S¨¢hara, desierto y (des)esperanza

Malainin Aomar no hab¨ªa visto a su padre desde hacia d¨¦cadas. Desde que a mitad de los setenta ¨¦l se march¨® a luchar con el Frente Polisario: "Yo cre¨ªa en sus ideales, luchaba por la liberaci¨®n del S¨¢hara Occidental (SO), ocupado por Espa?a durante casi 100 a?os", dice. Desde los a?os en que Espa?a abandon¨® la colonia, su provincia 53: "Lo vimos venir... Argelia y Libia apoyaron la independencia, pero algo sali¨® mal... y el 14 de noviembre de 1975, Espa?a firmaba los Acuerdos de Madrid con Marruecos y Mauritania para dividir nuestra tierra, oblig¨¢ndonos al exilio hacia el desierto de Argelia. Y a la guerra. Hubo muertos, desaparecidos...". Una parte de la familia de Malainin qued¨® a un lado, "territorios ocupados", los llaman; la otra se instal¨® en Tindouf (Argelia) en los campamentos de refugiados que levantaron las mujeres mientras los hombres permanec¨ªan en el frente; el mismo lugar adonde hemos llegado de la mano de M¨¦dicos del Mundo para seguir el rastro a algunos de los 52 retratados en el proyecto del irland¨¦s Andrew McConnell, La ¨²ltima colonia: la larga noche saharaui, ganador del Premio Luis Valtue?a de Fotograf¨ªa Humanitaria que organiza esta ONG. En medio, una franja bajo control del Polisario, "territorios liberados", donde se fund¨® en 1976 la Rep¨²blica ?rabe Saharaui Democr¨¢tica (RASD). E impidiendo el paso, un muro de casi 2.000 kil¨®metros que Marruecos comenz¨® a levantar en 1983 tan minado y vigilado como desconocido en Europa.

"Basta aterrizar en Tindouf, a cinco horas de avi¨®n de madrid, para apreciar que aqu¨ª la vida es inviable"

?M¨¢s coordenadas? parece preguntarse Malain¨ªn, de 59 a?os, ocho hijos, soldado a¨²n ("a¨²n tengo fuerzas"), en esta segunda noche del Ramad¨¢n, hermos¨ªsima. Nada extra?o que McConnell eligiera la oscuridad para fotografiar. Porque solo entonces la realidad de los campamentos se diluye. Un descanso de los 50 grados y el siroco diurno que impide respirar y empuja a las mujeres a cubrirse hasta las manos con guantes. S¨ª. Tres coordenadas m¨¢s. Una. El mandato de la Misi¨®n de la ONU para el Refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n en el SO (Minurso), establecido tras el alto el fuego en 1991 y renovado el pasado abril, que permanece vac¨ªo de contenido (no se ocupa de derechos humanos), a pesar de tener desplazados a medio millar de militares y no militares con un coste de 48 millones de d¨®lares en 2008, seg¨²n HRW. Dos. El incumplimiento reiterado de los acuerdos por Marruecos, que solo se plantea la autonom¨ªa de la regi¨®n (de hecho, el rey de Marruecos se encuentra cuando esto se escribe en Nueva York para hablar ante la ONU del progreso evidente de su pa¨ªs y de c¨®mo tal autonom¨ªa es lo mejor para su integridad territorial). Tres. En el SO hay pesca, fosfatos, petr¨®leo, arena...

Este desierto nada tiene de buc¨®lico. Basta aterrizar en Tindouf, a cinco horas de avi¨®n de Madrid, seguir la carretera permitida (los extranjeros no pueden conducir, ni acercarse sin permiso a la ciudad argelina crecida al calor saharaui) y otear el horizonte para apreciar que aqu¨ª la vida es inviable. En la hamada no abundan las dunas ni la arena amarillo c¨¢lido donde sumergirse como en un mar; no hay espejismos en el horizonte... porque ya est¨¢s en ¨¦l. En esta tierra prestada donde nunca antes habit¨® nadie de seguido sobreviven desde hace tres d¨¦cadas 165.000 personas (seg¨²n Argelia; el n¨²mero de raciones de comida del Programa Mundial de Alimentos, 125.000, es otra referencia) que lo ¨²nico que poseen es un pasaporte argelino de numeraci¨®n especial.

D¨¢tiles y agua. Toda la familia de Malainin desperdigada por las alfombras en su jaima. Pronto llegar¨¢ la cena. Estamos en Smara, la mayor de las cuatro wilayas de los campamentos, que llevan nombres de las poblaciones originarias de sus moradores (Smara, la ciudad santa; Dajla, El Aai¨²n y Auserd). No hay luz el¨¦ctrica en ninguna, excepto en Rabuni y el Veintisiete de Febrero, sedes y centros administrativos del Gobierno. Silencio y cielo. Rezos de las mujeres a lo lejos, voces en hasan¨ªa, su lengua. Una luna afilada y multitud de estrellas, un fest¨ªn a ojos occidentales. Y la voz poderosa de Malainin narrando su vida en perfecto castellano. "Es que yo era espa?ol", se r¨ªe. Tambi¨¦n lo habla su hija Jadiyetu, a su lado, de vacaciones; estudia Hosteler¨ªa y Turismo en Murcia con uno de los programas de becas de que se nutren (han disminuido mucho) ni?os y j¨®venes saharauis desde hace a?os.

Y cuenta Malainin que, gracias a un programa de ACNUR creado en 2004 y llamado Generaci¨®n de Medidas de Confianza entre las partes (busca atenuar la separaci¨®n familiar; 9.000 lo han usado ya; hay casi 40.000 solicitudes), pudo al fin reencontrarse con su progenitor hace no mucho en Dajla, la ciudad donde creci¨®. El reencuentro fue emotivo. Hist¨®rico. Irrepetible. Y en un momento de lucidez, su padre, enfermo de Alzheimer, le pregunt¨®: "Hijo, ?has tra¨ªdo lo que fuiste a buscar?". "No. No he podido traerlo", le contest¨® ¨¦l. "Entonces, casi mejor que no hubieras regresado", respondi¨® decepcionado el anciano antes de caer en una de sus fases de olvido.

A¨²n le duele recordarlo. "Es verdad. En 35 a?os no hemos podido conseguir la independencia para nuestro pueblo", suspira Malainin. Y eso es mucho tiempo. Para las causas, las personas y las cosas. Los refugiados que en poco tiempo consiguieron pasar de una cultura m¨¢s bien n¨®mada a montar una estructura y una organizaci¨®n s¨®lida de Estado se encuentran ante un agujero negro. Y su estado de salud f¨ªsica y, sobre todo, psicol¨®gica peligra. Lo expresar¨¢n de un modo u otro todos los que encontramos en los campamentos, aunque ellos, dignos, hospitalarios y s¨®lidos como rocas, tan variados en sus tribus de procedencia como los colores de las telas (melfas) de las mujeres, a¨²n se resistan a ahogarse en ¨¦l.

1. Lo dicen los cubarauis, los que se formaron durante a?os en Cuba y languidecen en esta tierra, frustrados, cr¨ªticos. Como Galli, t¨ªo de Brahim M. Fadil, que arremete contra su Gobierno: "Que los respeto, que s¨¦ que lo han intentado, pero ya esto no tiene nombre, que yo y tantos hemos estudiado, hice Derecho en Cuba, fui profesor, publiqu¨¦... y mira...". Y miro. Un paisaje de repuestos cubiertos de polvo, chatarra de un parque m¨®vil tra¨ªdo caducado de Europa.

2. Lo dicen las mujeres j¨®venes. Como Munaia, estudiante de Dajla, o Fatimeh, divorciada, un hijo, promotora de salud y miembro de la Uni¨®n de Mujeres Saharauis, para quienes tener una tierra es primordial. Como Salima Kedi Embarec que en un momento de la charla se viene abajo y llora: "Es que no aguanto m¨¢s aqu¨ª, estoy cansada, ?hasta cu¨¢ndo vamos a estar aqu¨ª, a qu¨¦ esperamos? El Gobierno, lo que pod¨ªa hacer ya lo ha hecho, las ONG ya nos han ayudado, los periodistas ya han contado... Estamos agradecidos. ?Pero hasta cu¨¢ndo vamos a vivir de la ayuda? La guerra es mejor que nada. Y si algo te quitan por la fuerza hay que recuperarlo con la fuerza". Y enmudece cuando le hablo de la poblaci¨®n marroqu¨ª instalada ya en el otro lado y que ya es mayor¨ªa all¨ª. ?Qu¨¦ ser¨¢ de ellos? ?Los echar¨¢n? "No hab¨ªa pensado en eso", responde. O como Salma, 24 a?os, administradora de M¨¦dicos del Mundo, cien por cien de Chiclana (C¨¢diz), donde vivi¨® desde los cuatro a?os, discapacitada f¨ªsica por culpa de una vacuna caducada contra la polio ("el cementerio est¨¢ lleno de tumbas por eso, pas¨® dos veces, en 1978 y en 1988"). Que cuenta que aqu¨ª se ahoga. Que la igualdad de la mujer cuesta. Que todos los hombres son militares porque no hay nada mejor que hacer. Que echa de menos la libertad: "No es que haya menos, sino que es diferente, por ejemplo, el trato con los chicos, si eres amable se confunden...". Y dice que no es ni pro- ni antiguerra. "Solo digo que la ayuda es ya una forma de vida, que debemos trasladarnos a las zonas liberadas. Pero no quieren porque all¨ª no llega la ayuda. Pero se pueden hacer proyectos, levantar edificios, cultivar...".

3. Lo comenta el periodista del Servicio de Prensa Saharaui Bay Mohamed Ald, bien formado, ide¨®logo nato: "Todos nos apoyan, nos dan la raz¨®n, ?y qu¨¦? Nuestra sociedad es distinta a la de la guerra, a la del alto el fuego, estamos m¨¢s formados, pensamos distinto, hemos estado fuera, reclamamos. Y si la Minurso no hace algo, debe irse".

4. Tambi¨¦n Mohamed Lamin Slot, de 26 a?os, conductor de ambulancia, de las dos que hay: "Veo las series de m¨¦dicos en la tele, con tantos medios, y pienso que el ¨²nico poder del pobre es so?ar; me gustar¨ªa que mis hijos no vivieran lo que yo, pero espero que la soluci¨®n sea pac¨ªfica, con negociaciones. Que todas las partes sean generosas. Porque la muerte alrededor es terrible".

5. Y Hamdi Omar Toubali, 26, que salt¨® el muro desde "los territorios ocupados" y estar¨ªa dispuesto a coger las armas ya. Lo cuenta en Argel, donde pasa el verano becado junto a otros saharauis. Se alojan juntos, y all¨ª todos, chicos y chicas, tomando un t¨¦ tras otro, son pura causa saharaui. Piensan que sus mayores no hacen nada, que se han acostumbrado a la situaci¨®n... "Nosotros esperamos otra cosa, otra vida".

Para Dumaha, psic¨®loga, 13 a?os en Espa?a, que trabaja en los servicios sanitarios, son los mayores a¨²n m¨¢s v¨ªctimas: "Sufrieron los estragos de la guerra, la p¨¦rdida, la huida, empezar de nuevo y, ahora, el exilio prolongado... ". Y mujeres y ni?os, los m¨¢s vulnerables. Lo confirma la ONG de desarrollo M¨¦dicos del Mundo, que lleg¨® aqu¨ª en 1995, ante la precariedad de las condiciones, primero con comisiones oftalmol¨®gicas y luego, desde 2004, con programas de refuerzo de la estructura existente y especial hincapi¨¦ en salud materno-infantil y reproductiva y formaci¨®n de personal sanitario, que lleva Maira Romero. "Las condiciones sanitarias en los campamentos son inadecuadas, sin abastecimiento regular de agua potable, sin la canasta de alimentos b¨¢sica garantizada, sin la posibilidad de viajar a otro pa¨ªs a progresar, sin pa¨ªs, sin nacionalidad, sin identidad". "El exilio es como una neumon¨ªa, se necesitan antibi¨®ticos para tratarla. En este caso, el antibi¨®tico es la soluci¨®n pol¨ªtica, aunque yo no pueda ofrecerla. Tan solo tengo aspirinas para aliviar el dolor", coment¨® el alto comisionado de la ONU para los refugiados, Antonio Guterres, durante su visita al norte de ?frica este septiembre. Pero se ve que aqu¨ª ya muchos est¨¢n hartos de aspirinas. Esa impresi¨®n tuvo el f¨®tografo Andrew McConnell en los meses que pas¨® en Tindouf : "Es sorprendente que se pueda permitir que 165.000 personas languidezcan en el desierto y no se haga nada. Es inhumano y peligroso. Porque hay mucha ira en los campamentos saharauis y muchos est¨¢n empezando a cuestionar el liderazgo del Polisario. Es comprensible que los j¨®venes no puedan m¨¢s, no ven las oportunidades. La situaci¨®n es extremadamente dif¨ªcil. No hay presi¨®n internacional para el cambio, porque los Gobiernos de Francia, Espa?a y EE UU tienen lazos estrechos con Marruecos". Y remite al ejemplo de Timor Oriental: "El cambio all¨ª se produjo por la presi¨®n de los activistas de derechos humanos. Es necesario que haya una mayor conciencia en el p¨²blico para que sus pol¨ªticos se movilicen por el S¨¢hara Occidental". Una conciencia que en Espa?a la sociedad civil, muy implicada con los campamentos, tiene clara.

El ministro de salud, Sidahmed Tayeb, (alias Bere, uno de esos hombres con los que se puede hablar cien a?os sin aburrirse) nos recibe en su despacho, empotrado literalmente cual contenedor en un recinto vallado. Ni un lujo. Ni una concesi¨®n al cargo. Solo el polvo eterno pegado a los objetos, fotos de l¨ªderes, la bandera saharaui, algunos libros... El aire acondicionado no impide que rezumes sudor en cuanto te apoyas en el sof¨¢. Una temperatura infernal para hablar de males, mientras ¨¦l fuma en la pipa tradicional: "La ilusi¨®n con que se vivi¨® todo en 1991 cuando se produjo el alto el fuego con la promesa del refer¨¦ndum fue incre¨ªble. Una generaci¨®n entera cambi¨® para adaptarse a este lugar, y hasta ese a?o se hab¨ªa creado una sociedad que se pod¨ªa movilizar en menos de seis horas, tan preparados est¨¢bamos para todo..., pero luego la gente se qued¨® flotando en el Pac¨ªfico sin rumbo. La situaci¨®n ahora es insostenible, ni est¨¢s ni no est¨¢s, ni guerra ni paz, solo eres espectador de tu propia historia. No solo la falta de perspectiva, sino algo tan b¨¢sico como ?d¨®nde me enterrar¨¢n? Y luego est¨¢ la rabia. En la guerra se desfoga, pero esta situaci¨®n de ser o no ser es mortal. Menos mal que somos una sociedad beduina, con gran resistencia a las cat¨¢strofes". En breve se va a celebrar el 12? congreso del Frente Polisario. "Ah¨ª se ver¨¢". A su lado, el director de prevenci¨®n, Sidahmed Larosi, matiza: "En 1975 entendimos lo que hizo Espa?a, ten¨ªa su propio cambio pol¨ªtico en marcha, pero 35 a?os despu¨¦s ya no lo entendemos. No puede haber independencia del pueblo saharaui sin un cambio en la pol¨ªtica exterior espa?ola. Y por tanto, en la francesa, puesto que Espa?a sigue sus pasos".

El paisaje mismo de los campamentos se ha convertido en la escenificaci¨®n del estado de ¨¢nimo de sus habitantes. Lo que se ve es un desguace de personas, pl¨¢sticos y veh¨ªculos diversos llegados hasta aqu¨ª cargados de alimentos o enseres... y aqu¨ª abandonados durante 30 a?os de caridad internacional (el grueso, de Espa?a) en los que ni los que dan ni los que reciben se han preocupado o los han podido retirar. As¨ª, los campos parecen un reclamo publicitario de asociaciones, compa?¨ªas y empresas solidarias. Contenedores, ejes de camiones, remolques y coches destrozados que conservan matr¨ªculas espa?olas conforman junto a las precarias viviendas de adobe una suerte de met¨¢fora del abandono y el olvido. "Nuestro cord¨®n umbilical es la ayuda humanitaria", dice el ministro. Pero hay quien opina que esta se ha convertido en la atadura que los fija a esta tierra ardiente: una forma de vida que origina todo tipo de picaresca. Ejemplo. Corre el Ramad¨¢n y el personal de Oxfam se organiza para la tradicional matanza de camellos (y hay que decir que los camellos lloran) que permitir¨¢ repartir raciones de carne entre las familias (los niveles de malnutrici¨®n entre mujeres y ni?os en Tindouf son de los m¨¢s altos del mundo). Una de las cooperantes se encarga de revisar, cabeza por cabeza, el sello que garantiza que los animales sacrificados son los suministrados. ?Raz¨®n? Alg¨²n a?o, alguien, aprovechando la noche, rob¨® los rollizos y los sustituy¨® por fam¨¦licos.

El ministro no est¨¢ de acuerdo con la palabra deterioro. "Lo que importa es que se vea que todos los actores aqu¨ª han puesto toda la carne en el asador". S¨®lo es que, antes, la proximidad del desenlace se percib¨ªa cerca: "Y construimos todo desde la temporalidad. Ahora, el objetivo es profesionalizar los sistemas, madurar. Hemos empezado a construir de otro modo, m¨¢s duradero, y si nos vamos todo quedar¨¢ para Argelia. Y en este proceso de madurez tambi¨¦n debe existir la urbanizaci¨®n en los territorios liberados, en esa franja de 1.500 kil¨®metros por 30-70 de ancho pegada al muro. Ya hay all¨ª un hospital, pistas de aterrizaje... y muchas personas se est¨¢n trasladando hasta all¨ª, unas 12.000 familias, para morir y enterrarse en tierra libre, porque est¨¢n cansadas del sedentarismo, porque el clima es m¨¢s fresco...". Dice que la fortaleza de su gente es extraordinaria y que hay cohesi¨®n, a pesar de existir di¨¢spora, por tanto, "tan mal no se habr¨¢ hecho": "Lo que ignoro es hasta cu¨¢ndo va a perdurar la fuerza moral del Polisario para evitar la guerra. El tiempo no juega a favor del pueblo saharaui". ?Por qu¨¦? "Por la repoblaci¨®n de colonos marroqu¨ªes en la zona ocupada, de segunda y tercera generaci¨®n, incluso, o porque quiz¨¢ nosotros no tengamos ya el mismo fervor... La desnaturalizaci¨®n del espacio del S¨¢hara es una pol¨ªtica muy viva, como lo de asestar golpes medi¨¢ticos tipo embajador de Marruecos en Madrid". Luego ruega que tanto este art¨ªculo como la exposici¨®n de McConnell sepan pedir una soluci¨®n justa para su pueblo: "Que no se cometan tambi¨¦n injusticias al hablar de nosotros, de c¨®mo estamos". ?Y c¨®mo est¨¢n?

Valga un resumen de lo visto y o¨ªdo:

Escuelas. M¨¢s hacinadas y necesitadas, porque hay aumento demogr¨¢fico.

Profesionales. Faltan. De todo, por todas partes. Hay nueve m¨¦dicos y un solo ginec¨®logo. Y no por escasez de formaci¨®n, sino que los que estudiaron fuera se marchan: las remesas mejoran la vida de sus familias. Siguen llegando brigadas de m¨¦dicos de Cuba, y los emigrados acuden en verano a ayudar. El sentimiento de ser saharaui pesa.

Becas. Los universitarios suelen trasladarse ahora a Cuba (en 1989 fueron 700 de una vez, hoy van s¨®lo 20), Espa?a, Libia, Argelia, por orden decreciente; el idioma referente est¨¢ pasando a ser el franc¨¦s. Con los a?os, algunos se plantean si fue correcto permitir viajes de estudio tan masivos. "Hubo una ¨¦poca que no pod¨ªamos hacer otra cosa que enviar a los ni?os fuera: enterr¨¢bamos 35 al d¨ªa".

Clima. Importa: las lluvias torrenciales se repiten. Las peores, las de 1997, aplastaron la wilaya de Auserd casi completa. El pl¨¢stico es el mayor problema sanitario de los ¨²ltimos tiempos: "Se llega a operar a?las cabras cuando engullen bolsas, para salvarlas, dado lo que representan para la supervivencia de una familia", cuenta Larosi.

Wilayas. Dajla, a 170 kil¨®metros de Rabuni, es la m¨¢s famosa y agradable, con agua, oasis, dunas, una carretera que atraviesa un paisaje infinito, jaimas t¨ªpicas, sin tanta chatarra. All¨ª se celebra el festival de cine FiSahara cada a?o, con muchos invitados; un respiro al aislamiento en que viven.

Edificios. Los de los ministerios, hospitales, invernaderos... son precarios. Se construye ya un ministerio de "territorios liberados".

Clase sociales. Son un hecho, adem¨¢s de la divisi¨®n que representa pertenecer a seg¨²n qu¨¦ tribu. Esas diferencias que anta?o se hab¨ªan limado en una sociedad m¨¢s igualitaria est¨¢n desapareciendo ante el descenso cada vez mayor de ayuda, y hasta de ONG. As¨ª, quien tiene alguien fuera vive mejor. Y hay trapicheos: de gasolina, de alimentos, incluso se dice que alguna ONG los revende.

Mujeres. Activ¨ªsimas, fuertes, muy vivas. Gozan de bastante independencia, se divorcian a menudo y no les cuesta volver a casarse aun con hijos, que siempre quedan con ellas. La violencia de g¨¦nero se da en alg¨²n caso, pero est¨¢ muy mal vista.

Parejas. Se comprometen pronto. Las relaciones sexuales se limitan al matrimonio. Pero las costumbres se han relajado. Hay informaci¨®n sobre sida, preservativos... El islam es moderado, personal.

Hospital de mutilados de guerra. Si existe un lugar para la reflexi¨®n sobre el futuro es ¨¦ste, cerca de Rabuni, con electricidad. Hay 165 ex soldados y un m¨¦dico para todos con ayuda de las familias. Uno, Said, solo puede mover la cabeza. Lleva ah¨ª 30 a?os. Otro, Beschar, sabe mucho del mundo, por la tele y porque es lector empedernido. Y un tercero que no quiere dar su nombre fue marinero en El Aai¨²n. Y el mar es lo que a?ora.

La exposici¨®n 'La ¨²ltima colonia: la larga noche saharaui' se podr¨¢ ver pr¨®ximamente en Santiago de Compostela. www.medicosdelmundo.org.