Las caras del Tea Party
PIEDRA DE TOQUE. Debajo de su semblante ultraconservador, reaccionario, populista y demag¨®gico, este conglomerado es una manifestaci¨®n del temor al crecimiento desenfrenado del Estado y de la burocracia
Como al Tea Party se le han encimado toda clase de grupos y organizaciones extremistas, desde fan¨¢ticos antiabortistas y antigays hasta integristas religiosos que quieren desterrar a Darwin y a la teor¨ªa de la evoluci¨®n de los planes de estudio en las escuelas y reemplazarlos por el creacionismo b¨ªblico, pasando por sectas pintorescas como los enemigos de la masturbaci¨®n y de las mezclas raciales, y patrioteros de tricornio, bombachas y tambor, se ha difundido la idea, sobre todo fuera de Estados Unidos, de que la democracia norteamericana podr¨ªa venirse abajo en las elecciones de parlamentarios y gobernadores de noviembre y caer en manos de ultraderechistas y locos furiosos.
Pura paranoia o afloraci¨®n de deseos reprimidos de los enemigos de Estados Unidos. La aparici¨®n del Tea Party, por lo pronto, en estas elecciones parciales le complica m¨¢s la vida al Partido Republicano que al Partido Dem¨®crata. Aqu¨¦l, debido a la ca¨ªda de la popularidad del Gobierno de Obama en raz¨®n de la crisis econ¨®mica, que no da s¨ªntomas de amainar, y el 10% de parados de la fuerza laboral, parec¨ªa destinado a arrasar en las ¨¢nforas. Ahora, debido al trastorno que han creado en su seno el activismo y los ¨¦xitos locales del Tea Party en imponer sus candidatos, es seguro que ver¨¢ reducido su triunfo, por la divisi¨®n del voto republicano y el abstencionismo o fuga al adversario de muchos republicanos a quienes atemoriza la idea que un movimiento tan conservador y radical -y de l¨ªderes tan poco s¨®lidos intelectualmente como Sarah Palin o Glenn Beck, la estrella medi¨¢tica de Fox- vaya a fijar la l¨ªnea del partido. De modo que el Tea Party tal vez amortig¨¹e algo, o acaso bastante, el voto de castigo al gobierno dem¨®crata.
Su aparici¨®n en estas elecciones complica m¨¢s la vida al Partido Republicano
Si el Estado no se adelgaza, el resultado ser¨¢ el envilecimiento de la democracia
Por otra parte, el Tea Party no es un partido pol¨ªtico y, aunque ha hecho mella entre los afiliados al Partido Republicano y, sobre todo, en los pueblos y provincias alejados de los grandes centros urbanos de Estados Unidos, carece de una organizaci¨®n nacional y del tiempo suficiente para crearla, adem¨¢s de que tambi¨¦n conspiran contra ello las divisiones y rivalidades que proliferan en su seno entre, digamos, los m¨¢s sensatos, los menos sensatos, los payasos y los delirantes (hay todav¨ªa subdivisiones m¨¢s sutiles). Su nacimiento fue espont¨¢neo, una proliferaci¨®n de grupos que, enarbolando como s¨ªmbolo el de los colonos de la Revoluci¨®n independentista que arrojaron al mar los cargamentos de t¨¦ en rebeld¨ªa por el monopolio comercial y los impuestos que impon¨ªa Londres, se reun¨ªan a protestar por el crecimiento desaforado del Estado que advert¨ªan en medidas como la reforma sanitaria y las descomunales ayudas fiscales a los bancos a ra¨ªz de la crisis financiera. Lo que parec¨ªa poco m¨¢s que una manifestaci¨®n intrascendente y pintoresca del folclor pol¨ªtico de Estados Unidos creci¨® como la p¨®lvora y salt¨® de los m¨¢rgenes a formar parte de la corriente principal del acontecer c¨ªvico del pa¨ªs. Mi impresi¨®n es que en estas elecciones obtendr¨¢ menos victorias de las que se teme y que, probablemente, por su falta de cohesi¨®n interna, a todas las r¨¦moras que ha parasitado y a su enclenque espinazo y liderazgo, se ir¨¢ deshilachando y acaso desaparecer¨¢. Sin embargo, algo importante quedar¨¢ de ¨¦l y ser¨¢ absorbido por los grandes partidos y el quehacer pol¨ªtico en esta sociedad, una de las m¨¢s permeables y capaces de recrearse que conozco.
Porque, por debajo de su semblante ultraconservador, reaccionario, populista y demag¨®gico, y de los disparates que pueden proclamar algunos de sus dirigentes, como quienes aseguran que el presidente Obama es un musulm¨¢n emboscado que quiere el socialismo para Estados Unidos o los exabruptos de la se?ora Christine O'Donnell, candidata por Delaware, antigua practicante de la brujer¨ªa que ha acusado a los homosexuales de haber creado el sida, hay en la entra?a de este movimiento algo sano, realista, democr¨¢tico y profundamente libertario. El temor al crecimiento desenfrenado del Estado y de la burocracia, cuyos tent¨¢culos se infiltran cada vez m¨¢s en la vida privada de los ciudadanos, recortando y asfixiando su libertad y sus iniciativas; la apropiaci¨®n por parte del sector p¨²blico de funciones o servicios que la sociedad civil podr¨ªa asumir con m¨¢s eficacia y menos derroche de recursos; la creaci¨®n de sistemas llamativos de asistencia social que s¨®lo podr¨¢n financiarse con subidas sistem¨¢ticas de impuestos, lo que se traducir¨¢ en ca¨ªdas de los niveles de vida de las clases medias y populares.
Estos temores no son gratuitos, responden a una realidad de nuestro tiempo y se originan en problemas que se viven por igual en el Primer y el Tercer Mundo. Pero en Estados Unidos tienen una resonancia particular, pues tocan un nervio siempre vivo en un pa¨ªs donde el individualismo no tuvo jam¨¢s la mala prensa que tiene en Europa, en la que las doctrinas colectivistas han echado hondas ra¨ªces en su historia moderna. A Estados Unidos llegaron los peregrinos europeos en busca de libertad, para practicar su religi¨®n, que no era la oficial, para defender el derecho del individuo a gozar de independencia, de elegir su vida sin otra limitaci¨®n que el respeto de las formas de vida de los otros. En la tradici¨®n americana m¨¢s acendrada no es el Estado sino el ciudadano el responsable primero de su fracaso o de su ¨¦xito. Aqu¨¦l no debe interferir en la vida de ¨¦ste sino garantizar igualdad de oportunidades, que se cumplan las leyes equitativas y justas que dan los representantes elegidos en comicios lib¨¦rrimos. Durante mucho tiempo este designio ideal fue m¨¢s o menos respetado y funcion¨®, con el extraordinario desarrollo y prosperidad del pa¨ªs como resultado.
En ese modelo hab¨ªa algo de irrealidad y muchas imperfecciones, sin duda, pero dio al grueso de la sociedad norteamericana unos niveles de vida muy por encima del resto del mundo durante mucho tiempo. Luego, en raz¨®n de las guerras, de las desigualdades econ¨®micas que multiplic¨®, de la acci¨®n pol¨ªtica reformista, fue siendo enmendado, en muchas cosas para mejorarlo, pero en otras para empeorarlo. Y entre estas ¨²ltimas, sin duda, figura esa elefanti¨¢sica inflaci¨®n burocr¨¢tica que, casi tanto como en Europa, ha ido reduciendo el espacio de libertad y de autonom¨ªa del individuo, con el consiguiente encogimiento de la sociedad civil y, por lo tanto, de la responsabilidad del ciudadano frente a s¨ª mismo, su familia y el conjunto social. En la sociedad moderna, donde el Estado es Dios, el individuo es cada vez menos responsable, porque la realidad apenas le permite serlo, lo empuja cada d¨ªas m¨¢s a ser un mero dependiente del Estado. Para casi todo: estudiar, curarse, obtener un trabajo, disfrutar de un seguro, participar y disfrutar de la vida cultural, jubilarse, cuenta con el Estado. La idea de que ¨¦se es el destino final de la evoluci¨®n que viene siguiendo la realidad de su pa¨ªs es simplemente intolerable para un sector importante de Estados Unidos, donde la idea del individuo soberano que no debe dejarse arrollar ni instrumentalizar por el Estado, siempre un peligro latente para su libertad, es ingrediente esencial de su historia.
Ese es un sentimiento justo y que merece ser incorporado a la agenda pol¨ªtica pues apunta a problemas reales que enfrenta la cultura democr¨¢tica. Si el Estado no se descentraliza y adelgaza, si no devuelve a la sociedad civil, a los particulares, las muchas iniciativas y servicios que les ha ido arrebatando, el resultado final ser¨¢ el envilecimiento de la democracia, su conversi¨®n en una mera apariencia en la que el individuo ha dejado de ser libre y se ha convertido en un aut¨®mata, manipulado por bur¨®cratas invisibles y todopoderosos que, desde la sombra de sus despachos, toman todas las decisiones importantes que conciernen a su destino. No es verdad que s¨®lo el Estado puede ejercitar la solidaridad con el d¨¦bil, la ayuda al que no puede valerse por s¨ª mismo, responsabilizarse de la cultura, la salud, el trabajo de los ciudadanos. En much¨ªsimos casos, ¨¦stos lo hacen mejor y gastando menos que los bur¨®cratas. En el de la cultura, por ejemplo, aqu¨ª, en Estados Unidos, en gran parte, los magn¨ªficos museos, las ¨®peras y conciertos, la danza, las grandes exposiciones, las bibliotecas p¨²blicas, son financiadas principalmente por la sociedad civil. Es verdad que hay incentivos tributarios que alientan esta generosidad, pero la raz¨®n principal es una tradici¨®n cultural, no desaparecida del todo, que induce a los ciudadanos a actuar, tomar iniciativas en invertir su dinero en aquello que creen justo y necesario. A diferencia de los otros, este mensaje del Tea Party merece ser tenido en cuenta.
? Mario Vargas Llosa, 2010. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PA?S, SL, 2010.
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