Llamas en El Gallinero
La quema del pl¨¢stico que reviste el cobre robado devora dos chabolas y deja a 70 personas de un poblado marginal sin resguardo
El Gallinero, a los pies del vertedero, era no hace tanto una cuenca sin habitar de cuatro metros de ancho por 90 de largo. Ahora, un gran suelo de pl¨¢stico cubre toda la depresi¨®n, fruto de que en el lugar se ha pelado cable a mansalva. Los ladrones de cobre suelen quemar aqu¨ª, al amanecer, el pl¨¢stico que lo envuelve, pues as¨ª tiene m¨¢s valor. El fuego produce un espeso humo negro. La hoguera habitual a esas horas se descontrol¨® ayer y devor¨® dos chabolas en las que viv¨ªan m¨¢s de 70 personas. Se quedaron sin un techo en el que resguardarse.
El suceso recuerda un par de asuntos. Uno, que este lugar sirve como almac¨¦n del cobre robado en toda la regi¨®n y, dos, que miles de personas viven en una situaci¨®n infrahumana. Los ladrones utilizan un cortafr¨ªos o una radial para cortar el cobre de alcantarillas y alumbrado para despu¨¦s cargarlo a toda velocidad en la furgoneta. Al llegar al poblado, a las tantas de la ma?ana, toca limpiarlo. Sin pl¨¢stico que lo envuelva, aunque pesa menos, vale bastante m¨¢s. Al pasar por la carretera de Valencia es habitual ver nubes de humo rodeando al vertedero. Ayer, la hoguera del delito alcanz¨® a un par de chabolas, llenas de enseres y mantas que arden con facilidad. El fuego se propag¨® en cuesti¨®n de segundos. Gener¨® un humo negro y muy t¨®xico. Cuando llegaron los bomberos del Ayuntamiento de Madrid, los habitantes del poblado intentaban salvar todo lo que pod¨ªan. "?He perdido toda mi documentaci¨®n! Saqu¨¦ a mis hijos, despu¨¦s a la suegra y mi madre. Pocas cosas pude salvar, poca ropa. Ha sido un desastre", se quejaba m¨¢s tarde Daniel, un rumano de 26 a?os.
"?He perdido mi documentaci¨®n, qu¨¦ desastre!", exclamaba un afectado
Se trapicheaba con droga a 100 metros de donde se refugiaron los ni?os
Los bomberos lograron controlar totalmente el fuego sobre las diez de la ma?ana. Solo fue atendida una persona por intoxicaci¨®n leve y un bombero que arrastraba un lumbago. Dos chabolas quedaron totalmente calcinadas. Ropa tirada por el suelo, puertas, cascotes; ese era el panorama. La polic¨ªa se afanaba por evitar que la gente se acercasen a las llamas por extinguir. El Samur Social traslad¨® a los desamparados a una iglesia cercana, la de Santo Domingo de la Calzada, a la que se reconoce de lejos por una gran cruz blanca que se levanta entre basura. Dentro no se encuentran cuadros de ¨¦poca ni esculturas de v¨ªrgenes con mantilla. Es una construcci¨®n sencilla, desprovista de cualquier floritura. "Alejada de los designios de Dios", bromeaba uno de los colaboradores del culto. Sus parroquianos recogen habitualmente jeringuillas del suelo con sus propias manos. La actividad ha espantado a los drogadictos.
El p¨¢rroco, Agust¨ªn Rodr¨ªguez, barba espesa, chaquet¨®n de monta?ero, esperaba en las puertas del santuario a las familias. Los damnificados por el fuego se resguardaron del fr¨ªo en el interior de la parroquia. Las mujeres daban dentro el pecho a sus beb¨¦s, envueltos en mantas cerradas con un lazo. Los ni?os trasteaban en los armarios, menos en uno donde se le¨ªa: "Solo ornamentos y material lit¨²rgico". Se entreten¨ªan con unos cuadernos y unos l¨¢pices de colores. Un hombre de profundos ojos azules merodeaba con una carpeta bajo el brazo, donde guarda los documentos con los que tramita una ayuda por una minusval¨ªa. Las colaboradoras de la parroquia, una especie de beatas modernas, se los revisaban. M¨¢s tarde repartieron los bocadillos y el agua que trajeron los empleados municipales.
Fuera, un par de cr¨ªos con el pelo rubio oxigenado lanzaban piedras contra una tienda de campa?a. "?Como salga os vais a enterar!", gritaba un hombre desde dentro. Al rato, cabreado, asom¨® medio cuerpo. Estaba fumando hero¨ªna con otro en el interior. "Tranquilo, es una chiquillada", tranquilizaba Javier Baeza, el p¨¢rroco de San Carlos Borromeo, la iglesia roja del barrio de Vallecas. Echando un vistazo al frente, el panorama era desolador. Hombres y mujeres trapicheaban con droga a 100 metros. Se chutaban en tiendas de campa?a, en los asientos de un coche, a la vista de cualquiera. Todos recubiertos del tizne que hab¨ªa producido el fuego. Una furgoneta de reparto de dulces hac¨ªa aparici¨®n de repente en el fumadero. "En alimentaci¨®n la calidad es lo que cuenta", se le¨ªa ir¨®nicamente en uno de sus lados.
A esas horas, los hombres volv¨ªan a levantar las chabolas con ladrillos y chatarra que hab¨ªan recopilado. El pl¨¢stico pelado segu¨ªa recubriendo por donde pisaban. Es necesaria solo una chispa para que todo vuelva a arder.
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