Soluciones de emergencia
No venden m¨¢gicas bolas de cristal en el chino de la esquina. Ahora mismo, pretender adivinar las formas del futuro en las m¨²sicas populares parece misi¨®n tan imposible como reconstruir la mezquita musulmana que se desmont¨® para elevar una catedral cristiana. Estamos todav¨ªa en los momentos posteriores al terremoto, noqueados y boquiabiertos. Todo el sistema para la producci¨®n, distribuci¨®n y valoraci¨®n de la m¨²sica, perfeccionado a lo largo del siglo XX, se ha derrumbado o se mantiene precariamente.
Desaparecen o se encogen discogr¨¢ficas grandes y peque?as, tiendas de discos, revistas musicales. Lo que queda del gran mercado est¨¢ esencialmente en manos de multinacionales, con recursos suficientes para mantener la ficci¨®n de su dominio. Suyas son las divas que ejercen de iconos globales: Lady Gaga, Beyonc¨¦, Amy Winehouse, Madonna, Rihanna.
Las m¨²sicas que carecen de introductores se quedan en su gueto y pueden degenerar por falta de ox¨ªgeno
Los lectores de estas l¨ªneas ya saben que hay m¨²sica fuera de los rincones del cotilleo en prensa, televisi¨®n y la Red. De hecho, circula m¨¢s m¨²sica que nunca, un universo sonoro imposible de reducir a mapas manejables. De acuerdo: el Salvaje Oeste para los derechos de autor, pero El Dorado para los mel¨®manos. Unos blogs y p¨¢ginas web reviven artistas y estilos oscuros; otros bautizan y dan forma a movimientos nebulosos. Aunque los ciclos se han acelerado: antes cab¨ªa esperar a que las tendencias maduraran, a que segregaran embajadores ante el mainstream. Hoy, el hypnagogic pop o el juke pueden haberse fragmentado antes de ser detectados por el sism¨®grafo de los grandes medios. Su seguimiento requiere implicaci¨®n, m¨¢s all¨¢ de los oyentes casuales.
Pero cuidado con las hip¨¦rboles. La interconectividad global no garantiza vasos comunicantes: se supon¨ªa que el Mundial de Sud¨¢frica iba a descubrirnos las riquezas culturales del pa¨ªs de Mandela y, ay, solo nos trajo la vuvuzela. Obviamente, cualquier punto del planeta est¨¢ te¨®ricamente al alcance de nuestras teclas, aunque eso no disminuya la necesidad de intermediarios y prescriptores.
Repasen las ¨²ltimas propuestas surgidas de ese magma bautizado como world music 2.0. El kuduro angole?o, el sonido descacharrado de Kinshasa, el kwaito y el shangaan sudafricanos, la balcanizaci¨®n de la cumbia. Todas han sido promocionadas por productores, recopiladores, discogr¨¢ficas al fin y al cabo. Las m¨²sicas que carecen de introductores se quedan en su gueto y pueden degenerar por falta de ox¨ªgeno: all¨ª languidece el baile funk, financiado inicialmente por los capos de las favelas brasile?as para consumo interno.
El mundo parece m¨¢s peque?o, pero eso no resulta necesariamente m¨¢s enriquecedor. Por ejemplo, padecemos la esterilidad de escenas antes f¨¦rtiles, como las de las rep¨²blicas hispanoamericanas. Muchos de los chicos listos de M¨¦xico o Argentina se sincronizan con los nerds estadounidenses y exhiben orgullosos el contagio de la peor tontuna indie. Solo Colombia parece resistirse a ese onanismo y genera m¨²sicas para p¨²blicos amplios, capaces de reflejar un momento de fr¨¢gil optimismo social.
Vivimos en ¨¦poca de hiperproductividad. Y no me refiero ¨²nicamente a la multiplicaci¨®n de lanzamientos, t¨¦cnica aplicada incluso por las superestrellas, que buscan cient¨ªficamente vaciar los bolsillos de sus fieles. Imposible controlar el flujo de casetes, vinilos, CD-R, v¨ªdeos caseros, directos, sesiones de disc jockeys, descargas que no tienen existencia f¨ªsica. El concepto jer¨¢rquico de output racionado ha quedado desbordado, los propios fans intervienen en el proceso. Estamos viendo una actualizaci¨®n de la pr¨¢ctica de los disidentes en la URSS: el samizdat.
Las tecnolog¨ªas contempor¨¢neas adem¨¢s facilitan el reciclaje. Existe todo un submundo en Internet consagrado a la reelaboraci¨®n -?y difusi¨®n!- de grabaciones a?ejas, fuera del radar de la industria: t¨¦cnicamente, los resultados son ilegales. Se trata de los mashups, aqu¨ª denominados injertos, que crean una pieza nueva a partir de elementos de dos o m¨¢s canciones previas. Una versi¨®n descafeinada de aquellos tit¨¢nicos plunderphonics que preconizaba el compositor canadiense John Oswald, responsable de collages sonoros como Grayfolded, una pieza de 103 minutos que fund¨ªa un centenar de interpretaciones de Dark star, por Grateful Dead. M¨¢s recientemente, los belgas 2 Many DJ's confeccionaban Introversy, una hora de m¨²sica realizada cosiendo digitalmente los comienzos (intros) de m¨¢s de 400 canciones.
El pi¨¦lago de lanzamientos explica la ansiedad por rebobinar los grandes momentos pret¨¦ritos. Aunque ya han superado el punto de saturaci¨®n, los discos de homenaje siguen funcionando para relanzar canciones y trayectorias. Los proyectos de remezclas cada vez son m¨¢s ambiciosos: se espera con curiosidad el trabajo del chileno-germano Ricardo Villalobos sobre piezas escogidas del cat¨¢logo del sello ECM. Ni siquiera tenemos la seguridad de verlo publicado: debe superar el estrecho filtro de Manfred Eicher. M¨¢s cercana parece la operaci¨®n de Burial, el maestro londinense del dubstep, sobre grabaciones de Massive Attack. Algunos dir¨¢n que est¨¢n hipotecando las joyas de la abuela. Cierto: ese es el tipo de soluciones que se buscan en las emergencias.
Y si necesitan un adjetivo para caracterizar la pr¨®xima d¨¦cada, apuesten por "psicod¨¦lico". Asistiremos a mutaciones que parecer¨¢n alucinaciones para los o¨ªdos.
!["Vivimos en ¨¦poca de hiperproductividad. Imposible controlar el flujo de casetes, vinilos, CD-R, v¨ªdeos caseros...".](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/FAMM3QVKYUEP573QHRYFMRRO5U.jpg?auth=afc7b22f5b04f512003052312498e1c1183a1d0274224875f118fc5138562d3e&width=414)
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.