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Que nadie se llame a enga?o. Estos art¨ªculos deportivos son, ante todo, un divertimento literario. Eso s¨ª, estrictamente veraces en an¨¦cdotas y datos. Pero no obedecen a ninguna animadversi¨®n personal hacia ning¨²n club en concreto. Aunque el supuesto Club en concreto pudiera representar, en estos momentos, un concepto del f¨²tbol que no comparto.
A?oro los tiempos de Di St¨¦fano a Zidane, pasando por Netzer y Vel¨¢zquez. Siempre he apreciado la inteligencia de Valdano, fuera y dentro del campo. Respeto el talento empresarial de Florentino y su sentido del espect¨¢culo, aunque nunca le perdonar¨¦ la fantasmal urbanizaci¨®n que ha promocionado con la efigie de Roberto Carlos en los aleda?os del pueblecito asturiano donde tengo una casa al pie de la monta?a. Admiro al Real Madrid de las nueve Copas y media. Pero, ustedes perdonen, no suscribo ni borracho la prepotencia aznariana de un entrenador al que se le ha subido a la cabeza, antes de tiempo, alguna copa de m¨¢s. Me encantan las vibrantes galopadas de Cristiano y esos goles que hacen buena cualquier t¨¢ctica mala ante otra peor. Pero resulta de dudoso gusto que, en un en¨¦simo alarde de su privilegiado estatus, se dirija a un colega del equipo contrario para inquirirle despectivamente: "?Y t¨² qui¨¦n eres y cu¨¢nto ganas?" o algo por el estilo, si de estilo se trata. Me encanta la finura del fideo Di Mar¨ªa, valga la redundancia, y la sutil destreza de ?zil, valga lo que valga. Pero prefiero olvidar las frases denigrantes que, seg¨²n Marca, dedicaron a jugadores del Levante U. D. Por lo dem¨¢s, brindo por que el Bar?a y el Real Madrid puedan entrechocar copas a final de temporada y deseo a ambos una feliz resaca.
No suscribo la prepotencia aznariana de un entrenador al que se le ha subido a la cabeza alguna copa de m¨¢s
Apenas dicho esto, se me apareci¨® el diablo. Bueno, en realidad, no fue una aparici¨®n. Llam¨® a la puerta y le abr¨ª. Era tal y como lo imaginamos. Con una o dos diferencias. De las pezu?as a los cuernos, vest¨ªa de blanco y, enrollado en papel celof¨¢n, tra¨ªa algo bajo el rabo. Aunque no era Rouco, supuse que ven¨ªa a comprarme el alma. Pero, iluso de m¨ª, hoy en d¨ªa el alma no vale ni medio ladrillo. Lo que pretend¨ªa era venderme una camiseta. Para colmo, lo enviaba Adolfo Garc¨ªa. Un querido amigo que, como mis nietos y Rubalcaba, es adicto adepto del Real Madrid. En vista de lo cual, lo recib¨ª cort¨¦smente. Se arrepanchig¨® en mi sill¨®n y, poniendo la pata de cabra en la mesa, me dijo: "Adolfo dice que has dicho que el gol fantasma de Sevilla no fue fantasma porque el bal¨®n pas¨® de la raya, pero el que se est¨¢ pasando de la raya eres t¨², digo yo". Viniendo del diablo y de un amigo, lo asum¨ª. "Y tambi¨¦n dice que dijiste", prosigui¨® inquisitivo, "que el gol de Negredo en el Bernab¨¦u no era fuera de juego y que, en el pasado encuentro contra el Valencia, la expulsi¨®n de Albelda, por mano inexistente, result¨® una providencial manita arbitral para abrirle pasillo a Cristiano Ronaldo y propiciar que obtuviera en dos correr¨ªas tres ag¨®nicos puntos m¨¢s. ?Es eso verdad?".
Tan puntillosas y desfasadas apreciaciones me hicieron suponer que el diablo hab¨ªa sido asesorado por Meg¨ªa D¨¢vila, el ¨¢rbitro chivato que, partido a partido y a modo de admonitoria advertencia, recaba y delata los 13 presuntos errores de sus presuntos colegas para que, por diab¨®lica intercesi¨®n, no se vuelvan a repetir. Lo agarr¨¦ por el rabo y lo puse de patas en la calle. La camiseta que pretend¨ªa venderme sin factura era una ganga comparada con los trajes de Camps, pero nunca he tenido vocaci¨®n de hombre anuncio ni de lo otro. No soy de ning¨²n equipo por el color de una camiseta y, menos a¨²n, por el logo de una marca comercial. Y, en lo que a mi hipot¨¦tico antimadridismo respecta, tendr¨¢ cura cuando Mourinho logre imponer un sistema de juego, por cambiante o flexible que sea, y ello conlleve un estilo de comportamiento, aunque ¨¦l lo considere innecesario. Cabr¨ªa tambi¨¦n recordarle que el cansancio f¨ªsico y mental de los jugadores es precisamente de la incumbencia del entrenador, como la propia denominaci¨®n del cargo indica. No es l¨ªcito ni elegante echar la culpa a quienes, a sus ¨®rdenes, est¨¢n sometidos a una presi¨®n desquiciante.
Sinceramente, y para tranquilidad de todos, deseo que llegue el d¨ªa en el que Mourinho se despierte, de la noche a la ma?ana, campe¨®n del mundo y marqu¨¦s.
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