El lector en el laberinto
Las grandes novelas de Mario Vargas Llosa funcionan como laberintos constructivos que han de ir siendo descifrados gradualmente por la inteligencia y la imaginaci¨®n del lector. Escribo funcionan de una manera muy deliberada: en Vargas Llosa los artificios de la novela est¨¢n calculados con una plena intenci¨®n, como elementos de un organismo din¨¢mico que depende de la eficacia de cada uno de ellos para que la historia se vaya desplegando en la conciencia del lector. Cuanto mejor es una novela m¨¢s activamente est¨¢ implicada en ella el proceso de la lectura, desde luego, pero en el caso de las de Vargas Llosa ese acto de leer es central: el modo en que la informaci¨®n se va administrando configura las expectativas sobre la naturaleza y la forma de la historia que se tiene por delante, o que se va extendiendo alrededor de uno. Las voces narrativas, las indicaciones de lugar, los fragmentos de conversaciones, los puntos de vista, configuran un murmullo que solo se podr¨¢ dilucidar con la debida atenci¨®n, en estado de alerta, con el o¨ªdo dispuesto a detectar resonancias que nos permitan intuir las formas m¨¢s amplias de la melod¨ªa.
"Su literatura transmite como un contagio instant¨¢neo"
El novelista escribe poni¨¦ndose en el lugar en el que se encuentra el lector en cada momento. Su visi¨®n de la historia va siendo m¨¢s completa seg¨²n avanza la escritura, y por lo tanto su control sobre ella se har¨¢ m¨¢s concienzudo cuanto m¨¢s cerca se encuentre del final, pero aun entonces no perder¨¢ de vista la diferencia entre lo que ¨¦l ya sabe y lo que todav¨ªa no sabe el lector. Porque de alg¨²n modo muy primario, el novelista se parece al lector en que nunca sabe lo que viene despu¨¦s, incluso cuando m¨¢s seguro cree estar de s¨ª mismo o de los materiales que maneja. Se sigue escribiendo una novela por la misma raz¨®n por la que luego el lector seguir¨¢ ley¨¦ndola: para descubrir qu¨¦ viene a continuaci¨®n. Las sutilezas t¨¦cnicas del modernismo literario del siglo XX, por encima de su ruptura formal con muchos c¨®digos de la novela del XIX, est¨¢n al servicio del prop¨®sito m¨¢s primitivo de todos: explicar el mundo con relatos que solo ser¨¢n eficaces a condici¨®n de que despierten y sostengan la atenci¨®n del que ha de escucharlos.
Mario Vargas Llosa es un personaje p¨²blico que ejerce con solvencia y brillantez sus variados talentos, y que ha adquirido con los a?os una solemnidad entre de diplom¨¢tico y de estadista. Pero yo lo he visto apasionarse hablando de literatura, recordando novelas, cuentos, escritores que le gustan, con un entusiasmo generoso que no es muy habitual en el gremio. Porque, debajo de las adherencias que los largos a?os de vida p¨²blica han ido superponiendo a su figura de escritor, y de todas las que se acumular¨¢n desde ahora sobre ¨¦l porque le han dado el Premio Nobel, lo que hay en Mario Vargas Llosa, y lo que su literatura transmite como un contagio instant¨¢neo, es el amor por la narraci¨®n de historias que se sostengan en s¨ª mismas por su calidad de f¨¢bulas y que al mismo tiempo alumbren zonas de la experiencia humana y del paisaje social y pol¨ªtico de Am¨¦rica Latina. Tambi¨¦n el paisaje literal, la presencia de la naturaleza y los mundos yuxtapuestos de las ciudades: la mayor parte de nosotros no viajaremos nunca a la Amazonia peruana, pero nos hemos perdido y asustado en ella en las p¨¢ginas de La casa verde; y nadie que haya le¨ªdo el principio de Conversaci¨®n en La Catedral olvidar¨¢ la desolaci¨®n de esa Lima de grisura, pobreza, llovizna y desorden que se extiende delante de nosotros como si anduvi¨¦ramos por sus calles camino de un encuentro que ser¨¢ el hilo que nos lleve al conocimiento de la sucia atm¨®sfera moral de una dictadura y de secretos que tendr¨¢n mucho que ver con nuestra propia vida.
Esa conciencia aguda del lugar del lector en la ficci¨®n yo la adquir¨ª cuando era muy joven en las novelas policiales que publicaban Borges y Bioy en el S¨¦ptimo C¨ªrculo y en las de Mario Vargas Llosa: qui¨¦n cuenta qu¨¦ en cada momento; de qu¨¦ forma gravita lo que todav¨ªa no se sabe con lo que ya nos ha sido revelado; c¨®mo la tensi¨®n entre los polos magn¨¦ticos de lo dicho y de lo no dicho hace que se levante sin apariencia de peso ni esfuerzo el edificio magn¨ªfico de la ficci¨®n, que fluya el tiempo en ella, en cada frase, como una corriente el¨¦ctrica, con una pulsaci¨®n hacia delante como la que le da el swing a la m¨²sica de jazz. Ese es el talento de los narradores antiguos, y el de cualquier novelista heredero de Cervantes. Vargas Llosa ha escrito sobre las grandes novelas can¨®nicas ensayos de una devoci¨®n apasionada que tiene mucho de proselitismo; pero los narradores a los que ha celebrado en sus propias ficciones son los otros, los primitivos, los orales, los contadores de historias de las tribus del Amazonas, los charlatanes y embusteros de las tabernas de Lima, los escribidores caudalosos de radionovelas: ellos eran los depositarios del secreto inmemorial de hechizar con relatos en voz alta que solo existen plenamente en la imaginaci¨®n del que los escucha.
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