Victimismo a la violeta
Los dichos populares, aunque desde?ados por las minor¨ªas, suelen encerrar y condensar verdades como pu?os. Con cierto desgarro conceptual se afirma que "el que no llora, no mama" y el aserto es aplicable a la mayor parte de las actividades de nuestras vidas, tanto en los predios p¨²blicos como en la reserva particular. Da la impresi¨®n de que es lo contrario de la jactancia, del impudor, de la provocaci¨®n, cuando viene a ser lo mismo: obtener lo codiciable al precio del mercado. Se percibe un debilitamiento de las ansias personales y se traspone la pretensi¨®n quejumbrosa por las reclamaciones p¨²blicas cuando se trata de acometer fara¨®nicas obras, de presupuestos desbocados en la ¨²ltima etapa. Se echa mano del victimismo. Los campeones, desde siempre, han sido las entidades perif¨¦ricas, para quienes la distancia es un resguardo que justifica la queja y la s¨²plica. Los catalanes han pasado la existencia lament¨¢ndose de la opresi¨®n centralista y tengo para m¨ª que han tomado como modelo el comportamiento de los jud¨ªos, justificados por el emplazamiento inc¨®modo presidido por el tri¨¢ngulo que enmarca el ojo que todo lo ve y que, parece, todo lo gafa.
Deber¨ªamos estar los madrile?os orgullosos de no sentir un ¨¢pice de segregacionismo
El jud¨ªo que hoy tomamos como ejemplo did¨¢ctico ha denunciado hist¨®ricamente las persecuciones, reales o imaginarias, que justifican su perseverante instinto de conservaci¨®n. Tienen un lado bueno ni peor ni mejor que otros representantes de razas y religiones y solo en esa dimensi¨®n los traemos a cap¨ªtulo. Por si pudiera deducirse alguna secuela aclaratoria, nos deslizamos por la vertiente hist¨®rica, que sirve para tantas cosas. Y ofrecemos a las comunidades que anduvieran necesitadas de excusas, un episodio, que se ha recordado no hace mucho como referencia hist¨®rica. Y fue la torticera especie del antisemitismo del rey Alfonso el Sabio. Como se ve, no paramos en evocaciones seculares.
Resulta que como ilustraci¨®n de esa especie llamada alianza de civilizaciones, fue en la ¨¦poca de aquel barbudo monarca cuando los jud¨ªos vivieron su mejor ¨¦poca, mucho m¨¢s pr¨®spera y generosa que en los supuestos para¨ªsos exclusivos de las Granadas y C¨®rdobas musulmanas. En aquel y en otros tiempos siguientes la partida ven¨ªa empe?ada, casi exclusivamente, entre el moro ocupante y el cristiano que llevaba ya cuatro siglos de fallida rebeli¨®n. Unas veces los sometidos les daban una corrida en pelo y les arrojaban de Jerez, de Niebla, de Medina Sidonia o de Lebrija, donde las enciclopedias se?alan que fue empleada la artiller¨ªa por primera vez en una batalla y la disparaban los moros.
El papel quejumbroso era desempe?ado por los hijos de David que, al no ser aceptados en la primera l¨ªnea de las guerras o escaramuzas, les quedaba el necesario papel de la intendencia, el comercio, el trabajo civil de hacer dinero. ?C¨®mo luchaba por su honor el jud¨ªo Shylock, desde?ando el rescate de su enemigo! Pues, en alg¨²n momento, no hace mucho, se plante¨® la posibilidad de prohibir esta obra de Shakespeare por el desprecio con que trataba al burlado mercader. No solo dej¨® de cobrar la deuda de una libra de carne sino que le confiscaron la fortuna y arrojaron a la miseria. Eso explica algo del famoso victimismo, pero hay que ser equitativos, pasado tanto tiempo y puede que tuviera raz¨®n Bernard Shaw cuando en su obra, Santa Teresa nos dice que "los jud¨ªos crean valores y nos hacen pagar por ellos, pero siempre entregan la mercanc¨ªa. La experiencia indica que quienes todo lo quieren de balde son los cristianos".
No siempre fueron mal vistos, por la reacci¨®n que produce una cacer¨ªa cruel e injusta. Los nazis reivindicaron con sus atrocidades a esta raza e incluso estuvo de moda, un tiempo, pertenecer a ella. Mucha gente pens¨® que Charles Chaplin era un semita de mucho cuidado, cuando nada ten¨ªa de esa estirpe, algo que no se preocup¨® en desmentir. Cuando algunos demagogos se pasan en sus lamentaciones racistas, nos sumen en el problema de evaluar la supervivencia del Estado jud¨ªo, un islote rodeado de arena y petr¨®leo por todas partes. En momentos, que no faltan, de aflicci¨®n, deber¨ªamos los madrile?os estar orgullosos de no sentir un ¨¢pice de segregacionismo y de que, todav¨ªa, sea esta una regi¨®n que no tiene que mendigar nada. Que la Comunidad y el Ayuntamiento sean los entes m¨¢s endeudados del pa¨ªs nos conmueve poco, porque no hay cosa que est¨¦ tan mal que no pueda empeorar. Es el mal de piedra que perdura.
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