El triple salto mortal de Suzanne Valadon
La pintora Suzanne Valadon ten¨ªa de su origen m¨¢s de diez versiones distintas. Presum¨ªa de haber nacido mientras su padre estaba en la c¨¢rcel por ideas pol¨ªticas o por fabricar moneda falsa, seg¨²n le daba. Unas veces dec¨ªa que era hija de un castellano riqu¨ªsimo, otras que hab¨ªa sido abandonada y alguien la encontr¨® en una cesta de ropa. Lo ¨²nico cierto, seg¨²n el registro civil, es que naci¨® el 23 de septiembre de 1865, en Bessines-sur-Gartempe, un pueblo de Limosin, y su madre Madelaine era una costurera de la casa Guimbaud, que no supo decir qui¨¦n, entre todos los que pasaron por encima de ella, la hab¨ªa embarazado.
A los 14 a?os la ni?a se fug¨® a Par¨ªs y su madre la busc¨® hasta encontrarla por Montmartre como una perra perdida, que sobreviv¨ªa robando fruta y botellas de leche de las paradas. Entonces todav¨ªa se llamaba Marie-Cl¨¦mentine, nombre con que fue bautizada.
En 1936 a¨²n recib¨ªa a los amigos a los gritos de viva el amor, pero lentamente su vida sin Utter y sin su hijo ya no ten¨ªa sentido
Ten¨ªa una bonita figura, un cuerpo maduro que a los diez parec¨ªa de quince a?os. Aprendi¨® las primeras cosas de la vida gracias a un amigo que la colaba por la tarde en el Cabaret de los Asesinos, en Pigalle, donde los cantantes ensalzaban al amor ante un p¨²blico de anarquistas. Un d¨ªa fue abordada en la calle por un atleta moreno, de bigotito engomado, que trabajaba en un circo. "Oye, ni?a, ?no te gustar¨ªa ser artista?" -le dijo-. Si aceptaba ser acr¨®bata la vestir¨ªan de gasas y lentejuelas y le ense?ar¨ªan a cabalgar de pie sobre un caballo arreado con un l¨¢tigo. La chica acept¨®. As¨ª la vio trabajar Toulouse- Lautrec en el circo Mollier. Le gustaba todo lo que proporcionaba este oficio, la gente, las luces, los aplausos, los amigos con los que mataba la noche en la taberna con dinero de bolsillo al amparo de una cazalla. Por el circo pasaban los pintores Degas, Renoir, Puvis de Chavannes y otros artistas que la dibujaban sus senos de manzana desbridados sobre el cors¨¦.
Marie-Cl¨¦mentine quiso ir m¨¢s all¨¢. Le gustaba ser trapecista. Un d¨ªa sin estar preparada subi¨® al m¨¢stil, empu?¨® las anillas y al realizar un salto mortal cay¨® en la pista del circo y qued¨® medio descalabrada. No tard¨® en reponerse y entonces una amiga le dijo: "Con lo guapa que eres, ?por qu¨¦ no te haces modelo?". Le presentaron al pintor Puvis de Chavannes, un simbolista que pintaba ninfas, apolos y minervas floreadas. Fue aceptada. Por su parte la joven tambi¨¦n dibujaba, pero esa era su pasi¨®n secreta. Aprend¨ªa de otros pintores, para los que posaba ante los celos de su protector. Renoir la hab¨ªa pintado con la frente abombada, sec¨¢ndose el pelo, bailando con sombrero de flores; Toulouse- Lautrec la hab¨ªa dibujado sentada, la mano en el ment¨®n frente a una botella y un vaso, la boca amarga, los ojos turbios; Degas la hab¨ªa inmortalizado at¨¢ndose la zapatilla de ballet, pero de todos ellos, ?qui¨¦n la hab¨ªa embarazado? Se daba por descontado que hab¨ªa sido Puvis de Chavannes, su enamorado protector, un viejo del que todo el mundo en Montmartre se burlaba, porque la ni?a cuando dio a luz s¨®lo ten¨ªa 16 a?os. El padre tambi¨¦n pudo ser Renoir, un hombre sensual que pintaba mujeres muy carnales. Quien quiera que fuera el responsable, la historia se repet¨ªa. Un padre desconocido hab¨ªa embarazado a una costurera de Limosin, la cual pari¨® a una pintora que se llamar¨ªa Suzanne Valadon. A su vez esta pintora, fruto tambi¨¦n de un amante desconocido, pari¨® a un hijo que el mundo conocer¨ªa con el nombre de Maurice Utrillo. Fue el 26 de diciembre de 1883. "Un mal regalo de Navidad que le hice a mi madre aquel d¨ªa" -dijo el pintor borracho perdido 20 a?os despu¨¦s-.
Entre todos sus amantes fue Toulouse- Lautrec quien la llev¨® m¨¢s lejos. ?l era arist¨®crata y minusv¨¢lido; ella era pobre, sensual y generosa y s¨®lo pod¨ªa ofrecerle su desesperaci¨®n, pero los dos amaban la bohemia sobre todas las cosas. Cuando regresaba de las sesiones de modelo o de tomarse un pan rociado con vino tinto en la Posada del Clavo donde tocaba el piano su amigo Erik Satie, la chica se encontraba en la puerta de casa un ramo de flores de Lautrec con una nota: "Vale para unos vasos de vitriolo". Un d¨ªa el pintor descubri¨® los ¨®leos y dibujos que la chica realizaba de noche en secreto. Qued¨® fascinado por su fuerza expresiva, por su realismo. Los mostr¨® a los amigos. "?A ver si sab¨¦is de qui¨¦n son?". Eran de aquella jovencita. Entonces Lautrec le quiso cambiar de nombre. Nunca podr¨ªa ser una buena pintora llam¨¢ndose Marie-Cl¨¦mentine. Puesto que posaba desnuda para viejos, le propuso el nombre de Suzanne. Despu¨¦s de bautizarla con ajenjo en medio de una gran fiesta, en adelante se llamar¨ªa Suzanne Valadon. A ese sarao de beodos asisti¨® un tipo silencioso que no se movi¨® de un rinc¨®n. Llevaba una tela bajo el brazo y como nadie se dign¨® dirigirle la palabra, se esfum¨® sin despedirse. Era Vincent van Gogh.
Mientras Suzanne Valadon comenzaba a ser admirada como artista, su hijo Maurice todav¨ªa sin apellido estaba al cuidado de la abuela y ya era un alcoh¨®lico violento a los doce a?os. "Los lobos no pueden parir corderos" -pensaba la madre-. En ese tiempo Suzanne ten¨ªa como amante a un joven abogado, muy rico, llamado Mussis, que la forzaba a llevar una vida burguesa, pero no quiso hacerse cargo de aquella criatura tan problem¨¢tica. Fue un antiguo admirador, Miguel Utrillo y Molins, un periodista espa?ol, quien se avino por compasi¨®n a darle su apellido al muchacho para ver si se calmaba y el 27 de febrero de 1891 en la alcald¨ªa del distrito noveno de Par¨ªs firm¨® en el registro el reconocimiento de la paternidad, siendo testigos un empleado y un camarero que pasaba por all¨ª. A partir de ese momento comenz¨® la leyenda de Maurice Utrillo, que ser¨ªa la gloria y el tormento de su madre.
Suzanne Valadon no soportaba vivir en una casa de campo rodeada de comodidades. Pronto abandon¨® a su amante ricach¨®n y volvi¨® a la bohemia de Montmartre con sus amigos. Tra¨ªa dos perros lobos, un gato fam¨¦lico que hab¨ªa encontrado por el camino, una cabra, incluso tra¨ªa tambi¨¦n una peque?a cierva que en el ¨²ltimo momento hab¨ªa arrebatado del cuchillo del matarife, aparte de telas, bastidores, tarros y botellas; con todo este lastre se volvi¨® a instalar en la calle Cortot. All¨ª Suzanne pintaba mientras la abuela guisaba y su hijo Maurice entraba y sal¨ªa de los centros de desintoxicaci¨®n y lentamente se convert¨ªa en un artista callejero que pintaba souvenirs de Montmartre rodeado de curiosos a cambio de una botella de vino.
Cuando ya Suzanne Valadon era una pintora consagrada, una postimpresionista con la est¨¦tica de los nabis, su hijo le trajo a un joven amigo a casa, tambi¨¦n pintor, un tal Utter. Suzanne lo hizo su amante. Vivieron juntos de forma convulsa hasta que la bohemia que ella llevaba en la sangre lo rode¨® de una atm¨®sfera irrespirable. En 1936 ella a¨²n recib¨ªa a los amigos en la plaza de Tertre a los gritos de viva el amor, pero lentamente su vida sin Utter y sin su hijo Maurice, que hab¨ªa desaparecido, ya no ten¨ªa sentido. Sus amigos la encontraban con las zapatillas rotas, los mechones blancos desgre?ados, y cuando le preguntaban si recordaba los viejos tiempos con los pintores Lautrec, Renoir, Degas, Puvis de Chavannes, ella respond¨ªa: "Eran todos unos idiotas, pero es curioso, nunca dejo de pensar en ellos". Suzanne Valadon muri¨® de una hemorragia cerebral a los 72 a?os, el 7 de abril de 1938 en la ambulancia que la conduc¨ªa a la cl¨ªnica. Aquella ni?a trapecista hab¨ªa dado el triple salto mortal: ser una pintora famosa con precios millonarios, parir a un genio y pasar juntos los dos a la historia.
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