absoluto. Es la vieja colonizaci¨®n con otro traje. Es la destrucci¨®n del tercer mundo, la creaci¨®n de mega ciudades y la explotaci¨®n del trabajo barato y sin regular. Es una cat¨¢strofe ecol¨®gica y sociol¨®gica. Creo que hay mucho sobre lo que escribir.
P. Y no piensa dejar de hacerlo, claro.
R. Es mi obligaci¨®n moral, muchacho.
P. ?Contra la URSS viv¨ªamos mejor?
R. Al menos la mitad de los problemas eran de otros. La gran pesadilla de los americanos durante la Guerra Fr¨ªa es que alguien, los cubanos por ejemplo, tirase una bomba sobre Nueva York. ?No era una realidad de la Guerra Fr¨ªa, era una realidad de la era posterior! No s¨¦ por cu¨¢nto tiempo podemos vivir con este concepto de Am¨¦rica como un animal herido. Ha provocado dos cosas: el completo aislamiento del pa¨ªs y la demonizaci¨®n del Islam. A diferencia de los europeos, los americanos piensan que una guerra sirve para algo. Y francamente, no lo entiendo, porque esos tipos han perdido (o no han ganado) todas las guerras en las que se han metido. La Segunda Guerra Mundial la ganaron los sovi¨¦ticos, con el coste de treinta millones de vidas, no ganaron la de Corea, ni Vietnam. De Irak se han ido con el trabajo sin terminar y no ganar¨¢n la de Afganist¨¢n.
P. ?Cambiar¨¢ algo Obama?
R. Desear¨ªa ser capaz de cambiar algo. Pero si a¨²n siete de cada diez estadounidenses siguen creyendo que Sadam Hussein tuvo algo que ver con las Torres Gemelas, y un 40% se traga que Obama no es americano y encima es musulm¨¢n, a qu¨¦ puedes aspirar. No s¨¦ c¨®mo podr¨¢ contra los lobbies, el aparato medi¨¢tico de la derecha y contra su propio partido, que es extremadamente incompetente y desleal. Est¨¢ esposado.
P. Da la sensaci¨®n de que la propaganda es un asunto mucho m¨¢s preocupante en esta era de la informaci¨®n.
R. Es m¨¢s poderosa. Mussolini defini¨® el fascismo como ese momento en el que no hay diferencia entre el poder pol¨ªtico y el empresarial. Se olvid¨® del poder medi¨¢tico, porque en aquellos tiempos se daba por supuesto. Tambi¨¦n hemos olvidado a dios en el argumento. Nunca cre¨ªmos que en el siglo XXI el asunto religioso estar¨ªa tan condenadamente presente. Que cada cual crea lo que quiera, pero ?que sea un asunto pol¨ªtico!
P. Desde luego, hay que pellizcarse para creerlo...
R. Mi considerable antipat¨ªa hacia Tony Blair viene precisamente por ese lado. Y eso que le vot¨¦ creyendo que era de izquierdas, cuando result¨® ser m¨¢s de derechas que Gengis Khan. Una vez el peri¨®dico The Guardian me invit¨® a entrevistarlo y consult¨¦ a algunos amigos periodistas que me dijeron: "David, es imposible hacer sangre de ese hip¨®crita". As¨ª que lo rechac¨¦. No quer¨ªa contar como uno de sus triunfos. Est¨¢ claro ahora, tras leer la autobiograf¨ªa, que hab¨ªa mezclo a Dios en sus decisiones. Creo que las creencias religiosas deber¨ªan declararse en la alta pol¨ªtica. Si yo creo que el segundo advenimiento del se?or solo se dar¨¢ cuando el Gran Estado de Israel est¨¢ consolidado, mis votantes deber¨ªan saberlo. Si Bush y Blair pensaban que estaban conduciendo una cruzada cristiana contra las fuerzas del Islam, eso no puede ser un secreto de estado. ?Qu¨¦ Dios te dijo que invadiese un pa¨ªs? ?No fastidie! ?Cu¨¢l dios!
P. ?Tiende a dar cr¨¦dito a las teor¨ªas de la conspiraci¨®n?
R. No. Mi limitada experiencia sobre conspiraciones, que ya ha cumplido los cincuenta a?os [desde que abandon¨® el servicio secreto], es que si usted y yo conspiramos, uno de los dos se lo contar¨¢ a su novia, el otro se dejar¨¢ una maleta olvidada en el metro y ambos olvidaremos sincronizar nuestros relojes. El otro d¨ªa Ahmadineyad dijo en las Naciones Unidas que el 11-S fue una trama del Gobierno de EE UU. Eso no puede ser, por la sencilla raz¨®n de que se necesitar¨ªa la complicidad de tanta gente, que ser¨ªa pr¨¢cticamente imposible guardar el secreto.
P. ?C¨®mo se las apa?a para no perder comba con la contemporaneidad, para escribir sobre problemas de hoy que le suceden a gente de hoy?
R. Tengo muchos hijos y nietos. Y mantengo vivo al ni?o en mi interior. Lo bueno de ser un escritor vejestorio es que has vivido muchas vidas y que ya no est¨¢s dominado por la pasi¨®n o el deseo, pero puedes recordar lo que es perder la cabeza por las mujeres.
P. ?Se comportar¨ªa como un h¨¦roe en el caso de una guerra?
R. No. Una vez estuve en Vietnam. En Phnom Penh. Compart¨ª experiencias con corresponsales de guerra y los respet¨¦ un mont¨®n, entend¨ª por qu¨¦ todos son unos junkies, tienen que hacerlo para pasar el trago.
P. ?C¨®mo ve a los servicios secretos en esta nueva era?
R. Me preocupa su politizaci¨®n. Est¨¢n al servicio del poder, proporcionan informaci¨®n para sostener sus mentiras. Cuando yo me dedicaba a ello, nos consider¨¢bamos como los buenos periodistas; consegu¨ªamos verdades para arroj¨¢rselas al poder. La diferencia con los periodistas es que est¨¢bamos autorizados a emplear otros m¨¦todos, como hablar con traidores, ser desleales, pinchar tel¨¦fonos y toda esa basura.
P. A todas luces de eso trata su obra, de hacer cosas err¨®neas por las razones correctas y los conflictos morales que eso acarrea.
R. Exacto. Sobre el conflicto de lo que nos debemos a nosotros mismos y a la sociedad. Sobre lo que es en realidad el patriotismo.
P. ?Nunca fue contactado por el servicio brit¨¢nico despu¨¦s de abandonarlo?
R. No. Me volv¨ª un tipo bastante impopular.
P. Se dice que los agentes del KGB adoraban sus novelas...
R. No tengo ninguna duda. Hace unos a?os Eugeni Primakov, que entonces era ministro de Asuntos Exteriores y hab¨ªa sido director del KGB, me lo confirm¨®. Le pregunt¨¦ con qui¨¦n se identificaba en mis novelas y dijo: "Smiley, por supuesto" [Risas].
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.