Degas y Picasso coinciden en el burdel
No s¨¦ si fue el azar o la dolorosa necesidad lo que intervino para que la exposici¨®n Picasso ante Degas del Museo Picasso de Barcelona sea en realidad una exposici¨®n sobre las mujeres. Cabe decir que en ella se accede a dos juicios adicionales sobre la aparici¨®n de la mujer moderna, ya que ambos, Degas y Picasso, pertenecen al siglo XIX, por mucho que el segundo se diga la figura m¨¢s valiosa de la pintura del siglo XX. Cuando digo "la mujer moderna" me refiero al prototipo revolucionario que acceder¨¢ a la vida aut¨®noma, usar¨¢ su propio dinero y ser¨¢ due?a de su vida amorosa, a cambio de convertirse en la segunda fuerza de trabajo despu¨¦s del proletariado y en mercanc¨ªa sexual absoluta. Cualquiera que se d¨¦ una vuelta por los quioscos de prensa, los comercios de DVD o las agencias de publicidad constatar¨¢ que junto a las mujeres que trabajan hay una gigantesca cantidad de mujeres que est¨¢n siendo trabajadas.
la agudeza de Degas moderniza el universo de la higiene femenina
el burdel les cautiv¨® tanto, que lo convirtieron en un templo
Una exposici¨®n sobre dos miradas masculinas sobre la femineidad es algo inusual. En nuestros d¨ªas, cualquier posici¨®n p¨²blica sobre el mundo femenino ha de ser cosa de hembras. Si la expresa alg¨²n macho ser¨¢ de inmediato fulminado por meterse en un ¨¢mbito donde es indeseable, est¨¢ mal visto, y carece de conocimientos. ?C¨®mo va un hombre a decir algo relevante sobre las mujeres? Solo las mujeres pueden hablar de las mujeres. De los hombres m¨¢s vale no hablar.
Sin embargo, dos artistas como Degas y Picasso pueden permitirse una exposici¨®n en la que aparece su entendimiento del mundo femenino porque son de una ¨¦poca en la que la mujer actual comenzaba a hacer eclosi¨®n. Desde luego, Picasso vivi¨® su vida sexual en t¨¦rminos patriarcales y Degas apenas tuvo vida sexual. Son, por tanto, dos valiosos testigos sobre algo que podr¨ªamos llamar "la prehistoria de la mujer de hoy".
En el recorrido de la muestra pueden separarse cuatro ¨¢mbitos. Es muy notable, primero, la fascinaci¨®n que ejercen sobre ambos pintores las mujeres bajo la luz artificial. En ese inicio emancipatorio se desvela la alianza entre sociedad nocturna, invento de finales del siglo XIX, y mujeres. Dicho de modo resumido: es de sospechar que sin mujeres, en la modernidad no habr¨ªa habido vida nocturna. La noche hab¨ªa sido un tiempo exclusivo de hombres, fueran guerreros, salteadores, sabios, criminales, monjes o pol¨ªticos. Ni siquiera la prostituci¨®n necesitaba iluminaci¨®n, como puede observarse en la pintura flamenca, donde aparecen tabernas y prostitutas a la luz del d¨ªa, o bien, si es de noche, reducidas a la alcoba con vel¨®n.
El segundo aspecto es el de las mujeres en tanto que divinidades menores, antecedente de las actuales modelos, actrices y cortesanas medi¨¢ticas. Se re¨²nen aqu¨ª algunos de los centenares de maravillosas pinturas y pasteles de Degas sobre el mundo de la danza cl¨¢sica y tambi¨¦n sus equivalentes picassianos. La figura heroica de las mujeres eternizadas en una postura, a la manera antigua, cristalizan en esa turbadora escultura llamada Joven bailarina de 14 a?os en cuarta posici¨®n, uno de los mejores ¨ªdolos del moribundo siglo XIX.
Quiz¨¢ el cap¨ªtulo m¨¢s emocionante, sin embargo, es el que documenta aspectos de la vida ¨ªntima de las mujeres, con dos actividades dominantes, la higiene y el peinado. Una vez m¨¢s ser¨¢ la agudeza de Degas, su ojo implacable, el que adapte ese universo antiqu¨ªsimo a su condici¨®n moderna. Al cual se a?aden las producciones de Picasso inspiradas por Degas.
Finalmente, el mundo cerrado, asfixiante, del burdel, ilustra sobre las mujeres como mercanc¨ªas y el valor incalculable que adquirir¨¢n en la econom¨ªa moderna, tanto por medio de la prostituci¨®n como de la publicidad y los medios de entretenimiento masivo. Tambi¨¦n instruye sobre la paradoja de una sexualidad sin fertilidad adoptada masivamente a partir del siglo XX. Los hombres que figuran en estas piezas, atra¨ªdos en enjambre hacia los sexos abiertos de las mujeres, parecen nubes de insectos desnortados que se precipitan en mort¨ªferos simulacros de genitividad. Tantas toneladas de semen infecundo cautivaron a Degas y a Picasso hasta hacer del burdel un templo que, como veremos, tiene algo de cenotafio.
Aunque se llevaban casi sesenta a?os, el clasicismo de Picasso, uno de los ¨²ltimos pintores con educaci¨®n acad¨¦mica rigurosa, lo aproxima a Degas, pero hay otro factor de mucho mayor calado, y es que ambos eran extraordinarios dibujantes. Picasso sinti¨® desde muy joven la virtud que le un¨ªa al viejo Degas: ambos pensaban dibujando. Ni el uno ni el otro se caracterizaron por sus ideas, su intuici¨®n te¨®rica, su inter¨¦s por la literatura o la m¨²sica. Eran, por as¨ª decirlo, cerebros vac¨ªos que le¨ªan el mundo mediante el dibujo. No hay datos que nos permitan saber qu¨¦ pensaban. Degas fue antisemita durante el affaire Dreyfus, y Picasso fue estalinista. Es todo lo que sabemos, pero es poco, porque Picasso no tuvo recato en recibir, tratar y comerciar con nazis, as¨ª como Degas nunca actu¨® de antisemita. La unidad de visi¨®n en algo tan particular y enigm¨¢tico como el dibujo los emparenta en profundidad. Basta comparar dos admirables estampas del comienzo de la exposici¨®n, ambas ejercicio de academia sobre relieves en yeso, sendos caballos montados por jinetes sin estribos. Por paradoja, el de Picasso es m¨¢s sensual, m¨¢s ochocentista, m¨¢s rom¨¢ntico que el de Degas.
La moderna vida nocturna y la iluminaci¨®n artificial van de par, una es origen de otra. A la novedad de un cromatismo chocante, fr¨ªo en las calles iluminadas por el gas, casi siempre f¨²nebre en los caf¨¦s, caliente y sombr¨ªo en los teatros, se une la nueva fauna de esos ¨¢mbitos. Si hoy ciertos soci¨®logos han visto en los "no-lugares" el ¨ªndice de nuestra actualidad, los cafetines y teatruchos del Par¨ªs fin-de-si¨¨cle eran los que la determinaban entonces.
Ya Rusi?ol y Casas, hacia 1890, hab¨ªan imitado de los franceses este nuevo paisaje urbano. Diez a?os m¨¢s tarde, Picasso insiste en lo mismo, pero tomando como escenario el barrio chino de Barcelona, lo que en realidad es enteramente distinto. Los nocturnos de Degas, aunque muy anteriores (de 1878 es la espl¨¦ndida Chanteuse de Caf¨¦), coinciden con el malague?o en otro orden de cosas. No es solo la novedad lum¨ªnica y espacial lo que le interesa, sino tambi¨¦n la fauna humana tan literaria que all¨ª se re¨²ne, la boh¨¨me del ochocientos. Es otro aspecto rom¨¢ntico que se mantiene vivo en Picasso y que le hace mirar con nostalgia al pasado una y otra vez.
Para muchos espectadores, el mundo del ballet cl¨¢sico, tal y como lo construye Degas, ha de parecer una antigualla algo cursi. Estos tales han de loar la suprema t¨¦cnica del pintor, pero prescindir de otros valores. Sin embargo, es posible ver en estas figuras fantasmag¨®ricas, quemadas por una luz irreal, suspendidas en un instante inseguro, uno de los ¨²ltimos aspectos tot¨¦micos de la figura femenina. Aunque los soci¨®logos del arte hablan de la promiscuidad de las bailarinas, del car¨¢cter venal de las jovenc¨ªsimas rats, creo que es una reducci¨®n innecesaria ver en estos soberbios pasteles y ¨®leos una estampa de la vida sexual parisina. Muy al contrario, a mi entender, Degas quer¨ªa dar cuenta de la transfiguraci¨®n que se produce cuando bajo una luz potent¨ªsima e irreal, el cuerpo de una adolescente se hace escultura viva, muchas veces con el vientre y el pubis envueltos en una nube de tafet¨¢n o seda amarilla, blanca, verde, azul, que convierte su zona genital en un estallido lum¨ªnico. ?Sexualidad en las bailarinas de Degas? Sin duda, pero no la de Afrodita, sino, en todo caso, la de Melusina.
Sobresale entre estas peligrosas muchachas la escultura mist¨¦rica de la ni?a de 14 a?os en la cuarta posici¨®n, idolillo m¨¢s cercano a las terracotas de los arcanos etruscos que a la pederastia. En ella y en sus cientos de variantes, apenas vistas en vida de Degas, hay un enigma que requiere un tiempo del que ahora carecemos. Ella desdice, desde su intangibilidad, a las bailarinas de Picasso que solo le interesaron en 1918 tras su matrimonio con Olga Khokhlova y los decorados para Diagilev. Dibujos a lo Ingres en los que las bailarinas aparecen como ocas grotescas de rostro imb¨¦cil, aunque hay una posibilidad de que la figura de la izquierda de Les demoiselles d'Avignon sea reelaboraci¨®n de la ni?a en la cuarta posici¨®n (Kendall).
Relacionadas con esta idolatr¨ªa femenina y sin duda la parte m¨¢s religiosa de la misma, se exponen en Barcelona abundantes estampas de vida ¨ªntima que remiten a t¨®picos famosos: la moza que lava su cabello en el arroyo, el ni?o que arranca una espina del pie, la sirvienta que sostiene el espejo del ama. Una vez m¨¢s, la potencia l¨ªrica de Degas recuerda un topos cl¨¢sico y lo trae a la modernidad. Los cuerpos desnudos que se lavan los pies, los muslos, los grandes senos, las axilas, los gl¨²teos, las vulvas sonrosadas, en cuartos cerrados, sobre un barre?o de esta?o o de r¨²stica tabla, son cuerpos que nos niegan. Estas mujeres absortas en su purificaci¨®n no admiten injerencias. Degas dibuja en ¨¢ngulos a veces sorprendentemente fotogr¨¢ficos, como si solo osara acceder al gineceo por medio de un ojo mec¨¢nico. No hay invitaci¨®n alguna a la lujuria, a pesar de que algunos expertos (Cowling) creen ver en estas piezas una excusa de voyeur. A mi entender, es todo lo contrario, aqu¨ª las mujeres rechazan cualquier acceso masculino, afirman su capacidad, como las bailarinas, para ser entes aut¨®nomos y admirables, pero sin someterse a la predaci¨®n sexual.
Donde s¨ª hay sexo y de modo oce¨¢nico es en nuestro ¨²ltimo apartado, el burdel. Aqu¨ª las mujeres aparecen encarnando su futuro papel como materia mercantil de primer orden en la vida moderna. Este es el aspecto con mayor desarrollo comercial y social en nuestros d¨ªas. Sin embargo, hay que hacer de inmediato una correcci¨®n. El burdel era un espacio del romanticismo con caracteres enteramente distintos a las actuales empresas de prostituci¨®n. Hasta que los hombres liberaron sexualmente a las mujeres, muy entrado el siglo XX, el burdel era lugar de iniciaci¨®n de todo var¨®n de la burgues¨ªa. La prostituci¨®n callejera pertenec¨ªa al proletariado. Muchas mujeres casadas que al cabo de un par de a?os repugnaban la copulaci¨®n conyugal ve¨ªan en el burdel una espita de alivio que las libraba de la imposici¨®n marital. Las autoridades c¨ªvicas, adem¨¢s, cre¨ªan que era un modo de evitar la violencia dom¨¦stica y el crimen sexual que comenzaban a extenderse. De modo que las escenas de burdel de Degas y Picasso hay que verlas como el complemento espacial de todo lo anterior. Aqu¨ª s¨ª estamos en el refugio nocturno propiamente masculino. Este no es un ¨¢mbito sagrado, sino estrictamente profano.
Aunque no del todo. A poco que se observen con detenimiento los incre¨ªbles monotipos de Degas, imitados sumisamente por Picasso, se ver¨¢ que tambi¨¦n en este reducto masculino la dominaci¨®n f¨ªsica es claramente femenina. Ellos mandan porque pagan, ellos se pavonean entre mujeres desnudas que abren sus piernas y exhiben sus grandes culos, pero no hay que ser muy agudo para ver que las aut¨¦nticas propietarias de la sexualidad son las rameras, las cuales incluso muestran en alguna estampa la tierna dedicaci¨®n al macho bigotudo que tendr¨ªa una madre con su hijuelo.
Es especialmente estremecedor el ¨²ltimo cap¨ªtulo de la exposici¨®n, los terror¨ªficos grabados de Picasso llamados Suite 347 y Suite 156. El artista estaba al borde de la muerte, la cual le tomar¨ªa entre sus muslos un a?o m¨¢s tarde. Y escribo "muslos" porque el final de Picasso nos devuelve a esa sacralidad del sexo que en sus ¨²ltimos a?os se le mostr¨® en su abismal hondura. A partir de 1958, el pintor hab¨ªa comprado hasta 12 de los monotipos sobre burdeles que Degas hab¨ªa mantenido fuera de la luz p¨²blica y que solo se vieron a su muerte. Al principio, y con la habitual frescura, imit¨® tan solo el aspecto, digamos, sure?o y levantino del burdel, su ludibrio, la juerga de toreros y se?oritos. Poco a poco, el burdel se fue haciendo m¨¢s sombr¨ªo. Al acercarse la muerte, las potentes hembras que atacan con sus sexos abiertos o que humillan a los rid¨ªculos machos con sus enormes cuerpos toman el control de los grabados. Y entonces sucede algo milagroso. En esos burdeles donde Picasso desea morir devorado por las grandes madres hay un testigo, un caballero perfectamente vestido, serio, sereno, que observa la escena o toma notas en un cuaderno desde un rinc¨®n del grabado. Es Degas.
?ltima encarnaci¨®n del esp¨ªritu, Picasso sit¨²a en su tumba genital al impasible, al inaccesible, al estrictamente ocular Edgar Degas, el artista que alcanz¨® a ver, quiz¨¢ por ¨²ltima vez, a las divinidades femeninas en su monstruosa adaptaci¨®n a la vida moderna.?
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