"El Rey me puso en alerta: '?Cuidado con Armada!"
Largamente esperado por los investigadores y estudiosos del 23-F, Francisco La¨ªna, el hombre que ejerci¨® de presidente en funciones durante las 18 interminables horas de ocupaci¨®n del Congreso de los Diputados, accede finalmente a aportar su testimonio sobre aquellos hechos. Lo hace para EL PA?S, preocupado por la germinaci¨®n, en los ¨²ltimos a?os, de versiones fantasiosas, err¨®neas o deliberadamente falsas sobre el 23-F, y consciente de que el tiempo est¨¢ acabando con los protagonistas y testigos principales de la intentona golpista. De hecho, ¨¦l es, junto al Rey y Adolfo Su¨¢rez, aquejado de alzh¨¦imer, el ¨²nico superviviente de la Junta de Defensa Nacional que, una vez finalizado el secuestro de los diputados y del Gobierno, se reuni¨® en La Zarzuela la tarde del 24-F para abordar la crisis.
"En el informe policial se indicaba que el Rey no se recataba en criticar a Su¨¢rez y planteaba la conveniencia de un relevo"
"Existi¨® una trama civil: excombatientes, falangistas, algunos empresarios. No tengo pruebas sobre el Cesid"
"Al escuchar la cinta, al Rey se le humedecieron los ojos. Vi c¨®mo le ca¨ªan dos l¨¢grimas por las mejillas"
"Hay bulos que llevan 30 a?os por ah¨ª. Que si la Reina quer¨ªa una junta militar... que si hay cientos de grabaciones..."
"Cuando habl¨¦ con Tejero, me dijo que solo obedec¨ªa ¨®rdenes de Milans del Boch y de Armada, y me colg¨® el tel¨¦fono"
"A Aramburu Topete le pregunt¨¦ si pod¨ªa contar con la Guardia Civil. Dijo: 'Conmigo s¨ª pero no s¨¦ si obedecer¨¢n mis ¨®rdenes"
"El general Armada me indic¨® que el Rey se hab¨ªa equivocado, y que su mensaje iba a dividir al Ej¨¦rcito "
"Mi impresi¨®n es que Armada les enga?¨® a todos: convenci¨® e implic¨® a Milans y utiliz¨® al Rey"
Licenciado en Derecho, t¨¦cnico de la Administraci¨®n Civil del Estado y ex gobernador civil de Le¨®n, Las Palmas y Zaragoza, Francisco La¨ªna (18 de mayo de 1936, La Carrera, ?vila) abandon¨® su puesto de director de Seguridad del Estado y la pol¨ªtica activa en 1982, pero se mantiene al tanto de la actualidad y sigue con particular inter¨¦s la evoluci¨®n del problema terrorista en el Pa¨ªs Vasco, su otro viejo caballo de batalla. Sobre la mesa de la sala de estar en su casa de ?vila descansa para la ocasi¨®n, subrayado y salpicado de anotaciones, el libro El enigma del elefante, editado hace 20 a?os por El Pa¨ªs-Aguilar. Dice que est¨¢ escribiendo un libro en el que narra ¨²nicamente los acontecimientos de aquellas fechas que ¨¦l vivi¨® en primera persona y sobre los hechos de los que dispone de pruebas fehacientes.
?gil de movimientos y con una planta f¨ªsica que parece desmentir su edad, La¨ªna ha cerrado las puertas de la habitaci¨®n y ya no coger¨¢ los tel¨¦fonos en las horas siguientes. No quiere interrupciones mientras desgrana su "verdad" del 23-F, un relato rico en novedades y altamente provechoso que permite hacerse una idea cabal de lo acontecido ese d¨ªa. Lo que sigue es un anticipo sincopado de su libro y tambi¨¦n la respuesta cumplida a la petici¨®n de entrevista que este peri¨®dico le formul¨® hace exactamente dos d¨¦cadas.
A prop¨®sito de la atm¨®sfera reinante en los meses precedentes a la intentona golpista: atentados un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n, crisis econ¨®mica, agitaci¨®n e intoxicaci¨®n desde los medios "ultras", divisi¨®n interna en la UCD gobernante, dura confrontaci¨®n pol¨ªtica..., el exdirector de Seguridad del Estado guarda en su memoria dos escenas relevantes. La primera de ellas transcurre en una iglesia de Madrid, en el funeral por una de las v¨ªctimas de ETA. Francisco La¨ªna descubre con sorpresa que entre los asistentes al acto se encuentra el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero que hab¨ªa sido condenado a una pena irrisoria, pese a haber sido reconocido culpable del frustrado proyecto de asalto al palacio de la Moncloa, conocido como Operaci¨®n Galaxia.
"Ten¨ªa a mi lado al director de la Guardia Civil, Jos¨¦ Luis Aramburu Topete, quien ha muerto hace pocas semanas. Le pregunt¨¦: '?Oye, qu¨¦ hace Tejero aqu¨ª, en Madrid?'. 'Ya no tiene mando, est¨¢ en situaci¨®n de disponible', contest¨®. Me qued¨¦ pensando que aunque no tuviera mando dispon¨ªa de 24 horas al d¨ªa para conspirar. Dejarle en Madrid libre de vigilancia fue un error de los servicios de informaci¨®n".
En la segunda escena, el director de Seguridad del Estado con el Gobierno de la UCD le entrega al presidente Adolfo Su¨¢rez un informe confidencial elaborado por los servicios de informaci¨®n policiales. "Antes, se lo hab¨ªa pasado a mi ministro de Interior, Juan Jos¨¦ Ros¨®n, pero cuando lo ley¨® me dijo: 'Paco, esto es muy duro. ?Por qu¨¦ no lo despachas t¨² directamente con Adolfo?". En el informe, de dos folios, se indicaba que el Rey no se recataba en criticar duramente al presidente Su¨¢rez en sus conversaciones con personas y ambientes muy diversos. Se a?ad¨ªa que el monarca expresaba abiertamente su disconformidad con decisiones adoptadas por Su¨¢rez y planteaba la conveniencia de un posible relevo del presidente. Tambi¨¦n se daba cuenta de una comida que el general Alfonso Armada, gobernador militar de Lleida y antiguo preceptor del Rey, hab¨ªa mantenido con el responsable de asuntos de Defensa del PSOE y n¨²mero tres de ese partido, Enrique M¨²gica, en la casa del alcalde de esa capital, Antoni Siurana. En el informe se alud¨ªa a los asuntos supuestamente tratados en esa comida y a los comentarios suscitados en torno al encuentro. Acud¨ª a La Moncloa a finales de diciembre a entregar el informe. Despu¨¦s de leerlo detenidamente, Su¨¢rez guard¨® un momento de silencio y luego me dijo: "No me cuentas nada nuevo".
Pregunta. ?El Rey inst¨® a Adolfo Su¨¢rez a dimitir?
Respuesta. [En este punto de la conversaci¨®n, La¨ªna se ha fumado ya el segundo cigarrillo de la larga ristra que quemar¨¢ durante la entrevista]. Adolfo nunca me lo manifest¨® as¨ª en las abundantes charlas que mantuvimos antes de que la enfermedad le minara la memoria. De todas formas, Su¨¢rez era un hombre valiente y de coraje, y el que le conoc¨ªa sab¨ªa que no iba a arredrarse f¨¢cilmente. La irrupci¨®n de Tejero en el Congreso me pill¨® en mi despacho estudiando un informe sobre la construcci¨®n de la Escuela de Polic¨ªa de ?vila, mientras segu¨ªa por la Cadena Ser la retransmisi¨®n de la sesi¨®n de investidura de Calvo Sotelo. Recuerdo que de fondo se o¨ªan como un sonsonete los nombres de los diputados llamados a votar cuando surgieron los gritos y los tiros. Antes de cinco minutos son¨® el tel¨¦fono de comunicaci¨®n con La Zarzuela, que estaba integrado en un sistema protegido llamado Malla Cero, reservado para las comunicaciones entre las altas instituciones del Estado. Era el Rey. Me pregunt¨® qu¨¦ sab¨ªa de lo que estaba pasando en el Congreso y le tuve que decir que no m¨¢s que lo que contaban por la radio, aunque le a?ad¨ª mi sospecha de que ese teniente coronel de la Guardia Civil que acababa de ocupar el Congreso podr¨ªa ser Tejero, el mismo de la Operaci¨®n Galaxia.
Como primera autoridad civil, en calidad de presidente de la Comisi¨®n de Secretarios de Estado y Subsecretarios que asumi¨® las funciones gubernativas, La¨ªna habl¨® esa tarde noche repetidas veces con La Zarzuela, casi siempre con Sabino Fern¨¢ndez Campo, secretario general de la Casa del Rey, pero tambi¨¦n con el monarca. "Sobre las 19.45, el Rey me llam¨® para advertirme: '?Paco, cuidado con Armada! Te paso a Sabino para que te lo explique'. Sabino me reiter¨® que sobradamente la advertencia: '?Ojo con Armada, que est¨¢ metido hasta las cejas".
A esas horas, el juego del antiguo preceptor del Rey hab¨ªa quedado al descubierto porque, visto que los golpistas dec¨ªan seguir ¨®rdenes de su Majestad y sosten¨ªan como prueba que Armada estaba en ese momento en La Zarzuela, el general Jos¨¦ Juste, jefe de la poderosa Divisi¨®n Acorazada Brunete, asentada en Madrid, hab¨ªa optado por tomarles la palabra y verificar personalmente el dato. Llam¨® a La Zarzuela, pregunt¨® por el general Alfonso Armada y obtuvo de Sabino Fern¨¢ndez Campo la respuesta que ha quedado para la posteridad: "Ni est¨¢, ni se le espera". A partir de ah¨ª, los intentos del antiguo preceptor del monarca de ser llamado a La Zarzuela resultaron infructuosos y la coartada real se fue desvaneciendo. "Reconozco que hasta entonces no hab¨ªa sospechado de Armada. Cuando habl¨¦ con Tejero, me dijo que ¨¦l solo obedec¨ªa ¨®rdenes del capit¨¢n general de Valencia, Jaime Milans del Boch, y del general Alfonso Armada, y acto seguido me colg¨® el tel¨¦fono".
P. ?Fue el Rey quien le design¨® presidente del Gobierno interino, como se ha escrito?
R. Pese a lo que se ha dicho y escrito, la constituci¨®n de la Comisi¨®n de Secretarios de Estado y Subsecretarios no fue iniciativa del Rey ni de Sabino Fern¨¢ndez Campo, sino de Jos¨¦ Terceiro Lomba, secretario general del ministro adjunto al presidente. ?l se lo propuso a Luis S¨¢nchez Harguindey, subsecretario de Interior, y este a m¨ª. Me pareci¨® oportuno y se someti¨® a la consideraci¨®n de Sabino y del Rey. La comisi¨®n funcion¨® por la v¨ªa de los hechos, y el Rey no intervino m¨¢s all¨¢ de darle su aprobaci¨®n y su impulso. Lo que pas¨® es que como director de Seguridad el que ten¨ªa m¨¢s informaci¨®n de lo que estaba pasando era yo. Sobre el papel, los escenarios se limitaban al Congreso ocupado por Tejero; a Valencia, donde Milans hab¨ªa sacado los tanques a la calle, y a la Acorazada Brunete, pero seg¨²n avanzaba la noche se advert¨ªa cierta inestabilidad en los Estados Mayores de algunas capitan¨ªas generales porque, como nos indicaban los servicios de informaci¨®n y los gobernadores civiles, hab¨ªa coroneles y tenientes coroneles que pretend¨ªan extender la situaci¨®n impuesta por Milans en Valencia.
Toda la tarde noche fue un continuo pulso, una dura pelea en la que el Rey y Sabino tuvieron que aplicarse a fondo para sujetar a los regimientos. La obediencia de la Acorazada estuvo mucho tiempo en el aire, al igual que la lealtad democr¨¢tica de ciertos sectores de la Guardia Civil y de la polic¨ªa. Lo peor en aquellos momentos, y as¨ª se lo dije a los representantes de los partidos, era que la gente saliera a la calle a manifestarse para defender la democracia, ya que esa era la excusa que muchos militares esperaban para restablecer la normalidad y hacerse con el control de la calle. Con Fernando Castedo, director de RTVE, tuve que ponerme muy serio para que acatara mis ¨®rdenes.
Pretend¨ªa ofrecer una informaci¨®n continuada de todo lo que estaba pasando y a m¨ª me parec¨ªa que en una situaci¨®n como aquella, tan explosiva y confusa, transmitir el golpe en vivo y en directo era una irresponsabilidad que pod¨ªa alentar a los involucionistas. Contra eso, el ant¨ªdoto era la normalidad: que los transportes funcionaran, que la gente se fuera a dormir, que los colegios abrieran por la ma?ana...
P. ?Hasta qu¨¦ punto la autoridad democr¨¢tica cont¨® con la lealtad de las fuerzas policiales?
R. Vistas las miradas que me lanzaron algunos cuando acud¨ª al puesto de mando del hotel Palace, tuve la sensaci¨®n de que muchos de los que estaban all¨ª simpatizaban, en realidad, con los ocupantes del Congreso. El gobernador civil de Madrid, Mariano Nicol¨¢s, amigo m¨ªo, me informaba desde una cabina telef¨®nica que hab¨ªa cerca del Palace -yo o¨ªa caer las monedas, mientras me daba las novedades-, porque no se fiaba un pelo de la gente que ten¨ªa alrededor. A Aramburu Topete le pregunt¨¦ si pod¨ªa contar con la Guardia Civil en el caso de que hubiera que entrar en el Congreso a liberar a los diputados. Su respuesta fue: "Conmigo s¨ª, pero no s¨¦ si obedecer¨¢n mis ¨®rdenes". Por el contrario, el general inspector de la Polic¨ªa, Jos¨¦ Antonio Sa¨¦nz de Santamar¨ªa, me dijo que estaba en condiciones de ofrecerme el pleno apoyo de sus hombres. Lo que no pod¨ªa ofrecerme eran veh¨ªculos blindados, muy necesarios ya que hab¨ªa que contar con que los de dentro nos responder¨ªan con fuego real. Todas las tanquetas policiales estaban en el Pa¨ªs Vasco.
Adem¨¢s de eso, el problema estaba en que de acuerdo con los planos del edificio del Congreso, que nos cost¨® Dios y ayuda localizar, los puntos m¨¢s d¨¦biles, menos reforzados, de la estructura por los que pod¨ªamos penetrar eran justamente los tabiques de las estancias en las que manten¨ªan secuestrados al presidente del Gobierno y a los l¨ªderes pol¨ªticos. Descartamos el asalto puesto que volar esos muros entra?aba el riesgo de herir o matar a los secuestrados. Pero de todos modos, como no quer¨ªa que Tejero se sintiera tranquilo y seguro, comenzamos a cortarle las l¨ªneas telef¨®nicas. Lo hicimos paulatinamente, de acuerdo con las recomendaciones de tres psic¨®logos llamados por S¨¢nchez Harguindey al ministerio que nos aconsejaban no aislarle totalmente. "Esos hijos de puta me est¨¢n cortando los tel¨¦fonos", se quej¨® Tejero a su amigo y c¨®mplice el ultraderechista Juan Garc¨ªa Carr¨¦s en una de las conversaciones telef¨®nicas que intervinimos. Como ¨²ltimo recurso, Tejero termin¨® usando el tel¨¦fono del coche del presidente Su¨¢rez.
Esa noche, los psic¨®logos nos adelantaron con gran precisi¨®n el momento en el que empezar¨ªan las disensiones internas entre los asaltantes y los abandonos. Nos explicaron que al no ser unidades regulares, sino gente diversa cogida a lazo por Tejero "para prestar un servicio muy importante a la patria", sobre las nueve o diez de la ma?ana acabar¨ªan vini¨¦ndose abajo. Y es lo que pas¨®. A esa hora, bastantes guardias empezaban a descolgarse y a salir por las ventanas.
P. ?Por qu¨¦ el Rey tard¨® tanto en emitir su declaraci¨®n televisiva de condena del golpe y de compromiso con la Constituci¨®n y la democracia?
R. Contra lo que se ha escrito, el problema no fue la ocupaci¨®n militar de TVE, ya que los soldados fueron retirados bastante pronto, no estar¨ªan m¨¢s de una hora. De hecho, el comunicado que yo emit¨ª en mi condici¨®n de director de Seguridad antes de que se constituyera la Comisi¨®n de Secretarios de Estado y Subsecretarios fue difundido por TVE entre las 21.10 y las 21.15 del 23-F. Eso significa, teniendo en cuenta el tiempo que necesit¨® el c¨¢mara para llegar a mi despacho en la calle de Amador de los R¨ªos, grabar mi intervenci¨®n y volver, que los estudios de TVE estaban ya libres de la vigilancia militar muy tarde, a eso de las 20.30. Me preocupaba mucho la tardanza del Rey en emitir el mensaje que previamente Sabino me hab¨ªa anunciado. Yo le apremiaba: "Sabino, el mensaje del Rey tiene que salir ya", y ¨¦l me respond¨ªa: "Paco, antes tiene que hablar con todos los capitanes generales, quiere tener todo amarrado". En un momento dado, me pregunt¨® si yo sab¨ªa d¨®nde estaba ?ngel Campano, el capit¨¢n general de la VII Regi¨®n Militar con base en Valladolid, al que no hab¨ªa forma de localizarle. Llam¨¦ al gobernador civil de Valladolid y me confirm¨® que Campano se hallaba en la Capitan¨ªa General, pero, al parecer, no quer¨ªa ponerse al tel¨¦fono con el Rey. Tengo que decir que las ¨®rdenes del Rey esa noche fueron impecablemente democr¨¢ticas. Sabino me apuntaba: "Paco, convendr¨ªa detener al general Armada", pero yo no pod¨ªa detenerle, as¨ª como as¨ª, porque a un militar le detiene otro militar y aquella noche hab¨ªa militares que pod¨ªan hacerlo.
P. ?El general Armada sigui¨® pugnando por un Gobierno de salvaci¨®n nacional despu¨¦s del mensaje real?
R. Cuando Armada sali¨® del Congreso, una vez que su amistosa conversaci¨®n inicial con Tejero desemboc¨® en agria discusi¨®n, le indiqu¨¦ a Mariano Nicol¨¢s que trajese a Armada a mi despacho. "?Y si se niega?". "Venga, Mariano", le dije, "que t¨² eres un tipo bregado y sabes c¨®mo se hacen estas cosas". Armada lleg¨® a mi despacho con su ayudante Bonet armado y muy pegadito a ¨¦l. A Bonet le dije que saliera de mi despacho y me qued¨¦ con Mariano Nicol¨¢s y con el subsecretario de Interior, Luis S¨¢nchez Harguindey, como testigos. A esa hora, ya se hab¨ªa difundido el mensaje del Rey, o sea, que era m¨¢s tarde de la 1.13 del 24 de febrero. Armada me indic¨® que el Rey se hab¨ªa equivocado, que su mensaje iba a dividir al Ej¨¦rcito y que, en todo caso, ese era un asunto de militares que deb¨ªa resolverse entre militares. "?Pero el Rey no es el jefe de las Fuerzas Armadas con arreglo a la Constituci¨®n? Lo que ten¨¦is que hacer Milans, Tejero y t¨² es cumplir las ¨®rdenes del Rey", le subray¨¦. De manea sibilina, vino a decirme que lo mejor era que nos sum¨¢ramos al golpe. Al final, al ver que no nos convenc¨ªa se nos derrumb¨® all¨ª mismo. Mientras se tomaba un caf¨¦ llam¨¦ a Sabino. "Tengo a Armada en mi despacho". Le pas¨¦ el tel¨¦fono, pero la conversaci¨®n entre ellos no lleg¨® ni a 30 segundos. Con la excusa de que necesitar¨ªa protecci¨®n y como tem¨ªa que siguiera enredando -nos hab¨ªa llegado informaci¨®n de que aprovechando las ausencias del jefe del Estado Mayor del Ej¨¦rcito (JEME), Jos¨¦ Gabeiras, hab¨ªa estado intrigando por tel¨¦fono en las capitan¨ªas generales-, le puse una escolta para asegurarme de que ir¨ªa derecho a su despacho en el Estado Mayor. La c¨²pula militar, los jefes de los tres ej¨¦rcitos, manifestaron su lealtad al Rey desde el primer momento y estoy seguro de que actuaron con la mejor voluntad al redactar el comunicado en el que informaban de que asum¨ªan todos los poderes para asegurar la legalidad. Antes de difundirlo, lo pusieron en conocimiento del Rey que no autoriz¨® su difusi¨®n porque consider¨® que pod¨ªa ser mal interpretado.
P. ?Qu¨¦ hay de cierto en la versi¨®n de que el Rey se ech¨® a llorar en la Junta de Defensa Nacional del d¨ªa 24 al escuchar la cinta de las conversaciones telef¨®nicas grabadas al general Armada?
R. Yo no pertenec¨ªa a la junta, pero me incorpor¨¦ a ella por orden del presidente Su¨¢rez. Por indicaci¨®n de ¨¦l y aceptaci¨®n del Rey puse para la escucha colectiva la cinta en la que Tejero, desde el Congreso, habla con Garc¨ªa Carr¨¦s. Ten¨ªamos intervenido el tel¨¦fono de este ¨²ltimo porque era un conspirador declarado que frecuentaba todos los c¨ªrculos golpistas. En la cinta, Tejero le dice a Garc¨ªa Carr¨¦s que Armada "ha venido al Congreso porque lo que quiere es la poltrona y le da igual una junta militar que un Gobierno con comunistas. Le he echado de aqu¨ª". Al escuchar la cinta, al Rey se le humedecieron los ojos, inclin¨® la cabeza, se tap¨® la cara con una mano y al retirarla vi c¨®mo le ca¨ªan dos l¨¢grimas por las mejillas. Sac¨® un pa?uelo y se sec¨® los ojos. Luego me dijo: "Paco, no s¨¦ c¨®mo agradecerte lo que has hecho por la Monarqu¨ªa y por m¨ª". El cese de Milans se aprob¨® en la Junta de Defensa, pero no es cierto que en esa reuni¨®n Su¨¢rez diera instrucciones a Gabeiras para que detuviera a Armada y que Gabeiras se mostrara all¨ª renuente. El arresto de Armada se concret¨® el d¨ªa 25, en otro escenario.
A la salida de la junta, el ministro de Defensa, Agust¨ªn Rodr¨ªguez Sahag¨²n, me convoc¨® para el d¨ªa siguiente en su despacho a las 11 de la ma?ana. "Vamos a detener a Armada y quiero que est¨¦s presente en la reuni¨®n que voy a tener con Gabeiras y Quintana, pero no intervengas si no te lo digo", me indic¨®. Llegu¨¦ con algo de antelaci¨®n y me encontr¨¦ en la antesala del despacho con Guillermo Quintana Lacaci, el capit¨¢n general de la I Regi¨®n Militar con sede en Madrid, que hab¨ªa frenado la salida de la Acorazada Brunete y desbaratado el golpe en su regi¨®n militar. "?Has visto qu¨¦ panda de locos y de payasos tenemos?", me coment¨®, aludiendo a los golpistas. Lleg¨® Gabeiras y empez¨® la reuni¨®n. El ministro le pregunt¨® c¨®mo llevaba el asunto de la detenci¨®n del general Armada. "Es que no s¨¦ hasta qu¨¦ punto, ¨¦l...", acert¨® a decir. "Es un traidor y est¨¢ en esto hasta las cachas. Hay que arrestarle", le interrumpi¨® Quintana en un tono muy excitado. Entonces, Gabeiras extrajo de una carpetita marr¨®n una orden de arresto contra Armada, pero sin firma y se la pas¨® al ministro. Este la ley¨® y le dijo: "No, esa orden no la firmas aqu¨ª, la firmas en tu despacho y me la traes", le indic¨® Sahag¨²n. A los pocos minutos, Gabeiras volvi¨® con la orden ya firmada.
P. ?Qu¨¦ dec¨ªan las otras cintas grabadas aquella noche?
R. Las ¨²nicas grabaciones existentes fueron las obtenidas en las intervenciones de los tel¨¦fonos de las casas de Garc¨ªa Carr¨¦s y de Tejero. No hay m¨¢s cintas que esas. Ten¨ªamos el tel¨¦fono de Carr¨¦s intervenido porque era el m¨¢s sospechoso de los ultras, se mov¨ªa por los c¨ªrculos golpistas y hablaba a menudo con el director del diario El Alc¨¢zar, Antonio Izquierdo, que hizo un gran da?o a la democracia. En cuanto me pasaron las cintas orden¨¦ detener a Garc¨ªa Carr¨¦s. La mujer de Tejero se pas¨® toda la noche al tel¨¦fono. Ten¨ªamos diez horas de grabaciones de ella con gente muy diversa, incluidos los periodistas Emilio Romero y Luis Mar¨ªa Anson. No se pod¨ªa controlar telef¨®nicamente a los militares a trav¨¦s de los servicios de informaci¨®n del Ministerio del Interior y, a veces, el aviso de la autorizaci¨®n de nuestras solicitudes de intervenci¨®n telef¨®nica les llegaba antes a los ultras sospechosos que a nosotros.
P. Alfonso Guerra aludi¨® a la existencia de 125 horas de conversaciones interceptadas de los tel¨¦fonos del Congreso.
R. Es un cuento. Repito: no hay m¨¢s grabaciones que las de la mujer de Tejero y las de Garc¨ªa Carr¨¦s, que se quedaron en la Comisar¨ªa General de Informaci¨®n de Manuel Ballesteros. Yo no pod¨ªa grabar las conversaciones de las capitan¨ªas generales o de La Zarzuela: no se me habr¨ªa ocurrido, habr¨ªa sido ilegal y, adem¨¢s, ?buena estaba la noche para cometer errores! Forma parte de todos esos bulos que llevan 30 a?os dando vueltas: que si el malet¨ªn con el que huy¨® el capit¨¢n Gil S¨¢nchez Valiente conten¨ªa decretos del futuro Gobierno, que si esos decretos fueron guardados en la caja fuerte del Congreso, que si la Reina hab¨ªa dicho en una ocasi¨®n que era partidaria de una junta militar. Todo son fabulaciones y mentiras sin due?o conocido, pero lo incre¨ªble es que todav¨ªa sigan circulando.
Creo que la an¨¦cdota m¨¢s exitosa del g¨¦nero novelado del 23-F es la que sit¨²a a Adolfo Su¨¢rez en La Zarzuela entre tres capitanes generales. El Rey se ausenta a atender una llamada telef¨®nica y los capitanes militares le instan a dimitir. Cuando el presidente les pregunta que con qu¨¦ autoridad plantean esa exigencia, uno de los capitanes generales extrae una pistola nacarada -lo de nacarada parece que acent¨²a la credibilidad del relato-, la coloca encima de la mesa y dice: "Por esto".
Cualquiera que conociera algo a Adolfo sabe que es imposible que hubiera asistido a esa escena y no hubiera ordenado la detenci¨®n inmediata de ese militar. ?Pero si cuando viajaba a Valencia le exig¨ªa a Milans que acudiera a recibirle y a despedirle al aeropuerto! Jam¨¢s coment¨® algo parecido a eso. Hace unos d¨ªas, comentaba eso mismo con su cu?ado. En estas historietas inventadas, nunca hay un testigo, una fuente, una prueba, pero a fuerza de ser repetidas pasan a convertirse en la verdad de mucha gente.
P. No se expurg¨® la trama civil, ni se aclar¨® mucho el papel del Cesid.
R. Existi¨® una trama civil: falangistas, excombatientes nost¨¢lgicos y algunos empresarios, pero no hab¨ªa muchas pruebas y tampoco creo que tuvieran un papel importante en el golpe. De lo que no tengo pruebas es de la posible intervenci¨®n del Cesid en el golpe. Alguno de sus miembros fue condenado. Ten¨ªan una gran divisi¨®n interna y el jefe del servicio no controlaba nada. Luego, tras la sentencia, se produjo un ajuste de cuentas: voladuras de locales del servicio secreto, el incendio de la vivienda del padre del comandante Jos¨¦ Luis Cortina que falleci¨® a consecuencia del fuego.
P. ?Cu¨¢l es la tesis de Francisco La¨ªna?
R. Mi impresi¨®n es que Armada les enga?¨® a todos, convenci¨® e implic¨® a Milans y utiliz¨® al Rey.
El presidente del Gobierno provisional en el 23-F llega al final de su relato con el cenicero repleto y el brillo en la mirada, como si el retrospectivo paseo por aquellas horas convulsas, tan trascendentales para la sociedad espa?ola, hubiera desatado en su interior un apretado nudo de fuertes sensaciones, sentimientos y afectos. Tres d¨¦cadas despu¨¦s, Francisco La¨ªna aguarda con ilusi¨®n el reencuentro que los integrantes de la Comisi¨®n de Secretarios de Estado y Subsecretarios han dispuesto para este 23-F en el Museo Adolfo Su¨¢rez y de la Transici¨®n en Cebreros (?vila), la cuna del presidente Adolfo Su¨¢rez. Dice que guardar¨¢ siempre en su memoria el cerrado aplauso que le dispensaron sus compa?eros de la comisi¨®n gubernativa cuando, tras la firma del llamado Pacto del Cap¨®, los diputados y el Gobierno salieron del Congreso y volvieron a respirar, libres de la amenaza de las armas. C¨®mo olvidarlo, si aquel fue el ¨²nico momento en el que el presidente en funciones del 23-F, un hombre de car¨¢cter, cedi¨® ante las emociones y rompi¨® a llorar.
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