Clara Haskil: tr¨¢gica y dulce
Ya he contado aqu¨ª que cuando entro en la aridez escuchadora -semejante a la de los asc¨¦ticos, pero a diferencia de la suya sin garantizar progreso alguno- me organizo monogr¨¢ficos caseros que a fuerza de voluntad vuelven a colocar las ruedas de mi instinto en la v¨ªa del placer: per aspera ad astra. Esta vez me he encomendado a Clara Haskil, una europea de libro, pura historia del continente y del siglo, sefardita nacida en Bucarest en 1895, muerta en Bruselas en 1960, nacionalizada suiza en 1945 y uno de esos personajes tr¨¢gicos que trufan la historia de la m¨²sica o de cualquier cosa. Tr¨¢gicos porque nacen y viven al borde del desastre f¨ªsico o mental y eso les condiciona el genio que, por otra parte, no pueden disimular. Glenn Gould seguramente no hubiera sido el mismo sin esos s¨ªntomas, al parecer, cercanos a los del s¨ªndrome de Asperger. Tampoco Clara Haskil sin una escoliosis detectada cuando ten¨ªa 15 a?os, que le dej¨® tocada para siempre, y un tumor cerebral a los 46, operado el mismo a?o que escapa de los nazis de Par¨ªs a Marsella antes de refugiarse, para su fortuna, en Suiza. De todo eso le qued¨® a la pianista rumana, tan amiga de Dinu Lipatti, una figura y un gesto sufrientes, un aspecto de mayor que contrasta con el de la joven zangolotina de sus a?os primeros al piano, antes de rivalizar con Youra Guller o de ser la protegida de la princesa de Polignac, la amiga parisiense de Manuel de Falla, una especie de Pannonica de los cl¨¢sicos, si se me permite la expresi¨®n. Decca ha publicado un ¨¢lbum que da m¨¢s lustre a las grabaciones de Haskil que conoc¨ªamos en su mayor¨ªa a trav¨¦s de sellos piratas de esos que vend¨ªan por cuatro perras grabaciones en directo. Y escucharlo es descubrir, por ejemplo, una manera sorprendentemente moderna de interpretar a Mozart recordando por momentos, y con perd¨®n, cosas de Brendel -con lo que confluye con su estricto contempor¨¢neo Edwin Fischer, el maestro del moravo- o detalles de Zacharias. Es un Mozart leve y hondo a la vez, como de quien, sufriendo, sabe que ah¨ª se esconde un gramo de felicidad. Otra curiosidad es su Scarlatti, un m¨²sico que en los mismos a?os era una tentaci¨®n para Horowitz y Casadesus y a la que ella no sabe resistirse. Su compa?ero predilecto en la m¨²sica de c¨¢mara fue Arthur Grumiaux, un violinista belga, raro personaje que se neg¨® a tocar para los alemanes durante la ocupaci¨®n y salv¨® el pellejo. Y ese reconocimiento que a veces vale m¨¢s para el que lo recibe que cualquier homenaje acad¨¦mico, le vino con el que le rindi¨® el cocinero que invent¨® la dulzona pero irresistible "Copa Clara Haskil", postre de moda un d¨ªa en restaurantes y hoteles centroeuropeos que me imagino ser¨¢ hoy -a diferencia de su dedicatoria- una antigualla.
Edici¨®n Clara Haskil. Obras de Mozart, Beethoven, Scarlatti, Falla, Chopin, Ravel, Schubert, etc¨¦tera. Decca (17 CD).
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