El castillo del ¨¢ngel
Lo que m¨¢s llama la atenci¨®n de la escalera de Palladio, observada desde el ¨²ltimo piso, es que la caracola parece zambullirse en el fondo marino: la alfombra roja, bastante gastada, desciende en una espiral vertiginosa, como arrastrando a los eventuales hu¨¦spedes del castillo hacia el pozo sin fondo. Pese a la suntuosidad palladiana el efecto es inquietante, adecuado a la atm¨®sfera turbadora del entero castillo de Duino, una fortaleza volcada sobre el Adri¨¢tico a una treintena de kil¨®metros de Trieste. Si esta ciudad goza de una justa fama de melancol¨ªa, Duino parece la quintaesencia de esa melancol¨ªa cincelada por la bruma. De un modo particular en invierno, cuando los visitantes escasean y el fr¨ªo h¨²medo cala los huesos. El propio castillo, si exceptuamos la espl¨¦ndida escalera, es de una sobriedad desazonadora. Desde las ventanas se divisan, sobre las rocas, los restos del antiguo castillo medieval, negros y azotados por las olas. Dos de los pisos est¨¢n ocupados por una colecci¨®n de instrumentos musicales, sobre todo, violines. En las otras estancias hay m¨²ltiples vitrinas con testimonios y fotograf¨ªas de Rainer Maria Rilke y de su protectora, la princesa Marie von Thurn und Taxis, a la que se alude con frecuencia con el nombre italianizado: Maria della Torre e del Tasso.
Y no puedes dejar de preguntarte c¨®mo deb¨ªan de ser las estancias del poeta de Praga en este castillo que dar¨ªa nombre a uno de los libros fundamentales de la poes¨ªa moderna, las Eleg¨ªas de Duino. Naturalmente, era muy distinto si estaban o no la princesa y su familia. En el primer caso, seg¨²n los testimonios de la ¨¦poca, se organizaban brillantes veladas musicales y, es de suponer, otras actividades sociales. Pero, a menudo, Rilke pasaba temporadas solitarias en el castillo. Si lo juzgamos con los ojos del visitante actual, esa soledad pod¨ªa ser muy dura, y no cuesta mucho imaginar al poeta contemplando la ¨²ltima luz del d¨ªa hundi¨¦ndose tras las piedras negras del antiguo castillo y enfrent¨¢ndose una vez m¨¢s al hermoso abismo concebido por Palladio.
En realidad, las Eleg¨ªas de Duino reflejan los altibajos de un esp¨ªritu sometido a una tensi¨®n excepcional. Al contrario de lo que sucedi¨® con los posteriores Sonetos a Orfeo, escritos en un tiempo muy breve, las Eleg¨ªas fueron una obra de dif¨ªcil y dilatada concepci¨®n, cien veces abandonadas y reiniciadas, mientras Rilke saltaba de pa¨ªs en pa¨ªs, o, m¨¢s bien, escapaba de refugio en refugio. Es dif¨ªcil encontrar otro escritor en el que una frontera tan n¨ªtida separara periodos de asombrosa creatividad de otros periodos vividos bajo la permanente amenaza de un presente ap¨¢tico y un futuro est¨¦ril. Rilke constru¨ªa magn¨ªficos edificios de la imaginaci¨®n mientras se reconoc¨ªa incapaz de establecerse en ninguna morada estable.
Esto contribuye a explicar el extra?o nomadismo del poeta: habit¨® decenas de casas prestadas y nunca tuvo un domicilio propio. Recorri¨® Europa de un extremo a otro, desde Rusia -adonde viaj¨® con Lou Andreas Salom¨¦ y se entrevist¨® con Tolstoi- hasta Espa?a, en la que la decepci¨®n por la ansiada Toledo se vio recompensada por la sorpresa espiritual de Ronda, el lugar de su reinicio como poeta. Entre ambos extremos, Rilke visit¨® casi todos los pa¨ªses de Europa, hasta el punto de que es imposible encontrar un escritor m¨¢s europeo que ¨¦l. Incluso en la lengua: era praguense, pero escrib¨ªa en alem¨¢n; escrib¨ªa en alem¨¢n pero declaraba preferir el franc¨¦s; prefer¨ªa la lengua francesa pero fantaseaba con la idea de convertirse en un escritor "en ruso", como le comunic¨® al director de un peri¨®dico de San Petersburgo. Rilke apostaba por la trashumancia a trav¨¦s de pa¨ªses y de idiomas. Ten¨ªa en la cabeza el ideal cosmopolita de Europa. Por eso sufri¨® con espanto moral el estallido de la I Guerra Mundial, acontecimiento que agudiz¨® esa tendencia suya a considerarse un refugiado; un refugiado de lujo, si se quiere, de castillo en castillo.
El de Duino fue muy importante para ¨¦l, de creer sus palabras. La pregunta, sin embargo, es ?c¨®mo lo vivi¨®?, ?c¨®mo deb¨ªan de ser las noches y los d¨ªas en el castillo abruptamente cortado sobre el acantilado? Lo que vemos ahora pertenece a nuestro tiempo y a nuestras trampas: la colecci¨®n de instrumentos, la peque?a tienda de recuerdos, el caf¨¦ regentado por un tipo malhumorado, la amplia terraza con vistas al mar Adri¨¢tico donde, en verano, seg¨²n reza un cartel, se celebran convites de bodas y bautizos, seguramente para subsanar las penurias presupuestarias del que fue feudo de la poderosa familia Thurn und Taxis. El propio Rilke est¨¢ fosilizado en forma de documentos, aut¨®grafos y fotograf¨ªas sobre los almohadones de color verde botella encerrados en las vitrinas para la contemplaci¨®n de los turistas ligeramente ilustrados.
Pero, ?c¨®mo era para ¨¦l entonces? ?Cu¨¢nto hubo de realidad y cu¨¢nto de sue?o en aquellas horas solitarias, si es que se le puede pedir a alguien que conteste a esta pregunta? ?D¨®nde, en qu¨¦ instante se top¨® la imaginaci¨®n de Rilke con el maravilloso ¨¢ngel de las Eleg¨ªas de Duino? ?Fue en la boca abismal de Palladio o fue al mirar por la noche los rastros de la negra fortaleza medieval o fue en cualquier otro lugar del castillo? Imposible saberlo. No obstante, curiosamente, en medio de la fantasmagor¨ªa, si algo parece verdad en Duino es el vuelo del ¨¢ngel. Sus alas rozan levemente el aire, y ese sonido es el mismo que encontramos en un verso de Rilke: "T¨² has de cambiar tu vida".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.