Di¨¢logo polite¨ªsta
Tan pronto se ven, Umberto Eco se apresura hacia Javier Mar¨ªas que sorprendido ve c¨®mo el escritor italiano se inclina ante ¨¦l en una reverencia teatral, dici¨¦ndole: "Majestad"; a lo que Mar¨ªas, saliendo de su sorpresa y con una media sonrisa, contesta casi en susurro: "Duque". Y empiezan a re¨ªr mientras se abrazan. Dos a?os antes, Mar¨ªas, como rey literario de Redonda, hab¨ªa nombrado a Eco Duque de la Isla del D¨ªa de Antes.
Es la una y media del lunes 13 de diciembre de 2010. Est¨¢n en el restaurante Balzac de Madrid en el primer di¨¢logo que sostienen para un medio de comunicaci¨®n, invitados para este n¨²mero 1.000 de Babelia, y que har¨¢n en italiano como una cortes¨ªa de Mar¨ªas con el profesor Eco. Cuando se sientan alrededor de la mesa redonda donde almorzar¨¢n, el semi¨®logo italiano (Alessandria, 1932) se queja de dolor de garganta y cuenta el traj¨ªn en que anda por la promoci¨®n de su ¨²ltimo libro, El cementerio de Praga (Lumen), y el narrador y acad¨¦mico espa?ol (Madrid, 1951) desvela que acaba de terminar una novela que saldr¨¢ en primavera: Los enamoramientos (Alfaguara). Es el preludio de una conversaci¨®n que se extender¨¢ durante dos horas y terminar¨¢ con ellos paseando y posando para el fot¨®grafo en un punto de encuentro simb¨®lico de lo que a¨²n no saben que van a decir.
Eco: "Internet es la vuelta de Gutenberg. Es una civilizaci¨®n alfab¨¦tica, y el que no lea y escriba r¨¢pidamente se queda fuera"
Mar¨ªas: "Parte de la poblaci¨®n tiene nostalgia de esa antigua idea de Dios, de ser observado. Por eso van a la tele e Internet"
JAVIER MAR?AS. Hace poco escrib¨ª en una de mis columnas de El Pa¨ªs Semanal, a prop¨®sito de su ¨²ltima novela, tan criticada por L'Osservatore Romano, que pensaba que se hab¨ªa superado aquello de que en las artes las obras tuvieran que tener un car¨¢cter moral o edificante. Un hallazgo por parte de esa cr¨ªtica, aunque para ellos era negativo, es que dec¨ªa algo parecido a que su novela era un voyeurismo amoral.
UMBERTO ECO. ?Es que esto es la novela, eso es una novela!
J. Mar¨ªas. Justamente una novela es lo contrario de un juicio.
U. Eco. Deja abierta la puerta a las contradicciones.
J. Mar¨ªas. Aunque hay novelistas que todav¨ªa se sienten como jueces, es una cosa extra?a. Eso del voyeurismo amoral est¨¢ muy bien visto. Porque una novela, a menudo, es as¨ª, el novelista no tiene que juzgar, tiene que mostrar, a veces explica lo que ha sucedido, c¨®mo se ha llegado a este punto, pero eso no quiere decir que se justifique o que se ensalce el tema o presuma.
U. Eco. Luego est¨¢ el lector que tiene la tendencia, o la mala fe, de atribuir al autor lo que piensa el personaje.
J. Mar¨ªas. ?No es preocupante en el sentido de que es volver a cierto primitivismo?
U. Eco. Usted escribe novelas, el 20% las leen de forma correcta, el resto equivocada.
J. Mar¨ªas. Esto ha vuelto con fuerza. Yo escribo con un narrador en primera persona desde hace 20 a?os, y se tiende a confundir al narrador con el autor, con el yo.
U. Eco. Cuando publiqu¨¦ El nombre de la rosa me escribi¨® un lector preguntando por qu¨¦ afirmaba que la felicidad consiste en tener lo que se tiene. ?Yo nunca he dicho eso, es una tonter¨ªa! Fue un personaje.
J. Mar¨ªas. Esa idea de que las novelas deben tener un mensaje o dignificar algo es un primitivismo raro que ha vuelto.
U. Eco. Es una idea cat¨®lico-marxista.
J. Mar¨ªas. Pero el marxismo no...
U. Eco. El realismo socialista quer¨ªa que las novelas tuvieran un mensaje y hablaran de los problemas del pueblo... Mi respuesta es que una novela tiene un mensaje, pero hay que trabajar mucho para comprenderlo, requiere esfuerzo, no te lo da el autor.
J. Mar¨ªas. Un mensaje que se podr¨ªa buscar fuera del libro.
U. Eco. O muchos. La Odisea tiene m¨²ltiples mensajes.
J. Mar¨ªas. En cierto sentido surge por la promoci¨®n de los libros. No s¨¦ usted, pero yo a veces al escribir una novela me encuentro con que tengo una idea vaga sobre qu¨¦ es esta novela, aparte de la historia misma, y algunos aspectos que no son claros para m¨ª. Pero una vez terminada la entiendo un poco mejor. Entonces llega la promoci¨®n, las entrevistas, donde se espera que el autor diga: "Lo que he querido decir es esto". Y uno se ve obligado a afirmar algo o defender una idea que luego es tergiversada. Si no hubiera entrevistas y cierta necesidad de banalizar, de encontrar un eslogan...
U. Eco. Yo intento humillar a los que hacen estas preguntas, desafiar, hacer que se sientan algo est¨²pidos. Cuando me preguntan: "?Con qu¨¦ personaje se identifica?", contesto: "?Con los ad-ver-bios!". Se quedan estupefactos. Es verdad, los escritores nos identificamos con los adverbios.
J. Mar¨ªas. Pero para hacer esto hay que ser usted.
U. Eco. ?No, no!, hay que ser bastante malos
...Y, en cambio, nadie habla del estilo de la novela, de la construcci¨®n. La gente lee lo que dices y no le interesa la manera en que lo dices.
J. Mar¨ªas. La palabra estilo desapareci¨® del vocabulario, ni los cr¨ªticos la usan.
U. Eco. Es la manera de formar, de hacer.
J. Mar¨ªas. Y sin duda hay autores que reconocemos. (...) Otro aspecto de los idiomas es c¨®mo est¨¢n desapareciendo cosas normales y se construyen mal las frases. Se est¨¢ reduciendo el vocabulario.
U. Eco. S¨ª, s¨ª.
J. Mar¨ªas. Recuerdo que mi madre, cuando yo era adolescente, si me preguntaba o ped¨ªa algo, y yo respond¨ªa de cualquier manera, me dec¨ªa: "Por favor, no se¨¢is taca?os con la lengua". Hoy la gente es algo taca?a.
U. Eco. Ocurre tambi¨¦n con la escritura
... Luego est¨¢ esa discusi¨®n sobre la literatura tradicional y experimental. Se trata de una diferencia un poco como derecha-izquierda, que en pol¨ªtica ya no tiene sentido. La izquierda es el ¨²nico partido conservador, porque quiere conservar la Constituci¨®n, el Parlamento. As¨ª que la vanguardia y la literatura tradicional es una distinci¨®n que naci¨® con la llegada del arte pop y de la posmodernidad, hacia mediados de los sesenta, cuando ya en la novela comercial se empezaba a usar el mon¨®logo interior, que antes era un esc¨¢ndalo joyceano. Los narradores suramericanos, Garc¨ªa M¨¢rquez, etc¨¦tera, redescubrieron la historia que hab¨ªa estado prohibida, pero se descubri¨® de forma m¨¢s ir¨®nica. Hay una serie de barreras tradicionales. Recuerdo en Italia, en tiempos del grupo del 63, del que ya no hay un rostro emblem¨¢tico, cuando un m¨²sico de vanguardia, Berio, escribi¨® un ensayo sobre el rock, y otro m¨²sico de vanguardia, hablando de los Beatles, dijo: "Trabajan para nosotros"; y yo contest¨¦: "?Pero t¨² tambi¨¦n trabajas para ellos!". Ya entonces hab¨ªa mezclas. As¨ª que no diferenciar¨ªa tan claramente lo tradicional de lo experimental. Hay autores que se reconocen de forma inmediata, pero siempre los ha habido, el problema no es ¨¦se. En las obras comprometidas no hay una literatura experimental pura.
J. Mar¨ªas. Lo que se llama experimental envejece cada vez m¨¢s f¨¢cilmente, o se convierte en algo tradicional, o se incorpora a los usos normales. Hay una flexibilidad mayor. Siempre ha habido una enorme capacidad para hacer esto; aunque antes hab¨ªa un poco m¨¢s de resistencia. Hoy no. Hoy normalmente todo se incorpora, todo se vuelve viejo, antiguo. El presente se convierte en pasado cada vez m¨¢s r¨¢pido. Incluso en el momento en que un libro ya est¨¢ disponible, parece que ya es pasado.
U. Eco. Algunas cosas resisten el paso del tiempo. Por fortuna existe este mecanismo, de lo contrario no permanecer¨ªa nada, ni S¨®focles, ni Eur¨ªpides...
...Y las palabras de Eco y Mar¨ªas se entrecruzan animadas por el mundo cl¨¢sico, hasta que dan un salto de 2.500 a?os para volver al umbral de esta era del ciberespacio cercada de incertidumbres y quejas por una supuesta incultura en plena revoluci¨®n del aprendizaje y la comunicaci¨®n de saberes y relaciones personales y emocionales. Entre bocado y bocado, sus palabras van a empezar a se?alar lo mejor y m¨¢s terrible de ese presente y sus consecuencias.
U. Eco. Internet es la vuelta de Gutenberg. Si McLuhan estuviera vivo tendr¨ªa que cambiar sus teor¨ªas. Con Internet es una civilizaci¨®n alfab¨¦tica. Escribir¨¢n mal, leer¨¢n deprisa, pero si no saben el abecedario se quedan fuera. Los padres de hoy ve¨ªan la televisi¨®n, no le¨ªan, pero sus hijos tienen que leer en Internet, y r¨¢pidamente. Es un fen¨®meno nuevo.
J. Mar¨ªas. Esto ser¨ªa una ventaja.
U. Eco. Es el aspecto positivo.
J. Mar¨ªas. Pero lo que dec¨ªamos sobre el lenguaje, de la generalizaci¨®n del uso del ordenador...
U. Eco. ?se es otro problema, no tiene nada que ver. No creo que el lenguaje se empobrezca, ?cambia! El ingl¨¦s es un lenguaje sint¨¢cticamente muy pobre en comparaci¨®n con el franc¨¦s, el italiano o el espa?ol; pero puede decir cosas maravillosas. Por lo tanto, se simplifica, pero puede decir muchas cosas. Las lenguas funcionan.
J. Mar¨ªas. A veces tengo la sensaci¨®n de que el exhibicionismo general es omnipresente en estas formas de comunicaci¨®n. En Internet, por ejemplo, si pones una c¨¢mara puedes ver una habitaci¨®n a todas horas; hay personas que tienen contacto entre s¨ª para ver c¨®mo duermen o preparan la comida, lo que no ser¨ªa un espect¨¢culo... A veces tengo la sensaci¨®n de que esto guarda cierta relaci¨®n con la p¨¦rdida progresiva de esa antigua idea, que ha acompa?ado a los hombres durante siglos, de que Dios lo ve¨ªa todo, de que Dios los observaba a todos y que absolutamente NADA escapaba a su mirada y escrutinio. De alguna manera, esa idea, que a¨²n tienen algunos de los que leen L'Osservatore, era algo terrible, pero que tambi¨¦n consolaba, al haber un espectador que conoc¨ªa nuestra vida. Aunque fuera la persona menos importante del mundo, hab¨ªa alguien...
U. Eco. ?Un se?or que pagaba una entrada para verte y luego juzgarte!
J. Mar¨ªas. Te castigaba o premiaba. Al menos exist¨ªas para alguien. Y esta creencia, obviamente, hablando en t¨¦rminos generales, se ha perdido. Creo que una parte de la poblaci¨®n, de forma inconsciente, tiene nostalgia de esa idea. Hab¨ªa una enorme necesidad de ser contemplado, de ser observado.
U. Eco. Hoy van a la televisi¨®n o Internet.
J. Mar¨ªas. S¨ª... Responde a esa nostalgia vieja de la idea de Dios.
U. Eco. Interesante. Si no, no se explica c¨®mo tienen esta necesidad tremenda de dejarse ver, hasta cuando hacen caca. Y yo digo: ?por qu¨¦?
... ?Es el aspecto m¨¢s terrible e importante de la civilizaci¨®n en la cual vivimos! En Italia han sido asesinadas unas j¨®venes, y cada noche hay programas de televisi¨®n que hablan de ello, ?es vergonzoso!, porque se hace espect¨¢culo de estas muchachas. Y el ¨²nico consuelo por haber perdido a tu hija es salir en la televisi¨®n.
J. Mar¨ªas. Ha hablado de consolaci¨®n. Hay un elemento cremat¨ªstico, evidentemente. Una ventaja para ellos porque al menos obtienen dinero y audiencia
U. Eco. ?Pero por qu¨¦ necesitan la audiencia y explotan incluso la muerte de su hermana y van a la televisi¨®n para que les veamos? Volvemos a la tesis de Javier Mar¨ªas.
J. Mar¨ªas. Lo que es extra?o es que, tambi¨¦n, se quiera mostrar la pena. Hab¨ªa cosas que tradicionalmente no se ense?aban.
U. Eco. Hay gente que va a la televisi¨®n a decir: "Tengo c¨¢ncer. No me voy a callar. Voy a la televisi¨®n para que me conozc¨¢is, para que sep¨¢is que existo y ayudo a otros". ?sa es la justificaci¨®n.
J. Mar¨ªas. La gente dice ahora, en lugar de "quiero contarte", "quiero compartirte esta experiencia", o "quiero compartir contigo esta experiencia", en lugar de "quiero contarte". Se busca involucrar a otros.
U. Eco. Una frase que ya no se usa es: "A Dios pongo por testigo de", al menos ¨¦l sabe que yo soy as¨ª. Ahora es "pongo a la televisi¨®n por testigo, la comunidad". Hay una comedia italiana donde el nombre es una propiedad privada, no debes difundirlo. Y est¨¢ el dicho de que los trapos sucios se lavan en familia. Antes la privacidad, el mantenerlo todo oculto, era fundamental. Hoy es todo lo contrario. Y cosas peores. No s¨¦ el porqu¨¦ de esa necesidad de que nos vean o de vampirizar vidas ajenas. La explicaci¨®n sobre la nostalgia de Dios es la m¨¢s l¨®gica.
J. Mar¨ªas. Hay un elemento que tambi¨¦n tiene que ver con todo esto: son las filtraciones de Wikileaks. Hay algo extra?o y divertido
... Normalmente se nos proh¨ªbe saber cosas, sobre todo si son de personas poderosas o con responsabilidades, y verlas ridiculizadas, el rey desnudo, o si meten la pata, eso se entiende. Lo que no entiendo es que despu¨¦s de este peque?o fen¨®meno haya gente que pida la transparencia: "Basta. Tenemos que saberlo todo. Tenemos que saber qu¨¦ hacen los servicios secretos, los diplom¨¢ticos, lo que piensan". Pero ?cuidado!, la hipocres¨ªa, la doblez, forma parte de la educaci¨®n; es m¨¢s, de la civilizaci¨®n. Si hubiera una transparencia general habr¨ªa muchos m¨¢s homicidios. Todos hablamos mal de vez en cuando de todos, cuando no est¨¢n presentes, y tambi¨¦n de las personas que amamos. Siempre hay objeciones. Probablemente si estas personas a las que queremos supieran cu¨¢les son nuestras objeciones se olvidar¨ªan de todo lo positivo que pensamos de ellas y se obsesionar¨ªan con esa peque?a objeci¨®n que han conocido y que no habr¨ªan debido saber, y ser¨ªa un desastre.
U. Eco. Las medidas diplom¨¢ticas est¨¢n en la base de la convivencia civil.
J. Mar¨ªas. Es una cuesti¨®n de civilizaci¨®n, es un logro.
U. Eco. Yo no digo: "No voy a cenar contigo porque eres aburrido". Digo: "No voy porque tengo un compromiso".
J. Mar¨ªas. Entonces, pedir la transparencia general es tambi¨¦n algo que ir¨ªa en contra de los intereses de todos. Porque si todo fuera as¨ª se despedir¨ªa m¨¢s f¨¢cilmente a la gente. Tenemos esa tendencia, este desahogo. Es normal que haya personas que intenten saber lo que no se debe saber, pero tambi¨¦n es normal que otras intenten evitar que las cosas se sepan. Lo rid¨ªculo es la pretensi¨®n de ciertas personas de que los que tienen el deber de evitar que las cosas se sepan renuncien a ese deber. Lo que no se puede es pedir la rendici¨®n total de los dem¨¢s. Y con Wikileaks estoy sorprendido de que no se hubieran dicho cosas m¨¢s brutales o que no intuy¨¦ramos. Son diplom¨¢ticos contenidos, educados. Me parece divertido... Es extra?a esta pretensi¨®n, no entiendo estas ganas por saber todo.
U. Eco. S¨ª, s¨ª. Y con esta ruptura del pacto de hipocres¨ªa, que es un pacto social fundamental ("estoy encantado de conocerle", no estoy encantado, pero hay que decirlo) hemos entrado en una nueva era virtual de la informaci¨®n donde todo es m¨¢s vulnerable y fr¨¢gil. Al final tendremos que encontrar otros modos de confidencialidad. ?Cu¨¢les ser¨¢n? No lo sabemos. Con Internet ya no es posible ninguna censura. Mire a Julian Assange, es para tirarlo al retrete, o a la basura, pero lo que ha hecho lo han sabido todos. Alguien dijo una vez que si hubiese existido Internet el Holocausto no habr¨ªa sido posible, porque nadie podr¨ªa haber dicho: "No lo sab¨ªa". En China no han aceptado el Premio Nobel de la Paz pero en China lo han sabido muchos. Lo que se est¨¢ perfilando, y ya lo escrib¨ª a?os atr¨¢s, es un nuevo 1984 con la clase dirigente que tiene acceso a Internet y los proletarios que no tienen acceso, que ven la televisi¨®n. ?Hacia qu¨¦ futuro nos dirigimos? ?Habr¨¢ m¨¢s proletarios o m¨¢s clase informatizada? Porque si un ordenador costara diez euros, quiz¨¢ mil doscientos millones de chinos lo tendr¨ªan, y entonces ser¨ªan menos los proletarios que los informatizados. Y la censura ya no podr¨ªa funcionar. Pero si se mantiene una proporci¨®n como la actual ser¨¢ todo lo contrario, se puede seguir censurando.
J. Mar¨ªas. Si se rompe la baraja y se extiende la transparencia, probablemente los ciudadanos tienen siempre las de perder ante la posibilidad de intrusi¨®n en sus vidas por parte de los Gobiernos, ya que es mucho mayor que al rev¨¦s. Es el peligro que veo en esa legitimaci¨®n de que se sepa todo...
U. Eco. Hay gente que lee Internet y no tanto los peri¨®dicos, pero quienes usan el ordenador no son por fuerza los m¨¢s informados, porque si no leen los peri¨®dicos no est¨¢n lo suficientemente informados. As¨ª que los problemas de censura y libertad son dif¨ªciles de definir hoy, no son tan sencillos como antes.
J. Mar¨ªas. Yo recuerdo una cosa que mi padre dec¨ªa, y que escribi¨® en un art¨ªculo, sobre que el hombre contempor¨¢neo corr¨ªa el riesgo de convertirse en un primitivo lleno de informaci¨®n. Y lo es en cierto sentido. Tal vez no se equivocaba. Y lo dec¨ªa antes de la existencia, probablemente, de Internet. Hay un exceso de informaci¨®n que quiz¨¢s impide saber. Ya no hay un filtro, no hay un criterio. Se da importancia a cosas que no tienen ninguna y al contrario. Luego la abundancia, que es un problema porque con el exceso de algo no hay tiempo para ocuparse de ello. Yo a¨²n consulto la enciclopedia.
U. Eco. Yo pertenezco al grupo de los que ve muy c¨®modo encontrar el dato en el ordenador, soy un estudioso de profesi¨®n y no me f¨ªo de la primera informaci¨®n. Pero para una persona normal es una dificultad utilizar Internet de forma adecuada. Siempre digo que la televisi¨®n ha sido un bien para los pobres, en mi pa¨ªs ayud¨® a ense?ar la lengua italiana, y ha perjudicado a los ricos, no de dinero sino de estudios; y con Internet ocurre lo contrario. Lo preocupante es c¨®mo se ense?a a la gente el filtro...
J. Mar¨ªas. A la gente no le interesa filtrar o saber si son ciertas o no algunas cosas. Es una tendencia...
...Y los dos autores siguen explorando los desaf¨ªos, riesgos, temores y dudas agazapadas en la Red, hasta que llega el caf¨¦ y la conversaci¨®n deriva hacia otro tema que involucra a los dos mundos que son uno, tierra y ciberespacio, y que viene de siempre y va para siempre: el duelo, la pugna, entre la belleza y la fealdad. Con Internet a?adiendo m¨¢s confusi¨®n. Es la era del polite¨ªsmo est¨¦tico y de la industria de la fealdad y de las ideas. A una media hora de que el encuentro acabe, Eco y Mar¨ªas est¨¢n a punto de descubrirse a s¨ª mismos diciendo que se ven como un anacronismo.
U. Eco. En el ¨²ltimo cap¨ªtulo de mis ensayos sobre la belleza y la fealdad, referido al mundo contempor¨¢neo, hablo del polite¨ªsmo de la belleza, de las distintas ¨¦pocas en las que hab¨ªa diferentes modelos. Hoy valen todos esos modelos, y los medios de comunicaci¨®n han contribuido a difundir diferentes modelos de mal gusto. Ah¨ª entra la iluminaci¨®n en Navidad, que ha cubierto los monumentos con unas luces fe¨ªsimas. Se ha cubierto todo de bombillitas y a la gente le gusta. Ya no hay criterios para distinguir. Por lo tanto, la belleza y la fealdad se convierten s¨®lo en hechos de clase: la belleza para los ricos y la belleza para los pobres. ?Pero es cierto que antes no era as¨ª?, me pregunto. Sabemos que en la antigua Roma hab¨ªa una comedia de Terencio, y en el anfiteatro una lucha de osos, pues algunos abandonaban el teatro y la comedia de Terencio y se iban a ver la lucha de osos. Los intelectuales lamentaban que la gente hubiera abandonado a Terencio para ir a ver a los osos. Y mientras Miguel ?ngel hac¨ªa la c¨²pula de San Pedro hab¨ªa espect¨¢culos callejeros que eran modelos de mal gusto, probablemente. Por eso no puedo ser tan severo con ese polite¨ªsmo de la belleza y la fealdad, porque tal vez creemos que en alguna ¨¦poca haya habido modelos fijos: la belleza del Renacimiento, del Barroco, son los modelos que se salvaron, pero hab¨ªa infinitos otros que se destruyeron. La pregunta es: ?por qu¨¦ se salvaron esos en concreto? Ah¨ª vuelvo a un viejo argumento: en la Po¨¦tica de Arist¨®teles se citan numerosas tragedias de las que no sabemos nada, se han perdido. ?Por qu¨¦ ¨¦sas se han perdido y han sobrevivido las de S¨®focles, Esquilo o Eur¨ªpides? Hay dos respuestas: porque eran mejores o porque ten¨ªan recomendaci¨®n de otros. Los dem¨¢s no ten¨ªan apoyos. Quiz¨¢ fueran mejores que ellos, pero no ten¨ªan padrinos, as¨ª que lo que nosotros identificamos con el gusto cl¨¢sico de la antigua Grecia, ?es lo que predominaba entonces o es s¨®lo lo que ha sobrevivido? Y qui¨¦n sabe, quiz¨¢ dentro de dos mil a?os nuestro periodo va a aparecer con el ¨²nico modelo de belleza o de fealdad que haya sobrevivido; quiz¨¢s la televisi¨®n basura, qui¨¦n sabe si se identificar¨¢ con la culminaci¨®n del arte de nuestro siglo, como ceremonias b¨¢quicas.
J. Mar¨ªas. Tal vez hubo un momento en que la fealdad que el profesor Eco ha estudiado tan bien exist¨ªa en el arte, pero era algo excepcional. Recuerdo, por ejemplo, la ¨²nica vez que estuve en Sicilia, en Palermo, y fui a Bagheria; quer¨ªa ver esas figuras grotescas de la villa Palagonia que hab¨ªan mencionado Byron, Goethe y gente as¨ª que en su tiempo hab¨ªan viajado expresamente para ver esto, algo horroroso. Figuras grotescas en el jard¨ªn de un noble. Esto parec¨ªa una excepci¨®n que incluso personas como Byron y Goethe iban a ver, como excepci¨®n. Lo que no exist¨ªa hasta hace poco es lo que podr¨ªamos llamar una industria de la fealdad. Ahora hay una fealdad industrial totalmente deliberada, como mercado. El valor que pod¨ªa tener la fealdad de rebeld¨ªa, transgresi¨®n o de desaf¨ªo se ha perdido y, en este sentido, ?qu¨¦ quedar¨¢ dentro de dos mil a?os? No lo sabemos, tal vez algo de este tipo, o tal vez otra cosa. Sobre aquellos que el profesor llama ricos, aunque yo soy un poco proletario, lo cierto es que personalmente creo que me estoy convirtiendo en un anacronismo. Yo mismo soy un anacronismo. No s¨¦ si usted tambi¨¦n tiene esta sensaci¨®n.
U. Eco. Esto es siempre un proceso normal de la vejez. Pero no s¨®lo por la edad, sino como usted dec¨ªa, la gente en lugar de leer a Proust est¨¢ viendo la televisi¨®n, est¨¢ viendo a Pippo Baudo. Yo, que utilizo el subjuntivo bien, me estoy convirtiendo en un anacronismo...
...R¨ªen, hacen bromas... La puerta se abre y aparece el fot¨®grafo. Son las tres y media pasadas. Unas primeras fotos dentro del Balzac. Luego toman cada uno su abrigo, Eco el negro, con su sombrero de pa?o a juego y su bast¨®n, y Mar¨ªas el azul marino, y salen a la calle al encuentro de un silencio de amanecer. Guiados por el fot¨®grafo, caminan calle y media bajo un visillo de nubes grises, sin saber que van estar en un punto de encuentro simb¨®lico de algunos de los temas de los que acaban de hablar: el paseo y jardines fronterizos que unen la iglesia de Los Jer¨®nimos, cerrada por obras, y la ampliaci¨®n del Museo del Prado. Charlan, posan
... Duque y Rey se despiden. Umberto Eco se marcha en coche a continuar su periplo a cuenta de su pol¨¦mico El cementerio de Praga; y Javier Mar¨ªas baja las escaleras que conducen hacia la Puerta de Goya del Prado rumbo a afinar Los enamoramientos.
Javier Mar¨ªas (Madrid, 1951, acad¨¦mico) publicar¨¢ la novela Los enamoramientos esta primavera en Alfaguara. Umberto Eco (Alessandria, Tur¨ªn, 1932, premio Pr¨ªncipe de Asturias de Comunicaci¨®n y Humanidades 2000) public¨® en diciembre El cementerio de Praga (Lumen)
![El escritor y acad¨¦mico espa?ol Javier Mar¨ªas (izquierda) y el semi¨®logo italiano Umberto Eco, durante su encuentro en diciembre, en Madrid, para este n¨²mero mil de <i>Babelia.</i>](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/HKNDMVDH6XFWUXSKWXZLIUNMHY.jpg?auth=34e1f1089ddf1d5f4c555b0df25d5e27176fdbb6a9d17d620ea9e0f837a24175&width=414)
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