El pedido
Los usos comerciales, las relaciones entre usuario y proveedor vienen sufriendo profundas modificaciones, generalmente a favor de los mercaderes. Es un espect¨¢culo usual el de los hombres en los supermercados o tiendas haciendo la compra, Por all¨ª nos vemos, con un papel en la mano, donde est¨¢n apuntadas, con tino, las adquisiciones previstas. Eso, no se sabe por qu¨¦ ¨ªnfulas gen¨¦ticas, lo llevan las mujeres en la cabeza y pueden modificarlo sobre la marcha. Nosotros no estamos capacitados para ello.
En los remotos tiempos de mi infancia las se?oras, en las ciudades al menos, hac¨ªan el pedido, total o fragmentariamente, y se lo entregaban en su domicilio. No crean que deliro, incluso el pan. Era normal el tr¨¢fico de los "chicos" de la pescader¨ªa, carnicer¨ªa, e incluso, las ni?as o j¨®venes -nunca investigu¨¦ la raz¨®n- las encomiendas a la mercer¨ªa. Sin haber conocido la dicha de levantarse a las siete menos cuarto de la ma?ana para ir a la oficina, taller o f¨¢brica, las mujeres en cuya c¨¦dula o documento de identidad figuraba el recatado concepto de "sus labores" iban a la compra y recitaban la demanda, no sin haberse cerciorado, cuando era posible, de si el albaricoque estaba en saz¨®n o el besugo ten¨ªa el ojo claro.
Poco a poco vemos m¨¢s representantes del g¨¦nero masculino arrastrando el carrito de la compra
En las tiendas, una jerarqu¨ªa; empezando por abajo, el "mandado" o chico de los recados que, por influencia americana, iba uniformado en los hoteles, bares, florister¨ªas y establecimientos de lujo, con vistosos uniformes que recordaban el de los h¨²sares y recib¨ªan el gen¨¦rico y acertado nombre de "botones", el continente por el contenido. Luego ven¨ªan el meritorio, el dependiente, el encargado y, finalmente, el due?o, que sol¨ªa estar en la trastienda, afanado sobre el libro de cuentas. La se?ora, pod¨ªa ser la vecina del principal y su doncella o la portera con la toquilla sobre los hombros; hac¨ªan el pedido cotidiano. El mensajero era retribuido con unos c¨¦ntimos, su salario, ya que no se abonaba el per¨ªodo de aprendizaje. Las parroquianas ped¨ªan la vez y en los barrios populares se despellejaba al pr¨®jimo y a la pr¨®jima en las colas, donde era arriesgado saltarse el orden autoimpuesto. A ning¨²n var¨®n, en sus cabales, se le ocurr¨ªa entrar en aqu¨¦l vedado excluyente y menos aventurar una opini¨®n, cualquiera que fuese.
De aquellas remotas edades me ha quedado impresa la frase que escuch¨¦ al obsequioso dependiente que hab¨ªa desplegado, sobre el mostrador, un amplio muestrario de telas solicitado por mi madre, a la que acompa?aba. Terminada la transacci¨®n, al darle las gracias, repuso: "A su servicio, se?ora, con sumo gusto y fina voluntad". No he vuelto a escucharlo. Las cosas suceden hoy de bien distinta manera. Poco a poco vemos m¨¢s representantes del g¨¦nero masculino, arrastrando el carrito y consultando el papel. A partir de cierta suma, si es un gran almac¨¦n, llevan el pedido a casa, y si no llega, cobran una suma que ahorra las molestias. Pero lo que no se puede exigir, ni rogar siquiera, es que la mercanc¨ªa llegue en el momento que nos convenga. "Cuesti¨®n de la ruta", contestan cuando apremiamos sobre la hora del libramiento. De esa forma, podemos emplear toda una ma?ana o una tarde, con el o¨ªdo atento para recibir lo adquirido. Para hacer las cosas f¨¢ciles, recomiendan que la comisi¨®n se haga por tel¨¦fono y es preciso comunicar el n¨²mero de la tarjeta de cr¨¦dito y correr el albur de que las piezas solicitadas, frutales, pisc¨ªcolas o de casquer¨ªa sean elegidas con la prisa con que los empleados las retiran de las banastas.
Cuando toca, tenemos el pedido en casa, solo hay que firmar la recepci¨®n, sin que el transportista pueda quedarse para verificar si lo solicitado se corresponde con lo remitido y pagado. Mi corta experiencia me dice que es frecuente el olvido de alguna de las cosas adquiridas aunque al reclamarlo han verificado el error, devolviendo o reponiendo el cap¨ªtulo extraviado. No siempre la calidad se corresponde con las expectativas, y ello porque hay que suponer la urgencia con que los dependientes van recolectando el pedido por los anaqueles.
?Qu¨¦ quieren que les diga! Por antiguos resabios y quiz¨¢s reblandecimiento cerebral uno prefiere el m¨¦todo antiguo, aunque en manera alguna puede mantenerse que la compra hecha por un hombre sea mejor que la seleccionada por las empleadas. Lo cierto es que las cosas son as¨ª y nada ni nadie vuelve atr¨¢s.
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