El c¨¢ncer como met¨¢fora
Una enfermedad grave es siempre motivo de compasi¨®n, en su sentido etimol¨®gico de padecer con. M¨¢xime si afecta a una personalidad p¨²blica en quien tirios y troyanos reconocen el valor. Valor del que hace gala al anunciar la dolencia que padece. Sin embargo, el despliegue medi¨¢tico que ha suscitado el c¨¢ncer de Esperanza Aguirre no se hubiera producido con las mismas caracter¨ªsticas de tratarse de cualquier otro mal.
El c¨¢ncer transforma la mirada del otro sobre quien lo padece. El c¨¢ncer es todav¨ªa hoy, una poderosa met¨¢fora del miedo, del rechazo a la decrepitud y a la muerte que atenaza a nuestra sociedad. Porque el tratamiento que nuestro subconsciente colectivo asocia con el c¨¢ncer —la radioterapia y la a¨²n m¨¢s brutal quimioterapia (que afortunadamente todo parece indicar no va a ser necesario el caso de Esperanza)— degrada progresivamente al paciente hasta l¨ªmites que, en confesi¨®n reciente de un buen amigo, "hacen apartar la mirada". Adem¨¢s, c¨¢ncer se sigue asociando con muerte, pese a que la prognosis en general, y en particular la asociada al diagn¨®stico precoz, desmiente esta idea preconcebida.
Desde el punto de vista personal, el c¨¢ncer vivido con plenitud resulta una aventura excepcional. Parafraseando a Jaime Gil de Biedma, es tambi¨¦n "plegarse a un ritmo m¨¢s insistente que nuestra experiencia. Y procura tambi¨¦n cierto instintivo placer curioso, una segunda naturaleza".
Desde una reflexi¨®n general, enfrentarse al c¨¢ncer como lo ha hecho Esperanza Aguirre, de frente y por derecho, sin tapujos ni subterfugios, consciente de su gravedad —la voz le temblaba al anunciarlo— pero neg¨¢ndose a reconocerle excepcionalidad alguna es un ejercicio social importante, oportuno y necesario.
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