Mi general: con usted, no
Las calles se vaciaron mientras se libraba la batalla de jefes en que deriv¨® el 23-F. Despu¨¦s, una explosi¨®n de apoyo popular dej¨® claro que el tiempo de los ultras se hab¨ªa acabado
De las impresionantes escenas del pueblo en las calles y enfrent¨¢ndose a la represi¨®n, proporcionadas por las revueltas del presente en el mundo ¨¢rabe, no hubo nada en la Espa?a del 23 de febrero de 1981. Pr¨¢cticamente todo el mundo se meti¨® en casa para esperar el desenlace de la batalla de jefes que dirimi¨® la intentona. Es un hecho que la reacci¨®n popular no fue inmediata. ?Los sindicatos, los partidos pol¨ªticos, el pueblo en general deber¨ªan haberse lanzado a las calles el d¨ªa del golpe? ?Los valencianos habr¨ªan tenido que colocarse delante de los tanques? Pese a la tradici¨®n de manifestaciones durante los a?os anteriores, la Transici¨®n hab¨ªa sido obra principalmente de pol¨ªticos y en ellos se hab¨ªa depositado la confianza para facturar las reformas.
Tras el golpe salieron a manifestarse ciudadanos de clases acomodadas, por primera vez desde la muerte de Franco
Habr¨ªa sido m¨¢s dif¨ªcil desbaratar el golpe de haber contado los conjurados con un jefe bien caracterizado
El fracaso de la intentona rompi¨® la ¨®smosis entre la ultraderecha y parte de la milicia
A los golpistas no les dio tiempo a establecer un mando alternativo al representado por el Rey y el Gobierno de facto
El p¨¢nico provocado por los golpistas y las exhortaciones del Rey y del Gobierno de facto (dirigido por Francisco La¨ªna) a evitar concentraciones p¨²blicas contribuyeron a vaciar las calles. La gran mayor¨ªa de la poblaci¨®n se confin¨® en sus casas y una minor¨ªa de personas, que se sinti¨® en peligro inminente, trat¨® de esconderse ante la previsible represi¨®n que se avecinaba. Todo cambi¨® tras el desenlace del golpe. El 27 de febrero, un inmenso gent¨ªo llen¨® el centro de Madrid, transformando lo que comenz¨® como cabeza de la manifestaci¨®n en "centro" de la enorme concentraci¨®n humana, incluidos dirigentes pol¨ªticos y sindicales de un amplio abanico, desde la Alianza Popular encabezada en aquel tiempo por Manuel Fraga, hasta el Partido Comunista dirigido por Santiago Carrillo. Otras grandes manifestaciones se celebraron en Valencia, Sevilla, Barcelona, Zaragoza y otras decenas de lugares. Al fin, la fuerte presencia popular dejaba muy claro que Espa?a no estaba por la vuelta atr¨¢s.
Para que esa explosi¨®n popular fuera posible tuvo que producirse antes la batalla de jefes. Fue la lucha del 23 y 24 de febrero, por fortuna incruenta, en la que ganaron los que, pese a que estaban apresados el Ejecutivo y los parlamentarios, contaban con un mando claro. Y en la que perdieron los rebeldes, que carec¨ªan de un jefe definido. Enredados durante a?os en elucubraciones sobre qui¨¦n pod¨ªa ser aquel a quien durante el juicio del 23-F se aludi¨® enigm¨¢ticamente como el Elefante Blanco, se ha perdido de vista que a los cabecillas golpistas no les dio tiempo a establecer un mando alternativo al representado por el Rey y el Gobierno de facto. Habr¨ªa sido m¨¢s complicado desbaratar el golpe de haber surgido un jefe bien caracterizado entre los golpistas, que se hicieron un l¨ªo monumental: el teniente coronel Tejero, asaltando el palacio del Congreso y coloc¨¢ndose a la espera de "una autoridad militar, por supuesto"; el teniente general Milans del Bosch, que lanz¨® tropas a la calle, pero solo en su regi¨®n militar; el coronel Jos¨¦ Ignacio San Mart¨ªn, que recibi¨® noticias del despliegue de unidades acorazadas en Madrid a trav¨¦s de un subordinado, Ricardo Pardo Zancada, que se hab¨ªa enterado el d¨ªa anterior de que hab¨ªa que mover a toda una divisi¨®n, y hubo de localizar a toda prisa al general Torres Rojas para que corriera a ayudarles; o de un general Armada que estuvo y no estuvo en el 23-F, y cuando quiso entrar de lleno, se encontr¨® con que otro de los conjurados, a la saz¨®n Tejero, le paraba los pies y le dejaba con las manos vac¨ªas.
La verdad es que la atropellada ejecuci¨®n del golpe del 23-F tuvo su origen en una decisi¨®n de Adolfo Su¨¢rez. No se trata de su tantas veces alabada actitud en el hemiciclo ocupado por Tejero y sus guardias, reclamando respeto a su condici¨®n de presidente del Gobierno, ni por negarse a besar el suelo mientras silbaban las balas. Fue su dimisi¨®n de semanas antes, el 29 de enero de 1981. La renuncia de Su¨¢rez puso en marcha el mecanismo constitucional para relevarle en la presidencia del Ejecutivo, y esto solo pod¨ªa conducir a la designaci¨®n del candidato del partido con m¨¢s diputados, la UCD. Cuando los rebeldes interrumpieron la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo lo hicieron de manera tan zarrapastrosa que, treinta a?os m¨¢s tarde, el 23-F ya solo es un lejano recuerdo.
A¨²n as¨ª, el triunfo de Su¨¢rez no pudo evitar un fracaso: el golpe, y sobre todo la gesti¨®n del golpe, terminaron de hundir para siempre las posibilidades de una fuerza moderada y de centro en Espa?a, inici¨¢ndose as¨ª el camino que ha conducido, a la postre, a la polarizaci¨®n pol¨ªtica y la crispaci¨®n en la vida p¨²blica. El espacio de la moderaci¨®n se lo repartieron fuerzas de perfiles mucho m¨¢s definidos y muy enfrentadas incluso en temas que en otras democracias maduras se consideran "asuntos de Estado". Eso no es una consecuencia directa del 23-F, pero s¨ª podr¨ªa apuntarse como una de sus v¨ªctimas colaterales.
Lo sucedido entre el 23 y el 24 de febrero de 1981 tuvo otras consecuencias positivas, como la ruptura de la ¨®smosis entre la ultraderecha y gran parte del mando militar. En los a?os previos al 23-F, los ultras llevaron a cabo ruidosas campa?as de agitaci¨®n, difundidas a trav¨¦s del diario El Alc¨¢zar y otras publicaciones, basadas en la idea de que ellos representaban a la verdadera Espa?a y que ten¨ªan el derecho de parar las decisiones pol¨ªticas que no les parecieran oportunas. Sosten¨ªan que el Ej¨¦rcito era una cosa, y otra muy distinta el teniente general Guti¨¦rrez Mellado -el principal apoyo militar de Su¨¢rez-, a quien llamaban despectivamente el "se?or Guti¨¦rrez", para ellos un traidor al servicio de las fuerzas que hab¨ªan hecho de parteras de las autonom¨ªas (o sea, del posible desmembramiento de la patria), la partitocracia, cierto sometimiento de las Fuerzas Armadas al poder civil y debilidad frente a los asesinos de ETA. La banda terrorista mataba entonces a raz¨®n de 130 personas por a?o, la mayor¨ªa militares y polic¨ªas. Y en el ambiente cargado de electricidad de la divisi¨®n acorazada Brunete se hab¨ªa pensado por su propio jefe, el general Torres Rojas (m¨¢s de un a?o antes del 23-F), que si ca¨ªa uno de sus subordinados, la divisi¨®n entrar¨ªa inmediatamente en estado de alerta; lo cual forz¨® al ministro de Defensa a suspender los movimientos nocturnos de tropas que, a t¨ªtulo de "ejercicios", realizaba el mando de la Brunete. (Este es el general que fue destituido y enviado a A Coru?a, desde donde regres¨® el d¨ªa del golpe).
En varios funerales de asesinados por ETA se grit¨® repetidamente "Ej¨¦rcito al poder". ?Trama civil oculta? Era bastante p¨²blica. ?Quiere esto decir que miles de personas sab¨ªan que Tejero iba a ocupar el Congreso, o que Milans del Bosch pretend¨ªa sacar los tanques el 23-F? No. Que existieran miles de voluntades empujando a "militares de prestigio" no implica que los ejecutores del 23-F concibieran aquello con "paisanos" m¨¢s o menos incontrolados. El propio teniente general Milans del Bosch impidi¨® al civil Juan Garc¨ªa Carr¨¦s, dirigente de los antiguos sindicatos franquistas, que asistiera a la reuni¨®n de conspiradores celebrada en Madrid semanas antes del golpe.
Los generales que ejecutaron el 23-F pretend¨ªan forzar un pronunciamiento "institucional" de las Fuerzas Armadas. Pero nadie lo encabez¨® abiertamente. El propio general Armada se vio impedido de consumar su sacrificio como nuevo jefe del Gobierno, en el que pensaba implicar a personas de diversos partidos, porque tal proyecto horroriz¨® a Tejero. Armada colabor¨® incluso en un desenlace incruento de la ocupaci¨®n del Congreso. Actitud que al juez instructor del 23-F, el general Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa Escudero, le recordaba la de Francisco Franco en la primavera de 1936, "reserv¨¢ndose hasta el ¨²ltimo momento, entrando a medias en la conspiraci¨®n, deslig¨¢ndose a medias tambi¨¦n cuando no vio el ¨¦xito claro, aunque en definitiva se qued¨® dentro y triunf¨®. Armada se qued¨® fuera y perdi¨®", ha dejado escrito en sus memorias.
Don Juan Carlos y su peque?o equipo de La Zarzuela dieron prioridad -y acertaron- a abortar las tentaciones de sumarse al golpe de varios capitanes generales. En el deseo de no ser descubiertos y de jugar con el efecto sorpresa, los conspiradores del sector Milans-Tejero acortaron tanto los plazos que no les dio tiempo a preparar decentemente el golpe. A¨²n as¨ª, pudo triunfar si la divisi¨®n acorazada Brunete hubiera actuado como catalizador para los mandos dubitativos. El 18 de noviembre de 1980, en una audiencia que hoy podr¨ªa resultar sorprendente, el coronel Jos¨¦ Ignacio San Mart¨ªn, entonces jefe de Estado Mayor de la divisi¨®n, fue recibido por el Rey, a quien le dijo que el Ej¨¦rcito estaba de luto (por el terrorismo) y que en la divisi¨®n se encontraban "cabreados, muy cabreados". Hasta el punto de que don Juan Carlos le pregunt¨® qu¨¦ pasar¨ªa si alg¨²n exaltado decidiera actuar por su cuenta. Ocho d¨ªas antes, Milans del Bosch hab¨ªa aprovechado unas maniobras para encontrarse con San Mart¨ªn, a quien pregunt¨® cu¨¢l era el estado de ¨¢nimo de la Brunete; el coronel le contest¨® que si el Rey requer¨ªa un apoyo firme, lo obtendr¨ªa sin el menor titubeo.
Minutos antes de que Tejero ocupara el Parlamento y sus aleda?os con los 445 guardias civiles que hab¨ªa reclutado, los mandos de la Brunete recibieron ¨®rdenes de situar tropas en Madrid, "al servicio de Espa?a y en nombre del Rey". Se les hab¨ªan asignado las siguientes posiciones: la carrera de San Jer¨®nimo (eran los tanques y la "autoridad militar" que esperaban Tejero y sus capitanes), el parque del Retiro, el canal de Isabel II, el Campo del Moro (adyacente al Palacio de Oriente) y medios de comunicaci¨®n. Las tropas de la Brunete no llegaron a esos lugares gracias a la energ¨ªa desplegada por el capit¨¢n general de Madrid, Guillermo Quintana, que contuvo a los mandos de las unidades que ya estaban saliendo; secundado m¨¢s tarde por el jefe de la Brunete, el general Jos¨¦ Juste, al darse cuenta de que el Rey no hab¨ªa ordenado ning¨²n movimiento de tropas, contra lo que le hab¨ªan anunciado los conspiradores. Qui¨¦n sabe si habr¨ªa cambiado el curso de la historia si el comandante Pardo Zancada, en lugar de ir al Congreso, se hubiera decidido a acudir con sus polic¨ªas militares a la capitan¨ªa general de Madrid como planeaba, seg¨²n dijo San Mart¨ªn en su d¨ªa (el excomandante no ha querido perder tiempo en hablar con este peri¨®dico). El teniente general El¨ªcegui, capit¨¢n general de Zaragoza, hizo caso al Rey y tampoco us¨® el centenar de carros de combate que realizaban maniobras a las afueras de la capital aragonesa.
"Pap¨¢... ?qu¨¦ va a pasar?" Esta pregunta la plante¨® don Felipe de Borb¨®n al comienzo de la larga noche del 23-F. Entonces ten¨ªa 13 a?os. El propio don Juan Carlos le oblig¨® a quedarse en el despacho junto con sus principales colaboradores, los generales Nicol¨¢s de Cotoner y Sabino Fern¨¢ndez Campo. "La Corona", le contest¨® el monarca, "en estos momentos est¨¢ en el aire y yo voy a hacer todo lo posible para que caiga del buen lado", seg¨²n palabras atribuidas a don Juan Carlos en sus conversaciones con el escritor Jos¨¦ Luis de Vilallonga. Nunca el Rey ejerci¨® tanto poder como aquella noche, desde la promulgaci¨®n de la Constituci¨®n, aunque al d¨ªa siguiente dej¨® claro a los l¨ªderes pol¨ªticos que no volver¨ªa a hacerlo. Es decir, que el restablecimiento de la normalidad constitucional y del juego pol¨ªtico previsto por la ley lo era a todos los efectos.
En fin, la movilizaci¨®n ciudadana en los d¨ªas posteriores a la intentona no se debi¨® solo a la izquierda, entonces m¨¢s ducha en esas lides, sino a ciudadanos y ciudadanas de las clases acomodadas que votaban opciones de centro o de derecha. Esto era la primera vez que suced¨ªa masivamente desde la muerte de Franco. Les enviaron un fuerte mensaje a los militares ultras, a los herederos del franquismo: que no estaban con ellos; que su tiempo se hab¨ªa acabado definitivamente.
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