Espa?oles en el exterior: ciudadan¨ªa con espinas
Con la ciudadan¨ªa espa?ola en el exterior pasa algo parecido a lo que ocurri¨®, durante a?os, con las mujeres: no es un tema tab¨², sino espinoso. Y por espinoso, poco conocido y por poco conocido, a menudo, obviado. No se trata, sin embargo, de un colectivo menor: actualmente, fuera de nuestro pa¨ªs, viven tantos espa?oles como en la regi¨®n de Murcia o en la ciudad de Barcelona (algo m¨¢s de mill¨®n y medio). Tampoco se trata de un grupo humano menguante: entre 2009 y 2010, el n¨²mero de residentes en el exterior aument¨® en m¨¢s de 100.000 personas.
Cifras tan espectaculares se deben, en parte, al proceso de naturalizaci¨®n, producto de la Ley de Memoria Hist¨®rica, pero tambi¨¦n a un incremento sostenido de la emigraci¨®n, consecuencia de la crisis. Es muy posible que, debido a ambos factores, en breve podamos hablar de unos dos millones de personas.
?Por qu¨¦ no crear una circunscripci¨®n especial para aquellos que votan desde el extranjero?
Lo curioso del caso es que, pese a su importancia num¨¦rica y a diferencia de otros pa¨ªses que cuentan con importantes contingentes de sus nacionales en el extranjero, los espa?oles del exterior tienen poco peso espec¨ªfico en la realidad nacional. De hecho, las relaciones que dichas personas mantienen con su propio pa¨ªs suelen estar marcadas por viacrucis administrativos, desprotecci¨®n social -sobre todo en Am¨¦rica- e insospechadas trabas en Espa?a (para abrir cuentas corrientes, para que sus hijos nazcan en hospitales p¨²blicos, para revalidar t¨ªtulos acad¨¦micos, para cotizar, etc¨¦tera).
Sus derechos no son, en definitiva, los mismos que los de los residentes en nuestro pa¨ªs, inmigrantes incluidos. Precisamente por eso, el actual Gobierno aprob¨® -a finales de 2006- un Estatuto de la Ciudadan¨ªa Espa?ola en el Exterior que no solo supuso un aut¨¦ntico hito jur¨ªdico (en la medida en que rompi¨® con una vieja tradici¨®n etnoc¨¦ntrica), sino que, adem¨¢s, pareci¨® poner a Espa?a en la senda de un replanteamiento estrat¨¦gico del problema similar al realizado, en los ¨²ltimos tiempos, por pa¨ªses como Rusia, India o Turqu¨ªa.
Ha bastado, sin embargo, un lustro para que un nuevo jarro de agua fr¨ªa se vierta sobre la que, Le¨®n Felipe, defin¨ªa como "Espa?a trasterrada": recientemente, el Parlamento (PP incluido) ha aprobado una reforma de la LOREG que limita, de facto, los derechos electorales de los espa?oles en el exterior. A partir de ahora, votar desde el extranjero ser¨¢ m¨¢s complicado, ya que los electores tendr¨¢n que rogar su voto (es decir, inscribirse para votar).
Las explicaciones para este agravio comparativo son abundantes aunque las razones ¨²ltimas, elocuentes: hoy por hoy, los espa?oles del exterior votan en nuestras circunscripciones. Eso genera sentimientos encontrados: positivos cuando el resultado es la sobrerrepresentaci¨®n de determinadas provincias, pero negativos cuando la elecci¨®n de algunos alcaldes depende del voto de personas que nunca han vivido en el municipio implicado.
?Por qu¨¦ no crear entonces, como en Italia, una circunscripci¨®n exterior? Pues porque, aunque el programa electoral del PSOE lo defend¨ªa, el Consejo de Europa lo recomienda y el Consejo de Estado lo aval¨®, su introducci¨®n implicar¨ªa que ciertas provincias perdieran peso a favor de los residentes en el exterior o que se incrementara el n¨²mero global de parlamentarios, posibilidad peliaguda en un contexto de crisis.
Desde Espa?a, sin embargo, nadie acostumbra a preguntarse por las consecuencias de que un cuerpo electoral mayor que la provincia de M¨¢laga siga sin tener representaci¨®n propia y a partir de ahora, adem¨¢s, se le restrinjan las posibilidades de escoger representaci¨®n ajena. Son m¨¢s espinas: su vulnerabilidad aumenta, tanto a nivel nacional como exterior.
Hasta hace poco, nuestros expatriados depend¨ªan de intermediarios residentes en Espa?a que, aunque no comprend¨ªan bien sus problemas, se ocupaban de ellos. A partir de ahora, ?a qui¨¦n le interesar¨¢ ir a buscar votos a lugares lejanos, de elevada abstenci¨®n, cuya realidad no le importa?, ?qui¨¦n se tomar¨¢ en serio a los ¨®rganos consultivos de la "Emigraci¨®n"?
Dicha situaci¨®n solo ser¨ªa injusta si no fuera porque este problema tambi¨¦n incorpora una dimensi¨®n geopol¨ªtica: nuestro pa¨ªs sigue sin plantearse lo que har¨¢ en los pr¨®ximos a?os, como Estado, con su comunidad exterior. Hay pa¨ªses de nuestro entorno que -como Francia, Italia o Israel- lo tienen claro hace tiempo y otros que -como Rusia, China o India- comienzan a tenerlo.
Tambi¨¦n Espa?a, en plena transformaci¨®n de las relaciones internacionales, debiera plantearse trazar una pol¨ªtica de di¨¢spora activa: no se trata, tanto, de cuestionarse lo que nuestro pa¨ªs puede aportarle a sus residentes en el exterior, como de indagar en los beneficios de una concepci¨®n m¨¢s circular de la ciudadan¨ªa. Nuestros expatriados, de hecho, podr¨ªan convertirse en un actor exterior tan v¨¢lido y tan din¨¢mico como nuestras grandes empresas.
Pero para que eso ocurra, para que se concrete el viejo precepto de la Constituci¨®n de C¨¢diz -seg¨²n el cual, nuestro pa¨ªs, es "la reuni¨®n de los espa?oles de ambos hemisferios"- nuestros expatriados deber¨ªan ser escuchados pero, sobre todo, considerados. ?ltimamente, pa¨ªses como Chile, Irlanda o Australia lo han hecho con ¨¦xito. ?Por qu¨¦ no comenzar, como ellos, por elaborar un informe que escudri?e nuestra alma exterior?
Juan Agull¨® es soci¨®logo y periodista residente en M¨¦xico.
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