Ella, hasta el final
Cuando les dieron la noticia, llevaban veinte a?os viviendo juntos, y apenas sobrepasaban los cuarenta. Eran novios desde el primer curso de la carrera, aunque no se parec¨ªan nada entre s¨ª. Ella era extravertida, ingeniosa y ten¨ªa cara de ni?a traviesa. ?l era m¨¢s reservado, m¨¢s t¨ªmido, hablaba menos y ten¨ªa cara de chico serio. Quiz¨¢ por eso ten¨ªan todas las papeletas para ser felices durante una vida larga y fecunda. Durante m¨¢s de una d¨¦cada, la ausencia de los hijos que deseaban comprometi¨® ese destino, pero cuando su reloj biol¨®gico estaba a punto de dar el primer aviso, ella se qued¨® embarazada por sorpresa, y tuvo un ni?o guapo, sano, que se llam¨® como su padre y prometi¨® desde el primer momento ser tan gamberro como su madre. Cre¨ªan que ya no les faltaba nada, pero poco despu¨¦s de que su hijo cumpliera tres a?os result¨® que ya no eran tres, sino cuatro.
"La vida sin ella no se parece a la vida, pero habr¨ªa sido peor si no la hubiera conocido nunca"
Era atroz, era injusto, era cruel, feroz y maligno. Era un c¨¢ncer de p¨¢ncreas. No pod¨ªa ser, en ella no, si hubiera Dios, si hubiera justicia, si hubiera l¨®gica, y orden, y compasi¨®n en el universo, nunca habr¨ªa sucedido, a ella no, en ella nunca. Pero era el peor, era de p¨¢ncreas. Le dieron tres, cuatro meses de vida, a ella, que era la vida misma, que la rebosaba, que la desprend¨ªa, que la creaba todos los d¨ªas, que estaba tan llena de cosas, de amigos, de trabajo, de proyectos, de amor por ¨¦l, por el ni?o, por sus amigos, por esa vida que iba a ser larga y fecunda, ni m¨¢s ni menos que la vida que ella se merec¨ªa. ?l la miraba y no se lo cre¨ªa, ella no, por favor, ella no, por Dios, por la justicia, por la l¨®gica, por el universo, ella no, ella no... El laboratorio, las pruebas, las cifras que arrojaban, no quisieron escucharle.
Porque la hab¨ªa escogido a ella, y era el peor. No hab¨ªa mucho margen para tratamientos, pero los apuraron todos y aguant¨® como una jabata. Luch¨® con todas sus fuerzas por quedarse, y despu¨¦s ya s¨®lo por estar, un d¨ªa, otro d¨ªa, y otro m¨¢s, despierta, hablando, sonriendo, d¨¢ndole ¨¢nimos, como si no supiera que con ella ¨¦l perder¨ªa la mitad de su vida. Entonces fue cuando decidieron hacer lo ¨²nico que no hab¨ªan hecho juntos todav¨ªa.
?l fue al juzgado, rellen¨® los papeles, explic¨® su caso, digiri¨® el silencio que precedi¨® a las respuestas, y se dio cuenta de que le dirig¨ªan miradas un poco raras, pero le dio igual. Lo hab¨ªan decidido y lo iban a hacer, porque adem¨¢s a ella le apetec¨ªa, le hac¨ªa ilusi¨®n, y ¨¦l sab¨ªa que mientras durara el papeleo se quedar¨ªa, que vivir¨ªa para levantarse de la cama, para ponerse un vestido, para sentarse en una silla, para pintarse los labios y sostener un ramo entre las manos.
Aquel d¨ªa estaba ya muy mal, pero cuando el juez entr¨® en la habitaci¨®n le mir¨®, sonri¨®, volvi¨® a ser ella. A¨²n lo ser¨ªa mucho m¨¢s mientras aquel desconocido, tan conmovido como inquieto por el papel que iba a representar, buscaba la manera m¨¢s delicada, m¨¢s indolora, de cerciorarse de la validez legal de la ceremonia que iba a tener lugar.
-Ver¨¢s, Mar¨ªa Jos¨¦... Hoy estamos aqu¨ª para hacer una cosa importante, pero sobre todo muy bonita, porque ahora te vas a casar, lo sabes, ?verdad? -ella asinti¨® con la cabeza-. Muy bien, ?y sabes con qui¨¦n te vas a casar?
Ella se ech¨® a re¨ªr.
-?Toma! -dijo luego-. Aqu¨ª hay tres hombres, usted es el juez, ese se?or de ah¨ª es mi padre, as¨ª que... Digo yo que me casar¨¦ con mi novio de toda la vida, que es este que tengo aqu¨ª al lado.
El juez tambi¨¦n se ri¨®, asinti¨® con la cabeza y no dijo nada m¨¢s antes de empezar a leer en voz alta los art¨ªculos pertinentes del C¨®digo Civil. El ¨²nico que no estuvo atento a su lectura fue el novio, que despu¨¦s de escucharla, tan fuerte, tan lista, tan graciosa y tan descarada, tan ella siempre y hasta el final, se enamor¨® otra vez de su mujer, y se estremeci¨® al pensar que tal vez ni siquiera ser¨ªa la ¨²ltima, que tal vez su amor no la sobrevivir¨ªa como un simple recuerdo, que ser¨ªa capaz de brotar, de crecer y de apagarse para nacer otra vez, al otro lado de la muerte. En ese momento comprendi¨® la exacta medida de su desolaci¨®n y al mismo tiempo el orgullo de haber podido amar durante veinte a?os a una mujer as¨ª, capaz de ser ella, y no una desahuciada, ella, y no una moribunda, ella, entera y verdadera, su novia hasta el final.
Luego dijo que estaba muy cansada, que con raz¨®n dec¨ªa la gente que las bodas son una paliza. Volvi¨® a la cama y no se levant¨® m¨¢s, pero a¨²n fue capaz de hablar, de sonre¨ªr, de cogerle de la mano. Cuando la sedaron, le mir¨®, y ¨¦l vio una l¨¢grima caer, resbalando despacio sobre su rostro.
Despu¨¦s comenz¨® a pasar el tiempo, todav¨ªa no mucho y ya demasiado. La vida sin ella no se parece a la vida, pero ¨¦l sabe que habr¨ªa sido peor si no la hubiera conocido nunca.
(Las personas dignas de amor sobreviven a la muerte en la memoria de quienes las han amado. Mar¨ªa Jos¨¦ Berrocal vive y vivir¨¢ mientras vivamos quienes tuvimos la suerte de tenerla cerca.)
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