M¨¢ndeme la factura
Los bancos, las cajas, el dinero dominan nuestras vidas, se han apoderado de ellas y nos convierten en sus dependientes. Creo que esa publicitada Ley de Dependencia debe referirse a la sumisi¨®n de volvernos mentecatos, o sea, de mente captada, tomada, secuestrada. S¨¦ que mucha gente no me va a creer y me tomar¨¢ por orate, pero he vivido tiempos en que las deudas, por ley, eran satisfechas en el domicilio del deudor. Desde la compa?¨ªa de la luz hasta el sastre ten¨ªan unos abnegados dependientes, los cobradores, que se ocupaban especialmente de recorrer la ciudad con las facturas pendientes. La mayor¨ªa cumpl¨ªa y, como una costumbre largamente instalada, pagaban el recibo y hasta daban una propinilla.
He vivido tiempos en que las deudas, por ley, eran satisfechas en el domicilio del deudor
Como dato pintoresco recuerdo que el alto empleado de un casino, con quien hab¨ªa hecho ligera amistad, me confiaba que los espa?oles, o al menos los madrile?os, le causaban problemas. Hab¨ªan recibido cr¨¦dito, contrajeron deudas de diversa cantidad para que se las cobrasen en esta ciudad. El casino era uno de los de Biarritz -hab¨ªa dos en aquellos tiempos- y se quejaba de la falta de formalidad. No hab¨ªa m¨¢s recibo que la palabra y una anotaci¨®n del montante de la deuda, pero, tras numerosas excusas y falsas ausencias del hogar, invariablemente el cobrador escuchaba la indignada voz del moroso que aseguraba no pagar, porque "bastante se hab¨ªa dejado en aquel tugurio". No entend¨ªan que una deuda de juego lo es de honor y lo m¨¢s que cab¨ªa hacer era que pasaran a una lista negra. Si el casino se hac¨ªa con una fotograf¨ªa, eran difundidas copias a todas las casas de juego posibles. Estudiadas por expertos, llamados fisonomistas, les cerraban el paso. Ignoro si esto sigue funcionando as¨ª -son cosas de viejos tiempos- y la obligaci¨®n acababa amortiz¨¢ndose en el cap¨ªtulo de fallidos.
Hace unos 40 a?os, m¨¢s o menos, los bancos y cajas se dirigieron obsequiosamente a los clientes, anunciando que, con la mayor generosidad, se hac¨ªan cargo de la domiciliaci¨®n de cualquier tipo de recibos de forma gratuita, lo que result¨® bien acogido por la colectividad, ya que desaparec¨ªa la peque?a preocupaci¨®n de esperar la factura en casa o tener que ir a pagarla, tras las dos o tres ocasiones en que el acreedor insist¨ªa. Aquello, la gratuidad, dur¨® poco. Pronto aparecieron los argumentos para cobrar un peque?o corretaje por la graciosa tercer¨ªa, hasta que se convirti¨® en obligaci¨®n inexcusable, jubilosamente promovida por los acreedores, que se ahorraban y amortizaban el puesto del cobrador, manantial de sinn¨²mero de molestias.
El pago de casi todos los servicios, la luz, el gas, el tel¨¦fono, la renta del piso o la hipoteca, los gastos de comunidad y hasta los impuestos, pasan ahora por las entidades de cr¨¦dito, esa invenci¨®n milagrosa que, sin dinero propio, presta a los que all¨ª depositan los ahorros o el fruto del trabajo y paralizan las cuentas embargadas por la Administraci¨®n o por terceras personas. Cuando llegaron al cenit se esparcieron por todo el pa¨ªs. Las mejores esquinas de las ciudades y pueblos grandes fueron para las sucursales, donde hubo un caf¨¦, una mercer¨ªa o simplemente la vivienda del bajo o el entresuelo. Crecieron las oficinas subalternas, y las que contaban con un director, el subdirector, el jefe de cartera, dos cajeros, interventores y empleados de ventanilla se han reducido al representante-director y un par de empleados que se encargan desde abrir la oficina por la ma?ana hasta colaborar con el cliente rellenando las declaraciones de la renta.
Ah¨ª estamos nosotros, haciendo cola para pagar, para desprendernos de nuestro dinero o tener acceso a ¨¦l, si se han averiado los cajeros autom¨¢ticos. Claro que en aquellos tiempos a los que me refer¨ªa se trabajaba los s¨¢bados; ahora se concluye la tarea el viernes y, piadosamente, se guardan con escr¨²pulo todas las fiestas religiosas y profanas, l¨²dicas y sindicales.
Es la otra cara de la civilizaci¨®n, el precio que nos presentan como una ventaja y una comodidad. Nuestra raqu¨ªtica econom¨ªa est¨¢ segura en esos lugares que, como se ha visto, son preferentemente socorridos en tiempos de crisis, como los que ahora vivimos. No echamos de menos al usurero que, cuando le sal¨ªan mal las cosas, comprensiblemente enojado, romp¨ªa el banco donde se sentaba para esperar a los parroquianos. Se declaraba en bancarrota. Hoy vamos a pagar como si hubi¨¦ramos hecho algo malo.
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