La lata de Lotina
Aparentemente, se trataba de una lata de cerveza vac¨ªa. De repente, de la lata sali¨® una voz. Eso suced¨ªa el s¨¢bado anterior al s¨¢bado pasado. La voz me reproch¨® el obstinarme en mitificar a dos famosos fantasmas, uno de pega y otro aut¨¦ntico, en lugar de prestar m¨¢s atenci¨®n a aquellos profesionales que desempe?an su oficio con dignidad y sin estridencias. Por supuesto, se refer¨ªa a entrenadores de f¨²tbol y no a directores de orquesta. El caso es que mi dulce Amanda crey¨® reconocer la voz de Lotina en la voz de la lata. Como saben, Lotina es el m¨ªster del Deportivo y mi dulce Amanda es la mal¨¦vola mujer invisible que me acecha y acosa mientras escribo.
Pero yo no estoy seguro de que la voz enlatada fuera la de Lotina. O la de Manzano. O la del generoso Pellegrini, que regala goles y puntos a quien le denigra. O la de cualquier otro t¨¦cnico que para reivindicar su seriedad profesional recurriera al truco ac¨²stico del bote a bote sin hilo. Conclu¨ª que, m¨¢s bien, la lata de Lotina era la voz de mi conciencia. Decid¨ª, entonces y para siempre, dejar en paz al esp¨ªritu de Helenio Herrera entre conspicuos difuntos en su tumba veneciana y no volver a mencionar al llamado Mou, acorralado por los presuntos conspiradores que pululan, merodean y se agazapan en su cerebro. A partir de ahora, me dije arrepentido, dejar¨¦ de beber cerveza y de hablar de fantasmas vivos o muertos.
La afirmaci¨®n de no tener miedo a decir la verdad denotaba un pat¨¦tico af¨¢n por distinguirse de los dem¨¢s
Apenas la decisi¨®n tomada, sucedi¨® algo que dio al traste con mis buenos prop¨®sitos. Otra voz brot¨® a retazos de la oquedad de la lata: "...Nac¨ª as¨ª, crec¨ª as¨ª y voy a morir as¨ª... Sin miedo a que ma?ana una banda de cobardes vengan todos juntos a atacarme a m¨ª...", dec¨ªa la susodicha voz con ag¨®nicas resonancias. Al pronto, pens¨¦ en Gadafi. Desde luego, a juzgar por las t¨¦tricas tonalidades, no era Lotina. Ni Guardiola con dolor de espalda. Ni Alonso conduciendo a 110 por hora. Ni el presidente del Gobierno contando con los dedos la cifra de parados. Ni el modisto Galiano borracho. Era alguien diferente a todos o, al menos, eso cre¨ªa ¨¦l. Puede que fuera alg¨²n alien¨ªgena neurobiol¨®gico, sospech¨¦. "?Qu¨¦ puedo hacer yo?", preguntaba la lata en un giro lastimero; "yo no tengo miedo a decir las verdades".
Cada vez que oigo algo por el estilo me pongo a temblar. Al parecer, quien quiera que fuera la persona o cosa que emit¨ªa el mensaje era algo o alguien que estaba en posesi¨®n de la verdad y se dispon¨ªa a impartirla. Descart¨¦, no obstante, a Rouco y Dolores de Cospedal. Al primero, porque no necesitaba ninguna lata para darnos la lata. A la segunda, porque su ladina sonrisa, sutil versi¨®n de la p¨¦rfida sorna de su colega Gonz¨¢lez Pons, solo cobraba sentido en la pantalla de un televisor.
Adem¨¢s, el soniquete autocompasivo de la lata de Lotina no era propio de un voraz pol¨ªtico en periodo preelectoral. O sea, siempre. Por tanto, batiendo las palabras en coctelera, agit¨¦ la lata por encima de mi cabeza antes de llev¨¢rmela a la oreja, a modo de auricular, y aguc¨¦ el o¨ªdo. Capt¨¦ otro fragmento perdido del desbaratado discurso: "Yo, antes que ser hip¨®crita, prefiero ser el punching ball de todos los cobardes". Tama?a declaraci¨®n, por su ¨¦pico masoquismo, me conmovi¨® en lo m¨¢s profundo de mi trompa de Eustaquio. Aquel ente parlanch¨ªn, alien¨ªgena o no, rodeado como estaba de una cohorte de cobardes, corr¨ªa el peligro de perder definitivamente la capacidad de raciocinio, si es que no la hab¨ªa perdido ya. La reiterada utilizaci¨®n del yo daba idea de hasta qu¨¦ punto se hab¨ªa atrincherado tras las barricadas del s¨ª mismo. La afirmaci¨®n de no ser hip¨®crita y no tener miedo a decir la verdad denotaba un pat¨¦tico af¨¢n por distinguirse de los dem¨¢s, a los que tildaba de hip¨®critas y cobardes.
Inopinadamente, culminando su paranoico delirio, la voz proclam¨®: "Si no les gusto, me marcho y volver¨¦ como adversario". Esta vez, la amenaza me hizo pensar en un pertinaz expresidente cuyas extempor¨¢neas manifestaciones en nada favorec¨ªan la imagen de nuestro pa¨ªs. Y, por una indebida ensuciaci¨®n de ideas, me vino in mente el sombr¨ªo y lenguaraz entrenador del que hab¨ªa prometido no volver a hablar. Preventivamente, tir¨¦ la lata a la basura y, en casual concomitancia, despertaron de su letargo Blancanieves y el Real Madrid.
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