El lenguaje de los grader¨ªos
En su libro El f¨²tbol sin ley, el escritor y periodista Garc¨ªa Candau afirma que un lenguaje deportivo, para ser aut¨¦ntico, ha de ser fundamentalmente popular y cualquier escritor que se precie tendr¨¢ que recoger el de los grader¨ªos para interpretar sociol¨®gicamente a espectadores y lectores. Puede que as¨ª sea. Aunque, por fortuna, su libro no corrobore el aserto y el lenguaje de sus cr¨®nicas y reflexiones no recoja, seg¨²n preconiza, la jerga de los grader¨ªos.
Candau es un ejemplo m¨¢s de los excelentes escritores que ha dado la literatura deportiva. Me gusta la inteligencia cuando emana de la p¨¢gina escrita o despliega sus alas sobre el terreno de juego, pero todav¨ªa no he vislumbrado ning¨²n destello de lucidez en las gradas de un estadio. Claro que la inteligencia se manifiesta, a veces, en los lugares m¨¢s insospechados. Como la poes¨ªa que vuela libre fuera de la jaula del poema y se posa donde menos se la espera. Por ejemplo, en una localidad leridana donde, el pasado d¨ªa 9, cinco jugadores del equipo visitante acabaron en el hospital. Con desgarro genital, fractura de tabique nasal, golpe en la cadera, contusi¨®n abdominal y conmoci¨®n cerebral, respectivamente. Sociol¨®gica consecuencia del popular lenguaje de los grader¨ªos que yo experiment¨¦ cuarenta y tantos a?os atr¨¢s, casualmente en la misma localidad leridana de cuyo nombre prefiero no acordarme. En aquella ocasi¨®n, compart¨ªa banquillo con Marcel Domingo, entrenador del Vilanova i La Geltr¨². Apenas comenzar el encuentro y bajo los auspicios de su p¨²blico, los jugadores se olvidaron del bal¨®n para acordarse de las madres y de los tobillos del equipo contrario. Para colmo, el Vilanova cometi¨® la insensatez de marcar un gol y el ¨¢rbitro la fechor¨ªa de no anularlo. Cuando, interrumpido el encuentro, trat¨® de ganar la caseta del vestuario, acab¨® hecho un cristo. Si una piedra le romp¨ªa la ceja, otra le part¨ªa el labio y era un alivio ver estrellarse alguna que otra en su estern¨®n. Para preservar los acharolados tricornios, la pareja de la Guardia Civil que lo escoltaba se mantuvo cautelosa a prudente distancia y, en lo que a m¨ª concierne, intent¨¦ pasar inadvertido y acceder al bungal¨® de tablas y techo de chapa donde los jugadores forasteros hab¨ªan conseguido guarnecerse a la desbandada. Cuando disimuladamente estaba a punto de conseguirlo, sorprend¨ª a un energ¨²meno que se dispon¨ªa a introducir un caj¨®n repleto de botellas vac¨ªas por un ventanuco de la parte trasera con la obvia intenci¨®n de que cayera sobre la cabeza de alg¨²n jugador. Emitiendo un alarido disuasorio, me interpuse y evit¨¦ la tragedia. Pero estuve a punto de provocar otra. La m¨ªa. Una enfurecida cohorte de forofos, lustrosos y encorbatados, me rodearon con pu?os alzados y espumarajos en las fauces.
Rechinaron los dientes, su manera de pensar, y el de la estaca me orden¨® iracundo: "?L¨¢rguese!"
El lenguaje de los grader¨ªos alcanz¨® su m¨¢ximo esplendor cuando un tratante de ganado o alcalde en funciones, esgrimiendo una estaca a modo de batuta, profiri¨® una sarta de procacidades cuyo mayor acicate era que yo saliera de all¨ª como, casi medio siglo despu¨¦s, saldr¨ªan los jugadores del Espanyol B. En ambulancia. De pronto, a veces pasa, experiment¨¦ esa serenidad que sobreviene cuando el avi¨®n cae en picado y te has dejado en casa el paraca¨ªdas. Les dije que hab¨ªa ido all¨ª para escribir un reportaje sobre la violencia en el f¨²tbol de Tercera y que, si me tocaban, mi reportaje tendr¨ªa un adecuado final. Rechinaron los dientes, supuse que esa era su manera de pensar, y el de la estaca me orden¨® iracundo: "?L¨¢rguese!". No me lo hice repetir dos veces y, todav¨ªa no s¨¦ c¨®mo, me esfum¨¦. Antes de dejar los vestuarios, entre pedradas e improperios, para llegar al autob¨²s, Marcel Domingo arranc¨® preventivamente un lavabo y se lo puso a modo de casco protector. Me situ¨¦ tras ¨¦l sin resuello y al rebufo.
No era esa la primera vez que sufr¨ªa las consecuencias del lenguaje de los grader¨ªos. Anteriormente, en mi periplo por los estadios italianos, hab¨ªa tenido ocasi¨®n de comprobar que el susodicho lenguaje sobrepasa las fronteras idiom¨¢ticas para recuperar el gru?ido ancestral. Pero, iron¨ªas aparte, la poes¨ªa que no encuentro en las gradas, ni en sus efectos colaterales, se da con creces en el c¨¦sped cuando, elevando el f¨²tbol a la categor¨ªa de lo sublime, juega el Bar?a de Guardiola.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.