Solo tres palabras
Lo hab¨ªa sido todo en la esfera pol¨ªtica e intelectual: profesor universitario, alcalde de Barcelona, presidente de la Generalitat de Catalu?a; sin embargo, nunca hab¨ªa parecido tan humano, cercano y digno como cuando se acerc¨® a recoger el premio al mejor documental en la ceremonia de los premios Goya, con id¨¦ntico aire de despiste que en sus mejores tiempos pero m¨¢s atento a los pitidos del m¨®vil que anunciaban los mensajes de felicitaci¨®n de los amigos que al saludo que ten¨ªa que pronunciar ante la sala.
A veces las mejores aportaciones civilizatorias se presentan de forma modesta, casi inapreciable. Quedan en la memoria durante algunos minutos pero desaparecen en el transcurso de los d¨ªas porque nuestra mente no dispone de un lugar preciso para guardarlas. Sin embargo, su valor simb¨®lico es enorme y, en alg¨²n momento, su semilla florecer¨¢ en nuestra mente y nos har¨¢ abordar de forma distinta la vida.
Los viejos modelos y la nueva sociedad son un complot perfecto para la muerte civil de las personas enfermas, especialmente si se trata de enfermedades que afectan al cerebro o a la conducta. Los prejuicios milenarios, acrecentados por la culpabilidad que toda religi¨®n cultiva como una flor negra de interior, nos hicieron considerar la enfermedad como un estigma, como la expresi¨®n de un pecado, de una tara que hab¨ªa que ocultar cuidadosamente. Estos prejuicios se han prolongado hasta nuestros d¨ªas y se han abonado con los modelos de ¨¦xito, de culto a la belleza juvenil que nos hace sufrir en vano persiguiendo el nuevo mito de la perfecci¨®n formal. Nuestro miedo a la enfermedad ha trazado mapas con fronteras r¨ªgidas sobre la normalidad en el que la m¨¢s leve alteraci¨®n te sit¨²a en un fuera de juego permanente.
El amor y la cultura han empezado a romper estos viejos mitos. Los primeros que abrieron la puerta a esta nueva fase fueron esos padres que mostraron en p¨²blico a sus hijos con s¨ªndrome Down, sin asomo de verg¨¹enza, sino orgullosos de su existencia y de sus progresos, como si en lugar de lidiar con una enfermedad, hubieran realizado un viaje de descubrimiento de un nuevo territorio para la felicidad.
Ahora las viejas fronteras de la normalidad se desmoronan cuando personajes importantes nos muestran que el ser humano no desaparece porque tenga menos habilidades ling¨¹¨ªsticas o motoras. La sonrisa de Maragall cuando no recuerda las tres palabras que su terapeuta le hab¨ªa enunciado (bicicleta, cuchara, manzana), vale m¨¢s que cien discursos sobre la dignidad y la esperanza de los enfermos de Alzheimer.
Para que esto suceda, han tenido que surgir tambi¨¦n nuevos modelos familiares: mujeres de un coraje inestimable, hijos que han construido sus lazos familiares con el mimbre de la libertad y del respeto mutuo que ahora reflejan todo el patrimonio cultural recibido en estas bellas declaraciones de amor. No ha sido la primera vez. Tambi¨¦n los hijos del pol¨ªtico catal¨¢n Jordi Sol¨¦ Tura, nos relataron en su pel¨ªcula Bucarest: la memoria perdida, la odisea de un ser humano contra el olvido.
Todos necesitamos modelos sociales a los que acercarnos. Lo sabemos muy bien las mujeres que hemos tenido que construir todo un imaginario para nuevas dedicaciones y funciones que nos hab¨ªan vedado. Lo comprenden, tambi¨¦n, aquellos hombres que construyen nuevos modelos de masculinidad despojados de dominaci¨®n. Es importante construir un nuevo relato de nuestras vidas que supere los viejos estigmas y nos proporcione un lugar digno en el mundo en cualquier circunstancia.
La primera de las batallas contra la muerte civil de las personas enfermas es la visibilidad y la presentaci¨®n de modelos que contengan una inteligente esperanza. Por eso, estamos en deuda con los que abren caminos; con los que hacen del dolor no un espect¨¢culo sino un reto de superaci¨®n; con los que saben bajar las escaleras de la vida con dignidad. Como ese nuevo Pasqual Maragall, que no recuerda tres simples palabras, "bicicleta, cullera, poma", pero sabe susurrarnos al o¨ªdo el idioma de los nuevos tiempos.
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