Mercenarios de 15 a?os
J¨®venes de Chad, capturados por los rebeldes, fueron trasladados a Libia con promesas de empleo y despu¨¦s armados para "matar terroristas"
Dahara Aissa tiene 15 a?os y nunca hab¨ªa cogido un arma. Hasta que lleg¨® a Libia hace apenas una semana con su primo Hagar, de 18. Subieron a un avi¨®n en Chad y aterrizaron en Tr¨ªpoli. Envueltos en mantas en un centro de detenci¨®n rebelde en Shahat, a 300 kil¨®metros de la frontera con Egipto, cuentan c¨®mo les ofrecieron volar gratis al pa¨ªs con una oferta de trabajo bajo el brazo. Despu¨¦s les dieron un fusil a cada uno y los subieron a Labrak a "matar terroristas".
Tanto Dahara como Hagar, as¨ª como algunos de los 130 prisioneros del Ej¨¦rcito de Muamar el Gadafi que atraparon los revolucionarios, se negaron a disparar. Por eso siguen con vida. "Una facci¨®n del Ej¨¦rcito libio se nutre de mercenarios chadianos, nigerianos o malienses que residen en Libia desde hace a?os y a los que han dado casas, mucho dinero y una vida c¨®moda", explica Hassan, uno de los responsables, mostrando un fajo de identificaciones libias con datos de ciudadanos de esos pa¨ªses.
El exsoldado Hilal dice que los choques en Shahat dejaron un centenar de muertos
Titubea ante la petici¨®n de ver a los prisioneros africanos, los murtashika, los mercenarios. Discute con sus compa?eros, muchos de ellos armados con "ametralladoras confiscadas". Despu¨¦s se dirige hacia las celdas, aulas de una escuela, donde reposan los capturados con la mirada vencida. Apenas Dahara, su primo y una veintena m¨¢s de centroafricanos se mezclan con los libios. Al final Hassan admite: "Todos estaban con Gadafi y gritaban consignas por la vieja revoluci¨®n, as¨ª que los matamos".
Antes de eso, muchos hab¨ªan ca¨ªdo en el aeropuerto de Labrak, cinco kil¨®metros antes de Shahat. A medio camino entre las dos poblaciones se libr¨® una de las muchas batallas que estos d¨ªas han mantenido los revolucionarios y los hombres del r¨¦gimen. "Hubo m¨¢s de un centenar de muertos", cuenta Bilal, un soldado de 39 a?os que se pas¨® a los rebeldes nada m¨¢s iniciarse la revuelta. Con una gorrilla y un chaleco fluorescente vigila el paso de veh¨ªculos en las inmediaciones del aer¨®dromo.
Entre la tierra sembrada de conchas marinas que recuerdan que Labrak mira al Mediterr¨¢neo, varios zapatos manchados de sangre y barro yacen sin pareja ni pie en el que calzarse. Bilal asegura que ten¨ªan "armas especiales que nunca hab¨ªa visto". Durante dos d¨ªas, el 17 y el 18 de febrero, los murtashika tuvieron el control del aeropuerto. "Aterrizaron mientras un helic¨®ptero nos disparaba", cuenta Bilal.
El d¨ªa 16 hab¨ªan estado manifest¨¢ndose en Shahat, as¨ª como en el resto de localidades de la zona. El 17 por la ma?ana empezaron los disparos con armamento pesado y llegaron los mercenarios. Aguantaron dos d¨ªas m¨¢s en el aeropuerto, detalla Bilal, mientras recorr¨ªan el pueblo disparando a todo el que se mov¨ªa desde sus tanques y veh¨ªculos. "Mataron al menos a 10 personas y violaron a algunas mujeres en El Beidan", detalla Idris, un ingeniero de Shahat. "Entre todos los pueblos pudimos juntar casi 2.500 y nos lanzamos a recuperar el aeropuerto", a?ade el soldado Bilal.
Poco a poco los rebeldes fueron ganando terrero en el aeropuerto gracias a las armas que los soldados que se hab¨ªan unido a ellos trajeron consigo. El 21 de febrero, el aer¨®dromo, donde a¨²n pueden verse vainas de proyectiles de 20 mil¨ªmetros y enormes agujeros, cay¨® en manos de los revolucionarios.
"Atrapamos a 50 de ellos en Shahat y a otros tantos en Labrak", asegura Bilal. Los mercenarios no ten¨ªan provisiones y los refuerzos rebeldes no cesaban de llegar de distintos puntos de la regi¨®n. "Tratamos de negociar con ellos el abandono de las armas y algunos se rindieron", afirma.
En el improvisado centro de detenci¨®n, decenas de hombres armados van y vienen mientras otros son atendidos por un par de chavales con un chaleco de la Media Luna Roja. Algunos revolucionarios creen que podr¨¢n hacer un intercambio de prisioneros en alg¨²n momento si las cosas no van bien. Les han dado comida y agua. La tensi¨®n puede olerse de sala en sala mientras intentan asegurar las ventanas tras las que se oyen r¨¢fagas constantes. "El este est¨¢ en nuestras manos, pero a¨²n hay simpatizantes de Gadafi en la zona", asegura uno de ellos.
Nuri Yusef se levanta del rinc¨®n que comparte con un par de ni?os negros y dice que le dieron "un palo" y lo mandaron al aeropuerto con ropa de paisano. Es de Tr¨ªpoli, tiene 36 a?os y ha sido soldado la mitad de su vida.
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