Morente, art¨ªfice de una ¨¦poca de cante
Era un genio creador incontestable, aunque en tiempos fuera muy contestado por amplios c¨ªrculos del cante, que se resist¨ªan a admitir novedades tan radicales como las que ¨¦l propon¨ªa. Persisti¨® en sus ecos novedosos, y lo hizo con tal eficacia que al cabo logr¨® imponer sus normas.
Desde entonces, fue el rey indiscutible del cante, art¨ªfice de una ¨¦poca ¨¢urea que nadie pudo discutirle. Era, realmente, Morente y todos los dem¨¢s; unos pocos destacados, pero ciertamente entraban en ese dilatado grupo de todos los dem¨¢s. Le acompa?aban sus condiciones f¨ªsicas, su voz, su fuerza. Sobre todo su voz, potente y tambi¨¦n arm¨®nica y que le serv¨ªa para dotar a su cante de todos los matices imaginables, desde la m¨¢xima dulzura hasta el grito desgarrado.
Tuvo un tiempo en que se aferraba a los nuevos modos que hab¨ªa impuesto con decisi¨®n. Pero hay que decir que antes, en sus principios, el cantaor hab¨ªa demostrado conocer, sin ning¨²n g¨¦nero de dudas, el cante tradicional, e interpretarlo con excelencia. Recu¨¦rdese el disco de homenaje a don Antonio Chac¨®n, realmente admirable en la l¨ªnea m¨¢s convencional del cante. Despu¨¦s ya vino su ¨¦poca de grandes novedades, de una forma de decir el cante que no se parec¨ªa a la de ning¨²n otro cantaor. Tiempos que culminaron con aquel disco en que cantaba con ¨¦l un grupo llamado Lagartija Nick, y que era abanderado de un estilo totalmente avanzado. Entonces Enrique Morente distorsionaba los tercios de una manera sumamente peculiar, vocalizando con cadencias distintas hasta darnos un cante que se parec¨ªa muy poco al tradicional.
As¨ª fue como Enrique Morente impuso un credo personal e intransferible, que casi todos los cantaores trataron de imitarle. No lo lograron, por supuesto, salvo en peque?os detalles que nunca alcanzaron la grandeza del modelo original.
Su cante era dif¨ªcil, complejo, y se impuso con plenitud, marc¨® pautas, fue la luz que ilumin¨® un panorama flamenco que ven¨ªa adoleciendo de un mimetismo casi siempre trasnochado. Fue, puede decirse, el faro salvador de un arte que sin ¨¦l hubiera sido en verdad diferente, y que necesitaba indudablemente de una presencia como la suya.
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