Geograf¨ªa sentimental
El viaje siempre fascina. Y viajar mantiene, incluso, cierta connotaci¨®n de privilegio. El viajero del siglo XIX se ha convertido ahora en turista. El turismo representa la masificaci¨®n del viaje, pero esa es s¨®lo la peor forma de verlo: el turismo representa tambi¨¦n su democratizaci¨®n. Quiz¨¢s por eso, porque el turismo se ha convertido en una expresi¨®n democr¨¢tica, nuestro imaginario cultural va m¨¢s all¨¢ y anhela otras formas de viaje: no ya el viaje que representan unas breves vacaciones, sino el viaje como ruptura de las costumbres, como deliberado nomadismo, como forma de conocimiento, el viaje, de nuevo, como privilegio econ¨®mico y social.
Esa es la opini¨®n mayoritaria, pero en contra de ella a¨²n asoma otra opci¨®n est¨¦tica y moral, la que escoge un pu?ado de mis¨¢ntropos e impertinentes, sujetos que han renunciado a concederse, a trav¨¦s del viaje, el espejismo de la libertad posible y que reniegan de los cambios de escenograf¨ªa para su peripecia vital. Observan desde lejos a la gente que altera constantemente el decorado de la vida, porque saben que todos los ornamentos est¨¢n compuestos del mismo cart¨®n piedra. M¨¢s all¨¢ del viaje (o m¨¢s ac¨¢ del viaje, o mejor a¨²n: en contra de ¨¦l) est¨¢ la vida ¨ªntima y secreta, anclada a los paisajes de la infancia. Quiz¨¢s en el viajero s¨®lo anide la fraudulenta vocaci¨®n del tramoyista.
Los que hemos experimentado una misma ciudad a lo largo de la vida sabemos de la parte m¨¢s fecunda de semejante experimento: basta que comiences a andar por una calle, la ciudad empieza a hablarte. No hay rinc¨®n, no hay recodo, no hay almac¨¦n o aparcamiento que no rescate del olvido un momento singular de tu existencia. Paseo por mi ciudad. En cierta esquina est¨¢ varada para siempre la imagen de una novia de la adolescencia; en cierta calle a¨²n sigue abierto un bar donde yacen abandonados diez a?os de juventud; hay cuestas que conducen a unos antiguos cuarteles militares donde ahora paran los autobuses; all¨¢ se abr¨ªa todas las ma?anas un taller al que acud¨ªa a cobrar facturas, en mi primer trabajo; y a veces miro desde lejos aquel puente que cruc¨¦ corriendo un d¨ªa, de la mano de M., mientras nos pregunt¨¢bamos d¨®nde comer una hamburguesa, momento que recuerdo, qu¨¦ tonter¨ªa, porque me sent¨ª radicalmente feliz.
S¨ª, hay gente que esparce sus a?os en puntos muy distantes del planeta, pero hay gente que los deja en unas cuantas manzanas, y al caminar por ellas respira con la intensidad de esos perfumes encerrados en frascos muy peque?os. Esto tiene que ver con hacerse viejo, pero tambi¨¦n con pintar y repintar las mismas calles con colores distintos. La ciudad aparece ahora, cada d¨ªa, manchada por los recuerdos. Cada uno de sus rincones te va contando una historia, y un pedazo de tu vida, distinto seg¨²n qu¨¦ rumbo tomes, regresa del olvido con s¨®lo dar un paseo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.