Nacionalistas, vayan y vean
Los independentistas, soberanistas y gur¨²s de la identidad etnoling¨¹ista en Espa?a debieran ir a mirar el triunfo de las ideas nacionalistas en Am¨¦rica Latina. Ver¨ªan la pesadilla en que revierten sus sue?os.
Entre las sinrazones del atraso latinoamericano figura, muy arriba, el nacionalismo. Para dar ejemplos no tenemos que remontarnos a las anarqu¨ªas centr¨ªfugas que siguieron a nuestras independencias. En 1980, en lo peor de la dictadura, cientos de miles de chilenos se congregaban en la Alameda de Santiago a "reparar el orgullo nacional" porque Pinochet tuvo que volverse desde Filipinas cuando su colega, el dictador Marcos, lo desinvit¨® en pleno vuelo. En abril de 1982, cerca de un mill¨®n de argentinos celebraban en la avenida de Mayo a la misma dictadura que llevaba a?os torturando y arruinando a su pa¨ªs. Sinraz¨®n: la "honra nacional" recuperada con la malhadada incursi¨®n a Las Malvinas. En 2003, los nacional-indigenistas bolivianos, liderados por Evo Morales, lograban mantener en el subsuelo el gas que podr¨ªan haber vendido a California con tal de que el gasoducto no pasara por Chile. El gas en el suelo y el pueblo en la miseria. El nacionalismo no solo supedita a la raz¨®n; tambi¨¦n puede m¨¢s que el hambre. La Constituci¨®n mexicana instaura el nacionalismo petrolero, mientras el pa¨ªs avanza como un suicida hacia el agotamiento de sus reservas. Quien visite Cuba reconocer¨¢, si es ecu¨¢nime, que tras medio siglo de opresi¨®n la dictadura comunista conserva apoyo. El est¨²pido bloqueo estadounidense justifica una inagotable ret¨®rica de guerra y, por ende, al caudillo en el poder. El nacionalismo es fuente de eterna juventud para Fidel. Que el vicio nacionalista une a comunistas y fascistas lo prueba el apoyo entusiasta que Castro ofreci¨® a la Junta Militar Argentina en esa aventura en las Malvinas.
Los caudillos crearon reinos de taifas a su medida en la Am¨¦rica Latina independiente. Resultaron un fracaso
Muchos latinoamericanos, viviendo fuera, hemos actualizado la repulsi¨®n por el nacionalismo al comprobar la irrelevancia mundial de nuestras veintitantas naciones desunidas. Reclamar atenci¨®n para una de ellas es la tarea de S¨ªsifo... Con un agravante: la piedra que con tanto esfuerzo alzamos y se nos cae, es apenas una canica. Si hartos de levantarla lanzamos nuestra piedrita contra la indiferencia extranjera, esta no produce m¨¢s ondas que un guijarro en un estanque.
Parece incre¨ªble que, ante esa evidencia patente y cercana, los caciques de los nacionalismos perif¨¦ricos, en Espa?a, aspiren a similar irrelevancia. Nuestras castas criollas, en las ex colonias, mantuvieron capturadas a sus clientelas locales fantaseando nuevos nacionalismos que reemplazaran al hispano. Tuvieron ¨¦xito, leg¨¢ndonos un continente de oportunidades perdidas. Hoy, en Espa?a, vemos caudillos regionales esmerados en la haza?a de volver a los Reinos de Taifas. Y as¨ª disminuir la unidad de un Estado que, aun con el tama?o presente, tiene problemas para influir en un mundo globalizado. Mientras tanto, destruyen sus tierras y costas, supuestamente veneradas, con un urbanismo salvaje.
ETA rompi¨® su pen¨²ltima "tregua" en 2006 matando a dos ecuatorianos. Hubo una paradoja absurda en esos hechos tr¨¢gicos. Los nacionalistas violentos, en su af¨¢n por inventarse un peque?o Estado, asesinaron a dos emigrantes escapados de los fracasos de una peque?a naci¨®n. Un pa¨ªs, como otros en Latinoam¨¦rica, entristecido por nacionalistas seguros de que amar a su patria consiste en odiar la de sus tres vecinos.
A falta de grandes diferencias religiosas, ling¨¹¨ªsticas o ¨¦tnicas, nuestros caciques criollos inventaron diversidades del alma, esenciales, l¨ªricas. Justificando la geograf¨ªa pol¨ªtica que cuadraba a sus intereses, crearon fronteras ficticias que pronto fueron legales. Una buena historia de nuestra literatura debiera partir por esa narrativa fant¨¢stica que es el constitucionalismo latinoamericano.
Un talento literario semejante aflora en los mudables estatutos auton¨®micos espa?oles. Leo pre¨¢mbulos que sugieren esencias ancestrales, indecisas entre el misticismo y el folclor. El lirismo jur¨ªdico, a m¨¢s de cursi, siempre resulta sospechoso. As¨ª como en los vac¨ªos de poder campan los oportunistas, en los vac¨ªos de ideas comercian los traficantes de instintos b¨¢sicos.
Nost¨¢lgico del boom literario latinoamericano, cuando hace seis a?os vine a vivir a Espa?a pens¨¦ instalarme en Barcelona. Ayud¨® a desenga?arme un funcionario. Lo ofendi¨® que a m¨ª me asombrara saber que mi hija peque?a solo tendr¨ªa unas tres horas de castellano, en el colegio. ?No habr¨¢ una alternativa mixta, m¨¢s suave, para una ni?ita que habla una mescolanza de chileno e ingl¨¦s?, me atrev¨ª a preguntar. "B¨²squese un colegio privado", me respondi¨®. Me habr¨ªa sido m¨¢s f¨¢cil escolarizarla en espa?ol en Florida, Estados Unidos.
Los latinoamericanos sabemos lo bastante de leyes arbitrarias como para oler una de lejos. No es extra?o que Barcelona ya no sea la capital literaria de Latinoam¨¦rica que una vez fue.
El sue?o de los nacionalismos criollos engendr¨® al monstruo de nuestras decepciones. Atraso, caudillismo, odios y ego¨ªsmos vecinales, guerras cabales o larvadas; mucha fiesta local, y ning¨²n peso mundial. Naciones orgullosas y pueblos infelices. Un latinoamericano sensible tiene buenos motivos para detestar al nacionalismo. Y para angustiarse cuando lo ve medrar, de nuevo, en Espa?a. Nacionalistas, vayan y vean.
Carlos Franz es escritor chileno. Su libro m¨¢s reciente es La prisionera (Alfaguara).
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