Pensar hoy
Por lo que me dicen, a principios del nuevo siglo, hay que pensar en ¨¦l; en lo que nos traer¨¢, en lo que nos quitar¨¢. Al intentar una respuesta a tan interesante pretensi¨®n, surge una primera dificultad. ?Pensar lo que va a ser una ¨¦poca que se presenta, seg¨²n se predica, como sociedad tecnol¨®gica, sociedad de la informaci¨®n, y otros retumbantes pron¨®sticos? La respuesta podr¨ªa dejarse a los profetas, augureros, pitonisos, magos, oscurividentes, cl¨¦rigos o hechiceros de distintas sectas, que vaticinan sin cesar sobre nuestro futuro y hasta nos acosan con sus vaticinios. Pero, a lo mejor, eso no es pensar aunque tales personajes utilizan el lenguaje -el instrumento esencial de la comunicaci¨®n humana- para crear formas de comunidad, identificaciones y diferencias, casi siempre con muy concretas y nada m¨¢gicas intenciones.
Pensar debe ser una forma mental que analiza lo que experimentamos en el curso de cada vida
Habr¨ªa que saber primero lo que significa ese verbo "pensar", esa palabra. No es un sustantivo: algo hasta cierto punto firme, estable, duradero, como la mesa, la silla o incluso manejable como la pluma con la que escribo; o como mi amigo, o esa pareja que pasea ante mi balc¨®n. Hay, sin embargo, una diferencia entre la pluma, la mesa y, sobre todo, mi amigo, o esa pareja que pasa ante mi balc¨®n. La diferencia, as¨ª a primera vista, es que esos seres, esas personas, son tambi¨¦n "sustantivos", seres reales, que caminan, que respiran y sobre todo -por eso son personas- que tienen dentro de s¨ª algo m¨¢s et¨¦reo, m¨¢s inasible, que fluye por las neuronas y que sustantivamos llam¨¢ndole pensamiento, aunque no lo veamos, aunque no lo podamos tomar en nuestras manos, ni siquiera cuando lo expresamos ni, casi, cuando lo escribimos.
Un objeto delicado, misterioso, porque est¨¢ lleno de grumos mentales, de opiniones que se van formando y que, muchas veces, no podemos controlar, ni siquiera saber c¨®mo han venido, por qu¨¦ las tenemos. Desconocemos incluso si son verdaderamente nuestras o nos las han puesto en el cerebro, nos las han impuesto para cultivar nuestra ignorancia; para degenerarnos, desquiciarnos, hacernos agresivos e irracionales.
Un objeto delicado y por ello peligroso. Est¨¢ expuesto a mil ataques en los que podemos perder lo que somos y el sentido de d¨®nde estamos. Pero, al mismo tiempo, ese incesante fluir de nuestras ideas, del producto de esa luz interior que nos hace conscientes y dice qui¨¦nes somos, qu¨¦ clase de ser somos, es lo m¨¢s importante, lo m¨¢s intenso, lo m¨¢s hermoso de la vida humana.
Pensar, dicen los expertos, es establecer relaciones l¨®gicas, racionales, entre cosas, sucesos, intuiciones, y hacer que esas relaciones tengan coherencia y sentido. Pero pensar debe ser tambi¨¦n algo m¨¢s sencillo, incluso m¨¢s primitivo, m¨¢s inmediato: tener proyectos, deseos, opiniones, afectos, sensibilidad, pasiones.
En la vida social, el pensamiento resultado de esas iluminaciones -porque pensar es dar luz, alumbrar-, de esas proyecciones y apetencias del sujeto, convierte a los seres humanos en reflejos conscientes, donde aparece un territorio mucho m¨¢s amplio que el que comprende esa coherencia que llamamos "l¨®gica".
Pensar debe ser tambi¨¦n una forma mental que analiza lo que ven nuestros ojos, lo que o¨ªmos, lo que experimentamos en el curso, en el "discurrir", de cada vida. Creo que en todos los tiempos el proceso del pensamiento fue siempre el mismo. Porque como dijo el fil¨®sofo en la primera l¨ªnea de un libro ya famoso: "Todos los hombres tienden por naturaleza a ver, a entender, a idear". Pensar el siglo XXI es en el fondo, como proceso de conocimiento, lo mismo que en el siglo XVIII, o en el XII, y no digamos en el siglo V antes de nuestra era, cuando uno de aquellos geniales personajes que inventaron la racionalidad, la justicia, la felicidad, dijo que no le importaba tanto saber lo que era el bien, la ¨¦tica, sino que fu¨¦ramos buenos, decentes; que supi¨¦ramos elegir entre el bien y el mal, entre el necesario pero tantas veces miserable bien personal y el bien de la comunidad a la que pertenecemos, que es el mundo entero, la vida entera. Inventaron, se miraron en el espejo de esas palabras porque supusieron decirlas y porque su mente, a pesar de posibles contradicciones, era libre y luchaba por esa libertad.
Pero, por supuesto, hay que pensar el nuevo siglo. Y pensar, como digo, fue siempre ejercer esa posibilidad de interpretar y, sobre todo, de poder y querer entender. Otro texto famoso de la filosof¨ªa, en un libro que hablaba de antropolog¨ªa, de lo que son o deben ser los seres humanos, se preguntaba: "?Qu¨¦ puedo saber? ?Qu¨¦ debo hacer? ?Qu¨¦ me cabe esperar?". Las preguntas tan pr¨®ximas, tan elementales, se?alaban el amplio horizonte de toda la historia, y es en esa historia entera donde siempre, bajo m¨²ltiples formas, han resonado. Preguntas de toda la vida y que el tiempo no desgasta jam¨¢s.
Pero es verdad que, como cantaba la vieja zarzuela, "hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad". Adelantan o atrasan. Porque como tambi¨¦n se ha comentado, muchas veces, "nunca como hoy han tenido los seres humanos tantas posibilidades de informaci¨®n, de comunicaci¨®n y, parad¨®jicamente, nunca han estado tan silenciosos, tan inermes, tan deteriorados". Es cierto que la ignorancia y el oscurantismo han dominado la existencia humana y su organizaci¨®n social. Pero la inteligencia deformada, degenerada es a¨²n peor que la barbarie.
Ese silencio personal se debe, sobre todo, a que no aprendemos a pensar, a que esa afirmaci¨®n tan certera de que "el hombre es lo que la educaci¨®n hace de ¨¦l" se realiza a duras penas. Los fomentadores de la ignorancia, los fan¨¢ticos de tantas falsedades, no quieren la libertad de la mente, la libertad de aquellos a quienes, de sutiles maneras, subyugan y explotan porque les roban el ¨²nico, verdadero, tesoro del pensamiento, de la "libertad de conciencia". La liberaci¨®n y autonom¨ªa de la mente, de la capacidad de interpretar y entender, pone en peligro los intereses de las implacables oligarqu¨ªas que los engendran.
La oposici¨®n entre los poderosos y los inermes, los "pudientes" y los que casi nada pueden, los farsantes y los inocentes, ha recorrido la historia de la humanidad. Pero hoy, precisamente, por el imperio de esas nuevas divinidades que llaman "mercados", y con todas las excepciones que queramos, de sus indecentes mercachifles domina, como la "c¨®lera de las imb¨¦ciles", el mundo. La forma m¨¢s indigna de dominio es la corrupci¨®n de la inteligencia, de la capacidad de discernir, de amar, de "contemplar el cielo estrellado fuera de m¨ª, y la ley moral dentro de m¨ª". Y la corrupci¨®n de los "poderosos" fomenta la degeneraci¨®n de sus lacayunos vasallos e incluso, en el colmo de su estulticia, la imitaci¨®n. Sorprende que corruptos reconocidos, incluso condenados, sean votados, elegidos, por entontecidos ciudadanos -?corrompidos tambi¨¦n por su propia avaricia?
A lo largo de la historia siempre hubo semejantes deformaciones, pero en los comienzos del nuevo siglo merecer¨ªamos que no fueran ya posibles las monstruosidades que nos trasmiten los medios de informaci¨®n y que parecen incre¨ªbles. Pero las sabemos y eso ya es importante, aunque nos las disuelvan en papillas ideol¨®gicas. Es, efectivamente, arriesgado estar en el mundo. "Es dif¨ªcil ser bueno en un mundo malo", dec¨ªa la portada de una revista alemana no hace muchos a?os. Es verdad que la vida como tensi¨®n y camino, la "lucha por la vida", parece caracterizar a los seres humanos. Pero todo ello, en nuestro convulso y cruel territorio, en la dura historia que d¨ªa a d¨ªa vivimos, produce un lamentable e indeseable fen¨®meno social: estamos tan asfixiados por la "sociedad de la informaci¨®n" -?del conocimiento?- que acabamos por acostumbrarnos e insensibilizarnos.
Pensar es adem¨¢s, en la incomparable complejidad de nuestro mundo, algo tan necesario o m¨¢s que en otros tiempos. Pero en el nuestro, en el que a pesar de todo se han hecho indudables progresos -la ciencia, la lucha por los derechos humanos, la liberaci¨®n de tantos fantasmas y discriminaciones, etc¨¦tera-, no basta ya con saberlos, con interpretarlos. Hay que plantearse la segunda pregunta kantiana: "?Qu¨¦ debo hacer?".
Este es el reto que el pensar nos lanza. Un pensar que tiene que ser alumbrado por todos esos ideales de "filantrop¨ªa" que la mejor tradici¨®n cultural nos ha entregado. Ideales que hay que discernir, que limpiar, de las pegajosas desinformaciones que podemos padecer precisamente por la "sociedad de la informaci¨®n". El pensar hoy, entre esos ideales, tiene una exigencia ineludible: la educaci¨®n. Pero esa exigencia nos traslada al "hacer" al que se refer¨ªa el interrogante kantiano. S¨®lo el "hacer del pensar"; la creaci¨®n de instituciones que fomenten la libertad de la mente ser¨¢ el quehacer esencial de nuestro tiempo. Una empresa pol¨ªtica que, por cierto, se funda en otro "hacer": el de la inteligencia y honradez de quienes nos gobiernen. Honradez y decencia que necesita de la nuestra al elegirlos.
Emilio Lled¨® (Sevilla, 1927) es autor, entre otros libros, de El marco de la belleza y el desierto de la arquitectura (Biblioteca Nueva), Ser quien eres. Ensayos para una educaci¨®n democr¨¢tica (Universidad de Zaragoza) y Filosof¨ªa y lenguaje (Cr¨ªtica).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.